Ha pasado un año desde que ingresé en la Patrulla de Exploración. Un año sobreviviendo a la cacería. Un año viendo morir a amigos y compañeros. Unos más preciados que otros, pero todos queridos. Durante un año he entregado restos y partes de cuerpos mutilados a sus familiares. Un año dándoles consuelo y apoyo. Nunca pensé que sería tan duro. Sabía que era un infierno luchar contra los Titanes, un lugar que no podría imaginar ni en mis peores pesadillas. Ha sido un año terrible y duro… y a la vez precioso, por increíble que parezca. Durante un año conocí a alguien que me alejaba de aquel infierno.
Se llamaba Ares. Era hijo de un Policía Militar, pero prefirió ingresar en la Patrulla al ver a su padre corrompido. Ares quería ayudar a los demás, salvar vidas, proteger a la gente. El chico partía con ventaja ya que su padre le había entrenado con la idea de que ingresaría en la Policía Militar. Cuando supo que su hijo no sería policía como él, lo repudió y echó de casa. Fue entonces cuando buscó consuelo en sus compañeros… y nos conocimos. Hoy, delante de su tumba, rememoro aquellos días.
Nos conocimos siendo reclutas un mes de diciembre. Yo cargaba provisiones al almacén cuando, de pronto, pisé mal y resbalé. No llegué a tocar el suelo, pues una mano amiga me sujetó con fuerza. Levanté la vista, aferrándome fuertemente a la caja de suministros que transportaba. Mi salvador era un chico alto, moreno y apuesto que me miraba preocupado.
-¿Estás bien? –me preguntó.
-Sí, sí… -dije, algo ruborizada.
-Deja que te ayude –Ares cogió mi caja y bajó las escaleras que llevaban al almacén-. Eres tan pequeña y frágil que podrías romperte.
Ofendida, le arrebaté la caja de las manos y la bajé sin ayuda. Recuerdo su risa a medida que bajaba las escaleras. Era una risa agradable y clara como el cristal. Entonces supe que necesitaba oír esa risa el resto de mi vida. Los siguientes momentos se sucedieron a lo largo de las semanas. Comíamos juntos, entrenábamos juntos, cocinábamos juntos… A los tres meses de habernos conocido, nos reunimos en lo alto de una colina cerca del cuartel de entrenamiento. La luz de la luna llena bañaba todo el valle, reflejándose incluso en las cristalinas aguas de un lago cercano. Allí charlamos tranquilamente sobre por qué ingresamos en la Patrulla y sobre nuestros sueños y aspiraciones.
Hubo un momento en que ninguno dijo nada. Desvié la mirada mientras buscaba en mi mente un tema del que hablar sin encontrar ninguno. Fue el momento más incómodo de mi vida… y el más preciado. Levanté una mano y sin querer rocé la suya. Ambos las apartamos en un acto reflejo, pero en realidad queríamos juntarlas. Sin dudarlo un segundo, los dos entrelazamos nuestras manos y él se inclinó sobre mí para besarme suavemente en los labios. Para cuando todos mis compañeros sabían que estábamos saliendo, Ares había muerto. Hasta ese fatídico momento, lo mantuvimos en secreto.
Tres meses después, terminamos la instrucción y nos graduamos. A pesar del duro discurso del Comandante Erwin, elegimos la Patrulla. Terminamos de formarnos con otros diez compañeros. Todos lucíamos orgullosos las alas de la libertad por las calles de la ciudad. Las alas con las que Ares más de una vez me cubrió para resguardarme de la lluvia y del viento. Las alas con las que casi siempre dormíamos arropados. Las alas que habían visto nuestras manos entrelazadas al hacer el saludo militar aprovechando que Ares era zurdo.
A los diez meses de habernos conocido, tuvimos nuestra primera misión. Estábamos emocionados y a la vez teníamos miedo. Temíamos no volver. Temíamos morir de una muerte horrible y dolorosa. Temíamos a los Titanes. Temíamos al miedo. Al menos yo. Ares era tan duro como las rocas y no mostraba nunca debilidad alguna. La noche antes de partir, no podía dormir y me levanté. Fui a un lugar apartado pero cerca del campamento. Me senté bajo un árbol y me abracé las piernas. Entonces empecé a temblar y a llorar, arrepintiéndome de haber tomado la decisión de formar parte de la Patrulla. De repente, oí pasos. Aguanté el aliento, temiendo que algún superior me hubiera oído. Pero era Ares.
Se sentó a mi lado en silencio y se me quedó mirando. Debido a su insistente mirada, olvidé las ganas de llorar y el miedo, sustituyéndolo por vergüenza y tranquilidad. Solo me pasaba estando él delante, nunca con otras personas. Era milagroso.
-¿Tienes miedo a mañana? –me preguntó con cariño, rompiendo el silencio de la noche.
Asentí con la cabeza. Hundí el rostro en mis rodillas y comencé a sollozar. Un segundo después sentí un peso encima y los brazos de Ares rodeándome.
-No temas –me susurró-. Yo mataré Titanes por ti. No dejaré que ninguno te mate.
Nos quedamos dormidos en aquella incómoda postura y, al día siguiente, partimos. Durante un mes estuvimos galopando por un extenso valle con escasa vegetación buscando Titanes para los experimentos de la Teniente Hanji. Jame y yo íbamos a hacer un año justo el día que llegamos a una quebrada, al pie de una montaña. Lo veía como un regalo de los cielos para celebrar nuestro aniversario. Ese día sonreí para el resto de mi vida. Estaba en la Patrulla con Ares, habíamos cumplido un año juntos, no habíamos sufrido ningún ataque de los Titanes en un mes…
Sufrimos una emboscada al mediodía. Solo podíamos huir hacia la montaña con nuestro equipo de maniobras tridimensional. Era la primera vez que entrábamos en acción de verdad. No era un entrenamiento. A mi alrededor veía las caras de mis compañeros. Caras de miedo y angustia. Muchos cayeron. Presencié la mayoría de las muertes. Unos eran devorados porque se rezagaban. Otros porque su equipo fallaba. Otros tuvieron mala suerte. Estaba empapada de sangre y desesperada. No veía que avanzara. Caí presa del pánico y, como consecuencia, pisé mal y mi pierna quedó atrapada en un agujero. Por más que luchaba no conseguía sacarla. A lo lejos vi un Titán corriendo hacia mí con esa estúpida y terrorífica sonrisa dibujada en su rostro. Era el fin. Con lágrimas en los ojos, grité y pensé en Ares. Si iba a morir, quería hacerlo con su recuerdo en mi mente. Como si lo hubiera invocado, Ares apareció y mató al Titán, salvándome. Su expresión era seria, de concentración. Se acercó a mí y liberó mi pierna.
-Gracias… -le dije. Al ver su expresión, similar al enfado, dudé. Pero él se volvió con su cálida sonrisa, tranquilizándome y dándome fuerzas. Estando a su lado, no tenía ningún miedo.
-Juré matar Titanes por ti –me dijo mientras continuábamos ascendiendo.
Estábamos rozando la cima cuando, de pronto, un Titán apareció en el flanco derecho, abalanzándose sobre nosotros y quebrando la roca viva. Caímos. Perdí de vista a Ares. De pronto me vi pendiendo de un acantilado y a varios Titanes aproximándose. Ares apareció a tiempo para agarrarme por la capa esmeralda y lanzarme en dirección hacia la montaña. El tiempo pareció detenerse. Lo siguiente quedó grabado a fuego en mi mente. Un Titán abrió la boca y engulló a Ares. Por más que estiré el brazo para aferrar su mano extendida, la misma que había agarrado mis alas y me había salvado, no pude salvarle.
Fui salvada por otros compañeros y conseguimos llegar a la cima de la montaña, donde los Titanes no lograron darnos alcance. Dimos por concluida la misión y volvimos a casa. Di muchos pésames y recibí otros tantos. No conservo nada de Ares salvo su memoria y recuerdo. Erigí una tumba en su memoria en un descampado de la ciudad. La visito todos los días y lloro su pérdida. No he vuelto a sonreír ni a sentirme tranquila y confiada. Para mí, él era como el aire y el agua. Vital. Juró matar Titanes por mí y lo hizo hasta el final. A veces siento su presencia a mi lado, detrás de mí, protegiéndome. Su mano sobre mi hombro. Su cálido y protector abrazo. Su capa arropándome las noches de invierno, resguardándome de la lluvia. Cada vez que alguien me salva de un Titán, le veo a él.
A veces cierro los ojos y rememoro aquel fatídico día. Veo a Ares, vestido con su uniforme, sonriéndome y extendiendo la mano hacia mí. Yo extiendo la mía hacia él y, justo cuando nuestros dedos se rozan, la mano del capitán Levi agarra mi capucha y me aleja de él. A medida que me alejo, Ares, sin dejar de sonreír, se da la vuelta y desenfunda sus espadas, dispuesto a matar a los Titanes que se acercan. A veces siento que no se ha ido del todo, y que sigue a mi lado, matando Titanes por mí.