Buenas!!! Aqui les dejo mi fanfic debut de el mayordomo negro con la pareja SebasxCiel Disfrutenlo!!!
Dedicatoria:
A los fans que amamos el anime y manga japonés, sobre todo a Kuroshitsuji: El Mayordomo Negro de la genial mangaka Yana Toboso. A ella y a los lectores que son los que me inspiran.
El cuervo dijo nunca más
Estaba solo. Inmerso en la oscuridad. Como aquella primera vez que le conoció.
Ciel entreabrió sus ojos azules. Solo una tenue luz proveniente de una única vela junto a la cama en donde estaba acostado iluminaba lo suficiente para verse a sí mismo. Su cuerpo pequeño a la edad de trece años, de piel blanca, cabellos negros de un brillo azulado que le caía sobre su frente ocultando parcialmente sus ojos grandes y azules, su cuerpo delgado, pero esbelto que en esos momentos estaba cubierto por una blanca camisa que le cubría hasta la mitad de sus muslos y se le hacía grande para él.
Al instante de despertar supo que esa no era su cama. Había dormido y despertado tantas veces en ella que era imposible de olvidar la sensación al recostarse sobre sus propias sábanas. Era igual de blando y las sabanillas eran del más exquisito satén, pero no eran suyas. Volvió a mirar a su alrededor, ya sentado sobre la cama, pero no podía ver nada. Pareciera que la habitación en donde estaba estuviera compuesta solo de la elegante cama y la mesita a su lado, todo envuelto en tinieblas. Su primera reacción no se hizo esperar.
- ¡Sebastian! - llamó él con imperiosidad.
Pero no hubo respuesta. Todo estaba envuelto en el mayor silencio.
- ¿Dónde se metió ese demonio? - se preguntó el chico frunciendo el entrecejo - Más importante aún: ¿dónde diablos estoy yo?
Trató de hacer memoria. Si mal no recordaba, estaba…
Súbitamente sufrió un sobresalto.
- Es cierto - masculló con los ojos totalmente abiertos de la sorpresa - Mi venganza… El contrato fue cumplido. Sebastian, él… Debió tomar mi alma.
¿Estaba acaso muerto? ¿Su alma ya había sido consumida?
Miró sus manos. Posó una encima de la otra. Podía sentir el roce de su propia piel. No parecía estar muerto. ¿Los muertos soñaban? Podía ser una posibilidad. Pero tampoco pensó que se tratara de un sueño. Entonces, ¿qué ocurría?
Se bajó de la cama lentamente. No veía el piso dada la oscuridad, pero al descender sus pies de la cama con cuidado sintió que tocaba la plana y fría superficie que había debajo de él. Recorrió un tramo con desconfianza, alejándose de la cama. Llevó consigo la vela colocada en un candelabro plateado, pero nada se iluminaba a su alrededor salvo él mismo. Pareciera que aquella habitación no tuviera más muebles y no había salida visible. Caminó durante unos minutos adelantando una mano frente suyo en busca de alguna pared u objeto entre la oscuridad, pero no encontró nada.
De pronto se vio a si mismo inmerso en la oscuridad protegido solo por la leve iluminación de la vela. Ya no veía la silueta de la cama. No veía nada. Se sentía solo.
- ¡Sebastian! - volvió a llamar, esta vez con un deje de súplica en su voz.
No hubo respuesta. Corrió. Intentó llamándolo una vez más, pero sufrió la misma silenciosa respuesta. Lo intentó una vez más. Y otra vez. Y otra. No se detuvo hasta que sintió seca su garganta y húmedos sus ojos. Entonces detuvo su carrera contra la soledad.
Estaba solo. Inmerso en la oscuridad. Como aquella primera vez que le vio.
Recordó su traumático pasado, cuando sus padres murieron y él quedó en manos de aquellos que le hicieron sufrir. Aquella vez que conoció a Sebastian y realizó el contrato.
- Sebastian - susurró sin mucha esperanza de ser escuchado –, no me dejes solo.
- Yes, my lord.
La oscuridad se disolvió, desapareció con aquellas palabras. En un parpadeo del chico todo se volvió cegadoramente luminoso, todo blanco. El suelo era de mármol blanco, las paredes también. No había velas, pero alguna extraña luz inundaba toda la habitación.
Ciel dejó caer el candelabro de su pequeña mano y se giró de la sorpresa. El lapso de tiempo en que caía el candelabro y provocaba un resonante sonido al chocar con la superficie de mármol fue el tiempo que el chico se tomó para procesar en su cabeza la aparición de Sebastian ante él, su alta y esbelta figura parada frente a él, vestido con su característico frac negro de mayordomo, su piel tan blanca como el mismo mármol, su cabello negro que enmarcaba su bello rostro, sus ojos rojos como sangre que le miraban con astucia y sus labios curvados en una endemoniada sonrisa.
- Me da gusto que haya despertado - dijo con fingido regocijo el mayor - ¿Qué le pareció su pequeño recorrido por la habitación?
- ¿Me estabas mirando? - el pequeño dio rienda suelta a su furia - ¡¿Por qué no viniste cuando te llamé?! Nuestro contrato…
- No existe tal contrato - le interrumpió Sebastian sin dejar de sonreír - Nunca más. ¿Quiere comprobarlo?
El mayor señaló a la pared junto a Ciel donde había aparecido un espejo de cuerpo completo sin que el chico se diera cuenta. El menor se miró y lo primero que comprobó fueron sus ojos. Se sorprendió al ver sus dos ojos totalmente azules. No había marca en su ojo derecho. No había contrato. Ya no tenía nada que le uniera a Sebastian, salvo los recuerdos. Se acercó al espejo y apoyó su delicada mano de infante en su reflejo. Al instante visualizó a Sebastian junto a su imagen en el espejo luego de que este se aproximara a él por detrás.
- ¿Por qué no has tomado mi alma? - exigió saber Ciel.
- Sentí que sería un poco aburrido si solo tomaba su alma, así que me tomé la libertad de crear un pequeño juego. Le gusta jugar, ¿verdad, joven amo?
Ciel giró su rostro ceñudo hacia quien fue su mayordomo.
- ¿Cuál sería el punto de seguir en tu juego? De todas formas consumirás mi alma tarde o temprano.
- ¿Disfrutó su estancia en la oscuridad entonces?
Un estremecimiento recorrió el cuerpo del menor al recordarse solo en aquella oscuridad y sin nadie que contestara sus súplicas. La expresión encrespada del niño no pasó desapercibida por el demonio, quien agrandó su sonrisa al verle temblar.
- Esa será la misma sensación que sentirá cuando tome su alma para mí. Tal vez incluso empeore dependiendo de cómo fue su trato hacia mi durante nuestro pacto - le explicó mientras se inclinaba hacia él con malicia - ¿Está seguro que no desea aplazar un poco más esa sensación?
Sebastian le tenía acorralado. Sabía que el menor le temía a la oscuridad y a sentirse solo. Él le conocía mejor que nadie. Ciel volvió a mirarse al espejo con indecisión. El reflejo de la burlona sonrisa de Sebastian no se escapaba de la mirada del chico.
Finalmente Ciel decidió ceder.
- ¿De qué trata ese juego tuyo?
- Estoy contento de que aceptara - expresó el mayordomo con fingida alegría - Y sobre eso…
Sus palabras quedaron en suspenso por unos segundos que le parecieron eternos a Ciel, quien se había girado completamente hacia el hombre frente a él, como un prisionero esperando por su sentencia.
- ¿Qué le parecería convertirse en mi mayordomo?
Las palabras de Sebastian volvieron a quedar suspendida en el aire. Cuando el mayor se fijó en el rostro del chico notó que este le miraba con una expresión seria y pasaron unos segundos mirándose mutuamente.
- ¿Qué has dicho, Sebastian? - preguntó con seriedad el chico.
- Bueno - el mayor se cruzó de brazos y tomó su mentón entre su dedo índice y pulgar como si estuviera pensando -, tal vez exageré al decir mayordomo. En su condición actual creo que solo sería sirviente… No, tampoco… Mmm. ¿Mascota?
- ¡Como si fuese a dejarte hacer algo así! - resonó el grito de un mosqueado Ciel - Olvídalo. Prefiero estar nuevamente en la oscuridad a ser tu juguete.
- Supuse que diría eso - suspiró Sebastian - Después de todo usted no es bueno en ese tipo de cosas. A pesar que es uno de los más poderosos nobles en Inglaterra, es imposible que pueda dominar el arte de servir.
- ¿A qué le llamas arte, estúpido demonio?
- ¿Acaso cree que ser mayordomo es fácil? Pobre niño mimado.
Sus palabras eran intencionadas. Pretendía tentarlo a aceptar. Ciel lo sabía. Pero… ¡El chico ardía por silenciar a aquel demonio que se creía muy superior a él! Su orgullo estaba en juego también.
- Oh - sonrió con rabia contenida el chico - ¿Así que me desafías? Está bien. Jugaré a tu juego, Sebastian. Me convertiré en un mejor mayordomo que tú. Si logro eso, exijo que me dejes en libertad y vuelvas a convertirte en mi perro. Es una orden.
La sonrisa se acrecentó en los labios del demonio.
- Yes, my lord. Oh eso cree que diré, pero…
Sebastian se acerca a Ciel sin que este dedujera que lo levantaría como si fuese un saco cualquiera y lo colocara sobre su hombro sin ninguna delicadeza.
- Desde ahora será mi sirviente - anunció Sebastian mientras caminaba con Ciel al hombro - Por lo tanto, quien deberá seguir mis órdenes es usted.
- ¡Bájame, Sebastian! - gritó el chico con exasperación.
- Y no es más “Sebastian”. Es “amo”.
- ¡Idiota! ¡Jamás diré algo como eso!
- Que mal. Deberé instruirle cómo debe comportarse un verdadero sirviente y eso incluye los castigos que deberá asumir si se equivoca.
En un parpadeo, ambos se hallaron en otra habitación. Esta estaba tan blanca como en donde se encontraba Ciel anteriormente, toda hecha de mármol, pero en el centro de ella estaba una cama con dosel de sábanas negras. Y opuesta a ella, en la pared contraria, una puerta blanca. Aquella cama era el único mueble de aquella habitación. No había vela alguna, pero la habitación estaba muy bien iluminada por la misma misteriosa luz.
Sebastian dejó al menor en la cama sin mucha delicadeza y antes de que este pudiera lanzar una protesta el demonio le acalló con sus propias palabras.
- Esta será su habitación desde ahora. Solo si yo lo permito podrá salir. No intente nada fuera de mis deseos o sufrirá las consecuencias.
- ¿Y qué consecuencias serían esas? - le retó Ciel - Lo dejaré claro, no me importa si me infliges dolor físico. Eso es lo de menos, pero no permitiré que me degrades como a un perro. Por el nombre que poseo, Ciel Phantomhive, juro que no me dejaré humillar por ti.
- Siempre adoré su actitud rebelde, pero en estos momentos no estoy para lidiar con ese tipo de juegos.
- Oh. ¿Y no es eso de lo que se trata esto? Al final nuestras vidas siempre dependen de un juego - le lanzó una sonrisa que mostraba cuán superior se sentía - Y ambos sabemos cuál de los dos es mejor en este tipo de juegos, Sebastian.
Bruscamente el chico es halado por los cabellos quedando arrodillado en la cama y su rostro fue acercado peligrosamente al de su captor, quien le miraba con una roja y sagaz mirada.
- La paciencia es una virtud de la cual me enorgullezco, pero todo tiene límites. Sé muy bien que el daño físico no lo domesticará, ¿pero qué tal si le despojo primero de ese orgullo suyo? - los labios del demonio se acercaron al oído izquierdo del menor y le susurraron lujuriosamente: - ¿Preferiría ser mi puta en vez de mi sirviente, joven amo?
Aquellas palabras unidas al peligroso acercamiento que sentía entre sus rostros provocaron miedo en el chico. Si en algún momento se entregase al demonio de esa forma no volvería a poder alzar la mirada ni para mirarse a sí mismo al espejo. Sería tanta la humillación que preferiría una eternidad de castigos y torturas.
- Nunca dejaría que me tocaras - le desafió Ciel con el resto de valor que le quedaba - Un perro engreído como tú… ¡Ah!
Las palabras fueron interrumpidas por el fuerte agarre con que tomó Sebastian uno de los redondos glúteos del chico. Sus manos, que en ese momento estaban desnudas mostrando las largas uñas negras del demonio, se escurrieron dentro de la camisa y lastimaban la aterciopelada piel del niño. Sonrojado y adolorido, Ciel fijó sus ojos en el blanco techo y se mordió el labio inferior en un intento de no lanzar el grito que amenazaba con salir de su garganta.
- ¿Cuánto tiempo permanecerá callado? - sonreía Sebastian con crueldad - ¿Cuánto pasará antes de que su máscara de orgullo se rompa?
Ciel le dirigió una feroz mirada en desafío y al segundo en sus labios se formó una sonrisa altanera.
- Woff - ladró él con burla.
Los dedos de Sebastian se movieron sobre la piel, haciéndola sangrar con sus uñas, y uno de ellos se posó sobre el pequeño botón rosa que mostraba la entrada al interior de Ciel. Aquel toque le anunció al menor de lo que iba a pasar si se resistía. Se debatió entre las manos de su captor intentando escapar de su agarre sin muchos resultados. Su último intento se vio castigado con la intromisión de aquel dedo que le desgarró desde adentro. Su espalda se arqueó dolorosamente y sus ojos se agrandaron. Quedó sin aliento y sus piernas le comenzaron a temblar hasta que le fallaron y solo quedó suspendido por la mano de Sebastian que le tomaba de los cabellos. Cerró los ojos intentando burlar el dolor, pero era algo imposible. De lo único que se felicitaba era de no haber gritado, aunque la mayor parte se debía a la falta de aire que sintió.
- Está así solo por un dedo - se mofó Sebastian sádicamente - Ya quiero ver cómo estará cuando entre en usted completamente.
- Inténtalo y te mato - logró decir Ciel a duras penas.
- Tal vez acepte ese desafío, pero no ahora. ¿Qué decide, joven amo? ¿Prefiere servirme o convertirse en mi prostituta? Realmente me da igual, pero si acepta ser mi sirviente deberá aceptar todas mis órdenes.
Ciel aún le miraba sanguinariamente, pero el dedo había comenzado a retorcerse dentro de él, apresurando su respuesta.
- ¡Está bien! Acepto ser tu sirviente. ¡Ahora suéltame!
El dedo fue aún más profundo y esta vez Ciel no pudo evitar que un gemido de dolor se escapara de sus labios.
- Pídelo como un sirviente a su amo - exigió Sebastian.
Pasaron unos segundos hasta que Ciel se decidiera aceptar pronunciar las palabras que Sebastian le pedía.
- Por favor - suplicó - Déjame ir.
- Amo - puntualizó el demonio y Ciel repitió lastimosamente la palabra.
El dedo se retiró de un golpe. Ciel no tuvo tiempo de asimilar su liberación, tanto de los dedos de Sebastian como de su agarre en los negros cabellos, y se derrumbó en las negras sábanas. Una vez libre, Ciel gateó lejos de Sebastian hasta el extremo opuesto de la cama y le miró con ferocidad desde allí. El demonio había introducido en la boca el dedo con que lo torturó y degustaba el sabor del chico que se había impregnado en él. Sus ojos se habían vuelto de un rojo aún más candente y le miraba con excitación.
- Su alma no es lo único que sabe bien, joven amo - expresó el demonio con una amplia sonrisa - Estoy tentado a probarle de esa forma también.
- ¡Acepté ser tu sirviente! - le gritó Ciel con su actitud desafiante recuperada - ¡Prometiste no hacerme nada como eso una vez que aceptara…!
Sebastian realizó un gesto negativo con el dedo índice y la cabeza.
- Jamás prometí nada de eso. Pero no se preocupe. No le voy a obligar. Lo de ahora fue solo el castigo que le prometo si continúa resistiéndose. Usted solo se abrirá de piernas para mí. Tarde o temprano.
Dicho eso el demonio desapareció fugazmente y al medio segundo de hacerlo una almohada negra fue lanzada por Ciel donde antes estuviera Sebastian.
- ¡Maldito demonio! - gritó Ciel.
Dulce tentación
Había pasado toda una semana desde que Ciel se iniciara como el “mayordomo” de quien una vez fue su sirviente. Todas las mañanas se levantaba perezosamente a las 6:00 a.m. y se vestía con un pequeño frac hecho a su medida, tan negro como las alas de un cuervo, y que siempre aparecía en su habitación cada mañana. Entonces comenzaba sus labores.
El primer día supo que se hallaba en la mansión de Sebastian localizada en el Infierno. Ciel se sorprendió con la idea de estar en aquel lugar, pero no por la razón que siempre creyó. También le sorprendió saber que Sebastian era un noble, miembro de la realeza infernal portador del título de duque, miembro del gabinete de gobierno y un posible candidato para asumir el trono del Abismo.
La primera vez que Ciel pudo observar las afueras de la mansión a través de las ventanas se impresionó aún más al ver que no existía aquel paisaje lleno de fuego y sangre que se imaginó que sería el Infierno. La lujosa mansión estaba ubicada en el campo, el cual mostraba una vista de estar en pleno otoño con el césped dorado y las hojas naranjas en los árboles cayendo a diario.
El menor conoció al resto de la servidumbre, pero nunca tuvo conversación con ellos. Solo con una mujer, una demonio como todos los que había allí, pero de bello aspecto y amable llamada Mary. Tanto sus ojos como el cabello eran dorados y desde ese momento era su instructora en los deberes como el nuevo mayordomo de Sebastian. Había sido enviada por este último para enseñarle al chico lo básico de cada tarea que debía realizar en la mansión.
Al principio no le iba muy bien. Siempre terminaba rompiendo alguna vajilla o dificultándole el trabajo a los demás sirvientes, pero ninguno de ellos intentó ofenderlo o lastimarlo. Aunque Ciel estaba preparado para ello jamás tuvo algún inconveniente con los demás criados. Supuso que Sebastian les había advertido que no intentaran nada con él y por eso, incluso en un lugar como ese, estaba siendo protegido por el demonio. Ciel se molestó a un más con él. Y mucho más aun consigo mismo al sentirse tan incompetente.
Ahora debía llevarle el té de las mañanas a Sebastian. Mary siempre lo preparaba y su deber era el de entregarlo. Sebastian había dejado en claro que no se le permitiría al menor preparar comidas sin la supervisión de alguien más. Temía que el chico se lastimara o se quemara. Ciel lo asumió como una medida por parte del demonio para que su “cena” no se dañara así que no le dio mucha importancia.
Mientras empujaba el carrito en donde llevaba el té y algunos bizcochos, Ciel comenzó a preguntarse si todo aquello era realmente necesario o solo era por el capricho del demonio. Jamás vio a Sebastian comer, por lo que asumió que no lo necesitaba. Tampoco sabía si dormía en el mundo humano, pero ahora que estaban en el Infierno sí lo hacía. Muchas más preguntas se tornaron alrededor de aquella figura de la cual alguna vez pensó que conocía tan bien como a sí mismo, pero no era así.
Al llegar a la habitación del demonio Ciel tocó suavemente la puerta. Aquello era uno de los momentos más difíciles del chico, pues debía actuar como sirviente frente a él y rebajarse a lo que una vez el demonio fue. En su interior el chico se lo creía merecido, pero su orgullo le impedía admitirlo.
- Pasa - se escuchó la voz de Sebastian a través de la puerta.
El menor abrió la puerta y se adentró en la ya conocida habitación. Toda la mansión había sido construida con mármol blanco, así que no le extrañó ver igual de blanca la habitación de Sebastian. Siempre pensó que sería un poco más tétrica, pero no era así. Su habitación tenía un par de altas ventanas, ambas estaban ocultas por cortinas negras dejando la habitación en penumbras, cada una al lado de la gran cama con dosel de sábanas negras como las suyas y dos mesitas a cada lado, en la pared opuesta a la entrada, a la izquierda, un gran sofá con varios cojines de terciopelo violeta, casi negro, y a la derecha un armario de madera blanca. Todo era una combinación entre la luz y la oscuridad.
Ciel dejó el carrito junto a la cama y fue hasta las cortinas. Las descorrió, dejando entrar la luz del falso sol en también aquel falso cielo nublado y gris.
- No es muy diferente de Londres - susurró Ciel para sí.
Cuando finalmente descorrió las cortinas fue hacia el carrito. Comenzó a preparar el té como Mary le había enseñado, siempre con algo de desconfianza pero logrando hacerlo bien. En su fuero interno celebró cómo comenzaba a dominar todas aquellas tareas, pero no lo demostró. Tomó la taza en ambas manos y la llevó hacia la cama.
- El té de hoy es French Earl Grey - comenzó a decir Ciel.
- Oh- sonrió Sebastian - ¿No es acaso una bella coincidencia? Se trata de su té favorito.
Una variación, para ser exactos.El té French Earl Grey le añadía pétalos de rosas a la mezcla tradicional Earl Grey. Realmente Mary había preparado la mezcla original de té negro aromatizado con aceite de bergamota, pero Ciel se sintió un tanto indignado ofreciéndole a Sebastian el mismo té que él adoraba consumir en su tiempo como conde. Por eso se decidió en agregar unos pétalos de rosa para transformar la bebida.
El demonio se hallaba envuelto en las sábanas negras. Estaba desnudo y Ciel pudo admirar su piel blanca en perfecto contraste con el negro de la tela. Su cabello estaba despeinado, dándole un aspecto atractivamente informal. Ciel nunca lo había visto así hasta que comenzara a servirle. Sebastian se sentó en la cama, dejando a la vista su desnudo pecho y figura esbelta, oculta solo la cintura y el resto hacia abajo. Tomó la fina taza que le entregara Ciel y bebió un poco. Al cabo de un rato en el que Ciel se mantuvo en espera de la sentencia del demonio, Sebastian le dedicó una sonrisa.
- Le felicito, joven amo - dijo él - Ha mejorado considerablemente.
- El té lo hizo Mary - dijo él con un refunfuño altanero, evitando la mirada del demonio, sintiéndose avergonzado y feliz por el halago - Yo solo lo traje.
- Un té sin buen servicio no es bueno. Fueron sus propias palabras, joven amo.
- Hmph.
Ciel había notado que Sebastian aún le llamaba como cuando fue su sirviente. Siempre con sus fríos modales, nunca lo tuteó. Cuando le preguntó la razón, Sebastian pareció pensarlo por unos segundos hasta contestarle que era pura costumbre. Le había preguntado luego si deseaba que le tratara de “tú”, pero Ciel le dijo que no. Se sentía con mayor confianza cuando le llamaba así.
- Su mejora amerita una recompensa - sonrió Sebastian mientras le entregaba la taza a Ciel - ¿Me pasa los dulces, joven amo?
Ciel buscó los bizcochos en el carrito y al girarse hacia la cama Sebastian se había acercado, sin salir de la cama, y le tomó por los costados para levantarle con gran facilidad y sentarle en la cama frente a él, entre sus piernas envueltas con las sábanas. Aun con el plato en sus manos y sentado sobre sus pantorrillas el menor le miró sorprendido y desconfiado cuando Sebastian tomó un pequeño pedazo del dulce y lo acercó a los labios del chico.
- Diga ah~ - decía Sebastian con una sonrisa.
<< ¿Planea burlarse de mí? >>se preguntó seriamente Ciel para sí mismo.
El chico abrió recelosamente su pequeña boca y dejó que Sebastian le entregara el dulce directamente a la boca. Lo saboreó por unos momentos evitando mirar directamente al demonio frente a él. Había extrañado el familiar sabor a chocolate, pero evitando pensar en eso decidió devolverle la broma a Sebastian. Levantó el rostro hacia él y le entregó una dulce sonrisa, claramente fingida pero convincente.
- Muchas gracias, amo - expresó el niño.
Pasó unos segundos hasta que Sebastian reaccionara. Empujó al menor hasta acostarlo en la cama, provocando que los dulces cayeran también en las sábanas junto a él. Se colocó sobre Ciel apoyándose en sus brazos sin tocar al chico y mirándole lascivamente.
- Es usted un niño muy travieso, joven amo - dijo mientras lamía los restos de chocolate de sus dedos sin dejar de mirar a los dilatados ojos azules - ¿Intenta provocarme?
- ¡No era eso, idiota…! - en el último segundo de decir aquella ofensa Ciel se arrepintió - Lo siento, no…
- Ya es tarde - le susurró el demonio cerca de su rostro.
Ambos labios se encontraron. Aquel fue el primer beso de Ciel y no fue para nada inocente. La lengua de Sebastian se había deslizado entre sus labios y lamía la pequeña lengua de Ciel. El menor intentó no resistirse. Conocía muy bien las consecuencias, pero no le devolvió las caricias. Cerró los ojos fuertemente y aquello profundizó la sensación del beso.
Lo que más le dolía era que le gustaba. No sabía si era porque Sebastian era un demonio capaz de liberar de todo humano su parte salvaje y lujuriosa o si era él mismo que gustaba de aquel trato por parte del demonio.
Las manos de Sebastian bajaron por todo el cuerpo del menor. No había señal de garras, solo sus uñas negras de un tamaño moderado, por lo que no temía lastimar al chico con ellas. Abrió las ropas del chico y exhibió su blanca piel. Sin dejar de besarle pasó sus manos por la expuesta piel y acarició sus diminutos pezones sacándole para su satisfacción un gemido al chico. Los rosados botones se elevaron, buscando más caricias. Cuando Sebastian liberó los labios de Ciel para comenzar un rastro de besos en su arqueado cuello, este se apresuró a cubrir su boca con ambas manos para ocultar sus gemidos. El mayor tomó un poco del chocolate impregnado en las sábanas y lo esparció en los pezones del menor para luego lamerlos. La espalda de Ciel se arqueó y su cabeza quedó hacia atrás al instante de sentir la lengua de Sebastian lamerle. Sebastian levantó la mirada hacia Ciel, admirando su rostro perdido en el placer y adelantando una mano para posarla en la mejilla sonrojada del chico en una caricia. Entonces Ciel abrió los ojos y los fijó en los de Sebastian. Era claro el mensaje lanzado en aquella mirada azul.
<< Dos pueden jugar el mismo juego>>
Ciel tomó la mano de Sebastian con la suya y la acercó a sus labios. Sin despegar la ardiente mirada azul de los lascivos ojos rojos del demonio llevó el dedo índice cubierto de chocolate de Sebastian a sus labios y le lamió. Era un claro desafío. ¿Cuál de los dos caería primero en las tentaciones del otro?
- Nada mal - dijo Sebastian con una amplia sonrisa.
Liberó al chico de su agarre y se alejó de él. Se levantó de la cama sin sentirse avergonzado de su desnudez y caminó hacia el armario. Ciel por su parte se había sentado en la cama y se arreglaba su vestimenta sin dirigirle mirada alguna al demonio. Al terminar se levantó y procedió a recoger el estropicio de dulce en la cama. Lo colocó todo lo mejor que pudo en el cochecito y se apresuró a salir disfrazando su vergüenza con enfado.
- Ordenaré que limpien las sábanas – comunicó el menor antes de cerrar con un fuerte tirón la puerta.
Sebastian tampoco le había mirado hasta que salió de la habitación. Entonces miró a la puerta y sonrió.
- Aprende rápido, joven amo - susurró divertido en su soledad.
Descontrol
Ese día Ciel debía ayudar con la colada. Como siempre, Mary estaba con él. Estaban en el patio trasero de la mansión mientras ella lavaba las ropas y él las colgaba para secarse. Se había despojado de su chaqueta y chaleco, quedando solo con la camisa blanca y los negros pantalones. Solo en esos momentos podía salir de la mansión. Se había quedado sin zapatos para poder sentir el césped bajo los pies. El toque de la naturaleza en su piel le recordaba los viajes que hacía en el pasado con sus padres antes de que fueran asesinados. Tenían una casa en el campo y en el otoño viajaban allí, lejos de la civilización.
Ciel miró al azul cielo que se encontraba despejado, cerró sus ojos y respiró profundo. Se sentía vivo, frase un poco irónica sabiendo que se encontraba en el Infierno. Nunca había sentido tanta calma. Ya no se debía preocupar por su posición de noble, ni por la reina, su mansión o su venganza. Ahora ya no era el conde Ciel Phantomhive. Era solo Ciel.
- Ciel - le llamó Mary.
- Oh, lo siento - expresó el chico al verse distraído de su trabajo.
Corrió hacia ella con la canasta y esperó a que la llenara con la nueva ropa lavada. Solo con ella podía estar relajado en aquel lugar. Mary había sido muy amable con él a pesar de ser un mero extraño, por no decir humano, y por eso siempre intentaba devolverle esa amabilidad dándole el mismo trato.
- ¿Estás bien, Ciel? - le preguntó preocupada la joven mujer - Te veo más distraído que lo normal.
- Solo estoy… algo melancólico - se giró para ver el paisaje a lo lejos - Este lugar me trae muchos recuerdos.
- Si te molesta le puedes pedir al amo que lo cambie.
Ciel se giró a ella sorprendido.
- ¿Él puede cambiarlo?
- Es su territorio después de todo - asintió ella con una sonrisa - Puede controlar las estaciones. Incluso el aspecto de la mansión y sus alrededores, pero lo demás que esté fuera de su comarca es diferente. La mayoría de las veces el clima cambia dependiendo del humor de nuestro amo. Hoy tal vez esté de buen humor.
Ciel evitó que Mary le viera sonrojarse al pensar que ese buen humor de Sebastian se debía a lo que había pasado esa mañana. El menor alejó ese pensamiento de su mente sacudiendo la cabeza. Tomó la canasta y se apresuró a colgar la ropa. Entonces vio a lo lejos lo que podría ser un carruaje tirado por dos criaturas semejantes a dragones del tamaño de un caballo negro y notablemente peligroso acercarse a la mansión.
- Mary, ¿hoy anunciaron alguna visita? - preguntó él.
Al escuchar eso en el rostro de Mary apareció preocupación. Ella corrió hacia Ciel para ver el carruaje y confirmar sus sospechas.
- Vamos dentro - dijo ella y tomó a Ciel de una mano para llevárselo adentro.
- ¿Qué sucede? - exigió saber Ciel.
- Es un miembro del gabinete de gobierno - explicó Mary sin dejar de caminar apresuradamente por los pasillos de la mansión - Tal vez solo venga para hablar con nuestro amo sobre asuntos políticos, pero…
- No pueden verme aquí, ¿verdad?
Mary negó con la cabeza.
- Un humano en el Infierno, sobre todo uno vivo, es algo muy serio. Incluso nuestro amo puede salir perjudicado de esto. Nosotros no decimos nada porque se trata de nuestro señor y le estamos muy agradecidos, pero si alguien de afuera la supiera…
Ciel evitó pensar en las consecuencias, tanto para Sebastian como para él mismo, y continuó corriendo a donde Mary le conducía. Finalmente llegó a una habitación que reconoció como la de Mary y ambos entraron en ella. Esta era menos lujosa que la suya propia a pesar de ser ambos de la servidumbre, con un aspecto normal como el de toda habitación para una sirvienta. La chica se apresuró a una estantería junto a su cama y sacó de ella un frasco azul y ropas.
- Ven conmigo - le pidió la chica volviendo a salir seguida de Ciel.
Volvieron sobre sus pasos hacia el patio.
- Debes bañarte con esto para ocultar tu olor - le explicó Mary mostrándole el frasco - El amo predijo que algo así ocurriría y me lo dio. Lo siento, pero no hay tiempo para un baño a estas alturas.
Ciel sabía lo que significaba y asintió. Comenzó a despojarse de su ropa mientras Mary quitaba toda la ropa húmeda de la redondeada cubeta donde lavaba. El chico se introdujo en la gran cubeta y se sentó en ella. Mary había tomado un balde con agua donde echara el líquido azulino y luego tirarlo sobre el cuerpo del chico. Ciel se tensó al sentir la fría agua entrar en contacto con su piel. Rápidamente la mujer comenzó a tomar un poco del restante líquido en su mano y a frotarlo en el cuerpo y rostro de Ciel. Entonces le secó y le pidió que se pusiera la ropa que le ofrecía, una camisa algo sucia y pantalones.
- ¿Esto bastará? - le preguntó el chico tiritando del frío que sentía incluso luego de estar parcialmente seco, ya que sus cabellos aún estaban mojados.
- Ya no siento olor humano proveniente de ti, pero no puedo confirmarte con seguridad si funcionará o no.
Entonces ambos notaron que todo se había vuelto nubloso y un viento frío corría cercano a ellos.
- Parece que la visita no es del agrado del amo - comentó Mary.
En el despacho de Sebastian se encontraba él y su inesperado invitado. El primero vestía informalmente con una camisa blanca bajo un chaleco que se adhería a su figura y pantalones negros. Le sonreía al hombre frente a él, un moreno de ojos verdes y penetrantes que vestía majestuosamente dando a entender qué era de la realeza. Este mantenía una expresión no muy jovial y Sebastian fingía no notarlo.
Las paredes de la habitación estaban cubiertas de estantes con libros a excepción de la pared opuesta a la mesa en donde estaba la salida y a ambos lados del escritorio, en la pared detrás de él, estaban las ventanas con cortinas negras. Ambos demonios estaban sentados uno frente al otro, Sebastian tras su escritorio blanco.
- Me alegra volver a verte, Marcus - dijo Sebastian con aparente goce - Ha pasado un tiempo.
- Dejémonos de esas cosas - dijo cortante el hombre - ¿Por qué no te has presentado ante el gabinete luego de tanto? Tu deber era de informarnos al instante de tu llegada.
- Eres tan aburrido como siempre - suspiró Sebastian - Apenas llegué hace una semana. ¿No pueden dejarme descansar un poco?
- ¿Luego de que terminaras de jugar en la Tierra? - bufó Marcus - No veo necesidad de ningún “merecido descanso”. Dejaste de cumplir tus obligaciones para perseguir a un humano como un perro. Has manchado la dignidad del gabinete con tus acciones.
Sebastian torció los ojos en un claro gesto de molestia. Echó el asiento hacia atrás y luego apoyó las piernas en el escritorio sin nada de escrúpulo.
- Dime qué quieres y márchate - dijo Sebastian despojándose de todo fingimiento - Cuando sienta algún deseo entonces iré a presentarme ante el gabinete.
- No será necesaria la espera. Esta noche habrá un baile y es tu obligación asistir. También lleva al humano que trajiste contigo.
Sebastian no se inmutó al escucharle. Permaneció tan frío como antes, pero ciertamente se sorprendió.
- Es muy difícil engañarte - suspiró el demonio y luego le lanzó una amenazante mirada roja a su invitado - No permitiré que me lo quiten.
- El humano no me importa. Pero Grey quiere verlo.
Ante esto Sebastian pareció alarmarse, pero guardó toda sorpresa en una impecable expresión calmada.
- Si el presidente del gabinete lo desea entonces no puedo oponerme - asiente Sebastian - También dile a los demás que mi nombre ahora es Sebastian Michaelis. No quiero que me llamen por otro nombre en adelante.
- ¿Otra vez recibiste un nuevo nombre? - suspiró con molestia Marcus - ¿Cuánto durará este?
- Este es definitivo - el demonio le dedicó una sonrisa de satisfacción.
- Parece que el invitado se marcha - dijo Mary mientras ella y Ciel miraban desde una ventana hacia afuera.
- Supongo que no me ha notado…
Antes de terminar de hablar Ciel, Marcus giró su mirada hacia la ventana en donde estaba y los ojos azules se encontraron con los verdes. Una sonrisa ladeada se formó en los labios del demonio y Mary y Ciel sufrieron escalofríos.
- Definitivamente sabe que estoy aquí - susurró Ciel sudando frío.
Un sirviente se acercó a ellos entonces.
- El amo les llama a ambos. Les espera en su despacho - les dijo.
Ciel y Mary se miraron y preguntaron en silencio qué sucedería a continuación. Ambos fueron a donde Sebastian, en su despacho y al llegar esperaron unos segundos antes de tocar. Al instante de que Sebastian les diera permiso abrieron las puertas y se introdujeron en la habitación. Sebastian miraba por la ventana como Marcus se marchaba en su carruaje.
- Lo siento mucho, amo - se apresuró a disculparse la chica adelantándose hacia Sebastian y haciendo una reverencia - Hice lo que me pidió, pero…
Sebastian le detuvo al girarse a ella y apoyar una mano en su cabeza en un gesto condescendiente que sorprendió a Ciel. El demonio le sonrió amistosamente a Mary antes de hablar.
- Prepara el baño, Mary. Tu amo deberá participar en un baile hoy. También prepara una ropa para él - dijo refiriéndose a Ciel - Él también fue convocado.
Mary le miró sorprendida y preocupada. Sebastian sabía que la mujer había desarrollado un gran sentimiento de cariño hacia el chico y por eso se preocupaba de que algo le pasara.
- No te preocupes - le sonrió de forma tranquilizadora - No le ocurrirá nada. A ninguno de los dos. Ahora ve.
La chica asintió confiada en las palabras de su señor y antes de marcharse le lanzó una mirada amistosa a Ciel, el cual le correspondió.
Luego de que se cerraran las puertas tras la sirvienta Sebastian llamó a Ciel. Ya no sonreía y su mirada era seria. Ciel llegó a él desconfiadamente. Sebastian tomó una de sus manos y la llevó cerca de su rostro. El chico le miró sorprendido cuando el demonio comenzó a olfatear su palma.
- Mary me dio el líquido - explicó Ciel.
- Lo sé - asintió Sebastian - Solo quería comprobar que era cierto.
- Tu invitado… ¿Lo sabe?
- De alguna manera - Sebastian le miraba con recelo sin soltarle de la mano.
- ¿Qué sucede? ¿Por qué me miras así?
- Ya no siento el olor a humano en usted y aunque era necesario para ocultar su identidad ahora que Marcus lo sabe estoy desconfiando de si realmente es usted o algún truco ilusorio de mi “querido” invitado.
- Entonces deja que me quite el líquido…
- Para eso es el baño.
- No pensarás entrar conmigo… - Ciel le miró con sospecha.
- Como dije, estoy desconfiado.
Permanecieron mirándose, estudiándose uno al otro. Ciel le desafiaba con la mirada a que lo hiciera y Sebastian aceptaba el reto. A los pocos minutos ya estaban luchando en el baño. Ciel estaba desnudo en brazos de Sebastian e intentaba ocultar su cuerpo lo mejor que podía.
- Ya le he visto desnudo antes - suspiró Sebastian - No tiene que estar avergonzado.
- ¡No estoy avergonzado! - negó Ciel, pero sus mejillas rojas no le ayudaban mucho - Es solo que desconfío de ti. Demonio…
- A veces pienso que lo hace a propósito para tentarme - comentó Sebastian colocando con cuidado a Ciel en la tina llena de nítida agua e hincando una rodilla en el suelo hasta bajar a la altura del chico.
Al entrar en contacto con la tibia agua Ciel suspiró agradecido. Desde el chapuzón en el patio había sentido un terrible frío correrle por el cuerpo. Ahora estaba más relajado, pero el toque de Sebastian le hizo despertar de su ensueño. El demonio le tomó de la mano y la acercó a su nariz.
- ¿Y…? - le apresuró Ciel incómodo.
- Ya estoy convencido - le sonrió finalmente Sebastian.
Pero él no parecía querer dejar ir a Ciel. Había vuelto a acercar la pequeña mano a su rostro y volvía a oler con mayor calma.
- Q- ¿Qué pasa? - balbuceó el chico con vergüenza.
- Es mi olor favorito - susurró Sebastian mientras cerraba los ojos y se concentraba en el olor cercano a si - El olor de mi amo…
Ciel se sorprendió y retiró la mano bruscamente. Sebastian le miró también, sorprendido más por sus propias palabras que por la acción del chico.
- Disculpe - susurró Sebastian mientras se levantaba y giraba para irse.
En aquel momento sintió un débil tirón en su camisa que fue suficiente para detenerle y volver a girar la cabeza hacia el chico que le sostenía del jubón.
Por un momento Ciel no supo qué decir. Se quedó con la boca entreabierta sin saber qué hacer, totalmente indeciso. Finalmente balbuceó con las mejillas sonrojadas:
- ¿No ibas a entrar tú también?
Sebastian agrandó sus ojos de la sorpresa. Aquello no parecía otro de los juegos del chico. Era más un pedido. Uno muy tentador. Uno que Sebastian no supo cómo rechazar.
En cuestión de segundos se encontró besando desenfrenadamente al menor. Sus lenguas se encontraron en una lucha por ver quien ganaba mayor territorio. Ciel se había levantado de la bañera y estaba casi a la misma altura de Sebastian gracias a la altura extra que le daba la alta tina de mármol negro. Sebastian sostenía el rostro del chico entre sus manos mientras este descansaba sus manos en los amplios hombros del demonio. Decidieron no hablar, solo besarse. Temían que la magia se perdiera.
Las manos del mayor se deslizaron desde el rostro del chico por su cuerpo hasta las caderas. Le atrajo más hacia sí sin importarle que la húmeda piel del menor mojara sus ropas.
- Quítate las ropas de una vez, Sebastian - consiguió decir Ciel por unos segundos que sus labios estuvieron libres.
- Yes, my lord - sonrió Sebastian más que agradecido por esa orden.
Sebastian levantó a Ciel de la tina y mientras él estaba suspendido en el aire tomado de los brazos del mayor este los transportó hasta su propia habitación, directamente en la cama en donde dejó suavemente el cuerpo desnudo y fresco del chico. Ciel envolvió el cuello de Sebastian con sus brazos y buscó sus labios. El demonio se dejó besar mientras se despojaba frenéticamente de sus ropas. Cuando todo su ser se dejó mostrar Ciel perdió la respiración al ver la virilidad de Sebastian. Tal vez no tuviera experiencia en ese tipo de cosas, pero no era ningún ignorante. Como adivinado los pensamientos del menor, el demonio le tomó el rostro entre sus manos y le hizo mirarlo a los ojos.
- Prometo que no dolerá - le dijo él y Ciel asintió confiando en sus palabras.
Sebastian buscó la conocida marca que llevaba Ciel en la parte baja de su espalda. Le acarició mientras recordaba aquel día en el que se conocieron. Aquella marca que corrompió su cuerpo, marcado como un animal, al ser capturado por la peor calaña de su especie. El sufrimiento y la desesperación de esos días como esclavo no se borraron en la mente de Ciel así como la marca en su cuerpo.
- Ya no duele – le aseguró Ciel.
Sebastian le miró con tristeza. Tan pequeño y había sufrido lo que ningún humano se puede imaginar.
- Prometo que nunca más recordará esos días – le aseguró el mayor.
Volvieron a besarse, esta vez con más calma, y disfrutando los labios del otro. Una vez más las manos de Sebastian bajaron hasta las caderas de Ciel y buscaron el ya elevado miembro del chico. Al sentir los dedos del demonio en su sensible extremidad, Ciel elevó instintivamente las caderas en busca de las caricias que tanto necesitaba. Sebastian le concedió lo que en silencio pedía y comenzó a masajearle en aquel lugar con una mano mientras que con los dedos de la otra también acariciaba la entrada trasera del chico. Con esa caricia Ciel recordó el pasado dolor que sintió aquella primera invasión sufrida durante el inicio de su pequeño juego amo-sirviente y le lanzó una mirada suplicante a Sebastian. Este asintió y silenciosamente le pidió una vez más al menor que confiara en él.
Cuando Ciel le dio su consentimiento, Sebastian adentró cuidadosamente un dedo. Al principio el chico se sintió incómodo, pero no le dolía. Tal vez se debía a que era Sebastian quien le hacía todo aquello.
Mientras le invadía suavemente desde atrás, Sebastian continuó dándole placer a su pequeño miembro. Pronto los gemidos del chico inundaron la habitación, encendiendo de sobremanera al demonio. Su propio miembro comenzó a elevarse aún más y no veía hora para calmar sus deseos. Apresuró el dedo dentro del chico, entrándolo lo más profundo que pudo para luego sacarlo, cuidando de no dañarle y provocando que el chico se viniera en su mano.
Ciel arqueó su cuerpo, desde su espalda hasta su cuello. Le lanzó una mirada libidinosa a Sebastian que este no pasó inadvertida, con los ojos dilatados a punto de llorar del placer que sentía y lo desbordaba por dentro.
Sebastian se acercó a él y buscó sus labios. Ciel le lamió el labio antes de introducir su incitante lengua dentro de la boca del demonio. Era mucho el atrevimiento y los deseos, pero él ya no sentía lo que era vergüenza o pudor. Nada de eso existía en esos momentos.
El mayor se posicionó sobre el chico sin dejar de besarle, sostenido de sus brazos a ambos lados del rostro de Ciel, y sin que este lo sospechara se introdujo poco a poco en él. Su palpitante miembro finalmente entraba en aquel húmedo lugar y el placer le embriagó más de lo que todo el vino del mundo hubiese podido hacer. El cuerpo de Ciel se tensó con la invasión, pero al cabo de unos segundos se relajó. En aquel momento comenzó a moverse y junto con él lo hizo el menor, moviendo las caderas sin un ápice de pavor. Se sintieron más unidos que cuando hubieron hecho el contrato.
De pronto aquel rígido miembro dentro de él presionó contra un punto que Ciel desconocía que tuviera. El éxtasis se volvió tan intenso que el menor pareció ver las estrellas por un momento. El placer iba en aumento con cada envestida. Ciel tomó los cabellos de Sebastian en sus manos, presionando el rostro del mayor en su pequeño y palpitante pecho, y arqueó su cuerpo por completo. Llevó su cabeza hasta atrás y lanzó un lascivo gemido que llegó a los oídos del demonio. Este tomó en sus brazos a Ciel, sin salir un centímetro de su interior, y lo sentó a horcajadas en sus muslos hasta lograr profundizar su unión.
Los gemidos volvieron a brotar de la garganta de Ciel e incluso Sebastian comenzaba a perderse con aquel goce fuera de lo natural. En algún momento el vaivén de sus movimientos se volvió incontrolable, volviéndose algo salvaje y desenfrenado. Entonces ambos se liberaron, Sebastian dentro de Ciel y este último dejando que su líquido corriera por su vientre empapando incluso el de Sebastian. Ciel pareció ser transportado al Paraíso a pesar de encontrarse en el mismísimo Infierno. Se dejó caer en los brazos de Sebastian sin energía alguna y el mayor le recibió complacido. Sebastian sintió la agitada respiración del menor sobre su cuello, en donde Ciel tenía apoyado su sudoroso rostro, y repentinamente el demonio se sintió diferente.
De pronto Sebastian se separó del chico, saliendo bruscamente de él y provocando que Ciel se tensara al sentirse de pronto libre. El chico levantó la vista hacia donde estaba Sebastian, a casi un metro de distancia. Él permanecía dándole la espalda,arrodillado en el borde de la amplia cama, y se tomaba la cabeza con ambas manos mientras trataba de controlar su respiración. Ciel notó que el cabello de Sebastian había crecido, aunque no mucho, solo pasando unos centímetros después de sus hombros, pero era notable el cambio.
- ¿Qué ocurre, Sebastian? - se aventuró a preguntar Ciel cuando sintió que recuperaba su voz.
- No es nada - pero su voz sonó aún más ronca y distorsionada.
Ciel gateó lentamente hacia él y apoyó una mano en el hombro del demonio.
- Déjame verte, Sebastian - dijo él enuna extraña mezcla de orden y súplica.
Entonces Sebastian giró el rostro lentamente hacia el chico. Sus ojos se habían tornaron aún más rojos de lo normal, mostrando una mirada felina y en el fondo blanco se había tornado gris. Sus labios entreabiertos le permitieron a Ciel observar los colmillos que habían aparecido y también las garras negras en las manos.
- Nunca quise que me viera así - declaró Sebastian con pesar - Para un mayordomo digno de usted esto es…
Ciel se arrodilló en la cama y abrazó la cabeza de Sebastian hasta ocultar el rostro del mayor en su pecho.
- Ya no eres mi mayordomo - declaró Ciel - No tienes que ocultar tu verdadera naturaleza. Y no te sientas avergonzado por ella. Es un bello color el de tus ojos.
Sebastian permaneció en silencio por unos segundos hasta que le devolvió el abrazo al chico.
- Gracias.
Continuara...