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| Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] | |
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Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Jue Sep 05, 2013 8:35 am | |
| Aunque llevo poquito escrito, voy a empezar a ir subiendo capis (no tienen título porque es una historia continua). Iré actualizando siempre que pueda ya que me ha salido un trabajillo literario y estaré ocupada con ambos. Recordamos que en la precuela, Sebastian ayudó a Galethe a romper la maldición de la Luna teniendo un hijo común ya que al ser demonio no iba a ser aceptado en el reino de Dios. El plan surtió efecto y Sebastian se llevó el alma de Galethe como pago por el contrato. El único inconveniente es que nacieron mellizos, un niño y una niña. El niño desapareció misteriosamente y Sebastian se quedó a cargo de la niña. Como siempre, disfrutad, cualquier falta ortográfica podéis comunicarla sin problemas, y opinad abiertamente - Spoiler:
Inglaterra, 1894. En la Mansión Phantomhive, el conde de Phantomhive llevaba reunido más de dos horas. Todavía no había salido ni para hacer un descanso. La mansión estaba prácticamente vacía a excepción del conde, su mayordomo… y la hija de éste. El mayordomo, Sebastian Michaelis, esperaba en el jardín a que su amo saliera de la reunión. Tenía la mirada fija en la ventana del despacho. Las órdenes de su amo eran que, en cuanto abriera la ventana, subiera a servirle el té pues la reunión habría finalizado. El demonio estaba concentrado en la labor, puede que incluso algo aburrido cuando… -¡Papá! ¡Papá! Sebastian se volvió hacia su derecha. Una niña de no más de cinco años corría por el jardín hacia él. El corazón del mayordomo siempre se ablandaba al verla con tanta energía y siempre, siempre, sonriendo. El día que aquella sonrisa desapareciera, no tendría motivos para seguir en el mundo de los humanos. Humanos. Aquella niña era fruto de su unión con una humana y, por lo tanto, Sebastian cuidaba de ella con mucho mimo pues no sabía cuál era su verdadera naturaleza, si humana o demoniaca. En cuanto la niña llegó al lado de Sebastian, este se agachó para cogerla en brazos. La hija del mayordomo se aferró al cuello de su padre y no paraba de abrazarle y besarle. Sebastian nunca se había planteado la idea de ser padre y cuando por fin llegó el día, estaba más que encantado con su nuevo rol. Al principio tenía sus dudas, incluso miedo. ¿Cómo iba a criar a una niña mestiza de demonio y humana? Sus obligaciones para con su amo le privaban de muchos privilegios, pero el conde fue flexible. -Tendrás más tiempo para estar con ella. Sebastian tenía cerca de cinco horas libres todos los días para dedicarlos a su pequeña. Cinco horas en las que combinaba estudio y juegos. Cinco horas en las que podía disfrutar de ella. -¡Te quiero! –decía la niña mientras abrazaba el rostro de su padre. -Yo también, Letizia –respondió Sebastian abrazándola con fuerza. Nunca había sentido aquel lazo tan fuerte hacia ninguna persona. Solo hacia ella. En ese momento, la ventana del despacho del conde se abrió de par en par. Era la señal que Sebastian llevaba un buen rato esperando. Dejó a la niña en el suelo y le dijo que tenía que ir a ayudar al conde. -Está bien. Luego te veo –respondió Letizia sin dejar de sonreír. Sebastian se fue, sonriendo como acostumbraba. Desde que Letizia nació, había tratado por todos los medios conseguir sonreír como ella, en vano. La sonrisa de su hija era natural, sincera. La suya en cambio era falsa, retorcida. La sonrisa de un demonio. El mayordomo sirvió el té al joven conde, Ciel Phantomhive, y a sus invitados. A una señal del conde, Sebastian se retiró. -Pasa lo que queda de tarde con Letty –le dijo el conde antes de que Sebastian se fuera. -Sí, señor –respondió el mayordomo, sonriendo con amabilidad pero por dentro bullendo de la emoción. Sebastian fue a buscar a Letizia. Tenía toda la tarde para dedicársela por entero a ella. Letizia mostraba la energía propia de los niños humanos de su edad por lo que, hicieran lo que hiciesen, ella sería feliz. Su padre la llevó a hombros hasta las cocinas, donde preparó la merienda para los dos. Después salieron al jardín y merendaron tranquilamente a la sombra de un árbol para luego jugar a la comba y a la pelota o correr un poco por el jardín. Ya iba a ser la hora de la cena del señor, cuando Sebastian terminó de leerle un cuento a Letizia. -Tengo que prepararle la cena al amo. -¿Puedo ir? Sebastian no podía negarle nada, pero en algunas cosas tenía que ser estricto. Ciel apreciaba mucho a la pequeña, pero su condición como conde le impedía mezclarse con el servicio y eso que Letizia era su ahijada… -Lo siento, cielo, ¿podrías esperarme en las cocinas? En cuanto acabe haré la cena y cenamos juntos. Sebastian no comía comida humana. Es más, podía pasarse días enteros sin comer ni beber incluso sin dormir y seguir a plena potencia, al contrario que los humanos. Aun así, a ojos de su hija tenía que mostrarse normal. Todavía era muy pequeña para saber la verdad… Letizia asintió e hizo como le dijo su padre: miraba asombrada cómo le preparaba la cena al “Tito Ciel” y cuando su padre se marchó se quedó esperando, sola. No tenía miedo a quedarse sola, pero si oía algún ruido extraño solía asustarse. Desde que tenía uso de memoria, Letizia dormía con su padre en su cuarto, por lo que por las noches nunca tenía miedo. Había algo en Sebastian que le daba tranquilidad y confianza, que le hacían ver que no tenía nada que temer mientras estuviera con él. -Siento el retraso, cielo –dijo Sebastian entrando en las cocinas con la bandeja bajo el brazo-. ¿Cenamos? Sebastian preparó la cena ayudado por su hija, que hacía cosas sencillas como darle los utensilios que le pedía. Todavía era demasiado pequeña para cocinar en condiciones… Además de que aquel ejercicio fortalecía la memoria y era una manera divertida de aprender. Después de cenar, Sebastian fue a atender a su amo mientras Galethe se lavaba los dientes y se ponía el pijama. A diferencia del conde, Sebastian pensaba y quería que su hija fuera independiente, pues no siempre estaría a su lado para cuidarla. Crecería, maduraría y llegaría el día en que tendría que abandonar el nido y empezar su propia vida. Esta era la mayor preocupación de Sebastian, no por lo que el futuro pudiera depararle a Letizia, sino porque no sabía si crecería y se desarrollaría como humana o como demonio. Durante los primeros cinco años, Sebastian dejó claro que la naturaleza de su hija era humana, hasta olía como tal, y no por ello dejaba de quererla tanto. -¿Está listo, amo? –preguntó Sebastian entrando en el despacho del conde. Un joven de cerca de dieciocho años le daba la espalda y miraba por la ventana. -Sí, Sebastian. Creo que me retiraré por hoy… -Como ordene, señor –dijo Sebastian reverenciándose y cerrando la puerta para prepararle la cama al señor. -¿Qué tal está Letizia? –preguntó Ciel antes de que Sebastian cerrara la puerta. -Bien, señor. Ya sabe cómo es. El joven conde se dio la vuelta. De facciones delicadas, pelo negro y ojos azules (a excepción del derecho, que estaba tapado por un parche); así era el conde Phantomhive. -A veces me acuerdo de ella. La echo de menos. -Entiendo, señor. ¿Por qué no pasa más tiempo…? -No puedo –bramó el conde, frunciendo el ceño-. Mi estatus como conde me impide mezclarme con los sirvientes. Sería una vergüenza para el apellido de mi familia. -Joven amo, no deja de ser su ahijada… Ciel volvió a darle la espalda a Sebastian. En efecto, Letizia era su ahijada, así lo quiso su prima, Galethe. Cada vez que se acordaba de ello, Ciel no podía contener su ira, que acababa descargando golpeando la pared o el escritorio. -¡Maldita sea! ¿Lo hizo a propósito? -¿A qué se refiere, señor? –preguntó Sebastian que se había situado justo al lado de su amo. -A la decisión que tomó mi prima. Por su culpa, nuestro contrato… Sebastian se llevó una mano al mentón, en actitud pensativa. -Ciertamente, al ser su ahijada, tiene que cuidarla hasta que muera, amo. Si su prima lo hizo adrede o no, eso ya no lo sé. Ciel apretó los puños con rabia. -Lo que daría por saberlo… Sebastian sonrió con maldad. Le encantaba la desesperación que podía emanar de los humanos. -Por ahora, amo, vaya a descansar, ha sido un día largo.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Vie Sep 06, 2013 11:20 am | |
| Seguimos. este finde estaré fuera así que no podré actualizar hasta el domingo por la noche o el lunes. Enjoy! - Spoiler:
Tras acostar a su amo, Sebastian bajó a su cuarto. Qué tranquila estaba la casa últimamente. Más aún desde que despidieron al resto del personal. Tanto Ciel como Sebastian no podían arriesgarse a que la verdadera naturaleza de Sebastian quedara al descubierto. Si la niña se iba a quedar a vivir con ellos, habría que hacer algunos sacrificios. El trabajo de Sebastian se vio incrementado, pero no era algo que no pudiera hacer. Era más por su hija. Letizia requería atención las veinticuatro horas, aunque ya era algo mayor, no podían correr riesgos. A Ciel con doce años lo secuestraron varias veces, lo torturaron y casi lo mataron. Y si Letizia era humana, su vida era delicada y frágil como el cristal. Al menos, para tranquilidad de Sebastian, ya no era como antes. Cuando Letizia contaba con apenas meses de vida, Sebastian tenía que atender sus necesidades muy de vez en cuando. Por fortuna, al ser un demonio y no necesitar dormir, podía pasarse la noche entera velando el sueño de su hija sin problemas y luego afrontar una dura jornada de trabajo. Noches enteras meciéndola en brazos hasta que se dormía, preparando biberones, cambiando pañales, etc. La peor parte era la de cambiar los pañales. Sebastian tenía el olfato tan sensible que podía oler a metros de distancia; es por esto que el fuerte olor de la caca humana le ponía de los nervios. Ciel por su parte no se encargó de nada o mejor dicho, no podía encargarse de nada. Aunque Letizia fuera su ahijada, no dejaba de ser la hija de su mayordomo, alguien inferior a él y con el que no debería tener tantas confianzas. Ciel argumentaba su falta de contacto con Letizia con el hecho de poner el techo bajo el que vivía, costear la comida del bebé e incluso algún juguete de su fábrica. Así, Ciel solo la veía a veces por el pasillo y no se detenía demasiado a hablar con ella. Sebastian estuvo mucho tiempo tratando de hacer que su hija comprendiera la situación, pero la niña lo entendía todo perfectamente. Sabía que su tito era alguien importante y que ya tendría tiempo para jugar con ella. Aquella fe, aquella esperanza en el amo era algo que ablandaba aún más el corazón del mayordomo. En aquellos momentos amaba aún más a su pequeña. Sebastian fue a su cuarto esperando encontrarse a Letizia esperándolo, pero el cansancio pudo con ella. Letizia dormía plácidamente sobre la cama. Su respiración era lenta y tranquila convirtiendo su naturaleza de criatura humana en algo más tierno. Sebastian se acercó a su lado, la tomó en brazos, abrió la cama y acostó a su hija. Él también tendría que dormir o más bien actuar, fingir que dormía. Sebastian se puso el pijama y se metió en la cama al lado de su hija. Con el candelabro siempre encendido, Sebastian pasaba las largas horas de la noche observando a su hija dormir. Apoyado sobre su mano izquierda, observaba el abdomen de Letizia subir y bajar con suavidad, su nariz silbando cada vez que salía el aire, sus repentinos tic`s nerviosos, sus gestos oníricos… A veces Sebastian no podía aguantar y la abrazaba con cariño o besaba su frente o simplemente acariciaba su cabello negro. Alguna que otra vez Letizia tuvo pesadillas, obligando a su padre a despertarla y a consolarla hasta que volvía a dormirse. Las peores noches se pasaban con un vaso de leche caliente, que mejoraba el sueño de la niña. Al amanecer, Sebastian se vestía con su uniforme y empezaba las tareas. Rara vez despertaba a Letizia mientras se vestía, pero cuando lo hacía, le daba un beso a Letizia y la arropaba. A Letizia le encantaba despertarse y encontrarse a su padre preparándose para un nuevo día. Le daba seguridad, sabía que había alguien despierto que protegería la casa y sus habitantes de cualquier peligro. A Sebastian le dolía un poco ya que en cierto modo siempre estaba atento a la mansión. Letizia no se levantaba hasta las nueve de la mañana, cuando el conde ya estaba trabajando o en ocasiones estudiando con Sebastian. Si Ciel estaba absorto en su empresa, Sebastian tenía la mañana libre, momento que aprovechaba para enseñar a su hija a leer, escribir, matemáticas… En cierto modo, era su maestro. A diferencia de con el antiguo servicio de los Phantomhive, Sebastian era mucho más flexible con Letizia y tenía más paciencia. Iba paso a paso en vez de usar la educación espartana que tanto le gustaba impartir y que en ocasiones lo hacía con su amo. A media mañana siempre hacían un descanso para que Letizia comiera algo y recuperara glucosa y para que Sebastian atendiera las exigencias de su amo. -Esta tarde tendré que bajar a Londres –le dijo el joven adolescente-. Leti también puede venir. -Le agradará mucho saberlo, joven amo –dijo Sebastian, sonriendo de oreja a oreja-. Y, ¿para qué va? -Tengo que hacer unos recados. Dentro de poco entraremos en el nuevo siglo y mi empresa quiere preparar algo grande. Sebastian se reverenció ante su amo. -Yes, my lord.
De vuelta a los aposentos de Sebastian, este enseñaba Historia a Letizia. Era su asignatura favorita junto con Latín y Matemáticas. -¿Recuerdas qué pasó tras la conquista romana? -¡Sí! Hubo varias incursiones bárbaras que expulsaron a los habitantes de Inglaterra al norte y hasta 1607 no se unificó el país políticamente. -Muy bien… Hoy veremos la Edad Media en Inglaterra… Después de la clase de Historia venía la de matemáticas. Sebastian enseñaba a sumar y restar a su hija con un curioso método que él denominó regletas*. Las regletas eran varios bloques de madera de distintos colores y tamaños. Cada bloque representaba un número y dependiendo del número la regleta variaba de tamaño. *Las regletas Cuisenaire se patentaron en los años cincuenta del siglo XX. Su creador nació precisamente en 1891, por lo que en este momento del fic tendría casi la misma edad que Letizia. -… Este es el uno… -dijo Letizia señalando una regleta blanca que medía un centímetro. -¿Y este? –Sebastian le puso delante de la mesa otra regleta más larga. Para saber a qué número correspondía, Letizia puso varias regletas del número uno en paralelo a la regleta larga. -El cinco porque tiene la misma longitud que cinco regletas de uno. -Muy bien, cielo –la felicitó Sebastian besándole la frente. Tras varias sumas y restas, pasaron a Geografía hasta que fue la hora de comer. Sebastian preparó la comida de su amo y subió a servírsela mientras Letizia recogía el aula improvisada. Para cuando había terminado, Sebastian iba a hacer la comida para ellos. Después de comer, Letizia solía echarse una pequeña siesta de una hora hasta que, si Sebastian no tenía nada que hacer, jugaba con ella o le daba clases de nuevo. Pero aquel día era especial: iban a ir de excursión a Londres. -Dice el amo que también puedes venir –dijo Sebastian mientras comían. -¡Qué bien! Hacía mucho que no íbamos a Londres. ¿Podemos ir al muelle? -Depende de lo que diga el amo –dijo Sebastian sonriendo al ver a su hija tan emotiva. La alegría que desprendía Letizia nunca la había visto reflejada en ningún otro humano. Todos los que había conocido tenían a sus espaldas un oscuro pasado marcado por la muerte y la desesperación. El alma de Letizia en cambio era pura. O eso pensaba Sebastian.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Dom Sep 08, 2013 7:32 am | |
| Al final puedo postear antes y todo ^^ Como novedad, le pondré título a los fics para facilitar la lectura y yo no liarme a la hora de subir xP Enjoy! - Spoiler:
Este Mayordomo Ayuda Diciembre de 1899 Se acercaba el momento que todos estaban esperando y que muchos temían: la llegada del nuevo siglo. A finales de diciembre, tras el cumpleaños del conde, que decidió celebrarlo con su prometida, su mayordomo y su ahijada, algo inusitado ocurrió en la mansión Phantomhive. Algo que ni Sebastian podía controlar. Una noche, cuando Sebastian se iba a acostar notó algo extraño en Letizia. Estaba tapada con las sábanas hasta la cabeza mientras que normalmente solo se cubría hasta la barbilla. Cuando el mayordomo llegó a su lado, Letizia susurró su nombre. -Pa…pá… Sebastian se inclinó sobre ella, preocupado por el tono de su voz. Tras destaparla comprobó que su piel tenía un tono rojizo y respiraba con dificultad. -Cielo… -Sebastian le puso una mano en la frente y tuvo que retirarla de lo caliente que estaba-. Aguanta, ahora vengo. Sebastian corrió por el botiquín que había en la entrada trasera y volvió para diagnosticar lo que le pasaba a Letizia. Mientras le ponía el termómetro, Sebastian mojaba varios paños y se los ponía en la frente para que la fiebre bajara. Pasados cinco minutos, Sebastian comprobó la temperatura corporal de Letizia: 43ºC. Una temperatura mortal para los humanos, pero ella seguía allí, luchando. La cara de sufrimiento de su hija puso de mal humor al demonio, que desearía librar batallas y guerras con tal de que su hija volviera a la normalidad. Pero lo único que podía hacer era rebajarle la fiebre hasta que llegara el médico. -El médico… Sebastian reparó en la cuenta de que no le había avisado. El demonio corrió a por el teléfono mas el médico no respondía. -¡Maldición! –gritó colgando con rabia. En ese momento, Letizia gritaba de dolor haciendo que su padre volviera a su lado para ver que su pequeño cuerpo no se movía. Sebastian la llamó, zarandeó, pero no se movía. Ni siquiera respiraba. Algo dentro del mayordomo empezó a dolerle. El corazón, tal vez… Sin saber qué hacer, Sebastian tomó el cuerpo de su pequeña en brazos y la abrazó con fuerza mientras lloraba en silencio. ¿Estar tanto tiempo bajo la forma humana le había ablandado o era el hecho de ser padre? Sebastian lloró la muerte de Letizia durante un buen rato hasta que… -Papá… Sebastian dejó de llorar y alzó la mirada, atento. Creía haber oído la voz de su hija llamándolo pero seguramente habría sido su imaginación y el recuerdo… De repente, el antes inmóvil cuerpo de Letizia empezó a moverse. Sebastian abrió los brazos para ver sorprendido cómo Letizia se incorporaba poco a poco. Sin dejar de salir de su asombro, Sebastian inspeccionó a la pequeña de arriba abajo para ver si seguía estando enferma. -Cielo, ¿cómo te sientes? –preguntó en un susurro. Letizia alzó la mirada, una mirada medio adormilada por la fiebre. En ese momento, Sebastian se dio cuenta de algo: sus ojos, eran brillantes. Al nacer Letizia, sus ojos eran rojos como rubíes pues de ese color eran los ojos de su padre en su forma humana. Pero ahora tenían un tono distinto, se asemejaban más a los de… Sebastian mostró una pequeña sonrisa que se acrecentaba más y más a medida que se daba cuenta de lo que estaba pasando. En un arrebato de felicidad, el demonio abrazó a su hija con fuerza. -Menos mal que estás bien –decía mientras la apretaba contra su pecho-. Me alegro de que estés bien. Letizia se encontraba un poco mareada seguramente como efecto secundario de la fiebre, por lo que Sebastian la dejó descansar lo que necesitara. Al día siguiente, Letizia se levantó más tarde de lo normal. Había luchado muy duro contra una enfermedad misteriosa y necesitaba recuperar fuerzas. En cuanto se levantó bajó a las cocinas, todavía con cara de sueño. Allí estaba su padre, preparando el almuerzo, y al ver entrar a su hija se volvió, sonriendo con cariño. -Buenos días… -Letizia no pudo reprimir un bostezo. -Buenos días, Letizia –respondió Sebastian volviendo al trabajo-. ¿Qué tal has descansado? Letizia se situó a su lado y le dio un repentino abrazo. -Muy bien, papá. Gracias por cuidar tan bien de mí. Te quiero. El tiempo parecía congelarse en aquel momento. Sebastian se quedó de una pieza mirando a su hija, que seguía abrazada a su cintura y había hundido el rostro en ella. El mayordomo quiso responder de alguna manera al abrazo, pero no quería mancharla con los restos de la comida. Así pues, Sebastian se despojó de uno de sus guantes y puso su mano sobre la cabeza de Letizia, revolviéndole el cabello. -Yo también te quiero, mi vida. Debido a la fiebre repentina de Letizia, aquel día no hubo clases. Por la tarde, a la hora de comer, Letizia sorprendió a su padre alegando que no tenía hambre. Quizá fuera falta de apetito por la fiebre, por lo que Sebastian no le dio más importancia. La situación se complicó cuando, al caer la noche, Letizia seguía sin querer comer. La chica fue a su cuarto con la intención de dormir y descansar, pero, curiosamente, tampoco tenía sueño. Aquellos síntomas hicieron sospechar a Sebastian, que empezó a pensar que tal vez la fiebre de anoche no fuera una enfermedad repentina. Letizia y Sebastian estuvieron toda la noche en vela, jugando a las cartas o al ajedrez. Sebastian aprovechó también para darle clases. Ambos esperaban que Letizia cayera en redondo por el cansancio mental, pero aquello no pasó. Amaneció un nuevo día y padre e hija seguían plenos y activos. Sebastian se ocupó de sus tareas mientras Letizia estaba preocupada. Sus funciones vitales, como comer y dormir, no las estaba realizando debidamente y aquello podía acarrearle problemas a largo plazo. Por su parte, Sebastian le quitó hierro al asunto diciéndole que por un día no pasaba nada. De todas formas, aquel día tampoco hubo clases. Más bien hubo un programa especial. Por la tarde, alrededor de las cuatro de la tarde, Sebastian fue con Letizia afuera, concretamente a la entrada principal de la mansión. -¿Ves ese camino? –preguntó Sebastian señalando el camino principal, el que conectaba con Londres. -Sí. Siempre me dices que no me acerque mucho, no sea que venga un coche y me atropelle. Sebastian puso las manos sobre los hombros de su hija. -Hoy es especial –le dijo al oído-. Hoy tienes mi permiso para correr por ese camino tan rápido como puedas. Letizia se volvió a su padre entre ilusionada y desconfiada. -¿Tan rápido como pueda? -Tan rápido como puedas. Te vigilaré desde aquí. Confío en ti. Letizia estaba emocionada. Su padre siempre le decía que no corriera por el camino, que era peligroso para una niña tan pequeña pero por fin había llegado el día. Por fin podía ir por el camino. Es más, podía correr, algo que le encantaba y le llenaba de libertad. -Adelante, cielo. A la señal de su padre, Letizia echó a correr tan rápido como pudo. Se dejó llevar y en pocos segundos su velocidad aumentó con creces, mas no se dio cuenta de ello. Desde la mansión, Sebastian observaba atentamente a su hija. -Interesante… Me recuerda a mí a su edad, hará cientos de años. Letizia corrió y corrió hasta que pensó que había llegado demasiado lejos y que tenía que darse la vuelta. Justo cuando lo hacía reparó en un cartel de madera que marcaba la distancia hacia la mansión Phantomhive, Londres y la mansión Moonwood. Gracias a que sabía matemáticas, Letizia pudo interpretar los símbolos que había escritos en el cartel, pero pensó que estaban equivocados. ¿Cómo iba a recorrer diez kilómetros en menos de cinco minutos? -El cartel no está mal, cielo. Has corrido diez kilómetros enteros. Era la voz de Sebastian, que estaba de pie en mitad del camino por el que Letizia acababa de pasar. Desconcertada, se quedó mirando a su padre, que se acercaba lentamente. -Después de lo de hace dos días tuve un ligero presentimiento, pero esta noche me ha quedado todo claro. Cielo, aún eres demasiado pequeña para saber la verdad, pero no puedo ocultártela más tiempo. Letizia se puso pálida como la tiza y empezó a respirar entrecortadamente. Para evitar que su hija se hiperventilara, Sebastian la tranquilizó diciéndole que irían a la mansión y se lo contaría todo. -Te voy a demostrar quién eres. Quiénes somos. Sebastian se hizo a un lado del camino en ademán de que Letizia volviera corriendo a casa. La niña no necesitó ni que se lo dijera; echó a correr tan rápido como pudo con el único fin de llegar a casa. -Observa el paisaje, cielo –dijo la voz de su padre muy cerca de ella. Sebastian corría al lado de su hija sin aparentar cansancio alguno. Letizia hizo lo que su padre le dijo y reparó enseguida que los árboles, las casas rurales… Todo pasaba a su alrededor raudo y veloz. Letizia se paró de golpe, obligando a su padre a detenerse también. La chica estaba anonadada. ¿Tan rápido corría? Pero, era imposible… -Somos especiales, cielo –dijo Sebastian abrazándola-. Nuestra naturaleza permite que no necesitemos dormir o comer como los humanos. Ya has comprobado que eres rápida, pero hay muchas más cosas. Letizia guardó silencio mientras se aferraba a su padre con fuerza. -Papá… ¿Qué somos? Sebastian sonrió con timidez. Desde que la criatura había nacido siempre había querido contarle la verdad. Por fin, el día había llegado. -Demonios. Somos demonios, cielo.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Lun Sep 09, 2013 11:02 am | |
| Un par de cositas: la primera, ayer me comí un cachito del episodio, asi que lo añado al de hoy. La segunda, seguimos con novedades novedosas. Enjoy! Trocito que me no posteé ayer - Spoiler:
Letizia se separó rápidamente del lado de su padre negando la evidencia. Aunque no le habían dado una educación formalmente religiosa, Letizia sabía a grandes rasgos las partes principales de la Biblia y la naturaleza de demonios y ángeles. Y ella tenía que ser de los malos… -No te confundas –dijo Sebastian, tranquilo-. En este mundo no hay buenos ni malos. Son nuestros actos los que nos hacen buenos o malos. Pero ser un demonio no te convierte en un ser ruin y despreciable. Al contrario. Solo vivimos para saciarnos con las almas de los humanos. Letizia agachó la cabeza un segundo y al volver a alzarla, su padre la había vuelto a atrapar entre sus brazos y esta vez, por mucho que Letizia luchara, no la dejaba escapar. -No, no, no… -No puedes negar lo evidente, Letizia –le susurró su padre al oído-. Eres lo que eres. Acéptalo, vive con ello… y hónralo. Letizia, todavía con algunos rasgos humanos heredados de su madre, empezó a sollozar en el brazo de Sebastian, quien la animó a desahogarse. -Dentro de poco no podrás llorar. No necesitarás ni respirar. Pero quiero que sepas que ante todo siempre estaré a tu lado. Da igual si eres un demonio, un ángel o un humano. Siempre serás mi hija. Después del duro golpe que supuso tanto para Sebastian como para Letizia, ambos volvieron a casa, andando, cogidos de la mano. Una vez allí, Sebastian no se separó de su lado excepto para atender a su amo. -La mansión ha estado muy callada desde hace un rato –dijo el joven conde mientras Sebastian le preparaba para irse a la cama-. ¿Por fin te has decidido a decirle la verdad? Sebastian guardó silencio, lo que hizo que el conde lo interpretara como un sí. -Tarde o temprano tendría que saberlo, Sebastian. -Pero es demasiado pequeña… -A su edad yo hice un contrato contigo –repuso el conde-. Es duro al principio, pero es acostumbrarse y sobrevivir o morir. Sebastian no añadió nada a lo que había dicho su amo. En cuanto su amo se durmió, Sebastian bajó con su hija, que le esperaba en el cuarto. Estaba hecho un ovillo en la cama y miraba al infinito. Sebastian entró, cerró la puerta en silencio y puso el candelabro que llevaba en la mano sobre la mesita de noche. Después se tumbó en la cama al lado de Letizia. -Cielo, ¿estás bien? Letizia se escondió tras sus rodillas y sollozó suavemente. Sebastian comprendía a pesar de lo que le había dicho su amo que el hecho de que te revelen una identidad que jamás habrías pensado que tendrías era bastante de duro de asimilar. -¿Cuánto tardaré? –dijo Letizia al cabo de un rato-. ¿Cuánto tardaré en ser cómo tú? -No lo sé –respondió Sebastian. Letizia se dio la vuelta de modo que quedó mirando hacia su padre. -¿Estarás a mi lado aunque sea un monstruo? –le preguntó con un nudo en la garganta. Sebastian la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza. -Siempre, Letizia. Siempre estaré contigo.
Capítulo nuevo - Spoiler:
Este Mayordomo se Despide Pasaron las semanas, los meses y Letizia empezaba a asimilar y a conocer sus habilidades como demonio. Todas las noches desde que Sebastian le dijo qué era, padre e hija se limitaban a conocer y poner en práctica las habilidades de la pequeña. Desde correr y levantar objetos pesados hasta andar por las paredes y el techo. -Corre como si lo hicieras con naturalidad. Subirás automáticamente por la pared. Al principio, a Letizia le costaba, tenía miedo de caerse y casi siempre caía en brazos de su padre que la observaba desde abajo. Hasta que al final lo logró. Sebastian sentía la admiración y el orgullo que sentiría cualquier padre cuando enseña a su hijo a montar en bicicleta. Letizia por su parte se enorgullecía de haberlo conseguido, era como superar un pequeño desafío. Así entraron en el nuevo siglo, el s. XX. Un año más tarde, en 1901, cuando Letizia tuvo 12 años, Ciel y Sebastian decidieron que era hora de que la niña fuera a una Academia concertada. -¿Una academia? Pero, papá tú eres el mejor maestro que pueda desear. -Gracias por el cumplido, cielo, pero el señor y yo lo hemos estado pensando seriamente y creemos que deberías terminar de formarte en una Academia. -Pero… pero –Letizia agachó la cabeza, algo triste. Sebastian le tomó de la barbilla y tiró suavemente hacia arriba. -¿Qué te preocupa? –le preguntó con cariño. -Papá… Soy… Soy… Letizia no tuvo que terminar la frase para dar a entender a su padre que se avergonzaba de su naturaleza demoniaca, pero Sebastian se limitó a sonreír y a tranquilizarla diciéndole que la Academia era “especial”. -Habrá más gente como tú. Encajarás perfectamente. -¿Eh? ¿Cómo…? Sebastian le explicó que la Academia a la que asistía estaba destinada a gente con ciertas habilidades. -No es una escuela para humanos, en cierto modo. Verás, esta academia está situada en un lugar donde los humanos normales no pueden ir. Allí podrás terminar tus estudios y aprender a ser una dama. -Papá, soy la hija de un mayordomo en el mundo humano. No merezco por ley… -Pero también eres la ahijada de un conde –replicó Sebastian poniendo un dedo en los labios de Letizia. Letizia asintió. Sebastian dedicó el resto del día a explicarle cómo era la Academia y cuáles eran sus reglas principales. -“No correr por los pasillos”, “No gritar en la capilla, la biblioteca o el jardín”, “Las barcas del lago solo las pueden usar los alumnos de tercero en adelante”, “Uniforme planchado…” El horario estricto que tendría. -6:30 a.m. Hora de levantarse; 7:00 a.m. Té de la Mañana; 8:00 a.m. Empiezan las clases; 9:00 a.m. Desayuno; 10:30 a.m. Clases; 12:00 a.m. Almuerzo; 12:30 a.m. Clases; las tardes son libres… Y la composición interna de la Academia. -Hay un total de siete casas. Todos los alumnos pasan por las siete casas a lo largo de su estancia en el College, es decir, que estarás en una Casa distinta cada año. Las siete casas son: -Hurdo: la Casa de los Alumnos de Primer Año. Representada por un Carnero Blanco, símbolo de pureza. -Lerpo: la Casa de los Alumnos de Segundo Año. Representada por un Ciervo Dorado, símbolo de madurez. -Haidel: la Casa de los Alumnos de Tercer Año. Representada por un León Escarlata, al igual que el emblema de Inglaterra. Símbolo de Fortaleza. -Terfud: la Casa de los Alumnos de Cuarto Año. Representada por una Lechuza Azul Zafiro, símbolo de Atenea, la Diosa de la Sabiduría. -Navudi: la Casa de los Alumnos de Quinto Año. Representada por un Murciélago Negro, símbolo de impureza bíblica. Se dice que esta edad es la más peligrosa y problemática para un adolescente, de ahí el símbolo del murciélago. -Wasasi: la Casa de los Alumnos de Sexto Año. Representada por un Toro Marrón, símbolo de fuerza. Este símbolo se da porque se ha superado el año anterior, el más duro para el alumno, que ha sido liberado. -Deisuke: la Casa de los Veteranos o Alumnos de Séptimo Año. Representada por una Ballena Gris, animal longevo. En este año se espera que el alumno haya alcanzado todos los objetivos que impone la Academia. »La Sietes Casas fueron construidas para evitar bullying y desde hace más de cincuenta años no ha habido ningún altercado. Pasaban los días, las semanas y el día en que Letizia tenía que ir a la Academia, se aproximaba. Día tras día, su padre le daba información nueva y le refrescaba la que ya sabía. Letizia tenía que ir muy preparada para poder enfrentarse a aquel mundo misterioso. Un mundo en el que, por una vez, su padre no estaría para protegerla. Cuando por fin llegó el día de partir, Sebastian y Ciel fueron a despedirla a la estación. -Responderás con el apellido Phantomhive –explicó Ciel antes de que subiera-. Puede que te abra más de una puerta… -¡Pasajeros al tren! –gritó el maquinista. La hora había llegado. Ciel se alejó unos metros para dejar al padre y a la hija solos y que así pudieran despedirse. Letizia se abrazó a Sebastian con fuerza. Tras tantos años a su lado, esta era la primera vez que se separaba de él y no quería. Su padre le daba seguridad, protección, confianza, amor… Todo aquello que no encontraría en la Academia o que tardaría en encontrar. -No tengas miedo, cielo –le dijo Sebastian mientras la abrazaba con fuerza-. Estés donde estés, siempre estaré a tu lado. Sebastian se arrodilló para estar a su altura. Letizia no dejaba de abrazarle y Sebastian de sonreír. -¿Volveré a verte? –le preguntó la niña al borde del llanto. -Sí, mi vida. Dentro de siete años. -Pero es mucho… -Para un humano. Para un demonio, es como un suspiro. Dicho esto, Sebastian la separó de su lado con suavidad. Letizia tenía que subir al tren o lo perdería. -Anda, vete –le dijo su padre dándole en la nariz con la yema del índice. El mayordomo y el amo vieron cómo Letizia subía al tren en silencio. Las puertas se cerraban al poco y el tren se puso en marcha. Sebastian ya pensaba que no la volvería a ver, cuando Letizia se asomó por una ventana y se despidió con la mano. Su padre respondió con el mismo gesto, a diferencia de su padrino, que se limitó a verla marchar de brazos cruzados. Siete años sin verse. -Cuando venga no la reconoceré –musitó Sebastian. -Puede que ella a ti tampoco.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Jue Sep 12, 2013 7:48 am | |
| Siento no haber publicado ayer. El otro libro me urgía un poco más, sorry. De todas formas os lo compenso: - Spoiler:
Este Mayordomo tiene morriña
Camino al Imperial College, Letizia extrañaba muchísimo a tu padre y a su tito. En cuanto el tren empezó a moverse lo primero que hizo fue buscar una ventanilla por la que asomarse y despedirse. En cuanto les perdió de vista, supo que hasta pasados siete años no les volvería a ver. ¿La reconocerían? ¿Se acordarían de ella cuando acabara sus estudios? Con estos pensamientos y el corazón encogido, Letizia fue a buscar un compartimento vacío. Encontró uno en el que su ocupante dormía, ocupando dos asientos. Letizia se sentó justo en frente, al lado de la ventana para ver el paisaje. Era un paisaje bonito, de la verde campiña inglesa, pero tampoco nada del otro mundo. -Disculpa, ese es mi sitio. Letizia se volvió hacia la persona que había hablado, pero allí no había nadie. ¿Se lo habría imaginado? Tampoco estaba tan cansada como para afirmar que lo había soñado. -Perdona… Letizia miró ante la insistencia de la voz, preocupada por su salud mental. A lo mejor era otro síntoma de ser un demonio: oír voces. -Oh, perdona, culpa mía. De repente, apareció al lado de Letizia un chico de su edad, rubio de ojos marrones. Estaba de pie y ligeramente inclinado hacia delante. Al verlo aparecer de repente, Letizia dio un respingo y pegó un grito, pero no llegó a despertar al otro viajero. -Mis disculpas, jovencita –dijo el chico llevándose una mano a la cabeza en actitud de torpeza-. No estoy acostumbrado a utilizar mis poderes, así que entreno siempre que puedo. Letizia seguía mirándolo, asustada. Al ver la expresión de su rostro, el chico se sentó a su lado y se presentó. -Siento mucho haberte asustado, jovencita. Me llamo Judá –dijo tendiéndole la mano y sonriendo ampliamente-. Judá Shadowgauzy. -Ehm… Letizia Phantomhive. -Encantado, Letizia –dijo estrechándole la mano con fuerza. Acto seguido hubo un incómodo silencio que Judá decidió romper al ver que el ambiente era bastante tenso. -Y tú… ¿cómo ingresaste en la Academia? -¿Yo? Oh, pues… Mi padrino y mi padre decidieron matricularme. Querían que terminara de formarme aquí y que aprendiera la correcta educación. -¡Anda! Entonces como yo. Soy el segundo de tres hermanos, así que se espera mucho de mí. Sobre todo por mi hermano, que me ha dejado el listón bien alto. ¿Tú tienes hermanos? Acostumbrada a no tener muchas relaciones sociales, Letizia se sentía incómoda. Quizá también por eso quisieron su padre y su tito que fuera a la Academia, para que conociera gente y se socializara. Si era así, tenía que poner todo de su parte para superar el desafío. -No, no tengo hermanos. Al menos que yo conozca. Sé que soy melliza, pero el otro bebé murió en el parto. -Oh, vaya lo siento –Judá parecía simpático, o por lo menos demostraba ampliamente sus sentimientos, sin reparo alguno. En ese momento, el otro viajero, el que estaba dormido en el asiento de enfrente, produjo un profundo ronquido y se movió ligeramente. Letizia no pudo evitar el fijarse en él, haciendo que Judá riera por lo bajo. -Ese chico es de lo que no hay. Le conocí hace apenas unos minutos. Me había instalado aquí cuando vino, se presentó, se sentó, le dije que iba a la cafetería y cuando volví… Bueno, lleva así desde entonces. Ah, y tú también apareciste. Letizia se sonrojó, muerta de vergüenza, pero Judá echó a reír. -No pasa nada. Es una experiencia nueva para todos, es normal que nuestro comportamiento sea… peculiar. Las dos horas siguientes las pasaron hablando de ellos mismos. Judá era el segundo de tres hermanos; su hermano mayor estuvo en el College hacía ya diez años y su hermano pequeño ingresaría dentro de cinco, cuando ellos estuvieran terminando. Pertenecía a una familia de condes muy poderosos de Escocia… -¿Y cómo puedes hacerte invisible? –preguntó Letizia. -Oh, eso es porque de pequeño me caí en el Lago Ness –explicó el chico algo tímido-. Parece ser que si caes en ese lago la Noche de Brujas, adquieres poderes sobrenaturales. En mi caso, ya ves, puedo hacerme invisible. Antes no podía controlarlo, ahora sí, pero a veces se me olvida que soy invisible, como pasó antes. Te pido de nuevo perdón. Vaya susto te pegué… -No pasa nada. -¿Y tú? –preguntó Judá emocionado-. ¿Qué poderes tienes? Letizia enmudeció. Técnicamente no tenía poderes, sino que era la hija de un demonio… No podía decirle aquello, podría manchar su reputación ante aquel chico tan simpático e incluso en la escuela, convirtiendo sus siete años de internamiento en siete años de prisión. -Pues, verás… No tengo poderes… -¿Eh? Imposible –replicó Judá, que no se daba por vencido-. Ienes que tener una habilidad especial, si no, no te aceptan en el College. Letizia estaba entre la espada y la pared. No tenía escapatoria, tenía que decírselo. Justo cuando abrió los labios para decírselo, el otro pasajero empezaba a desesperezarse y a incorporarse en su asiento. -Agh… qué bien he dormido –dijo bostezando. -Vaya, por fin despiertas, Edgy –comentó Judá sonriendo. -Tengo que descansar y mantenerme tranquilo si no queremos que el demoni que habita dentro de mí escape. ¿Demonio? ¿Letizia había oído bien? ¿Aquel chico tenía el mismo problema que ella? El pasajero desconocido reparó en ella y la miró fijamente, haciendo que Letizia desviara la mirada, incómoda. El chico parecía un poco más mayor que ella y que Judá. Era delgado, de ojos color púrpura y pelo negro azulado, bastante apuesto. -Oh, esta es Letizia. Vino al poco de que te durmieras –comentó Judá pasando un amistoso brazo por los los hombros de Letizia-. Ahora me iba a decir por qué iba al Imperial College. El chico de enfrente empezó a analizarla con la mirada, incomodando aún más a Letizia, que ni siquiera encontraba las palabras adecuadas para hablarle. -Encantado, Letizia –dijo levantándose de su asiento y tendiéndole la mano, todo con aquel extraño humor somnoliento-. Soy Marcus Edgysoul. Pero todos me llaman Edgy. -Hola, Edgy –Letizia le estrechó la mano con timidez-. Soy Letizia Phantomhive. Edgy abrió los ojos como platos al oír su apellido, asustando a Letizia, que no quería causar una mala impresión. -¿Phantomhive? ¿Eres hija del conde de Phantomhive? -En realidad soy su ahijada –dijo Letizia levantando las manos en actitud defensiva. -¡Qué guay! Cómo te envidio. Puedes tener sus productos antes de tiempo, ¿no? La repentina euforia de Marcus, sorprendió muchísimo a Letizia, que empezaba a acostumbrarse a los cambios repentinos de humor de aquel dúo. -Eh, bueno, sí… Por mi cumpleaños solía regalarme juguetes de su empresa… -¡Qué pasada! Dime, ¿tienes ya la nueva SCH-98? -¿Eh? No… -¡La van a sacar al mercado a finales de año! Tengo unas ganas tremendas de hacerme con ella… -¡Marcus, cuidado! –gritó Judá señalando detrás de Edgy. La sombra del adolescente empezó a acrecentarse y a adquirir una monstruosa forma demoniaca. Marcus se volvió para verla con horror, pero la sombra desapareció poco después, junto con el afable humor del chico. -Por eso no puedo emocionarme… -comentó con parsimonia. Letizia se había asustado tanto que se había abrazado a Judá. Al reparar en su acción, se separó rápidamente, pero a Judá no le importó. Faltaban apenas cinco horas de viaje, por lo que decidieron ir a la cafetería a por algo para comer. Allí había gente de todo tipo. Gente que Letizia jamás hubiera imaginado que existía. Chicos que escupían fuego, otros que invocaban llamas azules, otros que podían desmembrarse sin problemas… -Aquí encontrarás gente de todo tipo. Todos somos especiales y únicos, aunque la gente normal piense que estamos malditos –dijo Judá acercándose a la barra para pedir-. Bueno, ¿me dirás ya cuál es tu poder? Letizia estaba más cómoda ahora que veía que todos eran en cierto modo “especiales”, por lo que se lo dijo sin problemas. -Soy hija de un demonio. La respuesta hizo que todos los que estaban en la cafetería dejaran sus conversaciones y su comida para volverse hacia ella. Letizia empezaba a amoldarse a aquel sitio, a soltarse, pero parecía que no iba a poder encajar en aquel sitio. Al ver la situación, Judá pagó y se la llevó a su compartimento. Marcus estaba mirando por la ventana. -¿Cómo que eres hija de un demonio? –repitió Judá cerrando la puerta tras de sí. -Eso… Mi padre… -¿Sabes lo que eso significa? –Letizia estaba a punto de echarse a llorar cuando sintió las manos de Judá aferrándose a sus brazos-. ¡Bienvenida! La extraña reacción de Judá desconcertó aún más a Letizia. -¡Pero, en la cafetería todos se volvieron hacia mí! –replicó la niña. -Es normal. No suele verse un hijo de demonio todos los días –comentó Marcus-. Mi caso también es especial. Bastante especial, ya que tengo un demonio dentro de mí y si no lo controlo, se escapa. -Los alumnos que están relacionados con los demonios son los más atractivos a ojos de alumnos y profesores. No dejan de ser criaturas peligrosas, por lo que las personas que son hijas o tienen algún vínculo con demonios, tienen que demostrar una fuerza de voluntad tremenda. Todos te miraron en la cafetería por eso, no porque fuera algo malo. Eres muy afortunada, Letizia. Aquí te sentirás como en casa. Quedaban ya veinte minutos para llegar por lo que todos los alumnos que iban en el tren se pusieron el uniforme de la escuela antes de bajar. Cuando por fin llegaron, Judá no pudo reprimir su ilusión y su euforia. Marcus lo haría si no fuera por su problema y Letizia sentía cierto recelo todavía. No acababa de convencerse del todo. Una vez abajo, los alumnos fueron recibidos por varios profesores y bedeles, cada uno para guiar a un curso distinto. -¡Los de cuarto! -¡Aquí los de segundo, por favor! -Esto es fantástico –decía Judá sin parar. A Letizia le agradaba aquel comportamiento tan alegre y simpático. Se centró tanto en él que no reparó en el alumno de quinto que tenía delante. Ambos chocaron, haciendo que Letizia cayera al suelo y el veterano montara en cólera. El alumno de quinto era un chicarrón de metro ochenta de alto, musculoso, de pelo castaño, cortado casi al cero y un par de cicatrices en su rostro. A juzgar por el color de su uniforme, el veterano debía pertenecer a la Casa Wasasi, la de los alumnos fuertes. -Serás… ¡Malditos críos de primero! El alumno levantó una mano dispuesto a descargarla sobre Letizia, que cerró los ojos instintivamente, pero nunca llegó a recibir el golpe. Otro hombre más mayor se había interpuesto entre ambos y agarraba con fuerza el antebrazo del alumno de quinto. -Creo que tienes que ir por allí –dijo el hombre, tranquilo, señalándole en una dirección. El veterano se zafó con un rápido movimiento de la mano del extraño y se dio la vuelta. Antes de marcharse, el alumno de quinto fulminó con la mirada a Letizia, que seguía en el suelo, temblando de miedo. -¡Phantomhive! –gritó Judá yendo a su lado-. ¿Estás bien? -Sí, lo estoy –respondió a su amigo. -Menos mal que había un maestro para ayudarte. -¿Maestro? Letizia se volvió hacia su salvador. En efecto, era un maestro, ataviado con una larga túnica negra. Por algún motivo, aquel hombre le resultaba a Letizia muy familiar… -Siento mucho lo ocurrido, pequeña –dijo tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse-. Soy vuestro maestro de Control Espiritual: Michaelis. -Muchas gracias, maestro. El hombre levantó a Letizia con facilidad, como si de una pluma se tratara. Una vez en pie, el maestro les preguntó por su año. -Somos de primero, señor –respondió Judá con orgullo. -De primero, ¿eh? Pues entonces seguid a la Maestra Manners. Ella será vuestra directora de Casa. -¿Usted a qué Casa dirige? –preguntó Judá emocionado. -¿Yo? A la Casa Hailder. -¿La de tercero? Vaya, entonces tardaremos en vernos. El maestro Michaelis sonrió con cariño a los dos niños. -Ya dije que iba a ser vuestro maestro. Nos veremos este año en clase. El maestro se fue de allí con los de su Casa. En ese momento llegaba Marcus para avisar a Judá y Letizia. -Vamos, que se van sin vosotros –dijo con su típico tono neutral-. Yo me voy a la Casa Hailder. Os veo a la cena… La maestra Manners era una anciana obsesionada con los modales que precisamente iba a enseñarles esa asignatura. El Director pensaba que enseñar modales desde primero encaminaba a los alumnos el resto de su estancia en el College, de ahí que ella fuera la directora de la Casa Hurdo, la de los novatos, representado por un carnero blanco. La túnica que tenían que llevar era precisamente blanca, símbolo de pureza, pero que se ensuciaba enseguida en clase o debido a las gracias de los veteranos. Tras conocer el lugar donde se hospedarían en el College, una casita de madera cerca del bosque, los alumnos se dividieron en chicos y chicas y fueron a sus dormitorios. -Bueno, Letizia, nos vemos en un ratito –dijo Judá, emocionado. -¿Tenemos que separarnos? –ahora que Letizia había hecho un simpático amigo no quería separarse de él. -No pasa nada, solo tienes que entrar y buscar tu maleta. En la cama en la que esté es donde dormirás. Judá se fue a su dormitorio, dejando a Letizia sola y preocupada. La niña cogió aire y fue al dormitorio. Allí había chicas de su edad, algunas hablando entre ellas, otras leyendo cartas o deshaciendo la maleta. Letizia se mezcló con ellas, buscando su maleta hasta dar con ella. Su cama estaba justo al lado de una enorme ventana que daba a un espléndido balcón pero los alumnos tenían prohibido salir para evitar accidentes. Una verdadera pena, porque la vista sería fantástica. Letizia se asomó por la ventana. Justo enfrente tenía el enorme castillo de estilo gótico donde viviría durante siete años. Por algún motivo, Letizia se acordó de su padre y de su padrino, Ciel. La chica suspiró. Siete años sin verles era demasiado. -Ojalá estuvieran aquí… -¿Echas de menos a alguien? –dijo una voz a su espalda. Letizia se volvió para ver a una chica de su edad, algo tímida. La chica ya llevaba puesto el uniforme de su casa, a diferencia de Letizia, y aunque se había acercado a Letizia, se mostraba más tímida que ella. Su pelo, blanco y ondulado, le daba cierto aire de misterio encantador que embellecía su esbelta figura. Era una chica bastante guapa, pensó Letizia, no como ella… -Eh, sí… A mi padre y mi padrino –respondió Letizia. La chica se acercó un poco más pero sin dejar de mirar al suelo. Incómoda, Letizia le preguntó si echaba de menos a alguien. -Yo… Soy huérfana. Aquello Letizia no se lo esperaba. Ahora sí que no sabía qué hacer, si seguir hablando o marcharse de allí corriendo con Judá. Pero aquella chica iba a convivir con ella durante siete años, tenía que empezar a perder el miedo y la timidez si quería que su estancia allí fuera placentera. -Oh, vaya, lo siento. -No… No te preocupes –dijo la otra chica-. Está bien… Mi familia adoptiva es muy buena conmigo. Algo no encajaba. Si aquella chica estaba allí era porque tenía un “poder especial”, pero si era huérfana y tenía una familia adoptiva que no conocía su pasado, ¿cómo podía saber cuál es su poder? -Si te sirve de consuelo, mi madre y mi hermano murieron en el parto –aquello claramente que no animaba a nadie, pero Letizia no sabía qué decir o hacer. Curiosamente, la tétrica conversación animó un poco a la chica tímida. -Mi familia adoptiva vive en un castillo cerca de Londres. -¡Anda! La mía también –quizá el eufórico tono de Letizia fue demasiado para la chica tímida, que dio un paso hacia atrás-. Perdona, no quería asustarte. Verás, es mi primer día como tú, pero nunca antes había estado con tanta gente. Es más nunca me había relacionado con nadie que no fuera mi padre y en ocasiones mi padrino, por lo que esto de hacer amigos se me da muy mal. Además, soy hija de un demonio y… Letizia reparó en que la otra chica empezaba a mirarla con un brillo de esperanza en sus ojos. -Yo… Me siento igual. No quería venir por lo mismo que tú. Verás, no tengo amigos ni conocidos porque los espanto. -¿Y eso? Si eres muy simpática… De repente, sin motivo aparente, la chica emitió un agudo chillido. Sus facciones delicadas, similares a las de la porcelana, se tornaron desagradable y demoniacas. Sus ojos se volvieron rojos, más intensos que los de Letizia, su boca aumentó de tamaño y sus dientes, perfectamente colocados ahora eran colmillos amarillos sin alinear y de distinto tamaño. Aquella terrible imagen duró unos segundos, cuando la chica volvió a ser como era. De todas formas, el susto que se llevó Letizia fue considerable. -Perdona, yo… Yo… -dijo la chica al borde del llanto. Letizia enseguida corrió a tranquilizarla. -No pasa nada. Seguro que hay aquí más gente que le pase lo mismo. Es más, yo sin ir más lejos. Aún estoy aprendiendo a controlar mis poderes. Aquellas palabras animaron un poco la chica, que al menos alzó la mirada hacia Letizia y dibujó una pequeña sonrisa en su rostro. -No me he presentado, maleducada de mí –dijo Letizia tendiéndole la mano-. Soy Letizia Phantomhive y soy un demonio. La otra chica le dio la mano con desconfianza y se la estrechó. -Gloria Acutecry y soy una Banshee. Un chico que se hacía invisible, otro que tenía un demonio en su interior y una chica Banshee. En verdad, la gente que acudía a aquel sitio era especial. Con una nueva aliada, Letizia fue a reunirse con Judá a la entrada del castillo. Allí le presentó a su nueva amiga. -Esta es Gloria. -Encantado, soy Judá. Ambos se dieron la mano amistosamente para después seguir junto con Letizia a la Maestra Manners, que los llevó al comedor. Allí, alumnos de maestros se ponían las botas. Todos excepto Letizia, que no podía saciar su hambre con comida humana. -¿Y de qué os alimentáis los demonios? –preguntó Judá mientras devoraba unas chuletillas. -De almas humanas –respondió Letizia llevándose una mano a la cabeza-. O eso me ha dicho mi padre. Solamente llevo un año con esta forma, todavía no he probado las almas humanas. -Las Banshees también… -dijo Gloria, que comía como un pajarito. -Bueno, mientras sigas viva… -comentó Judá sonriendo. Letizia alzó la mirada al comedor. En la mesa de los novatos había varios problemas de control de poderes mientras que los veteranos se mostraban casi como humanos normales. Hasta sus modales eran mejores que los de los novatos. Letizia se fijó en la mesa donde estaba Marcus. El chico charlaba “animadamente” con otro amigo sin apenas atender a su plato. ¿Le pasaría lo mismo que a ella? -Pst, Phantomhive, ¿te has fijado en aquel maestro? –Judá le señaló al maestro que la había salvado de los veteranos-. ¿Crees que también será un demonio? Lo digo porque no come… El Maestro Michaelis. Aquel hombre le recordaba a Letizia a su padre. Físicamente se parecían bastante, aunque su padre no llevaba gafas y la manera de vestir dejara mucho que desear. Después de la cena los alumnos se retiraron a sus habitaciones. Al día siguiente empezarían las clases del curso y necesitaban descansar. Todos excepto… -No necesito dormir –dijo Letizia, que estaba sentada al borde de su cama, hablando con Gloria, que estaba en la cama de enfrente. -Vaya… -Tú descansa, Gloria –dijo sonriendo-. Ya veré qué hago. En cuanto todas las chicas del dormitorio se hubieron dormido, Letizia se vistió con su ropa normal y fue a dar una vuelta. Con un poco de suerte se encontraría con alguien nocturno, como ella. Curiosamente, desde el castillo se oía ajetreo. Estarían preparando las clases si no fuera porque se oían voces de alumnos también. -Son los alumnos nocturnos. Duermen de día y estudian de noche. Letizia se volvió para ver a aquel misterioso maestro a su lado. Cómo había llegado allí era algo que Letizia desconocía. El maestro se volvió hacia ella, sonriendo. -¿Tú también eres nocturna? -No… No necesito dormir –en ese momento Letizia reparó en que el maestro también estaba levantado a deshora. -Ven, hay algo que quiero contarte –dijo el maestro dándose la vuelta y encaminándose al castillo. El extraño maestro guió a Letizia por lugares que muy pocos conocerían: las mazmorras. Allí era donde vivían los alumnos de cuarto, los de la Casa Navudi. El maestro se paró delante de una puerta y la abrió, entrando dentro. Letizia dudó en seguirle, pero si la había llamado sería por algo. La chica entró y cerró la puerta tras de sí. El maestro había dejado el candelabro que llevaba de la mano sobre su despacho y se había situado delante del escritorio. -Señor, ¿también es un demonio? –preguntó Letizia, dubitativa. El maestro se dedicó a reír y a quitarse las gafas. -Ya veo que no me has reconocido –dijo peinándose de distinta manera. El corazón de Letizia dio un vuelco. Delante de ella estaba Sebastian, su padre. Sin poder reprimir el impulso, Letizia corrió a abrazarle. Su padre la tomó en brazos y respondió al abrazo. -¿Qué haces aquí? –le preguntó abrazándole con fuerza, como si hiciera tiempo que no le veía. -No podía esperar a verte dentro de siete años, cielo –respondió su padre. Sebastian bajó a su hija, que no quería desprenderse de él. -Pensé que cuando te dijera mi apellido me reconocerías –comentó Sebastian llevándose una mano al mentón. -Papá, no sé cómo te apellidas. Hubo un breve silencio algo incómodo. Sebastian juraría que Letizia sabía su apellido, pero como la mayoría de las veces respondía con el apellido de su amo, era lógico que no lo reconociera enseguida. -¿Qué tal está tito Ciel? -Bien. Me ha ordenado venir mientras él estaba fuera. -Pero… Son siete años… -Ya se las apañará para colarse en la Academia. Letizia pasó el resto de la noche con su padre, abrazada a él. De vez en cuando hablaban del viaje, de los nuevos amigos de Letizia y de lo nerviosa que estaba por empezar el curso. Entrada la noche, Sebastian tenía que preparar las clases del día siguiente. Al ser el director de Tercer Año, estaría más tiempo con ellos que con los demás cursos, pero iba a ver a Letizia por la tarde sin problemas. -¿De qué va tu asignatura? –le preguntó Letizia. -Os enseñaré a controlar vuestros distintos poderes y a que halléis la armonía interna para alcanzar dicho control. -Espero que sea divertido… -Lo será, mi amor –dijo Sebastian besándole en la frente. Mientras Sebastian revisaba papeles, Letizia estaba cómodamente sentada en su regazo, con la cabeza apoyada en el pecho de su padre y los ojos cerrados. Podía oír los latidos de su corazón, suaves y tranquilos, al contrario que su respiración. En un momento dado, Sebastian le dijo que no necesitaban respirar. Al despuntar el alba, Sebastian le apremió a Letizia para que fuera al comedor. -¿Puedo venir en otra ocasión? –le preguntó su hija mientras se ponía la túnica blanca de su Casa. -Siempre que quieras, cariño. Si viene algún alumno nocturno, te escondes y ya está. Prefiero que no sepan que eres mi hija. No quiero causarte problemas… Letizia le dio un beso y se fue a “desayunar”. Allí se encontró con Gloria y Judá, que estaban desayunando. -Buenos días, chicos. -Muy bunas –dijo Judá con su típico humor risueño de siempre-. No desayunarás, supongo. -No –rió Letizia. Después del desayuno, los tres amigos fueron a su primera clase, Teoría de los Poderes, donde aprenderían más acerca de sus misteriosos poderes sobrenaturales. En clase, los tres amigos se sentaron en primera fila, pensando que los pupitres estaban vacíos. Cuál sería su sorpresa al ver un grupito de chicas acercarse a ellos y empezar a increparles y a decirles que se marcharan. Letizia y Gloria eran bastante tímidas, por lo que Judá tuvo que dar la cara. -Lo siento, estos asientos estaban libres cuando hemos llegado. -No, cabeza-huevo, estos son nuestros asientos –dijo la que parecía ser la líder del grupo, una chica de pelo largo y negro y cara de pocos amigos. -Si es así, enséñame pruebas. -¿Pruebas? ¿Qué dices? No necesito pruebas… -Sin pruebas no puedes culparme… La matona agarró a Judá por la pechera y empezó a amenazarle. -Que os marchéis de aquí, pringados –escupió. -¿Por qué tendrían que marcharse, Maskira? Otra chica, un poco más bajita que Maskira, de pelo castaño y largo hasta la cintura recogido en una enorme trenza, estaba sentada en el pupitre de al lado, mirando la pelea. Cuando vio que aquello se estaba yendo de las manos, decidió intervenir. -Alice… Esto no es asunto tuyo –dijo Maskira soltando a Judá, que cayó sobre el pupitre, y enfrentándose a la chica. -Puede, pero ya sabes lo que me gustan los fregaos –dijo chascándose los dedos, dispuesta a llegar a las manos si era necesario. El lenguaje soez de la chica nueva sorprendió a Letizia y sus amigos, que eran de cunas más altas y no estaban acostumbrados a oír aquella jerga. De repente, llegó un maestro para avisar del retraso de la clase. Era Sebastian. -Por favor, prestadme un minuto de atención. El maestro Sensui llegará tarde. Ha tenido un aviso urgente de última hora. Maskira y Alice dejaron de pelearse por el momento. -Después del almuerzo en el jardín principal –la retó Maskira. -Sabes que voy a barrer el suelo con tu jeta. Maskira y su grupito se marcharon de allí, dejando al trío anonadado. Alice se acercó esperando que le dieran las gracias. -No hay de qué, chavales. Por cierto soy Mindful, Alice Mindful. Letizia, Judá y Gloria seguían desconcertados. El vocabulario de la chica era bastante chocante… -¿Ocurre algo? Ey, Tierra llamando a… -Perdona –dijo Letizia-. Es que no estoy acostumbrada a ese… acento… Judá y Gloria asintieron al unísono. -Ah, vale. Sí, creo que soy la única de por aquí que nació en la aristocracia pero se crio con el populacho. En cierto modo, vine pa`quí a mejorar mis modales. Una nueva amistad más para Letizia y su pequeño grupo, que ahora era bastante numeroso. Sebastian cuidó de la clase hasta que llegó el maestro Sensui. Después de esta clase tuvieron otras dos hasta que llegó la hora del almuerzo. Toda la escuela sabía que había pelea en el jardín. -Phantomhive, es Mindful, se va a pelear con Stonesight. Stonesight. Se referiría a Maskira. Letizia fue con Gloria y Judá al jardín principal, donde Alice se preparaba para enfrentarse a Maskira y todo su grupo, un total de doce chicas. -¡Está loca! –dijo Letizia al verla. Trató de ir a su lado, pero Gloria la detuvo. -No es tu problema… -dijo en un susurro. -No, es cierto, pero no quiero que tenga más. Dicho esto, Letizia corrió al lado de Alice y agarrándola por los hombros trató de hacerle entrar en razón. -¿Cómo vas a ganar a doce chicas como esas? –le preguntó echando un vistazos al grupito. Todas las chicas parecían rudas y fuertes, a diferencia de Alice. -No te preocupes, dama. Ahora verás mi poder. La pelea empezó. Alice se separó de Letizia y fue al encuentro de Maskira, que tenía un as guardado en la manga. A una señal, las demás chicas se abalanzaron sobre ella, unas convertidas en terribles criaturas semejantes a felinos, otras eran Banshees como Gloria y dos no tenían aparentemente poderes. Alice se quedó de pie en el centro de jardín, sin moverse. Letizia corrió a su lado para salvarla, cuando… Las atacantes de Alice se detuvieron en el aire de pronto. Alice aprovechó para moverlas con facilidad a su antojo y… De la misma manera que se petrificaron en el aire, volvieron a moverse, chocando entre ellas. Las matonas se fueron de allí, doloridas y humilladas, dejando a Maskira sola. -¡Eh, volved! -Solo quedas tú, dama –dijo Alice, retándola. Maskira se fue corriendo tras sus compañeras mientras Alice se daba la vuelta para hablar con Alice, que volvía a estar anonadada. -Tierra llamando a Phantomhive –dijo dándole unos golpecitos en la frente. -C-c-cómo… -Mi poder consiste en manipular los objetos del entorno con la mente. Puedo mover objetos sólidos de todo tipo y peso. Letizia seguía mirando al infinito y con la boca abierta. Alice no pudo reprimir una risita. -Creo que seremos muy buenas amigas, Phantomhive. -Letizia –dijo la chica-. Puedes llamarme Letizia. Tras el incidente, Alice ganó una gran reputación que le supuso incluso el entrar a aspirante a prefecto. Los prefectos representaban a los directores de las Casas cuando esto son estaban y llevaban las normas del College con ellos. Además de gozar de varios privilegios. -Un brindis, por Alice, la valiente. El antes trío, ahora cuarteto, se reunió en el mirador de la Escuela para brindar por la hazaña de Alice ante Maskira y las suyas. -Así aprenderán –dijo Judá tras beber de un trago su bebida. -No eran rivales pa`mí. Mehenfrentado a cosas peores. No llevaban ni dos días y aquel parecía ser el principio de una bonita amistad. Sebastian miró en todo momento a su hija, tanto en clase, como en la pelea, como en la fiesta. Su pequeña había crecido de repente. Con el corazón en un puño, el demonio se despojó de sus gafas y su túnica de maestro para volver a ser el mayordomo que era. Letizia no le iba a necesitar a partir de entonces. Había demostrado poder valérselas por sí misma, luchar por sus amigos, y éstos eran de fiar. -Hasta dentro de siete años, cielo –murmuró Sebastian marchándose de allí.
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Dom Sep 15, 2013 4:37 pm | |
| Siento de nuevo no haber publicado. Ya hay que volver a las clases y entre despedidas de amigos y mudanzas se me va el tiempo. - Spoiler:
Este Mayordomo se reencuentra Verano de 1908. Letizia hacía ya siete años que había ingresado en el Imperial College, la Academia más prestigiosa par alumnos especiales de toda Inglaterra. Durante siete años, Sebastian estuvo al servicio de su amo, como en el pasado. De vez en cuando recibía cartas o telegramas de su hija, los cuales leía de noche, mientras su amo descansaba. Otoño de 1902 Hola, papá. Ya estamos en Segundo Año. Tenía ganas de volver a la Academia y eso que he visto en el verano a los chicos. Tenemos todos muchas ganas de empezar el curso y de vivir grandes momentos juntos. Os echo de menos a ti y a tito Ciel, sobre todo a ti y más aún desde que dejaste de ser maestro. Un beso, Letty
Invierno de 1902 ¡Ya vamos a empezar los exámenes! Estamos todos muy nerviosos y no paramos de estudiar como locos. Nos sale humo de las orejas y todo (en realidad era el burrito de Alice). Te mando una foto para que veas lo bien que nos va. No paras de decirme que he crecido, pero yo no veo diferencia. Te quiero papá, Besos para ti y tito Ciel
Verano de 1903 ¡Ya acabamos el curso! Y adivina qué. ¡Alice va a ser Prefecta! Estamos todos muy contentos por ella. Le hicimos otra fiesta como la de hace un año, cuando se enfrentó a Maskira, que también es Prefecta de su Casa. Te mando una foto de nuestra graduación. Os quiero
Verano de 1904 Siento no haber escrito antes. Hemos tenido un año muy duro con muchos trabajos y exámenes y no hemos parado. Además, a Gloria y Marcus les daban ataques a veces y no podían controlar sus poderes. Estamos ya todos bien. Alice hasta las cejas con lo de ser Prefecta (ya va perdiendo el acento sureño que traía a la Academia). Judá como siempre, sonriendo (hasta cuando duerme sonríe). Gloria ya controla el poder Banshee y es menos tímida y Marcus puede mostrar algunos sentimientos pero con cuidado no sea que salga el demonio que lleva dentro. ¡Ya falta menos para vernos! Un beso
Invierno de 1907 Hola, papá. Hemos tenido problemas en la Academia. Nos han atacado una especie de muertos vivientes horribles. Hemos estado incomunicados meses ya que se comieron las lechuzas y las palomas y hasta el cable de la electricidad. En mi vida había pasado tanto miedo. Estamos todos bien por suerte. Nos han mordido en alguna ocasión pero no ha sido grave. Muchos alumnos han muerto, sobre todo novatos. Era horrible saber la noticia o ver sus pequeños cuerpos descuartizados por toda la Academia. Están investigando el brote, pero por ahora no se sabe nada. Encima el Director huyó justo cuando empezó el ataque. Te mantendré informado.
Invierno de 1908 ¡Ya solo me queda medio año! Por suerte, después del ataque de los muertos no nos impidieron avanzar de curso, así que ya acabamos este año. Hace mucho que no te mando fotos. Aquí estamos en el nuevo dormitorio Gloria, Alice y yo. Yo no me veo cambiada, quizá el pelo más largo, pero Gloria está muy cambiada, y Alice sobre todo en la manera de vestir. La segunda foto es de una fiesta barbacoa que les hicimos a los de segundo y la tercera en el Lago un día que teníamos la tarde libre. Creo que hay alguna especie de calamar o pulpo gigante por ahí abajo. Lo digo por esos tentáculos tan grandes que salen de fondo. Ah, y antes de que acabe el curso, Judá le va a pedir a Gloria salir. Espero que salga todo bien. Hacen muy buena pareja. Bueno, tendré que seguir estudiando. Besos a ti y tito Ciel
Y por fin llegó la tan ansiada fecha en la que Sebastian y Ciel volverían a ver a Letizia. Sebastian afirmaba que Letizia había crecido muchísimo a juzgar por las fotografías adjuntas a las cartas. Quizá era lo que más rabia le daba como padre, el haber perdido siete años enteros sin ver crecer a su niña, ahora ya toda una mujer. -¿Seguirá creciendo como un humano? –le preguntó el conde Phantomhive, un joven de cerca de 25 años, mientras esperaban en la estación. -Posiblemente, pero hay una época en la que ya empieza a crecer despacio y los cambios no se notan hasta pasados trescientos años por lo menos. El tren del Imperial College estaba llegando a la estación. Cuando se detuvo, Sebastian y Ciel miraron por todas las puertas a ver si veían a Letizia bajar. El tren quedó vacío y allí no aparecía la joven, que debería tener ya 19 años. -¿Habrán perdido el tren? –dijo Ciel mirando en derredor suyo. Sebastian se giró hacia su derecha justo para ver a un pequeño grupo de cinco adolescentes de entre 19 y 21 años caminar por el andén. Estaban animados y hablaban y bromeaban entre ellos. Dos de ellos iban de la mano, como pareja. Sebastian se quedó mudo de asombro. En siete años, una cantidad de tiempo ridícula para seres como ellos, habían cambiado bastante. Se les veía más maduros, más preparados, más seguros de sí mismos, incluso más guapos. De pronto, Sebastian sintió algo agarrándose a su cuerpo. Era Letizia que había corrido con la velocidad propia de los demonios y no había reparado en ella. -Hola, papá –dijo, emocionada. -Hola, cielo –dijo Sebastian respondiendo a su abrazo. El grupito se paró a su lado mientras Letizia saludaba a su padre y al conde Ciel. -Bueno, papá te acordarás de Judá –señaló a un chico de pelo rubio, algo rebelde y perilla, bastante fuerte y alto, que sonreía amigablemente de oreja a oreja. -Vaya, sí que has cambiado, Judá –dijo Sebastian estrechándole la mano-. Cuando te vi eras más pequeño y enjuto. -Y la voz, señor Michaelis –dijo con un fuerte vozarrón. Sebastian rió y Letizia pasó a presentarle al siguiente. -Y Gloria –señaló a una hermosa joven de pelo blanco, largo hasta la cintura y ondulado. -Has cogido peso, ¿eh? Lo necesitabas. -Muchas gracias por el cumplido, señor Michaelis –dijo Gloria, demostrando que había superado su timidez y que sus modales habían mejorado. -Ah, y Marcus. Ha venido a acompañarnos un trecho –señaló al más mayor de todos. Marcus no había cambiado mucho. Principalmente en el humor, ahora ya no se le veía tan cansado o afligido. -Veo que puedes mostrar tus sentimientos. -Es bastante duro, pero sí –dijo Marcus sonriendo. -Y ya por último, Alice, la chica que nos salvó de Maskira. -Un placer, señor Michaelis –dijo Alice reverenciándose ante el padre de Letizia. -Letizia me habló mucho de ti. Me dijo que llegaste a ser prefecta. Todo un honor, ¿verdad? -Sí, en efecto. Mis padres estaban muy orgullosos. -Y, bueno, chicos, este es mi padrino, el Conde de Phantomhive. Ciel hizo un saludo llevándose una mano al sombrero. Después de hacer las presentaciones, todos salieron de la estación, donde se despidieron. Marcus vivía en East End mientras que Gloria y Alice vivían en un castillo abandonado y el arrabal londinense, respectivamente. Judá era de Escocia, pero iba a pasar unos días con Gloria. -Bueno, chicos. Nos veremos un día de estos, ¿no? –dijo Letizia antes de despedirse. -Sí, dentro de unos meses–dijo Judá-. Te recuerdo la ceremonia… Letizia se volvió hacia su padre, que estaba detrás de ella, esperando a que se despidiera de sus amigos. Letizia le agarró del abrigo y empezó a tirar hacia abajo mientras hablaba atropelladamente. -Cielo, tranquila, ve más despacio –rió Sebastian. Letizia inspiró profundamente y empezó a contarle a él y a su tito una gran noticia. -Resulta que, debido a nuestro valor en la Academia mientras nos atacaban los muertos vivientes, la Reina en persona nos va a condecorar a nosotros y a otros alumnos. Lo malo es que será dentro de unos meses, en primavera, que es cuando podía. Los ojos de Letizia brillaban de emoción mientras pronunciaba cada palabra. Sus amigos escuchaban atentos, sonrojados y avergonzados. -Mis padres van a ir –comentó Judá, animando a Sebastian y Ciel a ir a la ceremonia. -Y los míos –añadió Marcus. -Gloria y yo no nos quedamos atrás –añadió Alice, volviendo un poco a sus raíces arrabaleras. Sebastian se volvió hacia su amo, quien era el único que podía darle permiso para ir o no. Abrumado por el peso de todas las miradas, Ciel accedió. -Es una oportunidad de oro para ver a la Reina… -añadió el conde, resaltando que iba por él no por su ahijada. Después, Letizia se despidió uno a uno de sus amigos y subió al carruaje que la llevaría de vuelta a casa. La joven seguía despidiéndose con la mano hasta que perdió de vista a sus amigos. Por el camino de vuelta a casa, Letizia les contó algunas anécdotas que no había puesto en sus cartas así como especificar al respecto sobre la ceremonia. -Pues todo ocurrió una noche. Estaba leyendo en el salón principal de la casa cuando oí gritos fuera. Miré por la ventana y vi la cabaña de los alumnos de primero que estaba siendo atacada. Prefería no levantar a nadie y fui para allá. Conseguí salvar a todos los que pude, pero casi todos murieron. Por suerte esas cosas eran lentas, así que pude levantar el puente levadizo y bajar el rastrillo. Llevé a los de primero a la Torre de Astronomía y los dejé al cargo de un alumno que encontré. Después toqué las campanas de la iglesia y desperté a todos los que dormían y puse alerta a los nocturnos. »Después, los mayores nos armamos y luchamos contra esas cosas, que se movían bajo el agua y entraron por los desagües. Muchos usamos nuestros poderes, pero otros, como Alice o Judá prefirieron usar armas. Alice encontró una maza enorme y empezó a golpear a esos bichos hasta hacerlos puré. Ah, sí, se me olvidó decir que eran como inmortales y hasta que no vino un maestro diciendo que apuntáramos a la cabeza y se la destrozáramos, no hubo bajas entre esos bichos. -Debió de ser horrible, ¿no? –le preguntó Sebastian. -Sí, la verdad. Nos mordieron varias veces, pero no me pasó nada. Sebastian sonreía de oreja a oreja, contento por ver que su hija estaba bien. -Días más tarde vino nuestro director para decirnos que habíamos sido muy valientes y que la Reina nos iba a condecorar con la Medalla de Honor. -¡Eso es fantástico, cielo! -Sí, aunque tendremos que ver a Charles y sus hermanos. No sé si te acuerdas de él, era el chico que quiso pegarme el primer día que fui al Imperial College. Sebastian enmudeció mientras recordaba la terrible escena en la que un alumno mayor trataba de pegar a Letizia, por entonces una niña inocente. Aunque ahora con casi veinte años, seguía siendo una niña a sus ojos… -Pues bien, él y sus once hermanos van a ser condecorados. Y eso que apenas hicieron nada –a juzgar por el tono, Letizia estaba decepcionada. -Bueno, al menos han reconocido vuestro valor –apuntó su padre, volviéndose para mirarla. Letizia apoyó su cabeza en el hombro de su padre, que seguía concentrado en el carruaje de caballos. -Te abrazaría, pero el amo no se fía si suelto las riendas –dijo. El amo. Ciel iba dentro del carruaje, solo. Al ver a padre e hija animados, hablando sin parar y demostrando su amor mutuo, Ciel no pudo evitar sentir celos hacia su mayordomo. Él tenía una familia mientras que… Como conde tenía una prometida, pero todavía era temprano para irse a vivir juntos, tener hijos… -Tonterías, sé que ese día jamás llegará por el contrato con Sebastian –musitó dándole vueltas a su anillo, ahora en su dedo anular en vez del pulgar. Pero sí, en cierto modo, Ciel sentía celos. Cuando por fin llegaron, Sebastian ayudó a su hija a bajar para después abrirle la puerta a su amo. Letizia cogía sus maletas mientras contemplaba la enorme mansión. En siete años no había cambiado un ápice. -Sigue igual que siempre, ¿no? -Casi todo –respondió Sebastian ayudándola con las maletas. Una vez dentro, un cálido aire de nostalgia inundó cada parte del cuerpo de Letizia. Hacía tanto que no estaba en casa, que no caminaba por los pasillos de la Mansión Phantomhive… La chica fue al cuarto de su padre, que seguía siendo el mismo y dejó allí las maletas. -Bienvenida, cielo –le dijo Sebastian abrazándola con cariño. -Se me hace raro después de tanto tiempo. -Dale un tiempo. Letizia inspeccionó la mansión para ver si había algún cambio, en vano. Durante su larga ausencia no habían contratado a nadie más ni habían hechos reformas de ningún tipo. La mansión seguía igual, como si se hubiera congelado en el tiempo. -¿Habéis estado en la mansión estos siete años? –le preguntó a su padre mientras limpiaba el jardín-. Porque está todo igual… -Sí, cielo. Hemos estado aquí todo el tiempo. Hubo un par de inundaciones y un incendio, pero por lo demás… -¿Dos inundaciones? No me lo contaste en ninguna carta… -No creía que fuera importante –se defendió el demonio sonriendo. Letizia enarcó una ceja, haciendo que Sebastian no pudiera aguantar la risa y la abrazara con cariño. -Estoy muy contento de que hayas vuelto. -Y yo… Por cierto, ¿qué le pasa al tito Ciel? Está más serio que de costumbre. -Oh, puede ser porque se va a casar.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Mar Sep 17, 2013 3:24 pm | |
| - Spoiler:
Letizia se quedó en el sitio al oír la noticia. -¡Tampoco me lo dijiste en ninguna carta! Papá, eres un embustero –exclamó dándole golpecitos en el brazo. -No era seguro que se iban a casar hasta esta mañana, amor –dijo Sebastian sin dejar de sonreír. -Pe-pero… -No te preocupes. Será para septiembre. El señor y la señorita Elizabeth van a contraer matrimonio y la señorita Elizabeth va a venir a vivir a la mansión. Letizia apenas conocía a Elizabeth, solamente de un par de veces que fue de visita a la mansión cuando era pequeña, nada más. -¿Te enseñaron a controlar tus poderes y a conocer mejor tu naturaleza? –le preguntó Sebastian para romper el silencio que empezaba a reinar. -Eh, sí, más o menos. -¿Más o menos? –Sebastian dejó de podar y se volvió hacia su hija. No le había gustado la respuesta… -Entre que perdimos un curso por culpa de los muertos y que la mayor parte de las asignaturas era hace trabajos aburridos… Me enseñaron la teoría, pero no la practicaron. -Entiendo… ¿Qué dudas tienes? Letizia bajó la cabeza, avergonzada en si decírselo a su padre o no. Sebastian sonrió, se acercó un poco más, le puso su mano sobre la barbilla y tiró hacia arriba. -¿Qué te preocupa? –preguntó en un susurro. -Papá… Yo… ¿Puedo morir? Sebastian puso cara de preocupación ante la pregunta, pero tenía que darle una respuesta. -Es decir, cuando me mordieron esos monstruos no me pasó nada, aunque dolía. Entonces me pregunté si me podían matar de alguna manera. Sebastian agachó la cabeza y volvió a levantarla. -No, cielo, no podemos morir a manos de los humanos. Pero tampoco te confundas, las Guadañas de los Shinigamis sí pueden matarnos. -¿Shinigamis? -¿No había ninguno en la Academia? Se reconocen por sus ojos verdes y amarillos y suelen tener siempre gafas, excepto los iniciados… -Ah, sí, Matt y Hansel eran shinigami. Bueno, allí los llamábamos Grim Reapers, aunque supongo que será lo mismo. Sebastian calló, limitándose a mirar a su hija a los ojos. -Entonces, si por ejemplo me atraviesas con la podadora… -dijo Letizia con un nudo en la garganta. -No, no morirías, cariño. -Demuéstramelo –Letizia dudaba al decir aquello, pero necesitaba respuestas. Sebastian abrió mucho los ojos. Su hija le estaba pidiendo que le clavara aquellas enormes tijeras… -¡No! No… No puedo, cielo. No podría… Letizia puso una mano sobre la de su padre a modo de súplica, pero Sebastian no cedió. -Por favor, papá –lloró Letizia-. Necesito saberlo. Sebastian apretó los dientes, pero seguía reafirmándose. -Lo siento, Letizia. No obtendrás ese tipo de respuestas por mi parte. Letizia agachó la cabeza, apenada. Al oír sus sollozos, Sebastian la atrajo hacia sí y la abrazó con cariño. Letizia lloraba en su pecho. ¿Significaba aquello que en verdad era mortal a diferencia de su padre o simplemente él no quería tener que matarla? -Eres inmortal, Letizia –le susurró Sebastian-. Pero no me pidas que atraviese tu cuerpo con ningún arma. No podría perdonármelo. -Está bien, papá –dijo Letizia, más tranquila-. Lo sabré a su debido tiempo. Ambos, padre e hija, siguieron abrazándose un rato más bajo la atenta mirada de Ciel. Ciel tenía un contrato con Sebastian y una ahijada que respetaba aunque no se mostrara muy cariñoso dado su estatus de conde respecto al de Letizia. Y aun así no dejaba de envidiarles. El conde podía optar a todo eso si quisiera. -El contrato, el contrato –se repetía una y otra vez. Su contrato con Sebastian, en el que éste tomaría su alma una vez cumplido el contrato, era lo que le impedía llevar una vida plena y aprovecharla al máximo. El joven conde seguía dándole vueltas al tema cuando alguien llamó a la puerta. -Con permiso –era Sebastian. Qué rápido podía ser a veces. Pasaron los meses y llegó el invierno. En un momento dado, durante una fiesta de Navidad y a pesar de las advertencias de Sebastian, Letizia se mezcló con la gente de la fiesta. Claramente no podía escapar de su padre, pero este tampoco se preocupó por detenerla a menos que su amo lo dijera. Letizia andaba entre los visitantes cuando oyó una conversación interesante: -Alemania está resurgiendo. Pronto alcanzará a Inglaterra. -Sí, ¿cómo lo habrán conseguido? -He oído rumores de que un tal Adolf ha hecho maravillas en el país. Aquel nombre. ¿De qué le sonaba? Letizia hizo memoria cuando de repente cayó en la cuenta. Su hermano se llamaba Adolf. No era un nombre muy común en aquella época pero bien podía tratarse de otra persona. ¿Pero y si no? ¿Y si de verdad era su hermano, que le habían dado por muerto? Letizia bajó al cuarto de su padre e hizo rápidamente una maleta. Tenía que asegurarse de que aquel era su hermano. -¿Vas a alguna parte? Sebastian apareció de pronto, detrás suyo y sonriendo como de costumbre. -Papá, dijiste que Adolf había muerto –dijo Letizia dándose la vuelta-. Pero han hablado en la fiesta de un tal Adolf en Alemania… -¿Qué te hace pensar que es tu hermano? Letizia enmudeció. Tenía un pálpito, una corazonada, no podía explicarlo con palabras… -Simplemente lo creo, papá. -¿Y vas a ir hasta allí solo para cerciorarte de si es tu hermano? Letizia tardó en responder, pero la respuesta fue rotunda y sorprendió a su padre. -Sí. Sebastian agachó la cabeza, evidentemente triste. Jamás pensó que ese día llegaría. -Cielo, hay algo que debes saber… Durante una hora Sebastian le narró a su hija la verdad sobre su nacimiento, la verdad sobre su madre. -Tu madre no murió en el parto. Yo tomé su alma. Verás, hizo un pacto conmigo. Dicho pacto consistía en que, a cambio de su alma, yo le tendría que dar un hijo. La familia de Galethe (tu madre) llevaba milenios atormentada por una terrible maldición en la que al nacer el primogénito, el padre mataba al resto de la familia y el recién nacido pasaba al cuidado de la Luna para servir a los Cielos y por consiguiente a Dios. Galethe no quería que eso te pasara a ti. Por eso quiso que el padre fuera yo. Al ser demonio, no serías aceptada en el Cielo y te librarías de la maldición. »Por otra parte, nacisteis mellizos, tú y tu hermano Adolf. En un arrebato de ira, Henry, el marido de Galethe, lo agarró y lo tiró por la ventana. No es fácil matar a un demonio aunque sea un recién nacido, pero cuando bajé a buscarlo, no estaba. Creemos que Nun pudo haber bajado y reclamarlo. Sebastian y Letizia estaban sentados al borde de la cama. Mientras Letizia trataba de contener su rabia, su padre quiso darle la mano, pero ella se separó de su lado. -¿Por qué? ¿Por qué Adolf? -No se puede matar a un demonio, cielo. A Adolf no le pasó nada, solo que no sabemos qué fue de él. De todas formas, pensamos que era mejor mantenerte oculta. Así estarías a salvo del shinigami… -¡¿Y por qué has tardado casi veinte años en decírmelo?! –exclamó la joven, fuera de sí. -No… No estabas preparada… Eras demasiado pequeña… -¡Papá! ¡Ya me he graduado! –Letizia estaba fuera de sí. Sebastian se dio cuenta de que no era precisamente el haberle ocultado parte de la verdad lo que la molestaba. El demonio se incorporó y se situó delante de su hija. -Seme sincera –dijo tratando de tomarle de la barbilla, pero Letizia no se dejó-. ¿Por qué estás así? -Tú… Tú… No querías a mamá. Nos tuvisteis sin razón; nos condenasteis a Adolf y a mí. Los ojos rojos de Letizia estaban llenos de lágrimas. Su lado humano no se había marchado del todo. -Eso no es cierto… Galethe quiso teneros. -¿Para qué tenernos si ella iba a morir? Tú solo la fecundaste, no querías ser padre. Solo querías su alma. Sebastian enmudeció. No podía negar aquello pues en principio era cierto, solo quería el alma de Galethe costara lo que costase. -Sí, tienes razón –confesó, bajando la mirada-. Solo quería el alma de Galethe para saciar mi hambre. Pero –se apresuró a añadir al ver que Letizia perdía la paciencia- cuando fui padre me alegré sobremanera… -¡Mentira! Tú nunca nos has querido. Ni a Adolf ni a mí. Letizia se marchó de allí con un antebrazo cubriendo sus ojos para enjugarse las lágrimas. Sebastian hizo un ademán de detenerla, pero no sirvió de nada. El demonio, con el corazón roto, volvió a sus tareas. Letizia seguramente se marcharía a Alemania para conocer a su hermano perdido, si es que de verdad era él. Y lo más probable era que no despidiera de él.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Mar Sep 24, 2013 10:52 am | |
| Siento mucho no haber publicado en esta semana. Entre la Japan Weekend, los preparativos y las clases... No he parado xD De todas formas, seguimos, ¡enjoy!: - Spoiler:
Este Mayordomo, Recuerda Al día siguiente, Sebastian notó la ausencia de Letizia. Por fin se había marchado. El mayordomo trató de aparcar aquellos pensamientos y centrarse en su amo, pero no fue del todo eficaz. -Sebastian –dijo el conde mientras tomaba el té-. Ayer Letizia vino diciéndome que se marchaba a Alemania. ¿Es eso cierto? -Sí, amo. -¿Qué pasó exactamente? Sebastian le contó todo lo acontecido la noche anterior mientras el conde ni se inmutaba. -Ya veo… Qué poco tacto tienes con las damas, Sebastian. -Mis disculpas, joven amo. -Lo que me sorprende es que la hayas dejado marchar. -Era lo que ella quería. -Sí, pero has dejado marchar a tu hija, un demonio que todavía no domina ni conoce su verdadera naturaleza. Sebastian, no deja de ser una adolescente. Puede meterse en problemas. -Si no me lo ordena, no podré hacer nada –lo vaciló Sebastian. Acostumbrado ya a los juegos de su mayordomo, Sebastian se limitó a darle la orden. -Sebastian, es un orden, trae de vuelta a tu hija, Letizia. Sebastian se reverenció ante su amo y fue a cumplir su deseo. -Yes, my Lord.
Sebastian dio con Letizia en el muelle. Estaba sentada en un banco, indecisa en si marcharse o no. Cuando vio una sombra delante de ella, pensó que se trataría de su padre, así que ladeó la cabeza para decirle que no quería hablar con él. Sebastian, por su parte, decidió sentarse a su lado. -¿No te ibas? Letizia no respondió. -¿Qué te retiene? –Letizia se levantó del banco al ver que su padre empezaba a burrearla. -Sí, mejor vamos a un lugar más apartado –dijo Sebastian agarrándola por detrás y llevándosela rápidamente a una esquina del puerto donde no pudieran molestarles. Allí, Sebastian trató por todos los medios que su hija volviera a casa y que entendiera que la amaba como cualquier otro padre. -Reconozco que al principio no me hacía mucha ilusión la idea de ser padre, pero en cuanto nacisteis fue distinto… -Tú nunca me has querido –gruñó Letizia apretando los dientes y haciendo que Sebastian se sobresaltara-. Todo ha sido mentira… Letizia esperó que su padre le diera una bofetada como represalia, mas el demonio se lo tomó con bastante calma. -Cielo, si nunca te hubiera querido, habría renunciado a ti desde el principio. En vez de eso viviste conmigo todos estos años en casa del amo… -¿Y Adolf? -Lo diré las veces que sean necesarias: no pudimos encontrarlo. Lo buscamos por todo el jardín, en vano. No sabemos dónde puede estar. La respiración de Letizia empezó a acelerarse y la chica empezó a hiperventilarse. -Cielo, tranquila, recuerda que tenías asma… Letizia cayó de rodillas al suelo. Sebastian se agachó rápidamente para sujetarla por los hombros y evitar que desfalleciera. -Cielo, cielo… Respira normal… Poco a poco, Letizia empezó a recuperar el ritmo respiratorio, algo que todavía no había aprendido a controlar. -Ya pasó –dijo Sebastian abrazándola-. ¿Volvemos a casa? Letizia agarró con fuerza la chaqueta de su padre hasta que al final se relajó y asintió entre lágrimas. -De acuerdo… -Vaya, vaya. Qué tierno. No sabía que los demonios pudieran tener un lado tan sensible. Antes siquiera de haberse incorporado, Sebastian y Letizia alzaron la mirada para ver sobre el tejado, de cuclillas, a un hombre vestido enteramente de negro, con las uñas largas y el pelo cano rozando el suelo. -Enterrador –dijo Sebastian mostrando una tímida sonrisa-. Cuánto tiempo. -Veinte años, mayordomo –dijo el hombre bajando al suelo-. Caray, sí que ha crecido. Sebastian ayudó a Letizia a levantarse y le presentó al Enterrador. -Cielo, este es el Enterrador, tu cuidador de cuando eras pequeña y el abuelo y padrino de tu madre, Galethe. -Encantada… -Has crecido mucho, querida –comentó estrechándole la mano-. Ya apenas te reconozco. Por desgracia, Letizia le recordaba bastante bien. Cuando su padre y el tito Ciel tenían que hacer algún tipo de recado para la Corona, la dejaban con el Enterrador en aquella lúgubre tienda. Los minutos se tornaban horas con aquel hombre que no paraba de hacer cosas raras o trabajando en su siniestro trabajo. -Bueno, ¿qué le trae por aquí? –preguntó Sebastian. -Oh, cierto, casi lo olvido. Con la velocidad del rayo, el Enterrador sacó una enorme guadaña de plata y arremetió con ella contra a familia mas Sebastian fue más rápido y tomando a Letizia por la cintura saltó hacia atrás, evitando el ataque. -¿Estás bien? –le preguntó Sebastian a su hija. -Eh, sí… -la expresión seria de su padre imponía respeto. Letizia nunca le había visto tan serio y desafiante. -Oh, lo siento, pero me han mandado acabar con vosotros –dijo el Enterrador acercándose lentamente-. Parece ser que se aproxima una guerra y que la causa sois vosotros. El Enterrador descargó su guadaña nuevamente, pero esta vez Sebastian se interpuso entre ella y Letizia. -¡Leti, corre! –ordenó su padre mirándola de reojo. El Enterrador y Sebastian empezaron a combatir. Las piernas de Letizia no respondían, no sabía qué hacer. Cuando se hubo tranquilizado un poco más hizo lo que su padre le había ordenado a pesar de que quería quedarse con él y pelear. Aunque Letizia corría muy rápido por ser un demonio, el Enterrador no se quedó atrás y esquivando los ataques de Sebastian se encaró con la chica. -Tus habilidades son sorprendentes, en verdad. Espero que puedas perdonarme… El Enterrador bajó su guadaña de un solo golpe contra el pecho de Letizia, pero un fuerte empujón hizo que el objetivo de la guadaña cambiara. Letizia se incorporó para ver cómo la guadaña atravesaba de parte a parte a su padre, cuyas facciones estaban desencajadas. -¡¡Papá!! –Letizia corrió a su lado a tiempo para evitar que su cuerpo cayera al suelo. -Interesante. Se nota que la quieres, mayordomo. Muy pocos podrían esquivar mi ataque. Letizia sostenía el cuerpo de su padre en brazos mientras trataba que abriera los ojos. -Papá, papá… Mírame. Mírame, por favor. Sebastian abrió los ojos un centímetro, lo suficiente para poder verla de reojo. El mayordomo alzó una mano para acariciarle la mejilla, manchándola de sangre escarlata. -Te… quiero… Dicho esto, Sebastian dejó caer su mano y todo su cuerpo se relajó. Letizia quería negar aquello y empezó a zarandearlo. -No… No, no, no… No me dejes, por favor. Letizia abrazó con fuerza el cuerpo inerte de su padre mientras de su pecho empezaban a brotar una serie de recuerdos. -Ah, mi parte favorita. Veamos qué tiene que confesarnos el mayordomo…
Los primeros recuerdos que afloraron en forma de película fueron los relativos a los primeros días de vida de Letizia, como el día que la bautizaron. -Te veo más feliz que de costumbre –comentó el conde al reparar en la amplia sonrisa de su mayordomo. -Acabo de ser padre, joven amo. ¿Cómo no voy a estar…? -Sebastian, dijiste que nunca mentirías… -Y no miento señor. Estoy feliz por ser padre, de verdad. Después vinieron breves escenas en las que Sebastian mecía en brazos a Letizia para que durmiera, cómo le preparaba y daba el biberón, incluso aquella vez que estuvo enferma de los pulmones y su padre la ponía sobre su pecho desnudo para que oyera los latidos de su corazón y recuperara el ritmo de la respiración. Después surgieron escenas en las que Sebastian jugaba con Letizia con pocos meses de vida. Desde sacarle la lengua, la primera palabra de Letizia, hasta Sebastian jugando con ella al “cucutrás” y bañándola. Los siguientes recuerdos incluían a Ciel, como cuando Letizia aprendió a andar. -Señor, ¿podría ayudarme? –preguntó Sebastian asomándose a la puerta del despacho de su amo. -¿Qué quieres? Estoy ocupado… -Es para que Letty aprenda a andar… Los dos hombres estaban en el jardín con Letizia, que iba desde Ciel hasta Sebastian y viceversa. Una buena manera de aprender a andar. Los siguientes recuerdos eran de cuando Letizia ya era más mayor. Uno en concreto, no formaba parte de los recuerdos de Letizia: La niña, con apenas cuatro años, estaba jugando en el jardín mientras Sebastian en el segundo piso de la mansión la vigilaba. En un momento dado, Sebastian tuvo que atender a su señor y para cuando acabó y bajó a buscar a Letizia, esta no aparecía. El mayordomo recorrió toda la casa y todas las habitaciones llamándola por su nombre. -¡Letizia! ¡Letizia! ¡Letizia! Sebastian empezó a preocuparse por su pequeña. ¿Dónde podía estar? Tal vez se había adentrado en el bosque que había detrás… El demonio fue corriendo para allá cuando llamaron al teléfono. La prioridad de Sebastian era encontrar a su hija desaparecida, pero la llamada podía ser importante. Como le pillaba de camino, Sebastian fue a responder al teléfono, sorprendiéndose de la persona que había tras la línea. -Dígame, Mansión Phantomhive… -¿Papá? Sebastian abrió mucho los ojos al reconocer la voz de su hija. -¿Letty? ¿Dónde estás? ¿Qué…? -Hola, sirviente. Tengo en mi poder algo que le puede interesar a su amo. Dígale que mande diez mil libras a las afueras de Londres en menos de una hora si no quiere que… Sebastian pudo oír a su hija emitir un pequeño grito y empezar a llorar. -Señor, se arrepentirá por lo que ha hecho –dijo Sebastian comiéndose su orgullo. Dicho esto, colgó y fue al lugar indicado sin dinero ni nada. Una vez allí, esperó a que el secuestrador apareciera, cosa que no ocurrió hasta pasada media hora. A la hora acordada, un enorme automóvil apareció y de él bajó un hombre que se limitó a decirle a punta de pistola a Sebastian que subiera. El mayordomo obedeció, sumiso. El hombre le llevó hasta una enorme casa de campo, donde aparcó y Sebastian continuó solo. -Segundo piso, primera puerta a la derecha. Sebastian siguió las instrucciones y fue hasta la habitación indicada. Allí estaba el secuestrador sosteniendo a Letizia, que estaba maniatada y muerta de miedo. -Vaya… Pensé que vendría el conde Phantomhive en persona. -Mi señor está ocupado en este momento –respondió Sebastian, sonriendo amablemente-. De todas formas, creo que ha habido una equivocación. La niña es hija mía, no del conde. Aquello sorprendió sobremanera al secuestrador, pero no pensaba dejarla marchar sin la recompensa pedida a cambio. -¿Traes el dinero? -Sí, pero antes, déjeme decirle una cosa a mi hija. Sebastian se volvió a Letizia, sin dejar de sonreír. -Cielo, por favor, ¿podrías cerrar los ojos? Aquello extrañó tanto a la niña como al secuestrador, pero Sebastian insistió. -Cierra los ojitos hasta que te diga que puedes abrirlos. ¿Lo harías por mí? Letizia cerró los ojos tal y como su padre le había pedido. Después, Sebastian hurgó en los bolsillos internos de su chaqueta y sacó un pequeño paquete donde supuestamente estaba el dinero. De repente, una bala cruzó la habitación, atravesando la frente de Sebastian. Un francotirador había acabado con él. El secuestrador empezó a reír cada vez más alto. -Al final tu papá no ha podido salvarte. Abre los ojos, mira su cadáver. No volverá a levantarse nunca más. El hombre trató de forzar a Letizia para que abriera los ojos, pero ella los apretó muy fuerte. -Papá me ha dicho que no los habrá –dijo. -Está muerto, mocosa… -Disculpe, ¿haría el favor de devolverme a mi hija? Sebastian se había incorporado y ahora estaba detrás del hombre sin dejar de sonreír. -Quítele sus sucias manos de encima… Sebastian le dislocó los omoplatos de modo que soltara a Letizia. Mientras el secuestrador se retorcía de dolor en el suelo, Sebastian tomaba en brazos a su hija y la abrazaba con fuerza. -Papá… -Ya pasó, cielo. Ya estoy aquí. -¿Puedo abrir…? -No, todavía no, cariño. Sebastian se marchó de allí y, antes de cruzar la puerta, se volvió hacia el secuestrador. -Enseguida vuelvo. Una vez fuera, Sebastian dejó a Letizia en el suelo y le pidió que abriera los ojos. -Lo has hecho muy bien, Letty. Espérame mientras me ocupo del señor. Sebastian volvió a la habitación y cerró la puerta tras de sí. Dentro se oían varios golpes y ajetreo hasta que Sebastian salió de allí, sonriente y volvió a tomar a Letizia en brazos. -Volvamos a casa. Dentro de poco será la hora de cenar.
El siguiente recuerdo comprendía el mismo año que el anterior. En él se veía cómo Letizia jugaba con un gato alegremente hasta que éste la arañó en la cara y salió huyendo. Letizia corrió al lado de su padre, que estaba allí cerca, limpiando la piscina. -¿Qué pasó? –le preguntó tomándola en brazos. -El gato… me ha arañado –lloraba la niña. -A ver… -Sebastian le ladeó la cabeza para ver la herida-. No es nada, mi vida –dijo sonriendo. Sebastian entró en la casa y le curó la herida, pero desde ese día Letizia les tuvo pánico a los gatos, al contrario que su padre, que los amaba. Así, cada vez que Sebastian estaba con un gato, Letizia se alejaba de su lado. Ante esta situación, Sebastian sabía que tenía que quitarle la fobia a su hija cuanto antes. Una tarde que Sebastian estaba libre, salió al jardín llevando a Letizia de la mano. La llevó hasta donde solía encontrarse con la gata negra que arañó a Letizia unos días atrás. Al verla, la niña se quedó atrás, pero Sebastian la animó a acercarse. -No te hará nada –le dijo poniéndose de rodillas a su lado para estar a la misma altura que Letizia-. ¿La acaricias conmigo? Sebastian puso la mano de Letizia sobre la suya y acarició a la gata, que empezó a ronronear y a cerrar los ojos de placer. Letizia retiró la mano al ver que la gata hacía ruidos, pero Sebastian seguía acariciándola, sin miedo. -¿Ves? No hace nada… Ahora tú. Sebastian tomó la mano de su hija y la guió por la espalda de la gata. Letizia, muerta de miedo, se pegó a su padre por miedo a que la gata saltara como la última vez, pero no fue así. Poco a poco, Letizia le fue perdiendo el miedo, hasta que Sebastian apartó su mano, dejando a Letizia acariciando a la gata, sola. -Eres muy valiente, cielo –le dijo el mayordomo, abrazándola suavemente.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Miér Sep 25, 2013 10:10 am | |
| Voy a darle vidilla que si no se acumula y se acumula y no hay quien avance xD Enjoy! - Spoiler:
El siguiente recuerdo era un año después del recuerdo anterior. Letizia, con cinco años, se puso enferma de repente. -Papá… Me duele la tripa… -¿Te duele la tripa? Dónde exactamente. Empezó a dolerle la parte derecha del abdomen, tuvo fiebre y a veces vomitaba. Sebastian diagnosticó apendicitis aguda a juzgar por los síntomas, así que llamó al médico con la mala suerte de que llegaría tarde porque la carretera estaba inundada. Preocupado por lo que pudiera pasarle a su hija, Sebastian no tuvo más remedio… Cogió la mantita de Letizia, la roció con un sedante y se la dio. -Toma, cielo, tu mantita. La he lavado y huele bien. Letizia cayó en la trampa. Abrazada a la mantita, olió el sedante y cayó dormida. Sebastian aprovechó para administrarle un poquito más de morfina para asegurarse y empezó la operación. Le dio la vuelta a Letizia en la cama y le abrió justo donde le había dicho que le dolía. Tras una hora intensa de operación, Sebastian operó a su pequeña y la dejó descansar hasta que se despertó. La excusa que le dio fue que el médico llegó al poco y aprovechó que estaba dormida para operarla. -Ahora ya estás curada –dijo Sebastian arropándola-. Descansa.
Después de este recuerdo vino otro similar. Sebastian y Ciel estaban en una partida de caza en el bosque cercano a la mansión con otros nobles. Sebastian no dejaba sola a Letizia en ningún momento y más después del secuestro de hacía un par de años. Ciel le advirtió que no la llevara con ellos, mas el mayordomo insistió. Sebastian quiso volver atrás en el tiempo cuando una bala errada incidió sobre Letizia. El demonio se dio cuenta al ver la expresión seria de Letizia y cómo se llevaba una mano al abdomen, que empezó a sangrar. Sebastian corrió a su lado justo a tiempo para tomarla en brazos y volver a la mansión. -Papá… -Shh. Te pondrás bien. Aguanta. En la mansión, Sebastian tuvo que hacer como con la operación de apendicitis, solo que las prisas y la preocupación por su hija, hicieron que ambos se pusieran nerviosos. -Cierra los ojos y extiende el brazo –le dijo Sebastian antes de inyectarle el sedante. Hasta que hizo efecto, Sebastian estuvo encima de Letizia, animándola a que siguiera luchando y diciéndole que todo iba a ir bien. Cuando la niña se durmió Sebastian le extrajo la bala tan rápido como pudo. Hasta que Letizia no volvió a abrir los ojos no se quedó tranquilo. -Papá, eres mi héroe –le dijo Letizia abrazándole con fuerza nada más despertarse. Sebastian se limitó a responder a su abrazo y a besarle el cabello.
Otro recuerdo a continuación, tomaba lugar en verano, concretamente en la piscina de la Mansión. Sebastian tenía permiso de su amo para usarla y enseñar a Letizia a nadar. Eran cerca de las cinco de la tarde cuando Sebastian y Letizia fueron a la piscina, dejaron cerca del borde las toallas y las chanclas y el mayordomo se zambullía en el agua, al contrario que su hija, que miraba con miedo la enorme masa de agua. -Vamos, cielo -la animó Sebastian, extendiendo los brazos-. Yo te cojo. Letizia no es que tuviera miedo al agua, todo lo contrario, le encantaba, pero aprender a nadar en una piscina tan grande y donde no tocaba el fondo era otra historia. –No tengas miedo. Estoy aquí, no te va a pasar nada –la tranquilizó Sebastian tomándola en brazos y metiéndose en el agua. Al final, la niña se animó pero estuvo un buen rato en brazos de su padre, que trató de que se soltara y nadara un poco. –Lo fundamental son las piernas. Por eso es importante no lesionárselas, si no, te podrías ahogar. Ahogar. Aquella palabra que implicaba muerte. Entonces Letizia no sabía que era inmortal y tenía miedo a morir ahogada. La niña se agarró a su padre con fuerza y no se soltaba ni aunque Sebastian le dijera que él estaba ahí para evitar que se ahogara. –Venga, te agarro de las manos y a nadar. Sebastian logró que su hija se soltara y empezara a mover las piernas mientras la agarraba de las manos. Después, Letizia nadaba "a rana" mientras su padre le sujetaba por debajo del agua para que flotara. Al final de aquella sesión, el mayordomo logró que su pequeña nadara como una rana. Varias sesiones más tarde, Letizia y su padre ya buceaban y todo. –Estoy orgulloso de ti, cielo -susurró Sebastian abrazándola con la toalla. Ambos estuvieron un rato secándose al Sol hasta que Sebastian tuvo que atender a su señor.
Los siguientes recuerdos eran más recientes o por lo menos Letizia los recordaba. Merendar con su padre, días de lluvias en los que tenían que volver corriendo a la mansión, las veces que estuvo enferma y su padre la cuidaba, excursiones a Londres, Sebastian leyendo cuentos… -Vaya, vaya. Todo un modelo de padre –comentó el Enterrador extrayendo la guadaña del cuerpo de Sebastian-. ¿Qué debería hacer? ¿Lo dejo con vida o lo mato? Letizia abrazaba el cuerpo inerte de su padre mientras lloraba en su hombro. -Lo siento… No debí dudar de ti… Te amo, papá… El Enterrador se acercaba lentamente, riendo como era su costumbre. -Me gustaría dejaros con vida ya que en cierto modo sois parte de la familia, pero… -el shinigami levantó su guadaña sobre su cabeza-. Órdenes son órdenes. El Enterrador descargó nuevamente la guadaña ahora sobre el padre y la hija pero el filo del arma se clavó en el suelo. -¿Eh? ¿Sigues vivo a pesar de la herida? Sebastian había rodado sobre los hombros, llevando a Letizia por delante y esquivando así el golpe. -Juré que no te dejaría nunca –dijo Sebastian con dificultad y tratando de abrir los ojos todo lo que pudo-. Y yo nunca miento. El Enterrador tenía problemas para sacar su guadaña del suelo, por lo que Sebastian aprovechó para incorporarse lentamente ayudado por su hija. -Si quieres verme muerto, tendrás que hacerlo mejor –dijo el mayordomo sacando de la nada un montón de cuchillos. -¡Anda! Ya decía yo qué había pasado con la vajilla –comentó Letizia la ver la cubertería relucir por los rayos de sol. Dolorido, Sebastian entabló batalla con el Enterrador. Todo por proteger a su familia. -Es muy noble por tu parte, pero sabes tan bien como yo que acabarás muerto. El Enterrador le propinó una fuerte patada al demonio, que cayó al suelo, abriendo un agujero en él. Letizia corrió a su lado justo a tiempo para evitar que el Enterrador matara a su padre. -Letty… -Papá, deja de ser tan cabezota y deja que te ayude. En el Imperial College aprendí kendo. Letizia le hizo un placaje al Enterrador, que esquivó el ataque con un salto hacia atrás. -Además –añadió la chica tendiéndole la mano a su padre para ayudarlo a levantarse-, te recuerdo que la Reina me va a condecorar en unos días por mis hazañas en la Academia. Sebastian mostró lo que parecía una sonrisa mientras se levantaba. -Siento defraudarte como padre –se disculpó Sebastian. -No me has defraudado nunca, papá. Pero deja que te ayude por una vez. Padre e hija se fundieron en un cálido abrazo mientras el Enterrador volvía al ataque. La ventaja de ser dos era que cada uno podía atacar por un lado además de que las habilidades de dos demonios combinados eran superiores. El Enterrador, a pesar de ser tan bueno, lo tenía difícil para salir airoso de aquella situación. Tras varios minutos de combate, tiró la toalla y decidió marcharse. -¡Espera! –lo llamó Letizia-. ¿Quién te mandó…? -Déjalo, cielo –dijo Sebastian estirando un brazo en ademán protector. Sebastian empezaba a recuperarse lentamente, pero el camino de vuelta fue lento hasta que Letizia decidió sacar un as de la manga. -No quería que lo supieras todavía, pero veo que no me queda otra… A las afueras de Londres, Letizia se acercó a unos arbustos y los empezó a retirar mostrando un enorme coche. Sebastian estaba impresionado. -Lo siento, papá. En la Academia, Marcus me enseñó a conducir… -¿Por qué no querías decírmelo? –preguntó Sebastian acercándose al automóvil. -No es propio de una dama, ¿no? Sebastian rió ante la justificación, escupiendo un poco de sangre. -He visto a damas hacer cosas de caballeros y viceversa. De todas formas, tú eres algo más, cielo. Letizia ayudó a su padre a subir y arrancó el coche. En poco menos de tres cuartos de hora llegaron a la mansión, donde Letizia aparcó. Al ver el coche aparcar a la puerta de su casa, el conde salió al encuentro para encontrarse a su ahijada ayudando a su mayordomo a andar. -Sebastian… ¿Qué pintas son esas? -Lo siento, señor. Es lo que tiene ser padre. Tiene que proteger a su familia a toda costa. -¡Papá! Di que el Enterrador ha ido a por nosotros –dijo Letizia volviéndose hacia su padrino-. Todavía desconocemos la causa… Ciel ayudó también a introducir a Sebastian en la mansión. Durante cerca de tres días y tres noches, Letizia le sustituyó en sus tareas, muchas de las cuales las había visto hacer de niña o se las había enseñado su padre. -Míralo como una manera de darte las gracias por todo lo que has hecho por mí estos veinte años –dijo Letizia mientras cuidaba de su padre una noche. -Es lo que cualquier padre haría, cielo. -Pero tú has sido siempre tan perfecto… Sebastian sonrió con dificultad. La herida todavía era profunda. -Espero estar bien para tu condecoración, mi vida. -Es dentro de unos días. Digo yo que sí…
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Jue Sep 26, 2013 10:00 am | |
| Minicapitulito. ¡Enjoy! - Spoiler:
Este Mayordomo está Orgulloso En la primavera de 1910 Letizia y sus amigos iban a ser condecorados por la Reina en el Palacio de Buckingham junto con varios compañeros de la Academia a la que asistieron hacía unos años. Letizia y Sebastian confeccionaron un vestido apropiado para la ocasión (y un traje para el padrino) de manera que Letizia fuera radiante. Ella y sus cuatro amigos del College estaban delante del trono de la Reina, esperando que ésta apareciera en cualquier momento. De vez en cuando, Letizia se volvía para ver a su padre y a su padrino. Sebastian no estaba del todo recuperado, pero hizo un esfuerzo aquel día. -Hay algo que no me encaja –dijo Ciel mientras esperaban a que apareciera la Reina. -¿Sí, joven amo? -Si esa Academia es especial y privada y muy pocos conocen su existencia, ¿cómo es que la Reina les va a condecorar? -Aunque tarde, usted también se ha dado cuenta, ¿verdad, señor? En ese momento aparecía la Reina seguida de su séquito y su mayordomo. Los alumnos hincaron un pie en tierra ante su Majestad hasta que ésta les pidió que se incorporaran. La Reina fue uno a uno poniendo una medalla en el pecho de los estudiantes y destacando sus hazañas en la batalla. -Judá Shadowgauzy, por emplear tus habilidades para poner a salvo a todos los supervivientes, te condecoro con la Estrella del Honor. -Marcus Edgysoul, por emplear tus poderes para proteger una escuela centenaria, te condecoro con la Estrella del Honor. -Letizia Phantomhive, por emplear tus poderes y habilidades para defender la escuela y a sus habitantes, te condecoro con la Estrella del Honor. -Gloria Acutescream, por emplear tus poderes y tu inteligencia en proteger a todos los supervivientes, te condecoro con la Estrella del Honor. -Alice Mindful, por emplear tus poderes y tus habilidades en combate para defender una escuela centenaria y a sus habitantes, te condecoro con la Estrella del Honor. -Miskara Catlikedaimon, por emplear tus poderes para proteger a los habitantes de una escuela centenaria… -En realidad quería matarnos a nosotros –susurró Alice, que recibió un codazo por parte de Gloria, que estaba al lado. -… Te condecoro con la Estrella del Honor. -Chales Bruteforce, por tu valentía en combate y tu arrojo te condecoro con la Estrella del Honor. A ti y a tus hermanos, que no han podido venir: Simeón, Dan, Benjamin, Joseph, Leví, Stuart, Karl, Rubén, Arthur, Anthony y Xavier. Tras el nombramiento, la Reina los saludó y se retiró. Los asistentes aplaudieron a los siete valientes jóvenes, que no paraban de mirar sus estrellas brillantes. Sebastian estaba contento y orgulloso por su hija, al igual que Ciel, aunque este estaba más preocupado por lo que pudiera pasar ahora que otra cosa. -¿Preparado, Sebastian? -Pongo a salvo a los chicos y luego me encargo de las Muñecas Bizarras –dijo el mayordomo inclinándose hacia delante en una reverencia. Como si de una profecía se tratara, la mayoría de los asistentes empezaron a comportarse como los muertos vivientes que habían derrotado los jóvenes condecorados. Al verlos, los siete alumnos sabían qué hacer, pero sus familias corrían peligro. -¡Chicos, vosotros tenéis espadas! –gritó Letizia-. Ponedles a salvo… -Hola, cielo. Sebastian apareció al lado de su hija en un abrir y cerrar de ojos, sobresaltándola. -Órdenes del joven amo, tengo que poneros a salvo –dijo tomándola de la cintura. -Papá, los familiares de mis amigos también están en peligro… -Las órdenes no decían nada al respecto. Lo siento mucho por ellos. -¡No! Papá, deja que luche. Ya los derroté una vez… -Estos son más peligrosos, cariño –la interrumpió Sebastian con su característico tono de advertencia-. Deja que te ponga a salvo, por favor. Aquel tono. Era el mismo que usaba cuando Letizia hacía algo indebido. Su manera de llamarle la atención. Letizia sabía que no podía hacer nada salvo obedecer a su padre, quien al ver que su hija se rendía se limitó a saltar alto y a ponerla a salvo en un piso superior del palacio. -Es por tu propio bien –le dijo antes de besarla en la mejilla y volver a la batalla. Letizia se limitó a ver la batalla, apenada y apoyada en la barandilla. Sus amigos podían combatir y defender a sus familias, pero su padre no la dejaba. «Si papá no me deja es porque hay un buen motivo» pensó para tratar de animarse. Pero aun así, ver a sus cuatro mejores amigos empleando sus habilidades y poderes aprendidos en la Academia y ella allí, mirándoles, le sentó bastante mal, como si estuviera aparte. En un momento dado, un muerto viviente mordió a Charles, quien aulló de dolor y se llevó una mano al costado dolorido. Los demás trataron de ir a ayudarle, pero Sebastian se lo impidió. -No se puede hacer nada por él –se limitó a decir mientras todos veían con horror cómo Charles se transformaba en uno de aquellos seres. Letizia se quedó paralizada sin poder apartar la vista de Charles, ahora un monstruo sin cerebro que no sentía dolor. Sebastian ordenó a los demás jóvenes que pusieran a sus familias a salvo y que huyeran si podían. Él por su parte subió hasta donde estaba Letizia, que seguí mirando al infinito. -Cielo –la llamó, pero seguía petrificada-. Cielo. Letizia parpadeó y sacudió la cabeza, volviendo a la realidad. Su padre estaba de cuclillas sobre la barandilla, con una mano sobre la mejilla de su hija y sonriendo a pesar de la situación. -¿Qué…? –Sebastian le puso un dedo en los labios. -Les he dicho que pongan a sus familias a salvo. El joven amo seguramente esté lejos de aquí. Solo quedamos tú y yo. Sebastian saltó al suelo y tomó a Letizia en brazos. -Cielo, ¿puedo pedirte un favor? -Dime. -Cierra los ojos. Sebastian saltó por el techo hasta la salida, llevando en brazos su preciosa carga, que se aferraba con fuerza a su cuello y cuyos ojos estaban fuertemente cerrados. Una vez fuera, Sebastian se detuvo en la puerta, lanzó un objeto dentro del palacio y cerró las puertas. Segundos después, parte del Palacio volaba por los aires. -Ya está, cielo –le susurró Sebastian al oído. Letizia abrió los ojos y se encontró con el sonriente rostro de su padre, que seguía sosteniéndola en brazos. A lo lejos se veía una enorme columna de humo y se oían varias sirenas de bomberos. -Volvamos a… -¡Espera! ¿Y mis amigos? -Están esperando en la mansión, cielo. Es el único lugar seguro en este momento. Letizia agachó la cabeza y la apoyó en el pecho de su padre. -¿Te bajo? –le preguntó al verla tan cómoda-. Por mí puedes quedarte toda la eternidad, pero si prefieres… -No. Hacía mucho que no me cogías en brazos. Si no te importa, quisiera estar un poco más así. Sebastian asintió y se puso en marcha. Después de lo ocurrido en la ceremonia, había muchas dudas sin aclarar.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Jue Oct 10, 2013 3:04 pm | |
| La virgen, hace que no actualizo... ¡Perdonad! Entre trabajos, reuniones, compromisos... Ay, qué ajetreo. Pero esto lo acabo como que me llamo Hwesta Nuevamente, enjoy: - Spoiler:
Este Mayordomo, se va a pique Abril de 1912 Años más tarde, el Conde Phantomhive por fin contrajo matrimonio con su prometida, Elizabeth. Como viaje de Luna de Miel, Ciel y Elizabeth decidieron ir a Nueva York en un lujoso barco, último modelo: un transatlántico. La promesa y el futuro de la navegación inglesa. Evidentemente, Sebastian tuvo que ir en calidad de mayordomo y para no quedar mal delante de su ahora esposa, Ciel invitó también a Letizia, la hija de su mayordomo. -Es fantástico –dijo Letizia mirando al barco, hechizada. -¡Todos a bordo! La travesía duró varios días hasta que una noche… -¡Vamos a estrellarnos! -¡Todo a estribor! ¡Todo a estribor! El enorme transatlántico chocó inevitablemente contra un iceberg, haciendo que el navío se tambaleara un poco. -¿Qué ha pasado? –preguntó Elizabeth, que estaba con su marido disfrutando de una fiesta en primera clase. -Iré a investigar, señorita Elizabeth –dijo Sebastian reverenciándose ante ella como su nueva ama. Letizia aprovechó un despiste para unirse a su padre en su investigación. -Parece como si hubiéramos chocado –comentó la joven que, a pesar de tener 21 años, seguía aparentando 19. -No, no parece. Hemos chocado. Sebastian fue a proa con su hija. Una vez allí se despojó de su chaqueta y de su chaleco, quedando únicamente con la camisa. -Estaba a punto de decirte que ibas a coger un constipado –comentó Letizia, que estaba sosteniendo la ropa de su padre. -Me alegra ver que te vas acostumbrando poco a poco a ser un demonio –sonrió Sebastian-. Voy a ver cuán grande ha sido el golpe. Tú espérame aquí, cielo. El mayordomo se lanzó al agua majestuosamente, cayendo limpiamente y sin apenas salpicar. Leitizia esperó a que volviera, sosteniendo la chaqueta y el chaleco con el reloj de plata de su padre. Minutos más tarde, Sebastian subía sin problemas a proa, empapado de arriba abajo. -¿Y bien? –le preguntó Letizia tendiéndole el chaleco y la chaqueta. -Es un golpe bastante importante. Si mis cálculos son correctos, el barco se hundirá en menos de una hora. Aquello hizo que el corazón de Letizia diera un vuelco. -¡Dios mío! Hay que hacer algo. -Primero, mantener la calma –apuntó Sebastian llevándosela dentro de nuevo-. Por ahora no se han dado cuenta de que el golpe es serio, así que voy a tomar un bote de remos para los señores. Tú quédate con ellos y protégelos. Confío en ti. -Papá, ten cuidado. Padre e hija se despidieron con un abrazo y un beso. Desafortunadamente, Sebastian no pudo hacerse con el bote de remos ya que no era miembro de la tripulación. -El barco está a punto de hundirse y quisiera poner a salvo a mi amo y su familia… -dijo Sebastian, sonriendo de oreja a oreja. -¡¿Que el barco se hunde?! –el marinero con el que estaba hablando entró en pánico y en vano fueron los intentos de Sebastian por tranquilizarle. Finalmente, el pánico se apoderó de todo el barco y Sebastian se vio obligado a ir a buscar a su amo y ponerle a salvo. Los encontró en primera clase. Letizia trataba de hacer entrar en razón a otro pasajero fuera de sí mientras Ciel abrazaba a Elizabeth y miraba a su alrededor, seguramente buscando a Sebastian. El mayordomo llegó justo a tiempo de evitar que el pasajero desconocido abofeteara a su hija. -Disculpe, pero es mi hija. De un solo golpe Sebastian lo tumbó en el suelo. Acto seguido le contó a su amo todo lo que estaba pasando. -¿Qué hacemos? –le preguntó a Sebastian, que estaba pensando una solución. -¿A cuánto estamos de la costa? –intervino Letizia. -A 58 millas –respondió su padre-. Es mucha distancia si lo que propones es correr sobre el agua hasta llegar a tierra. Yo podría aguantar, pero tú todavía tienes vestigios humanos. Te podrías cansar, Letizia. -Pues… ¿Otro barco por aquí cerca? Sebastian se quedó pensativo. Era eso o pelearse con el resto de pasajeros por un bote. -Joven Amo, ¿qué opina? Ciel seguía abrazando a Elizabeth, que estaba muerta de miedo. Podían esperar a que un bote les rescatar. Al ser de primera clase tenían preferencia, pero si no se daban prisa… Por otra parte podían aguantar hasta que fueran a buscarlos, pero eso podía en una hora o en un día. La mejor solución era evidentemente… -Sebastian, es una orden. Ponnos a mí y mi familia a salvo. -Yes, my Lord. Sebastian tomó en brazos a su amo y a su esposa y fue a cubierta seguido de Letizia. -Intenta seguirme el ritmo, Letty –le dijo antes de saltar acrobáticamente por el barco y caer sobre el agua para luego echar a correr sobre ella. Letizia hizo paso por paso lo que hizo su padre. Al estar tan lejos de la costa tardarían mucho y el frío que hacía podía debilitar y matar a Ciel y Elizabeth. La única opción que tenían era la de llevarlos a un barco cercano, el primero que avistaran. Sebastian y Letizia corrían codo con codo hasta que pasada una media hora avistaron un barco. -¡Vamos a subir! –le dijo Sebastian a su hija. -Vale. Sebastian y Letizia subieron a bordo y dejaron a Ciel y Elizabeth en cubierta para luego entrar en el camarote del capitán y, tras una primera impresión, contarles lo ocurrido con el Titanic. -¿Cómo han llegado hasta aquí? –preguntó el capitán, desconfiado. -En un bote –respondió Sebastian. -¿Y han subido…? -Deje las preguntas para más tarde y vaya a salvar a los pasajeros –lo cortó Letizia. El capitán la obedeció y estableció las coordenadas para ir en busca del Titanic. Sebastian y Letizia se retiraron con sus amos, que se secaban al calor de una hoguera. -Podemos esperar a que lleguen a puerto o volver a aventurarnos en alta mar –dijo Sebastian al cabo de un rato. -Hace demasiado frío, Sebastian –dijo Ciel-. No sé si sobreviviríamos Lizzie y yo. -Podemos esperar al alba –propuso Letizia-. No tardará en despuntar… -Cierto, pero para entonces puede que estemos de nuevo en el barco –añadió su padre. La única opción que tenían era la de esperar en aquel barco hasta que llegaran a puerto. -Y para volver habrá que coger otro barco…
Tras el incidente acontecido en el Titanic, Sebastian, por orden de su amo, se dedicó a investigar más a fondo las causas reales del hundimiento. Tras varias noches investigando con Letizia, ambos llegaron a una conclusión. -Ese iceberg no debería estar ahí –dijo Sebastian tirando un libro de geografía sobre la mesa-. Es prácticamente imposible teniendo en cuenta la distancia del recorrido con el Polo Norte. -Además, de que el agua del Atlántico no tiene icebergs normalmente. Sebastian guardó silencio, pensativo, hasta que su hija se acercó, temerosa para preguntarle si estaba pensando lo mismo que ella. -¿Crees que ha podido ser Adolf? Sebastian suspiró y le pidió a Letizia que se sentara a su lado. -No me cabe otra respuesta a todo esto. Alemania está empezando a resurgir como una gran potencia y puede rivalizar con Gran Bretaña. El transatlántico, aparte de ser un “invento” inglés, es casi como un desafío hacia los alemanes. Se me ocurre que tal vez Adolf haya querido hundirlo por esta razón. Lo que no sé es cómo ha podido hacerlo. Le habría detectado… ¿El alumno superando al maestro? O mejor aún, Sebastian siendo superado por su hijo, un hijo que no sabía nada de él y que no había recibido la educación apropiada; al menos que él supiera… Primero el Enterrador y ahora Adolf… -Papá -Letizia le puso una mano sobre su hombro-, voy a ver a Adolf a Alemania cuanto antes. ¿Quieres venir conmigo? Sebastian se volvió para mirarla a la cara; aquel hermoso rostro por el que mataría. Con una triste sonrisa asintió. No tenía más remedio si quería evitar una guerra a nivel mundial.
-Podéis marchar, pues es también una orden mía. Ciel se había reunido con Sebastian y Letizia en su despacho. El joven conde lucía ahora tres anillos en sus manos: el anillo de los Phantomhive, el anillo de su padre y su alianza. -Yes, my Lord –dijo Sebastian reverenciándose. -Tito Ciel –dijo Letizia, pero Ciel no se volvió para mirarla-. Volveremos enseguida… Y si necesitas ayuda, por favor habla con mis amigos… -No será necesario, Leti –la cortó el conde con sequedad-. Id a Alemania y traedme respuestas. Sebastian se reverenció ante su amo y tomando a Letizia por la cintura, ambos se fueron de allí. No tuvieron que hacer maletas ni equipaje de ningún tipo, solamente ir a la estación y comprar billetes de tren. -¿Qué tal si vamos en avión? –propuso Letizia mientras esperaban en la cola. -¿Y de dónde propones que saquemos un avión? –le preguntó su padre, serio. -No hago propuestas si no las puedo cumplir –rió Letizia. La joven llevó a su padre a una casa a las afueras de Londres, la casa de Judá. -En 1906, el padre de Judá se interesó por los aviones y aeroplanos por lo que tienen unos cuantos en su casa. Seguramente nos dejen algunos. Sebastian no las tenía todas consigo, pero la idea de su hija no era mala. El mayordomo empezaba a asimilar que habían perdido varias horas de su tiempo en vano, cuando el joven accedió a dejarles un aeroplano que los llevara hasta Alemania. -Este lo hemos modificado mi padre y yo –comentó orgulloso mostrándoles una preciosa avioneta de colores claros como los del cielo-. Lo llamamos el Firebird. -¿Como el fénix? –dijo Letizia observando de arriba abajo la estructura del avión. -No, no exactamente… En resumidas cuentas, le hemos añadido un par de motores a las alas y un motor más resistente de fabricación propia que permitirá llevaros hasta Alemania sin necesidad de repostar. Por último, los controles y mandos son más sencillos y muy similares a los de un automóvil*. *Judá ha desarrollado un modelo de avión supersónico, capaz de viajar a velocidades tan altas que puede romper la barrera del sonido. -Lo hiciste después de que Marcus nos enseñara, ¿a que sí? –dijo Letizia, picarona. Judá rió. -Sí, me has pillado. Tomad los cascos –les entregó un casco a cada uno-. Buena suerte en vuestra misión. Nosotros nos ocuparemos del Conde si es necesario. -Muchas gracias, Judá –le dijo Letizia abrazándolo-. No sé cómo agradecértelo. -¡Tonterías! Lo hacéis por una buena causa, además de que es un placer serviros. Letizia se puso a los mandos ya que su padre no controlaba de aviones… Por ahora. Judá le dijo cómo encender y apagar el motor y las indicaciones básicas. Una vez en tierra, se despidió y les deseó suerte, no sin antes añadir: -¡No lo he probado todavía! ¡Buena suerte! Letizia y Sebastian intercambiaron una mirada de miedo y preocupación, pero no había marcha atrás. El avión despegó lentamente hasta estar surcando el cielo poco después. Mientras que Letizia disfrutaba del viaje y del paisaje, Sebastian se aferraba a la silla, acongojado. -Es la primera vez que monto. No me da mucha seguridad y menos aún tras saber que Judá no lo ha probado antes… -Ten un poco de fe, papá –dijo Letizia sonriendo para que se le pegara algo de positivismo a su padre. El avión era en verdad bastante rápido y en menos de un día estuvieron en Alemania. Solamente tenían un pequeño problema cuando llegaron. -Dime que sabes aterrizar –suplicó Sebastian. -Sí, ese no es el problema. El problema es dónde aterrizo. En aquella época circulaban pocos aviones, por lo que no había muchas pistas de aterrizaje ni aeropuertos en Europa. A la desesperada, Letizia aterrizó en un campo desierto para luego esconder el avión con maleza y follaje que encontraron. -Papá, ¿estás bien? -Mejor que nunca ahora que tengo los pies en el suelo –suspiró Sebastian llevándose una mano al pecho. Todavía les quedaba un largo paseo hasta Berlín, donde se encontrarían con Adolf. Por el camino, que lo hicieron de noche, Letizia le preguntó a su padre por su hermano. -¿Cómo le vas a reconocer si nunca le has visto? -Los demonios tenemos una habilidad para eso, cielo. Parece que todavía no la has desarrollado. -Ah, la famosa vista… Sí, la vi en clase pero no, todavía no la tengo. -Ya la desarrollarás –comentó su padre abrazándola. Una vez en Berlín, Sebastin se dedicó a rastrear a Adolf. Estaba nervioso ya que por fin, después de veintiún años, iba a conocer a su hijo legítimo. Tenía tantas cosas que preguntarle que el corazón empezó a latirle muy deprisa. Por suerte estaba su hija allí para tranquilizarle. -Papá, estoy contigo. Sebastian sonrió al oír aquellas dulces palabras. No tenía nada que temer. Aquella situación era bien distinta a si no hubiera tenido descendencia de ningún tipo. Estaría solo en la misión, algo que tampoco le incomodaba, pero tener a alguien al lado reconfortaba bastante. Tras dar una vuelta por Berlín, Sebastian llegó a la conclusión de que allí no estaba Adolf. -¿Qué podemos hacer? –le preguntó Letizia cuando volvieron a donde estaba el avión. Sebastian estaba apoyado sobre el aparato cuando suspiró profundamente. -No quería recurrir a estos extremos, pero no me queda más remedio. Letizia temía por lo que su padre pudiera hacer, hasta que supo que lo que iba a hacer no era peligroso. -Pensé que torturarías gente con tal de saber dónde estaba, pero llamar a la abuela no es ningún inconveniente. -Lo sé, pero no quería rebajarme a este nivel. Ya verás, me va a estar burreando todo el rato. Sebastian sacó la Biblia que le había dado Galethe y con ella invocó a la Luna para pedir consejo. De repente, la figura de una mujer de cabellos dorados y traje blanco apareció delante de ellos, sonriendo ampliamente. -Cuánto tiempo, Sebastian. -Hola, Mun. Quería preguntarte por mi… -¿Adolf? Pensé que no querías volver a saber nada de él después de todo este tiempo. Aquello desconcertó un poco a Letizia que se volvió hacia su padre, quien miraba fiajmente a Mun, esperando una respuesta. -Sí, yo rescaté a Adolf. Galethe pensó que podía eludir la maldición, pero no es del todo cierto. La eludió, en efecto, y su familia no volverá a ser atormentada, pero el Mesías… Tenía que nacer de todas formas. Así, tomé a Adolf en brazos antes de que cayera al suelo y me lo llevé. Lo traje a Alemania, un país con un brillante futuro por delante, donde se crio con los humanos y en ocasiones recibía la educación de Angela. No sabíamos que el hijo de un demonio fuera tan espabilado, la verdad. -Los demonios somos sorprendentes, en efecto. No entiendo cómo podéis haberle dejado con vida. Mun siguió narrando su historia, haciendo caso omiso. -Se crio en Alemania y en la mejor Academia del país durante siete años. -¡Anda! Como yo –Letizia calló de ahí en adelante al ver que su comentario no fue bien recibido. -Destacó sobre todo en combate y estrategia, pero no le aceptan en el ejército por su apariencia física. -Es lo que tiene caer desde un tercer piso recién nacido –comentó Sebastian, malicioso. Mun hizo caso omiso al comentario del demonio y continuó narrando la historia de Adolf. -Ahora debe estar en Viena, ganándose la vida como buenamente pueda. Si queréis verle, tendréis que ir allí. Mun desapareció dejando a la familia demonio en el campo. Sebastian y Letizia no perdieron tiempo y pusieron rumbo a Viena. Todavía tenían bastante combustible para llegar, pero puede que no para volver. Ya se preocuparían de ello más adelante, ahora lo importante era encontrar a Adolf
By the way, voy a corregir el fic anterior a este (saltos de párrafo, cursivas...) para que quede más bonico ^^ | |
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Vie Oct 11, 2013 10:14 am | |
| - Spoiler:
Primavera de 1912 Sebastian y Letizia llegaron a Viena pocas horas más tarde de despegar en Berlín. Al igual que hicieron en la capital, aterrizaron en un campo a las afueras y ocultaron el avión tras unos arbustos y maleza. Acto seguido, Sebastian utilizaba sus poderes para dar con su hijo. Tras dos horas de intensa búsqueda, lo dieron todo por perdido. -A lo mejor aquí tampoco está -comentó Letizia, suspirando de cansancio. -En ese caso habrá que preguntar a los vecinos de la zona… -¡Cuidado, señor! Sebastian esquivó con agilidad la embestida de un ciclista que pasaba cerca. El muchacho que la conducía cayó al suelo de bruces y la bicicleta encima suyo. -¿Te encuentras bien? –le preguntó Letizia ayudándolo a levantarse. Sebastian reparó en la expresión del rostro de Letizia al ver al joven que se habían cruzado. Era una mezcla entre sorpresa, miedo y tristeza. -Sí… Estoy bien… -respondió el chico llevándose una mano a la frente dolorida. Sebastian levantó la bicicleta del suelo y se la tendió al chico, que estuvo pidiendo perdón y dándoles las gracias repetidas veces. -Disculpa –dijo Sebastian sin soltar el manillar de la bici-. Estamos buscando a una persona, ¿podrías ayudarnos? La sonrisa de Sebastian lo decía todo. Era aquella típica sonrisa que fingía ser amable y caritativo pero que en realidad emanaba odio y malas intenciones. Letizia supo en ese momento que aquel chico era crucial para encontrar a su hermano. -Puede… Dígame el nombre, por favor. -Adolf –dijo Sebastian sin dejar de sonreír-. Adolf Michaelis. El chico de la bici se extrañó al oír el nombre y, ladeando la cabeza le preguntó a Sebastian si se refería a él. -No me apellido Michaelis, pero mi nombre es Adolf y soy el único de por aquí con ese nombre… -Adolf… -Letizia se acercó y lo miró a de arriba abajo. Su instinto no le había fallado: aquel era su hermano. La chica lo abrazó con fuerza para segundos después romper a llorar de alegría-. Estás vivo… -Disculpa, jovencita… -Adolf –Sebastian volvió a captar su atención-. ¿Podemos hablar contigo en un lugar a parte?
Adolf llevó a Sebastian y Letizia a su casa de Viena. Era un pequeño apartamento, amueblado y en óptimas condiciones, por lo que su estatus económico era el adecuado. -Sentaos, por favor. Ahora os sirvo un té. Sebastian y Letizia se despojaron de los abrigos, los colgaron en el perchero de al lado de la puerta y tomaron asiento. Sebastian miraba la casa hasta el más mínimo detalle centrándose sobre todo en las fotografías que había en el mueble del salón. -Papá, ¿qué le vas a decir? –le susurró Letizia mientras Adolf estaba en la cocina. -No te preocupes, cielo. Déjamelo a mí. Adolf llegó al rato con tres vasos de té mal preparados, pero la intención era lo que contaba. Después tomó asiento al lado de Letizia y les preguntó el motivo por el que estaban allí. Sebastian le contó todo sobre su pasado, que él era su padre y Letizia su hermana melliza. -Siempre supe que era alguien especial, pero no que mi familia siguiera con vida –comentó el alemán después de que Sebastian le hubo contado todo. -Ahora estamos todos juntos. Podemos volver a casa –dijo Letizia, emocionada y poniendo una mano sobre la de Adolf, quien la retiró rápidamente, asustando a su hermana. -No… He sufrido mucho y he luchado mucho por estar donde estoy ahora. No puedo tirarlo todo por la borda. Ahora no. -Adolf, es mejor que vengas… -trató de convencerlo Sebastian, pero su hijo no le hacía caso. -No sabéis quién soy. Yo soy el Mesías, aquel que cambiará el mundo tal y como lo conocemos, sentando las bases de una nueva era más prometedora y con futuro. El mundo está zozobrando y pronto ocurrirá… -¿Qué? ¿A qué te refieres? –Letizia no sabía de qué estaba hablando, a diferencia de su padre. -Así que mi teoría era correcta –comentó el mayordomo llevándose una mano a la barbilla, pensativo-. Fuiste tú quien hundió el Titanic para retar a Inglaterra y demostrar que Alemania también es una potencia poderosa. Sabes las consecuencias que pueden traer tus actos si sigues así, ¿no? Adolf empezó a reír cada vez más fuerte. -Sí, padre. Desataré una guerra a nivel mundial. Aquella frase heló la sangre en las venas de Letizia, quien se puso en pie en un acto reflejo y le increpó a su hermano. -¡Adolf! ¿Por qué? -No lo ves, hermanita. Este mundo no tiene salvación. Lo único que puede hacer que avancemos es una guerra que purifique las almas de todos nuestros contemporáneos. Ya falta poco; en menos de un par de años tendré a mi disposición suficientes hombres como para volver a recuperar la antigua gloria de los Guardianes. -Guardianes… -Letizia había oído ese nombre en las historias de su padre, pero jamás llegó a pensar que eran reales. -Sí, los Guardianes volverán. Crearé una Orden poderosa de hombres altos, rubios y de ojos azules que gobernarán el mundo por su propio bien y protegerán al pueblo con lo hicieron mis antepasados. Los Nuevos Hijos de la Luna renacerán de sus cenizas. Sebastian se levantó de un salto y le propinó una fuerte bofetada a su hijo. Letizia se llevó las manos a la boca, asustada y sorprendida por la actitud de su padre, que nunca se había mostrado así. -Tus ideas son descabelladas y sinsentido –dijo Sebastian masajeándose la muñeca dolorida-. Tu plan está condenado al fracaso principalmente porque tu madre no quería que siguieras sus pasos como Guardián ni Hijo de la Luna. Galethe luchó mucho por evitar que la maldición os afectara y no pienso tolerar que desafíes sus deseos. Adolf se volvió lentamente hacia su padre. Su rostro enfurecido imponía y la herida que le abrió Sebastian en la mejilla le daba un aire aún más terrorífico. Adolf se chupó la sangre con la lengua y la saboreó. Su parte demoníaca no había sido entrenada como la de Letizia, por lo que era bastante salvaje. -Mi padre solía pegarme de niño –dijo lentamente y con un tono de voz de ultratumba-. Y… y… ¡odiaba a mi padre! Adolf sacó una pistola de su bolsillo y disparó a Sebastian sin siquiera apuntar. El demonio esquivó el ataque, agarró a Letizia y ambos se escondieron tras el sofá. En el apartamento empezó a llover plomo, destrozando muebles, vasos y abriendo agujeros en las paredes y el techo. Sebastian abrazaba a Letizia y ocultaba su cabeza entre sus brazos para evitar que alguna bala incidiera sobre ella. -Cielo, espera aquí hasta que vuelva, ¿vale? –le dijo, mirándola a los ojos y acariciándola con cariño. -Papá, no… -Aguanta aquí. Volveré –Sebastian la besó antes de encararse con su enloquecido hijo, que había recargado la pistola y disparaba a bocajarro-. Eres diestro con las armas de fuego, pero te falta práctica. Sebastian esquivaba e incluso atrapaba al vuelo las balas que su hijo disparaba. Cuando por fin se quedó sin munición, Sebastian saltó sobre él y lo inmovilizó en el suelo. -Ahora escucha, tus planes descabellados solo traerán la ruina, no salvarán el mundo. Es tu naturaleza de demonio lo que impide que salga bien por muchas promesas que los ángeles te hayan hecho. Tu empresa está condenada al fracaso, sin embargo, puedes salvarte. Ven con nosotros y empieza de cero. Empieza una nueva vida en un lugar mejor con tu familia. Te enseñaré a controlar tus poderes y habilidades y podrás llevar una vida feliz y tranquila. De ti depende, hijo. Adolf se revolvía en el suelo, pero Sebastian era más fuerte. Cuando el joven demonio se hubo tranquilizado, Sebastian le dejó incorporarse, pero no bajó la guardia. -Antes me has llamado hijo –dijo Adolf con un nudo en la garganta. -Porque es así –respondió Sebastian sonriendo. -¡No soy hijo tuyo! –bramó y esta vez le lanzó un cuchillo que tenía de la mano, pero Sebastian lo esquivó de todas formas. Visto que no se podía razonar con él, Sebastian fue tras el sofá, tomó a Letizia en brazos y saltó por la ventana, cayendo suavemente al suelo para luego correr hacia su medio de transporte, oculto en el campo. -Cielo, ¿estás bien? –le preguntó su padre, mirándola con preocupación. -Sí, no me ha herido. Aquello tranquilizó al demonio, que odiaba tener que poner en peligro a su familia. No podía decir lo mismo de su hijo, quizá porque no le reconocía tras tanta locura o quizá porque como nunca había estado con él, no había establecido el mismo vínculo que con Letizia. De vuelta al avión, arrancaron enseguida y pusieron rumbo a Inglaterra. Tenían que avisar al joven amo.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Miér Oct 16, 2013 4:10 pm | |
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Este Mayordomo Espía Tras informar al conde Phantomhive lo acontecido en Alemania, Sebastian esperó órdenes para evitar la guerra, pero Ciel no dijo nada al respecto. -Si en verdad es el Mesías, no se puede hacer nada al respecto, Sebastian. Sebastian acercó mucho a su amo y su expresión denotaba ira. -Ha cambiado mucho, joven amo. Usted no quiere detener a Adolf no por la profecía, sino por miedo. ¿Qué le preocupa? Ciel suspiró y cerró los ojos. -Sebastian, ahora tengo una familia que proteger. Tú como padre deberías entenderlo. No puedo arriesgar la vida de Elizabeth. Ahora no es como hace veinte años. Sebastian se incorporó lentamente, volviendo a su posición inicial. Seguía fulminando a su amo con la mirada. Sebastian como padre quería proteger a Letizia ya que estaba visto que Adolf no tenía salvación, pero aquel joven, que podía permitirse poner a salvo a su esposa en cualquier sitio… ¿Por qué no protegía a la Corona como sus antepasados? El demonio se fue del despacho de su amo, cerrando la puerta tras de sí. Allí le esperaba su hija, con las manos juntas, a la altura del pecho. Al ver la expresión de su padre supo enseguida que Ciel no iba a hacer nada. -Parece ser que estamos solos en esto –comentó Letizia, apenada. -No, solos no –dijo Sebastian, sonriendo a pesar de la expresión seria que había mostrado hace apenas unos segundos. Sebastian quería detener a Adolf por el mero hecho de que resultaba ser un peligro para su familia, nada más. Le daba igual que Adolf montara en cólera y destruyera el mundo tal y como conocían, pero a Letizia, ni tocarla. Así pues, Sebastian y Letizia emprendieron una pequeña odisea para detener al mellizo malvado. Durante cerca de un año, Sebastian y Letizia siguieron el rastro de Adolf. Aparentemente no tramaba nada, es más, parecía un joven risueño y alegre que simpatizaba con todos. Una tapadera tras la que se ocultaba una terrible personalidad. Como bien dijo Sebastian, no iban a estar solos. Su plan consistía en pedir ayuda a los amigos de Letizia, que acudieron a la llamada enseguida. -No puedo dejar al joven amo solo durante tanto tiempo –le explicó Sebastian a Letizia tras saber que Ciel no se iba a involucrar-. Os lo dejo en vuestras manos. -Pero, ¿y si fallamos? -No lo haréis. Confío plenamente en vosotros. Y así fue como Letizia partió a Alemania con su pequeña pandilla de amigos. Era el verano de 1912. Pasaron los meses y las estaciones y Letizia escribía a su padre respecto de lo que iban averiguando, que más bien era poco.
Julio de 1912 Hola, papá ¿Qué tal estáis todos? Por aquí todo muy bien. Hemos alquilado un pisito en Viena, donde vive Adolf. El piso está bastante bien y lo usamos como base de operaciones fundamentalmente. No hemos averiguado mucho en dos meses, solo que Adolf odiaba Viena y a su gente. Es un chico bastante dicotómico e hipócrita. ¿Por qué crees que es así? Seguiremos informándote, pero aparentemente no menciona nada de los Hijos de la Luna ni de los Guardianes, simplemente se limita a hacer su trabajo de repartidor. Un beso.
Julio de 1912 Hola, cielo Me alegra saber que estáis bien. En la mansión todo está como siempre. El joven amo y Elizabeth pasan mucho tiempo juntos ahora que están casados y apenas necesitan de mis servicios. Solamente para algunas misiones que el amo me manda o para acabar con los intrusos nocturnos. Id con calma en la misión, que no os pille. Da igual el tiempo que tengáis que tardar, hacedlo bien. Te mantendré informada. Te amo
Septiembre de 1912 Hola, papá. Está llevando más tiempo del que pensábamos. Seguimos sin descubrir nada. Es más, los chicos dicen de tirar la toalla. He tratado de convencerles, pero me da que dentro de poco me abandonarán a mi suerte. En parte lo entiendo porque, espiar y perseguir a una persona que no parece una amenaza, es bastante frustrante. Seguiré espiándole allá donde vaya. Un beso.
Hola, Letizia Tengo buenas noticias y malas noticias. ¡Las buenas son que el joven conde será padre! Son buenas en parte porque el contrato se empieza a poner más interesante. Y las malas noticias son que tendré que criar al crío hasta que crezca. Son órdenes del amo. Así que no podré reunirme contigo y ayudarte con Adolf. Lo siento mucho, cielo. Si surge cualquier problema, vuelve enseguida. Un abrazo
Invierno de 1913 Hola, papá. Perdona que no te haya escrito. Adolf se ha mudado a Munich. ¿Recuerdas lo que te conté que odiaba Viena? Era cierto, parece ser y ahora está en Munich. Creo que también puede ser para evitar el servicio militar, pero si es así, ¿por qué quiere ser el líder de un grupo de guerreros? No entiendo nada, papá. Te iré comentando. Un beso. Te quiero.
Hola, mi vida. Me alegro mucho por saber que estás bien. Así que elude el servicio militar, ¿eh? El joven amo fue al servicio mientras estabas en la Academia y es bastante duro, pero es mitad demonio y tiene la sangre de un Hijo de la Luna. Descarta pues la idea de debilidad o fortaleza, porque os sobran. La situación empieza a complicarse, por lo que veo. Mantenme informado en todo momento, por favor. Por cierto, el joven amo y la señorita Elizabeth te mandan recuerdos. La señorita Elizabeth tiene algunos síntomas del embarazo, aunque todavía no se le note la barriguita. Cuídate, cielo.
Febrero de 1913 ¡Papá! ¡Es terrible! He descubierto que Adolf ha estado reclutando Guardianes a escondidas. Qué estúpida he sido por no darme cuenta. Te escribo en el piso de Munich todo lo deprisa que puedo. Si no escribo de ahora en adelante es porque me han capturado. También he sabido de una mujer que está ayudando a Adolf, una especie de Ángel malvado. No sé describirla y tampoco tengo tiempo. Te quiero
Tras recibir la última carta, Sebastian pidió permiso a su amo para ir a ayudar a Letizia. -Denegado –dijo Ciel mientras trabajaba. Sebastian se lo imaginaba, pero siguió insistiendo. -Señor, va a tener un niño en unos meses. ¿De verdad quiere arriesgarse a que viva en una época cruenta y dura? -Eso no va a ocurrir, Sebastian. Además, estamos de cerca de saber quién mató a mis padres… Sebastian volteó la silla giratoria de su amo y se encaró con él. A pesar de ser ahora más mayor y adulto, Ciel seguía intimidado por el demonio, quien no paraba de criticarle. -Señor, se comporta de manera muy extraña. Cuando Letizia era pequeña comprendo que no quisiera darme demasiado trabajo para que me ocupara de ella. Supongo que lo quería para evitar que Leizia acabara como usted, ¿me equivoco? Pero que no quiera detener una guerra a nivel mundial me parece demasiado. ¿Qué demonios le ocurre? Algunos rasgos demoníacos se reflejaron en el rostro de Sebastian, como sus ojos y colmillos. Ciel suspiró y le contó que quería proteger a su familia y que para ello le necesitaba a su lado. -Letizia es mayor y es un demonio. No puede pasarle nada –comentó Ciel-. En cambio la mía… Además, el contrato te obliga a obedecerme, Sebastian. Las últimas palabras resonaron en los tímpanos del demonio, que apretó los dientes con rabia. Su amo había cambiado con el paso de los años, pero no iba a dejar aquella alma. Tanto tiempo cuidándola y preparándola… No, era suya a cualquier precio. Sebastian se fue allí, decepcionado. Su amo no atendía a razones por cuestiones que escapaban a su conocimiento. Solo tenía una salida.
-¡¿Letizia está en peligro?! -Por favor, señorita Elizabeth. Tengo que ir a ayudarla. Le imploro que hable con el joven amo. Letizia me necesita. Sebastian se había reunido con Elizabeth, que descansaba en el jardín. Al oría la noticia de Letizia, Elizabeth se preocupó por ella y le dio permiso a Sebastian para que se marchara. -Nos las apañaremos como podamos, pero ve a por Letizia. Debe estar muy asustada. Sebastian sonrió con hipocresía y se reverenció ante la condesa, dándole las gracias. Días más tarde, Sebastian estaba en Alemania buscando a su hija. Primero fue al piso donde vivía… -¿Letizia? –Sebastian abrió la puerta sin problemas. Dentro estaba todo tranquilo. El demonio cerró la puerta para evitar que nadie entrara o saliera e inspeccionó la casa. Siguiendo su instinto, primero fue al cuarto de Letizia… -¡¿Quién anda ahí?! Sebastian se puso a la defensiva, sacando los cuchillos de plata pero su rival no era ninguna amenaza. -¿Papá? Letizia soltó el bate de béisbol que estaba enarbolando y corrió a abrazarle. Sebastian la abrazó con cariño y le besó en la cabeza. -Me alegro mucho de que estés bien, mi niña. -Papá… Letizia le comentó a su padre que en ese preciso momento estaba escribiéndole una carta con las últimas novedades. -Adolf pretende hacer estallar una guerra en poco menos de un año. Ya lo tiene todo planeado. -Entiendo. Dijiste que una mujer que parecía un ángel le estaba ayudando, ¿no? -Sí… La vi a lo lejos… ¡Tenía alas! Aquel detalle le bastó al mayordomo para saber que Angela estaba detrás de todo esto. La profecía hablaba de un Mesías y, al nacer Adolf, los ángeles y la Luna lo adoptaron. Ya fuera el hijo de un demonio o de un ángel, aquel era el Mesías, independientemente de su naturaleza. Este factor era crucial pues la misión de los Cielos se llevaría a cabo, pero había altas posibilidades de que no surgiera como Dios quería. -Me quedaré contigo unos días, pero tendré que volver para el alumbramiento de la señorita Elizabeth. -¡Eso! ¡Cuéntame qué tal están! Sebastian le contó a su hija que la señorita Elizabeth estaba muy volcada con el niño, al contrario que Ciel, que estaba cada vez más raro. -Vaya… ¿Qué le pasará a tito Ciel? -Si no quiere compartir conmigo, su mayordomo, sus problemas y buscarle solución, no puedo hacer nada al respecto. El resto de la mañana la emplearon en trazar un plan. Sebastian quería entrevistarse con el ángel a toda costa, así que iría por la noche en su busca mientras Letizia vigilaba a Adolf. Sebastian y Letizia vigilaban al hermano de esta desde lo alto de un tejado una noche fría de primavera. -¿Vendrá? –preguntó Letizia al ver que allí no aparecía nadie. -Adolf la usa como una marioneta y Angela a él también. Sería estúpido que no se vieran. Al cabo de un rato, Angela apareció, con su forma humana, saludó a Adolf y ambos se marcharon. Letizia y Sebastian les seguían de lejos hasta que, cuando llegaron a una bifurcación, Angela y Adolf se separaron. -Nosotros también nos separamos aquí –dijo Sebastian sin dejar de mirar al ángel. -Papá, ¿y si es una trampa? ¿Y si quieren que nos separemos? Sebastian desvió la mirada hacia su hija. -Es un riesgo que hay que correr si queremos respuestas, cielo. Sebastian se marchó sin despedirse siquiera, dejando a Letizia sola en el tejado, indecisa y confusa. Su tito estaba raro y Sebastian actuaba sin tener en cuenta el contrato pactado con su amo. ¿Qué estaba pasando allí? -Ay, qué recuerdos. Tu madre también estuvo indecisa en su momento. Aquella voz… Letizia se dio la vuelta para encontrarse al Enterrador de cuclillas sobre una chimenea, sonriendo como de costumbre aunque en ese momento sin su guadaña. -Tú también quieres respuestas, ¿verdad? A tu edad, tu madre quiso respuestas. Saber los secretos que guardaba su familia. ¿Estás dispuesta a saber la verdad? -¿Verdad? ¿Qué verdad? El enterrador rió y bajó de la chimenea, acercándose a Letizia que retrocedió un paso. -Todo tiene una explicación, aunque es muy doloroso… Letizia no sabía a qué se refería el shinigami, hasta que éste empezó a hablar.
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Jue Oct 17, 2013 10:07 am | |
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Un poco más allá, en un callejón sin salida, Sebastian interrogaba a Angela. -¿Qué pretendéis tú y mi hijo? -Adolf es el Mesías, aquel que traerá la salvación a este mundo. Es lógico que tenga que ayudarle en su tarea. -Es mi hijo, es un demonio. No va a traer la salvación a ningún sitio. -Que sea de tu sangre no implica que sea como tú. Lo hemos educado nosotros, los ángeles, seres puros, demostrando que hasta la criatura más detestable e impura puede salvarse. -Que no te ciegue tu orgullo. Adolf no va a traer nunca… -¡Silencio! Angela trató de golpear a Sebastian, pero este esquivó el golpe. -¿Qué va a saber alguien como tú sobre los ángeles? -Sobre los ángeles sé poco, por no decir nada, pero respecto de los demonios, controlo bastante el tema. Angela y Sebastian empezaron a pelear hasta que el demonio la golpeó en el estómago y pudo inmovilizarla. -Ahora si eres tan amable de contarme vuestro malvado plan… -Lo sabes perfectamente, demonio. Pero dime, ¿por qué quieres detenerle? Tu amo no te lo ha ordenado y no le debes nada a los humanos. ¿Para qué luchar en un guerra que no es la tuya? Sebastian frunció el ceño. -Si lo hago es para salvar a mi hija… -¿Seguro? No será otra razón… Sebastian agarró a Angela por el cuello y la puso contra la pared. -Empieza a contarme vuestro plan. Angela sonreía mientras la mano se Sebastian se aferraba cada vez con más fuerza a su cuello. -No creo que te sirva de mucho si las personas que amas van a morir. Sebastian abrió mucho los ojos. ¿Qué trataba de insinuar el ángel? En ese momento en el que Sebastian se despistó, Angela consiguió zafarse y huir volando. Sebastian observó cómo el ángel se marchaba hasta que reparó en Letizia. El demonio corrió hasta el punto donde se separaron para tomar el camino que debería haber tomado Letizia cuando se encontró con su hijo, Adolf. -Hola, padre. ¿Busca algo? -¿Dónde está? –Sebastian trataba de ocultar su ira. Adolf sonreía con maldad, una sonrisa similar a la de Sebastian. -En estos momentos debe estar con el Enterrador en la zona este de Londres –Sebastian hizo ademán de ir para allá-, pero… curiosamente en la zona oeste está esa preciosa alma tuya que tanto tiempo llevas cuidando. El corazón de Sebastian dio un vuelco. Letizia y su amo habían sido atrapados. Al ver la expresión en el rostro de su padre, Adolf comenzó a reír. -Deberías ver la cara que has puesto. ¿Y si te digo que a medianoche ambos serán ejecutados? Y, oh, vaya, quedan cinco minutos para medianoche. Sebastian solo podía salvar a uno de ellos en aquel intervalo de tiempo, ¿pero a quién? No había estado casi treinta años al servicio del conde Pahntomhive para que ahora lo mataran, pero su hija… Sebastian apretó los dientes y echó a correr, perdiéndose en la noche. Adolf vio cómo se marchaba y acto seguido se dio la vuelta para volver a su casa. -Curiosa elección.
Este Mayordomo, está en un compromiso
-¿Quieres saber la verdad? Pues bien, te diré que no solo tu hermano está involucrado en todo esto. Un ángel lo está usando para su propósito de erradicar la impureza en la Tierra. Tanto tú como tu hermano sois los descendientes de los Hijos de la Luna. La profecía dice que un Hijo de la Luna será el Mesías, coincidiendo con vuestro nacimiento. El problema es que sois dos, entonces, bien uno de los dos es el Mesías, bien ambos lo sois. En cualquier caso, los Cielos han determinado que Adolf, el varón, sea el Mesías, de ahí que lo adoptaran y criaran desde que nació. El Enterrador le contaba a Letizia toda la información que tenía, desconcertando cada vez más a la joven. En un momento de descuido, el Enterrador aprovechó para llevarse a la joven a la zona este de Londres, donde la mantuvo cautiva. -¿Por qué haces todo esto? De pequeña cuidabas de mí… -Lo siento, cielo, pero me han mandado deteneros. -Los shinigami sois neutrales, ¡no debéis apoyar a ningún bando! -Y no lo hago. Simplemente, tenemos una amplia lista de defunciones entre 1914 y 1918 y vosotros los demonios sois los principales causantes, por lo que hay que deteneros. Letizia, amordazada en una silla, miraba fijamente al Enterrador, confusa. -Pero… ¿No es vuestra función? ¿Recoger almas? -Claro que sí. -Entonces, ¿para qué detenernos? -Oh, me he explicado mal. Vosotros sois los que evitaréis las defunciones. Los causantes son los ángeles, seres fríos y calculadores desde mi punto de vista. Ahora todo encajaba. Los ángeles, liderados en la Tierra por Adolf, originarían una guerra a nivel mundial en la cual moriría mucha gente. -Veo que ya lo vas entendiendo. Pues cuando sepas que tu padrino también está involucrado… ¡Ups! Aquel nombre. Padrino. Ciel. -¿Ciel está detrás de todo esto? –tronó Letizia, fuera de sí. -Ya sabía yo que tenía que atarte. En efecto, el conde está ayudando a los cielos en su misión. ¿Por qué si no iba a estar tan distante? ¿Por qué mandó a su mayordomo a la Academia sabiendo que la formación dura siete años? Ciel no tenía motivos aparentes para actuar de aquella manera, o eso pensaba Letizia. Tenía que avisar a su padre cuanto antes… -Si estás pensando en avisarle, no creo que sea necesario. Tiene cinco minutos para venir y salvarte o si no… El Enterrador dejó ver su enorme guadaña a modo de explicación. -Bueno, te lo puedes imaginar…
El Conde Phantomhive sentía un terrible dolor en la cabeza. Poco a poco iba recobrando el sentido y acordándose de lo que había pasado. -Cuánto tiempo, Ciel –dijo una voz femenina muy familiar. Ciel levantó la cabeza a duras penas; estaba atado de pies y manos y tumbado en el suelo con un asqueroso sabor a sangre en la boca. -Creo que la paliza no era necesaria… -murmuró el conde. -Era para recordarte que sigues siendo un humano. -Eso no formaba parte del trato, Angela. El ángel se dejó ver de entre las tinieblas y se arrodilló al lado del conde. -Tu ayuda nos ha servido de mucho, conde. Pero ya no eres útil. El mundo cambiará, será más puro y limpio, pero antes tenemos que acabar con todas las almas impuras que hay en el mundo. Ello te incluye a ti. Angela agarró a Ciel por los cabellos, haciéndole levantar la cabeza. -Aunque… Aún puedes salvarte. Tu mayordomo tiene cinco minutos para venir, aunque tiene la difícil misión de elegir entre su hija y tú. ¿Quién será el afortunado? Ciel mantenía la mirada al ángel. No debería haber hecho un trato con él… De repente, se oyeron golpes muy fuertes procedentes del exterior y una pared cayó. Detrás de todo el polvo que se levantó apareció la figura de un hombre alto y fornido. Al reconocerle, Ciel empezó a increparle. -¡No! ¿Por qué a mí? ¡Sálvala a ella! Sebastian se agachó al lado de su amo y le despojó de sus ataduras. -Amo, no he estado veinte años a su servicio para que ahora se muera. Su alma me pertenece. -¿Prefieres mi alma a la vida de tu hija? Sebastian lo tomó en brazos en se marchó de allí. Angela les observaba desde la distancia sin entrometerse. -Has condenado a Letty –exclamaba Ciel golpeando a su mayordomo. -Volvamos a la Mansión, joven amo. Sebastian saltó al tejado y echó a correr por ellos hasta llegar a la mansión Phantomhive. Por el camino, Ciel no paraba de maldecir al demonio. Él, el conde, les había traicionado hacía tiempo y aun así Sebastian le había elegido a él. -Sabía desde el principio que nos traicionaba, joven amo –dijo Sebastian-. Pensé que sería divertido dejarle pensar que no me daba cuenta y ver cómo transcurrían los acontecimientos. Además, podía ocuparme de Letizia sin problemas. -Estúpido… -Señor, ambos son mis dos personas más preciadas. No renunciaría a ninguno. -¡Idiota! Ya no hay tiempo de salvarla. -Cierto, pero no importa. Ya ha sido salvada. Ciel estaba confuso. Si Sebastian le había elegido a él, ¿cómo era posible que Letizia también estuviera a salvo? De vuelta a la mansión, ésta estaba como siempre, tranquila y sosegada. Cuando Elizabeth vio venir a su esposo, se le echó al cuello, emocionada. -¡Ciel! ¡Estás bien! -Ha sido gracias a Sebastian. El mayordomo se reverenció con una sonrisa, pero la expresión de su amo era justo la contraria. -Venga, venid, Letizia está esperándoos desde hace un buen rato. ¿Letizia? Ciel se volvió hacia su mujer, que subía las escaleras a toda velocidad y eso que estaba encinta. El joven amo se volvió hacia Sebastian, que sonreía ampliamente. -Ya le dije que son mis dos personas más importantes. No renunciaría a ninguno. Ciel y Sebastian subieron las escaleras hasta la habitación de invitados, donde estaban Letizia y sus amigos. Al ver entrar a sus padrinos y a su padre, Letizia los abrazó a todos. -Qué alegría que estéis bien –dijo Letizia abrazando a su padre. Sebastian la abrazó con cariño, como si no quisiera que aquel momento terminara nunca. Ciel le fulminaba con la mirada. Así fue como los salvó a todos. Los amigos de Letizia fueron a por ella mientras Sebastian iba a salvar a Ciel. Ahora todo encajaba. Era muy de madrugada y los humanos decidieron irse a acostar, mientras Letizia y su padre hablaban de lo que había pasado. -El Enterrador me confesó que el tito Ciel estaba involucrado en todo el asunto, que por eso no te daba tanto trabajo. Y ahora parece ser que lo han traicionado. -Típico del joven amo. En fin, tenemos a un ángel y a un demonio que se cree un ángel a punto de hacer estallar una guerra que según ellos purificará el mundo. -Esa es otra. El Enterrador me dijo que quería matarnos a ti y a mí porque seríamos los que acabásemos con la guerra y que eso no beneficiaba a los shinigami. Sebastian guardó silencio mientras pensaba. -Lo único que podemos hacer ahora es evitar que estalle la guerra. Pretenden matar a un alto dignatario en el Imperio austro-húngaro. -Sí, pero no será hasta el año que viene. -Tienen que planearlo muy bien… -Y si les estropeamos esos planes… -Es muy arriesgado. Vamos a esperar, de acuerdo. Puede que sea un año, pero es un suspiro para un demonio…
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Sáb Oct 19, 2013 10:23 am | |
| Ya se acaba. Esta edicion y ya mañana fin. Enjoy! - Spoiler:
Este Mayordomo, en la Guerra
Verano de 1914 Sebastian y Letizia habían acudido a Sarajevo para evitar que el plan de Adolf surtiera efecto. Durante la ceremonia en la que el archiduque Francisco Fernando se paseaba por la ciudad, no pasó nada ni vieron nada sospechoso, hasta que… A lo lejos vieron a Adolf empuñar una pistola. Letizia fue a avisar a su padre, pero este ya se había adelantado y había agarrado a Adolf por el brazo, desarmándolo. -Parece que tu guerra tendrá que esperar –dijo Sebastian, triunfante. Adolf por su parte empezó a reír de aquella manera tan psicótica característica suya. -Solo era un señuelo. Sebastian y Letizia alzaron la mirada y vieron a Angela entre el público, lista para disparar también al archiduque. -¡Hay que detenerla! -Está muy lejos, cielo. No llegaremos a tiempo… Letizia cogió la pistola de su hermano del suelo, apuntó a Angela y disparó. Los disparos alertaron a la gente, que comenzó a huir despavorida. Adolf aprovechó la confusión para huir del lugar, dejando a su familia sola. Sebastian reparó en la mirada perdida de su hija, todavía con la pistola en la mano. Hubo otro disparo esta vez procedente de la pistola de Angela, quien también se alejó de allí, sonriendo de agradecimiento. Sebastian comprendió entonces lo que había pasado. -Papá… He… He… -musitó Letizia, más pálida que de costumbre. Sebastian le quitó la pistola suavemente e hizo que le mirara a la cara. -La culpa no ha sido tuya. -¡Le he disparado! ¡He hecho que estalle la guerra! –exclamó fuera de sí y agarrándose a la pechera de su padre. Sebastian los llevó a un lugar apartado y seguro antes de que la policía los arrestara. Una vez a salvo, Letizia no paraba de culparse por la muerte del archiduque. -Ha sido culpa mía –lloraba. -Caíste en una trampa, que es distinto –comentó Sebastian, sentándose a su lado y rodeándola con su brazo-. La culpa no es tuya. -Ahora habrá una guerra y… Letizia hundió el rostro entre las manos y rompió a llorar. Su padre la abrazó con cariño y trató de consolarla, en vano. -Quien lo mató fue Angela –dijo para calmarla. -No, yo maté al archiduque. Angela mató a su mujer. Sebastian no sabía qué más decir. Daba igual quién los hubiera matado; ya estaban muertos y la guerra no tardaría en empezar. El demonio se limitó a quedarse allí, abrazando a su hija, hasta que la guerra llamó a Sebastian y a Ciel al frente. Cuatro intensos años en los que Ciel y Sebastian lucharon en el frente hasta que el conde fue herido de gravedad y repatriado. Mientras se recuperaba de sus heridas con su mujer y su hijo, Ciel no podía más que recibir noticias de Sebastian… y de Letizia que había ido a ayudarle. Sebastian destacó como soldado y ascendió rápidamente a sargento mientras que Letizia le ayudaba fuera del ejército. Su principal misión era la de hacerse camino hasta Alemania, donde estaba Adolf. Ya habían pasado tres años de guerra cuando por fin llegaron a su destino, aunque, tristemente, los atraparon. -¿Qué tenemos aquí? -Una familia, general –dijo el teniente retirando de la cabeza de Sebastian y de Letizia sendas bolsas de tela. -Ya veo… Qué jóvenes, casi parecéis pareja. Vaya, ¡qué guapa! Teniente, mate al padre pero deje a la hija con vida. Sebastian, con la cara llena de heridas y sangre, rió por lo bajo. -Póngale una mano encima y se arrepentirá enormemente. Mientras el teniente alemán le propinaba una patada en la cabeza al mayordomo, el general levantó a Letizia del suelo. -Ya le estoy poniendo mis manos encima –dijo el general en tono desafiante-. ¿Qué piensas hacer? Sebastian escupió un poco de sangre. -Supongo que tendré que matarle. -¡Bastardo! –el teniente alemán apuntó a la cabeza de Sebastian con su pistola y disparó, pero la bala nunca llegó a incidir en él. Sebastian había atrapado la bala con los dientes ya que, al estar maniatado, no podía usar sus manos. El teniente, asustado, trató de apuntar con su temblorosa mano, pero Sebastian fue más rápido y solo tuvo que escupir la bala para que esta matara al teniente. -¡Maldito! –el general sacó su revólver, pero esta vez fue Letizia quien le mató empleando sus poderes demoníacos. -Muy bien, cielo –la felicitó su padre desatándose-. Ya empiezas a cogerle el tranquillo, ¿eh? -Sí, la verdad es que sí –sonrió su hija, rompiendo con sus poderes las ataduras. Ambos tenían la ropa hecha jirones y el cuerpo lleno de heridas y sangre que, aunque cicatrizaran, dolían. -Vamos a buscar a tu hermano –dijo Sebastian saliendo del hangar en el que estaban justo para salir al campamento donde había más alemanes. -¿Los matamos? –propuso Letizia. -No, sospecharían. Déjamelo a mí…
Sebastian y Letizia fueron conducidos a otra parte de Europa donde estaban llevando a cabo experimentos con personas. Les habían fusilado, ahogado, acribillado y apaleado pero seguían vivos y de una sola pieza. Hartos, los alemanes decidieron probar con ellos su arma secreta. -¡Felicidades! Sois los primeros en probar nuestra gran arma. Gracias a este invento el mundo será más puro y limpio. Eliminaremos a esas razas de judíos que mancillan el mundo con su existencia y los Hijos de la Luna volverán con más fuerza. Sebastian y Letizia estaban esposados mientras andaban por un estrecho corredor donde les iban a ejecutar. Tras desnudarlos, los introdujeron en una pequeña habitación y cerraron la puerta de acero blindado. Pasaron los segundos y allí no pasaba nada. -¿Qué clase de arma es esta? –preguntó Letizia mirando a su alrededor. -Supongo que ahora lo sabremos –comentó Sebastian. -Papá, no nos matará, ¿verdad? Sebastian se limitó a sonreír para tranquilizar a su hija. -No existe arma humana que pueda matar a un demonio, cielo. Qué va a ocurrir es lo que desconozco, pero sé a ciencia cierta que no nos afectará. Letizia empezó a tiritar un poco de frío, por lo que Sebastian la abrazó para darle calor. -Sigue habiendo parte humana en ti –comentó con nostalgia. -Lo siento… -No tienes que sentirlo. Vívelo, pues el resto de la eternidad carecerás de ello. De repente, se apagaron las luces y todo quedó inundado por la oscuridad. Sebastian seguía sonriendo, intuyendo lo que iba a pasar. -Cielo, hazme un favor. Cierra los ojos –dijo Sebastian poniendo una mano sobre los ojos de su hija.
-Es todavía un prototipo. -Por eso lo vamos a probar con ese par de cabrones. Los alemanes echaron el gas letal en la cámara. Desde dentro se oían los gritos del padre y su hija así como los golpes que daban contra la puerta, luchando por salir. Tras varios minutos de sufrimiento y dolor, Sebastian y Letizia dejaron de moverse. Los alemanes esperaron a que parte del gas se evaporara para poder entrar, con mascarillas, para recoger los cadáveres. -La chica era guapa. ¿Por qué la habrán matado? -Si sigo viva –dijo Letizia sobresaltando a los guardias alemanes. Sebastian aprovechó para cerrar la puerta de nuevo. Su cuerpo, despellejado y sangrante apenas era reconocible. Daba pavor verle al igual que Letizia. Los alemanes no sabían qué hacer. Aquellos seres no eran humanos. -Simplemente somos una familia infernal –respondió Sebastian antes de matar a los alemanes. Despojaron a los guardias de sus vestimentas y se vistieron con ellas. Ahora podían infiltrarse en el cuartel. -Dolía bastante –comentó Letizia saliendo de la cámara. -Por eso te pedí que cerraras los ojos, porque podían picarte. -Me picaron de todos modos. ¿Qué tal la actuación? -Verídica, yo creo. Qué arma más terrible ha ideado tu hermano. -No creo que haya sido idea suya, sino de ese ángel –bufó la chica. Ya estaban saliendo de la zona, cuando empezaron a oír a los soldados alemanes que se acercaban cada vez más. -Se me ocurre una idea –dijo Letizia mirando hacia la cámara en la que habían estado. Los soldados alemanes llegaron tranquilamente al punto de reunión. AL ver la puerta abierta de par en par y sin rastro de sus compañeros o de los prisioneros, los alemanes se asomaron a la cámara. Dentro, un extraño bulto se movía. -¡Arriba las manos! –exclamaron empuñando sus pistolas. El extraño levantó las manos y se dio la vuelta lentamente. De repente, la puerta se cerró de par en par, oscureciendo la cámara. Los alemanes empezaron a disparar a ciegas hasta que se quedaron sin balas. -Buena idea, cielo –comentó una voz masculina. En ese momento resplandeció una pequeña luz: una cerilla. -No es mucho, pero algo es algo –dijo una voz femenina. Muertos de miedo, los alemanes se abalanzaron sobre los prisioneros, mas Sebastian les partió las piernas y los brazos. -Mis felicitaciones, caballeros, han creado una terrible y malvada obra maestra –dijo Sebastian, sonriendo ampliamente-. Desgraciadamente, no ha podido matarnos, pero tienen suerte, van a probarla por ustedes mismos. Letizia abrió la puerta y salió, seguida de su padre, quien cerró la puerta y activó el gas venenoso. Dentro se oían los gritos de desesperación de los dos soldados, hasta que, pasados unos minutos, murieron. -Empiezo a disfrutar de la desgracia humana, papá –comentó Letizia, que no se había movido de su sitio. Sebastian pasó un brazo por sus hombros, orgulloso. -Ahora vamos a ver a tu hermano.
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| | | Hwesta Duque
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| Tema: Re: Black Butler: El Legado de Sebastian [secuela de Black Butler Luna de Sangre] Dom Oct 20, 2013 9:35 am | |
| Chin-pum. Hoy se acaba la segunda parte. Espero que la hayáis disfrutado ^^ - Spoiler:
Sebastian y Letizia no tardaron en dar con Adolf, que había escalado posiciones durante la guerra y ahora era un reconocido soldado. A pesar de haber recibido multitud de heridas y haber estado al borde de la muerte, Adolf nunca pidió la baja pues Angela le recuperaba de sus heridas. Era el otoño de 1918. Había que empezar a poner fin a aquella ridícula guerra. Adolf estaba en su cuarto en el campamento, descansando, cuando recibió la inesperada visita. -Hola, Adolf –lo saludó Sebastian, feliz. -Adolf… -dijo Letizia. -¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo…? -Las preguntas las hago yo –replicó Sebastian sacando un puñado de cuchillos y lanzándolos hacia el alemán, que quedó crucificado en la pared de tela. -¿Cómo haces eso? -Soy un mayordomo infernal, cariño –respondió Sebastian. Ahora que Adolf estaba atrapado y a merced de Sebastian, éste empezó a interrogarle. -Ya sé bastante de ti, de tus ideales y de tu pensamiento acerca de esta guerra. Ahora, dime, ¿con qué familia te criaste? Aquello sorprendió tanto a Adolf como a Letizia, que se volvió hacia su padre con expresión de incredulidad. -¿Qué tiene eso de importante? -Responde –lo apremió Sebastian apretándole un cuchillo en su cuerpo. Adolf dejó escapar un grito de dolor y lo soltó todo. -Con los Hitler. Me crie con los Hitler. -Por curiosidad, ¿cómo se llama tu padre? –preguntó Sebastian llevándose una mano al mentón. -¿Eh? ¿Qué clase de…? –Sebastian volvió a torturarlo, impaciente-. ¡Agh! Alois, se llama Alois. Sebastian mostró una media sonrisa socarrona y se dio la vuelta. Letizia alternó la mirada entre su padre y su hermano. -¿Qué pasa con Adolf? –preguntó Letizia antes de que Sebastian levantara la puerta de tela. -Oh, cierto. Sebastian se acercó a su hijo mientras hurgaba en sus bolsillos. Tanto Letizia como Adolf pensaron que le iba a soltar, pero en realidad Sebastian le tiró encima una buena cantidad del gas venenoso que había usado con ellos en la cámara. Sebastian después le quitó los cuchillos, de modo que Adolf cayó al suelo y empezó a retorcerse de dolor. -Tus cámaras de gas son fascinantes. Lástima que no las vuelvas a usar nunca más. Dicho esto, Sebastian se marchó, seguido de Letizia. Una vez fuera, se mezclaron con los soldados y se marcharon de allí. -¿Qué pasará ahora? -Espero que muera –masculló el mayordomo-. Diremos que fue cosa de los franceses.
Semanas más tarde, la guerra terminó. Era el invierno de 1918. En la mansión Pahntomhive, la noticia se celebró como cabría esperar. El conde, ya un hombre de casi 40 años de edad pidió un brindis por el final de la guerra y un minuto de silencio por los caídos en combate. La noche en que recibieron la noticia, el conde se reunió con Sebastian mientras Elizabeth acostaba a sus hijos. -¿La guerra ha concluido definitivamente? –le preguntó Ciel. -Sí, mi señor. Ciel suspiró y se quitó el parche de su ojo. -Sebastian. Letizia ya es mayor, he formado una familia, he vengado la muerte de mis padres… No me queda nada más por lo que luchar. Sebastian se situó detrás de él y puso sus manos sobre los hombros del conde. -Entonces, mi señor –dijo el demonio, saboreando el momento que tanto había esperado. Ciel suspiró y se dio la vuelta. -Toma mi alma, es tuya. Ciel se sentó en la silla de su escritorio y vio cómo su mayordomo se despojaba de sus guantes y se inclinaba lentamente sobre él para comer su alma. -Espera… ¿Duele? -Un poco. Trataré de hacerlo lo más gentil posible, señor. -¡No! Sebastian, os he traicionado a ti y a tu hija, os he engañado durante más de veinte años. No merezco compasión; por favor, graba en mi alma todo el dolor y la muerte de mi vida. Sebastian se complació al oír aquellas palabras y cumplió el último deseo de su amo. Primero fue su prima, Galethe Moonwood, la última Hija de la Luna y ahora él. Dos almas verdaderamente deliciosas en menos de cincuenta años. Tras tomar el alma de Ciel, Sebastian se marchó de allí y fue a buscar a su hija para darle la noticia. -Entonces, ¿qué va a pasar ahora? -Ya eres todo un demonio, cielo. Creo que puedo enseñarte a comer almas. Estarás hambrienta después de tanto tiempo… -Pero, ¿y los Phantomhive? -Mi contrato con el señor ha concluido. Ya nada me ata a este sitio –dijo Sebastian mirando hacia la enorme mansión-. Buscaré otro contratista. Así es nuestra naturaleza. Letizia agachó la cabeza, meditabunda. -Ven conmigo –le pidió su padre-. Lo más probable es que los descendientes de Ciel quieran vengarse y nos den caza y muerte. Es por eso que tenemos que huir. Lejos de aquí. Letizia echó un último vistazo a la mansión en la que había vivido durante tantos años. Al darse la vuelta, su padre tendía su mano hacia ella. Letizia se la quedó mirando un instante hasta que decidió tomarla. -Iremos lejos de aquí. -Papá… ¿estarás siempre conmigo? -Puede… Lo más probable es que nos acabemos separando cuando sepas tomar almas. Pero es ley de vida, no pasa nada. Y, quién sabe, puede que volvamos a coincidir en otra era. -Papá… Si Adolf por un casual ha sobrevivido… -Le dispararé yo mismo en la cabeza. Ningún humano sobrevive a eso. -Por cierto, ¿por qué te sorprendió oír el nombre del padrastro de Adolf? -Fue un antiguo rival del señor. Ocurrió cuando eras muy pequeña, no te acuerdas. Alois Trancy cambió su apellido y crio a mi hijo en un intento por vengarse de mí y de Ciel. ¿Cómo no me di cuenta antes? -Bueno, ahora estamos en paz. Aprovechemos el momento. -Estoy de acuerdo, cielo.
Pasaron los meses, los años, las décadas… Para desgracia de Sebastian y Letizia, Adolf logró sobrevivir, haciendo estallar una Segunda Guerra Mundial, más poderosa y terrible que la anterior. Tal y como prometió el demonio, le disparó en la cabeza cuando la Guerra tocaba a su fin. Todo el mundo pensaba que Adolf se suicidó, mas fue Sebastian quien acabó con su vida. Con la entrada del nuevo siglo Letizia y Sebastian acabaron separándose en su búsqueda de almas que comer. Y durante años no se volvieron a ver…
-Te presentaré a mi nuevo consejero, Ágata. Después, ordena que manden un coche a recogerme a las cinco… El Emperador paseaba por los pasillos de su mansión con su fiel doncella al lado. -Ye, my Lord. -Como demonio, estás obligada a obedecerme –dijo el Emperador mirando de soslayo a su doncella. -Por supuesto, señor. A cambio de su alma, como recordará. El Emperador no respondió a aquello. De repente, el Emperador se paró delante de una enorme puerta de doble hoja. Un par de guardias abrieron las puertas tras las cuales apareció un hombre alto de pelo negro y largo hasta los hombros. -Ágata, este es mi nuevo consejero, Anthony. Enséñale la mansión y su cuarto. -Yes, my Lord. El Emperador se marchó de allí, dejando a la doncella y al consejero solos. En cuanto estuvieron solos, ambos se fundieron en un cálido abrazo. -Hola, papá –susurró la doncella. -Cuánto tiempo sin verte, tesoro. Mírate, toda una mujer. -No como tú, que no has cambiado un ápice. -Tal vez las arrugas y el pelo… -comentó Sebastian mirándose la punta de una cana. Ágata y Anthony rieron. Después, tal y como pidió el Emperador, Ágata guió a su padre por la mansión del Emperador. -Ha pasado tanto tiempo… Más de dos mil años. -Sí, y el mundo ha cambiado tanto… Es maravilloso ver cómo avanza la sociedad humana, pero el momento en el que están ahora… -Creo que ningún momento histórico es cien por cien bello, papá. Sebastian sonrió con cariño. -Bueno, al menos estabas en lo cierto. -¿En qué? -Volvemos a estar juntos.
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