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| Black Butler: Luna de Sangre | |
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Autor | Mensaje |
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Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Black Butler: Luna de Sangre Vie Ago 16, 2013 1:31 pm | |
| Hace un par de meses se nos ocurrió a unas amigas y a mí el siguiente fic... ¡de fiesta! Durante las últimas semanas le he ido dando forma y la verdad es que estamos muy contentas con el resultado. Espero que lo disfrutéis tanto como nosotras escribiéndolo. - Spoiler:
Ciel Phantomhive no sabía hasta dónde llegaba su árbol genealógico. Con doce años sólo sabía que era un noble conde cuyos padres habían sido asesinados y que clamaba venganza. Para llevar a cabo su plan recurrió a los servicios de un demonio: Sebastian Michaelis, quien servía como mayordomo en la Mansión Phantomhive. El plan se desarrollaba con lentitud pues eran pocas las pistas que el asesino o asesinos habían dejado. A lo largo de un año, Ciel sirvió a la Reina Victoria de Inglaterra como un sabueso fiel y a la vez desvelaba los oscuros misterios de su pasado. Quién iba a pensar que el más recóndito de ellos iba a acontecer en una tranquila fiesta que dio en su mansión una noche de octubre… 1. Su Mayordomo, en la Fiesta Ciel organizó una fiesta para la alta aristocracia como era costumbre entre los suyos. A pesar de odiar con toda su alma todo lo relacionado con la burocracia y la sociedad, al joven conde no le quedó otra. Parte de culpa la tuvo su mayordomo, que insistía en que organizara veladas para resaltar el apellido Phantomhive y hacerse un hueco cada vez más prestigioso entre la nobleza.
-Joven amo, sería conveniente… Amo, ¿qué tal si…?
Meses enteros oyendo a su mayordomo día tras día que organizara una fiesta. Hastiado, Ciel accedió a condición de que Sebastian lo organizara todo. Un poco de venganza por las insistencias sí que se notaba en el joven conde. Así, Sebastian organizó el convite para la noche del 18 de octubre. Todos los nobles más destacados de Londres acudieron al baile incluyendo…
-¡Ciel! ¡Ciel! ¡¡Ciel!!
-¡Elizabeth!
La joven prometida del conde, Elizabeth, también estaba invitada para desgracia del niño. Elizabeth, o como prefería que la llamara Ciel, Lizzie, era una joven aristocrática algo extravagante y que carecía de la madurez anormal del conde. Al fin y al cabo, Elizabeth era una niña… A lo largo de la velada, Ciel saludó a los presentes como cabría esperar en un cabeza de familia de su categoría, aunque fuera a regañadientes. Sebastian pasaba a su lado de vez en cuando para refrescarle la memoria sobre algunos invitados o para darle información valiosa.
-Aquel es el Marqués Moonwood. Recientemente ha visto cómo su negocio de sastre subía como la espuma. Felicítele por ello, amo.
Ciel fue a saludar al marqués y a darle la enhorabuena como le había recomendado su mayordomo.
-Muchas gracias, conde Ciel –respondió Moonwood reverenciándose ante el joven.
El marqués era un hombre casi tan alto como Sebastian, de piel extremadamente blanca y pelo rubio, casi albino. Unos rasgos poco comunes en Inglaterra pero Moonwood no era extranjero ni mucho menos.
-Conde, quisiera presentarle a mi hija…
El marqués se dio la vuelta para encontrarse con su supuesta hija, pero tras él no había nadie.
-Oh, vaya –murmuró-. Debe de estar disfrutando de la velada –se excusó el marqués.
Ciel se despidió de Moonwood con una sonrisa forzada y volvió al lado de Sebastian. Mientras llegaba a su lado, recorrió con la mirada el salón de su mansión. Todo el mundo estaba pasándoselo bien y parecían disfrutar. Diversión. Hacía cuánto que Ciel no se divertía… Tras el incidente que se cobró la vida de sus padres, no volvió a sonreír ni a divertirse. Era demasiado maduro para su edad y no disfrutaba de las pequeñas cosas de la vida. Encargarse de una empresa con tan corta edad y luchar por mantener a flote el apellido de su familia no era tarea fácil no plato de buen gusto. Demasiada responsabilidad para su edad.
En esto estaba pensando cuando de pronto su mirada se posó sobre un invitado en concreto. Una joven más mayor que él, de unos 17 años, charlaba animadamente con… ¡Elizabeth! Había algo en aquella joven que atrajo la atención del conde. ¿Su cabello castaño y ondulado? ¿Sus delicadas facciones? ¿Su vestido de seda sobre el que estaba hablando con Elizabeth?
-Amo…
Sebastian trajo de vuelta a la realidad a su señor. El mayordomo estaba inclinado sobre el conde, con aquella terrorífica sonrisa que fingía felicidad.
-¿Quiere tomar algo? –preguntó ofreciéndole bebidas de la bandeja.
-No… ¡Sebastian!
-¿Quiere preguntarme por aquella joven que está con la señorita Elizabeth? –dijo Sebastian, irguiéndose y sonriendo de aquella manera tan terrorífica.
El silencio de Ciel reveló sus intenciones.
-Entonces le diré que es la hija del Marqués Moonwood y que está finalizando sus estudios de Derecho.
-¿Eh? La hija de…
-Sí, su única hija. No tiene más descendencia.
Ciel iba a preguntarle más cosas a Sebastian cuando un sonido de pisadas empezó a acrecentar. Elizabeth había ido a su lado tan rápido como pudo y arrastrando a su acompañante.
-¡Ciel! ¡Ciel! ¿Conoces a esta chica?
Era la hija de Moonwood, que sonreía con timidez y se la veía ruborizada.
-Te presento: Ciel, Galethe; Galethe, Ciel.
-E-encantada –dijo Galethe tendiéndole una temblorosa mano.
Ciel estaba petrificado. Todo había ocurrido tan rápido que ni se había enterado. A la señal del carraspeo de Sebastian, Ciel le tendió la mano y se la apretó con suavidad.
-L-lo mismo digo, señorita –Ciel estaba más nervioso que la propia Galethe.
Sebastian se fue para cumplir sus labores como mayordomo y Elizabeth siguió hablando con más invitados. Ciel y Galethe se quedaron solos. Ambos estaban incómodos y ruborizados, sin saber qué decir o hacer. Debido al sofoco, Ciel invitó a Galethe a la terraza para refrescarse. Fuera hacía quizá demasiado frío, pero era mejor que aquel calor infernal. Tras unos incómodos segundos de silencio, Galethe se animó a hablar.
-Señor conde, mi padre me ha hablado de usted… ¿Sabe? Su nombre me sonaba de algo y hasta ahora no sabía de qué.
Galethe se volvió hacia Ciel, que mantenía la mirada fija en el horizonte nocturno. Galethe rió por lo bajo.
-Veo que no te acuerdas de mí. Es lógico, ha pasado tanto tiempo…
Ciel se sorprendió al oír aquello y se atrevió a volverse, intrigado.
-¿L-la conozco? –preguntó casi en un susurro.
Galethe sonrió de forma parecida a la de Sebastian, solo que su sonrisa era cálida y sincera, no como la de aquel demonio.
-Cuando eras más pequeño jugábamos juntos en el jardín. Hasta hace unos cinco años, que dejamos de vernos porque mi padre fue trasladado en el trabajo.
Ciel estaba confuso. Su memoria no le traía recuerdos de aquella chica.
-Soy tu prima, Ciel.
¿Prima? ¿Ciel tenía una prima? ¡Era imposible! Por parte de su madre sólo estaba Madame Red y quedó estéril tras un accidente. Y por parte de padre estaba su tía, la madre de Elizabeth. No había nadie más.
Galethe seguía sonriendo. Parecía que comprendiera la confusión del joven conde.
-Verás no soy prima tuya al cien por cien, pero sí en parte. Mi padre se casó con una mujer inglesa hija de un abogado y me tuvieron. El hermano de mi madre, mi tío, es el padre de Elizabeth, tu tío.
Ahora todo encajaba. Por eso antes estaba charlando tan animadamente con Elizabeth, porque eran familia. En ese momento llegaba Sebastian para comunicarles que el señor Moonwood iba a partir.
-Señorita Galethe, si me permite…
Galethe se fue con Sebastian no sin antes despedirse de Ciel con un beso.
-Espero volver a verte –dijo, sonriendo, antes de marcharse agarrada al brazo de Sebastian.
-Una velada fantástica, amo. Todos los invitados se han ido muy contentos.
Ciel estaba preparándose para irse a dormir y como era costumbre Sebastian le informaba de los acontecimientos del día y del plan del día siguiente.
-Señor, ¿me está escuchando?
Ciel estaba en las nubes y hacía oídos sordos a lo que decía Sebastian.
-Señor, es de mala educación oír y no escuchar.
-Estaba pensando en mis cosas –dijo con tosquedad el conde mientras se quitaba los anillos.
-Estaba pensando en la señorita Moonwood, ¿verdad? –dijo Sebastian sonriendo con picardía.
Ciel apretó los dientes. Aquello era lo que más odiaba de su mayordomo. Aquella especie de burla con respeto.
-Sí, ¿y qué? –escupió el joven conde.
Sebastian se limitó a seguir sonriendo y a acostar a su amo. Ya estaba todo listo cuando del exterior se oyeron cascos de caballo y un carruaje que se detenía a la entrada con brusquedad. Ciel se incorporó en la cama.
-¿Quién podrá ser a estas horas?
-Déjemelo a mí, amo.
Sebastian bajó para ver qué ocurría. Al ser un ser sobrenatural no tenía miedo y bajaba las escaleras son tranquilidad y parsimonia. Pasase lo que pasara, no podrían ni matarle ni vencerle. Desde fuera se oía cómo alguien aporreaba la puerta con ahínco y fuerza. Al abrir la puerta, Sebastian se encontró con la persona que menos esperaba ver.
-¿Señorita Moonwood?
Galethe se abrazó al mayordomo, descolocándolo.
-¿Qué ha ocurrido? ¿Qué hace a estas horas de la noche…?
-Muertos…
-¿Cómo dice?
-Muertos… -Galethe rompió a llorar, incapaz de aguantar más su llanto-. ¡Están todos muertos!
Ante el estado de la joven, Sebastian la invitó a pasar dentro. El mayordomo dejó a Galethe al cuidado de Mey-Lin, que acababa de despertarse por el alboroto. Sebastian aprovechó para avisar al joven amo de lo que estaba pasando.
-Sebastian… -Ciel asomaba por la puerta, inseguro de si salir o no.
-Es la señorita Moonwood, señor.
Ciel se vistió tan rápido como pudo y fue a recibir a su “prima”. Galethe estaba esperando sentada en la sala de invitados, temblando como un flan y con la cabeza gacha.
-Galethe… -Ciel entró en la habitación y tomó asiento a su lado-. ¿Ha ocurrido algo?
Al principio Galethe no articuló palabra, luego empezó a soltar los temores de su corazón.
-No sé qué ha pasado. Todo iba bien… Pero de pronto… -Galethe rompió a llorar, siendo necesarios los esfuerzos de Sebastian y Ciel para consolarla.
-Estás a salvo, no tienes nada que temer –dijo Ciel.
-Mi… Mi… Mi padre… -los ojos de Galethe volvieron a inundarse de cristalinas lágrimas-. ¡Mi padre enloqueció y los mató a todos!
La última frase dejó helados al mayordomo y su amo.
-¿Enloqueció?
-Su mirada… Estaba completamente ido… Tenía una espada en la mano… Había sangre…
Galethe no pudo reprimir una arcada. Los acontecimientos habían sido bastante duros.
-¿Y dices que están todos…? –Ciel no quería hurgar en la herida, pero por su experiencia en todas sus investigaciones, los interrogatorios eran muy productivos.
-Los mató a todos… Al servicio, a mi madre… Aún no sé cómo logré escapar.
Galethe hundió el rostro entre sus manos. Ciel se inclinó hacia ella para consolarla cuando reparó en la mano izquierda de la noble.
-Galethe, ¿qué tienes ahí?
Galethe siguió la mirada de Ciel y, al ver que se posaba en su mano, la abrió lentamente. Dentro había un colgante formado por una cadena de plata y una cruz.
-Lo tenía mi padre… Antes de…
Galethe no pudo reprimir un vómito. Después de aquello, Ciel y Sebastian dieron por concluido el interrogatorio y decidieron irse a descansar. Galethe se hospedaría en la habitación de invitados hasta nuevo aviso. Cuando la situación se calmó un poco, Ciel volvió a prepararse para dormir.
-Pobre Galethe –comentó mientras Sebastian abrochaba los botones de su camisón-. Sé cómo se siente.
La experiencia de Galethe le recordaba bastante a la suya propia, solo que la de su prima debió de ser aún peor.
-Ver cómo un familiar al que tanto amas enloquece y da muerte a todos los habitantes de su residencia es muy duro –comentó el mayordomo-. Más aún para una dama.
-¿Qué crees que dejó inconcluso? –le preguntó Ciel mientras se cubría con las sábanas.
-¿Inconcluso? Ah, se refiere a lo último que dijo. No estoy muy seguro de haberla entendido. Si lo desea, señor, puedo ir a investigar a la Mansión Moonwood.
-No quisiera dejar la casa desprotegida, Sebastian. Más aun sabiendo el estado en el que se encuentra Galethe.
-Será solo un momento, señor.
Ciel tenía sus dudas, pero al final accedió.
-De acuerdo, pero hazlo rápido.
Sebastian se reverenció ante su amo.
-Sí, mi señor.
-Señor… Señor, despierte.
Habían pasado sólo diez minutos desde que Ciel se quedara dormido y Sebastian ya había vuelto. El mayordomo tenía un candelabro de tres velas en la mano derecha y estaba inclinado suavemente sobre su amo.
-¿Y bien? –preguntó el conde frotándose los ojos, algo adormilado.
-La Mansión ha sido incendiada –dijo Sebastian con pena-. Todo apunta a que, en efecto, el señor Moonwood enloqueció y dio muerte a todos. Después incendió la casa y se quitó la vida.
Ciel trató de digerir la información. Había partes vagas, inconclusas y sin sentido.
-¿Por qué enloquecería? Estuve hablando con él por la noche y no parecía que tuviera ningún problema psíquico.
-Todo apunta a un brote psicótico, señor. Mañana por la mañana podemos ir a hablar con El Enterrador, si lo desea.
El Enterrador. Seguramente él sabría más sobre la muerte de los Moonwood que ellos. Les había ayudado en varias investigaciones y su participación siempre era relevante. El joven conde accedió con una condición.
-Por mucho que te insista, Galethe no puede venir.
Sebastian enarcó las cejas.
-Señor, es su familia. Está en todo su derecho a…
-No. Ya lo está pasando bastante mal. Si viene con nosotros tal vez empeore su situación y acabe como su padre.
Las cuatro últimas palabras las pronunció con dificultad, como si tuviera un nudo en la garganta. Ciel más que nadie, comprendía a Galethe y por lo que estaba pasando. Sebastian reflejó aquella tétrica sonrisa y arropó a su amo.
-Por ahora descanse, señor. No falta mucho para que empiece a despuntar el alba. [/justify]
Última edición por Hwesta el Jue Oct 10, 2013 3:10 pm, editado 1 vez | |
| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Vie Ago 16, 2013 8:17 pm | |
| Interesante historia, espero leer la continuacion pronto. Surgen muchas dudas que te atrapan en la historia
Gracias por publicar | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Sáb Ago 17, 2013 2:10 pm | |
| Pues seguimos con el segundo episodio. He de aclarar que la historia la ambientamos un año antes de la primera temporada de black butler. ya veréis por qué ^^ - Spoiler:
2. Su Mayordomo, Paladín La mañana del 19 de octubre, tal como acordaron, Ciel y Sebastian fueron a Londres a hablar con el Enterrador para que les proporcionara más información al respecto del asesinato de los Moonwood. Galethe seguía dormida cuando se marcharon y prefirieron no despertarla. En la lúgubre funeraria, Ciel y Sebastian entraron como meros compradores y recibieron la bienvenida de siempre.
-Curioso… Hoy no le esperaba, conde.
De un ataúd cercano a la puerta apareció un hombre de edad desconocida, pelo blanco hasta la cintura y ropajes andrajosos.
-¿Qué le trae por aquí?
-Enterrador, anoche se cometió un crimen en una mansión a las afueras de Londres. ¿Sabes algo del asesinato?
El Enterrador guardó silencio unos instantes.
-Sabes bastante del asunto. Estaba esperando al único superviviente del crimen…
Ciel se sorprendió. El Enterrador estaba esperando a Galethe, pero ¿por qué? ¿Qué sabía él de los Moonwood? Y más importante aún, ¿cómo sabía que hubo un superviviente?
-Tiempo al tiempo, conde. Empecemos por los asesinatos. El cabeza de familia, Caín Moonwood, enloqueció de repente y dio muerte a todos los habitantes de la mansión utilizando como arma del crimen la espada de la familia.
El Enterrador se agazapó tras el mostrador y rebuscó entre las pertenencias hasta dar con un objeto alargado y envuelto en una manta negra.
-Aquí está.
Ciel hizo un ademán de tomarla entre sus manos pero el Enterrador fue más rápido.
-No tan rápido, conde.
-Ah, sí, quiere que le cuente un chiste… -Ciel conocía la manera de actuar de aquel hombre, mas por una vez estaba equivocado.
-No, no, no, no. La espada no es para usted, sino para la chica. Ella es la única que puede darle utilidad al arma y la única capaz de resolver los enigmas de este crimen. Además de que es la única que puede desenvainarla. Lo he intentado toda la noche y no puedo abrirla.
Ciel y Sebastian pusieron cara de incertidumbre.
-¿Qué puede decir de los cadáveres? –preguntó Sebastian.
-Oh, todos estaban destrozados. Miembros mutilados, partes quemadas… El único que se mantenía intacto fue el del marqués. Solo tenía una herida en el abdomen ocasionada por la espada.
-Pero… Si el marqués dio muerte con la espada y después la usó para quitarse la vida, ¿por qué está ahora envainada? ¿Quién la envainó si no fue alguien de la familia Moonwood?
La hipótesis de Sebastian era correcta. La espada solo respondía a las manos de un Moonwood. Si todos estaban muertos y el único superviviente huyó en cuanto tuvo ocasión, ¿cómo pudo envainarse la espada?
-Ese sigue siendo el mayor misterio de todos. Y dada su impaciencia le envié una carta a su mansión hace unas horas.
-¿Una carta? –repitió Ciel desconcertado.
-Sí. Ya les dije que no les esperaba a ustedes, sino a Galethe. Seguramente que ya haya recibido la carta y haya realizado las instrucciones que puse en ella.
¿A qué clase de instrucciones se refería? Lo único cierto era que Galethe podía estar en peligro. El conde y Sebastian se marcharon de allí sin siquiera despedirse. El Enterrador vio cómo se alejaban revelando en una sonrisa aquella hilera de dientes afilados.
-La realidad es mucho más compleja de lo que se imaginan.
Una vez en casa, Ciel preguntó al personal por Galethe.
-Yo estaba todo el rato en la cocina. No la he visto desde ayer por la noche, cuando vino –dijo Brad.
-Yo… Yo… dijo que tenía que ir al Panteón familiar y se marchó en un carruaje.
-Lo que dice Mey-Lin es cierto. Yo la vi marcharse.
……………
-¡¿Y habéis dejado que se marchara?! –estalló el conde.
-Lo sentimooos. ¡No volverá a pasar! –lloraron los sirvientes.
Ciel se llevó una mano a la cabeza. Tenía que hacer algo antes de que fuera demasiado tarde.
-Señor, si me lo ordena, iré a la Mansión Moonwood y traeré de vuelta a la señorita Galethe.
Ciel apretó los labios. Cómo le gustaba a aquel condenado demonio jugar.
-Sebastian, esto es una orden: ¡Trae a Galethe de vuelta!
Sebastian sonrió con maldad, se reverenció ante su amo y fue a cumplir su misión.
-Yes, my lord.
A pesar de no querer volver, Galethe siguió las indicaciones de la carta que recibió y fue a visitar los restos calcinados de la mansión de su familia. El fuego se había extinguido y los cimientos de la casa eran inestables. Entrar era muy peligroso. Pero no iba a entrar en la casa precisamente. Galethe dio la vuelta al jardín hasta llegar ante una enorme puerta de mármol de dos metros y medio de altura: el Panteón de los Moonwood. La hierba, ahora ceniza, era suave al pisarla aunque se metiera entre los mocasines de la joven e impregnara el vestido de seda esmeralda. Aquella puerta… Cuando era pequeña jugaba alejada de ella. Sus padres la mantenían alejada por alguna extraña razón.
-¡Galethe! ¡Vuelve! ¡Es peligroso!
Doce años después podía conocer la verdad oculta tras aquella puerta. Tras observarla fijamente, Galethe reparó en el símbolo que decoraba el mármol: una enorme cruz griega. ¿Dónde había visto es símbolo? ¡El colgante de su padre! Galethe sacó el colgante y comparó las cruces. ¡Eran idénticas! Todavía con el medallón de la mano, Galethe se acercó a la puerta y empujó. Era imposible de abrirla para una persona… hasta que reparó en la cerradura de la puerta. Tenía la misma forma que la cruz griega de la puerta y el tamaño coincidía con el del colgante. Como si de un puzle se tratara, Galethe introdujo la cruz del colgante en la cerradura y la giró. El resonar de un complejo mecanismo de cierre demostró que había abierto la puerta. El enorme bloque de mármol se abrió lentamente hasta revelar la entrada oculta al panteón. Galethe tenía delante de ella las respuestas a tantas preguntas, a un crimen acontecido en una noche y a su pasado, pero algo la tiraba para atrás. ¿Encontraría en verdad todo lo que necesitaba saber o por el contrario hallaría más preguntas sin respuestas… o incluso la muerte? Ya lo había perdido todo, no tenía nada más en el mundo. Galethe llenó sus pulmones de aire y entró en el Panteón.
La puerta de mármol se cerró tras de sí, envolviéndola en la oscuridad. Galethe golpeó la puerta muerta de miedo. Estaba atrapada en su propio Panteón familiar. De repente, se hizo la luz. Una hilera de antorchas empezó a llamear mostrando el camino a seguir. Del techo caían gotas que rompían el silencio de la gruta con su estridente ruido al golpear la piedra del suelo. Galethe anduvo hasta llegar al final del mausoleo, una habitación circular donde descansaban todos sus parientes desde 1659. Había tumbas vacías donde supuestamente serían enterrados los siguientes familiares. Reconoció las tumbas de sus padres, en ese momento vacías y a los pies de la tumba de su padre había un arca. Galethe se arrodilló ante el arca y la abrió con dificultad. La tapa golpeó el mármol y se partió en dos. Dentro del arca había unos extraños ropajes blancos y rojos. Galethe sacó todo el contenido del baúl y lo puso a su lado en el frío y húmedo suelo. Era un uniforme de soldado, o eso parecía. En el fondo del arca había un conjunto de pergaminos cuidadosamente colocados. Galethe tomó uno y lo abrió para ver su contenido. Estaba en latín. Por fortuna, al estudiar Derecho sabía también latín y no tardó mucho en descifrar el contenido de los pergaminos.
Galethe había dado con el mayor secreto de su familia: una orden ancestral de guerreros. La indumentaria era similar a la de los caballeros Templarios: cota de malla, traje blanco con una enorme cruz roja en el pecho, capa blanca, escudo… ¿y la espada? No tenía espada aunque sí otra serie de armas más pequeñas como cuchillos y bombas. Aquel debía de ser su destino como miembro de los Moonwood. Galethe observó sus ropajes. Estaban manchados de ceniza, lodo y moho y ante ella tenía un impecable uniforme. Sin dudarlo, la joven se cambió de ropa y se vistió con el uniforme. Le quedaba algo grande, pero gracias a sus conocimientos de sastrería podría arreglarlo sin problemas. Después pasó a armarse con los cuchillos y las bombas. En un descuido, Galethe se cortó. Unas gotas de sangre cayeron sobre su vestido. Una idea pasó sobre su cabeza. Arrancó un trozo del vestido y lo usó a modo de venda. Ahora necesitaba encontrar una salida… Un rayo de luz iluminó la sala. Había un hueco en el techo aunque llegar no era sencillo. Galethe empleó su ingenio para resolver el puzle que tenía ante ella. La abertura estaba a dos metros por encima de su cabeza. Si apilaba unas cuantas piedras, llegaría. Así, Galethe reunió un conjunto de piedras que se habían derrumbado del techo, empujó la losa que la separaba del exterior y salió. Fuera era de día todavía; podía aprovechar las horas de luz para iniciar su largo viaje. Lo primero ante todo era traducir los pergaminos…
Sebastian llegó en menos de un cuarto de hora a la Mansión Moonwood. Su antiguo esplendor había sido consumido por las llamas y solo quedaban las cenizas. Sin perder un segundo, Sebastian recorrió toda la finca buscando algún rastro de vida de Galethe. Su fino olfato detectó la presencia de la chica un poco más allá de la casa. El olor se perdía concretamente ante una enorme puerta de mármol. Sebastian la examinó minuciosamente y llegó a la conclusión de que sin la llave no podía abrirla. El mayordomo incrustó ambas manos en la dura piedra y con un rápido movimiento arrancó la puerta y la lanzó lejos de allí. Tras quitarse el polvo del uniforme entró en el Panteón. Allí descansaban los restos de los parientes de Galethe. Galethe… su olfato le decía que estaba cerca, muy cerca. Sebastian esperaba encontrarla llorando en alguna tumba, mas no fue así. Su olfato le llevó ante un par de ataúdes de piedra vacíos. A sus pies había algo blando… Sebastian se agachó para ver qué era. Olía a Galethe… ¡Era su vestido! Pero, ¿y ella? Había algo de sangre en el vestido y estaba hecho jirones. El mayordomo se temió lo peor. Trató de llamarla en vano. Estaba completamente solo. En ese momento reparó en el hueco del techo. De un salto volvió a la superficie pero allí no había nadie. El rastro de Galethe se había perdido. Solo tenía su vestido cubierto de moho, ceniza y sangre.
-El amo no va a estar muy complacido –se dijo a sí mismo.
La mañana del 20 de octubre se celebró el funeral de los Moonwood en los restos de su mansión. La única superviviente, Galethe, había desaparecido el día anterior en extrañas circunstancias. Solo se había encontrado su vestido roto y ensangrentado por lo que la policía confirmó que había sido atacada por un lobo, comunes en aquella zona. Al funeral acudieron amigos y parientes entre los cuales se encontraba el cabeza de familia de los Phantomhive. Su rostro denotaba tristeza pero era difícil de diferenciar entre su rostro común o tristeza por la muerte de sus parientes. La gente empezó a marcharse poco a poco dejando al joven conde solo en compañía de su mayordomo.
-Señor, deberíamos volver. Se aproxima una tormenta –dijo Sebastian, mirando al cielo, que empezaba a tornarse negro.
-No pude salvarla…
-¿Eh?
-No pude… ¡No pude salvarla, Sebastian!
Ciel se llevó las manos a la cabeza, presa de la desesperación. Sebastian trató de calmarlo diciéndole que la culpa no era de nadie, mas Ciel seguía insistiendo en que era suya.
-¿Es que no va a cesar de perseguirme la muerte?
Una estruendosa risa hizo que ambos hombres se volvieran hacia su foco. Apoyado en la pared de roca estaba el Enterrador.
-Es gracioso que lo diga, conde.
Ciel se abalanzó sobre el Enterrador y, cuando lo tenía agarrado de la pechera, se quedó inerte. Había actuado en un acto reflejo, sin pensar. El Enterrador siguió sonriendo y separó al conde de sí suavemente.
-Gracioso… -repitió Ciel, mordiéndose la lengua-. ¡No es nada gracioso!
-En cierto modo sí. Usted no conocía de nada a la joven Moonwood y ya la aceptó en su familia. Por otra parte, se puede decir que ambas familias están malditas.
Ciel alzó la mirada hacia el Enterrador.
-¿M-malditas? –repitió, temeroso de oír la cruda verdad.
-Sí, lo acontecido a su familia, conde, fue una terrible tragedia. Casi se podría decir que le maldijeron. Pero el caso de los Moonwood se remonta durante generaciones.
-¿Cómo sabe…? –el Enterrador le puso un dedo en los labios.
-Ah, ah… Recuerde que formaba parte de la Aristocracia Malvada. Nada escapa a mi saber.
El Enterrador no añadió nada más. Se limitó a mirar tras su espeso flequillo cano al conde y a seguir sonriendo. Ciel suspiró y se alejó del lugar.
-Voy a ver a Elizabeth, Sebastian –le dijo al mayordomo-. Reúnete conmigo en diez minutos.
-Sí, mi señor.
El joven conde se alejó lentamente bajo la atenta mirada del demonio y del shinigami.
-Sabes tan bien como yo que sigue viva –dijo el Enterrador cuando Ciel estuvo lo bastante lejos-. ¿Por qué no se lo dijiste a tu amo?
-Pensé que si volvía a experimentar dolor recapacitaría al respecto de su situación.
-¿A qué te refieres?
-Otra muerte importante podría hacerle comprender la validez de una vida humana, ya sea familiar o desconocida. No sé si me habré equivocado…
-Aunque el conde sea bastante maduro para su edad, no deja de ser humano. No deja de ser débil ante los sentimientos.
-Sí, pero hay otra razón por la que dejé libre a la señorita Galethe y creo que la sabes.
La sonrisa del Enterrador se agrandó.
-Su misión. Si la traías de vuelta con vida, no podría realizar la misión para la que ha nacido.
Sebastian asintió.
-De todas formas, mayordomo, ¿ello no es un incumplimiento de tu contrato? Has desobedecido una orden de tu amo.
-No exactamente. Me pidió que la trajera de vuelta pero no especificó si viva o muerta.
El Enterrador dejó escapar una risita.
-Cuando estuviste en este Panteón –el Enterrador apoyó su mano en la puerta de mármol-. ¿Qué sentiste?
Sebastian lo miró fijamente. Su rostro denotaba tal seriedad que daba miedo. Parecía como si no quisiera hablar del tema.
-Sentí… Una fuerza inconmensurable, poderosa… y arcana.
-No te atreviste a estar allí dentro mucho tiempo, ¿verdad? –El Enterrador sonreía como si disfrutara de un espectáculo.
-No. Esa fuerza es desconocida para mí pero a la vez nostálgica. No sé describirlo.
-Crees haberlo vivido pero no lo recuerdas, ¿cierto?
-Más o menos.
El Enterrador cogió su pala e hizo ademán de marcharse.
-A Galethe le queda mucho trabajo por delante. Lo único que podemos hacer es esperar.
Sebastian iba a preguntarle algo al shinigami mas este ya se marchaba colina abajo. El Enterrador sabía demasiado sobre esa familia… Tal y como acordó Sebastian con su amo, se reunió con él en el carruaje pasados diez minutos.
-¿Volvemos a casa, señor? –preguntó Sebastian ayudando a su amo a subir al carruaje.
-Sí. Mañana será otro día lleno de trabajo.
-Sí, mi señor.
Última edición por Hwesta el Jue Oct 10, 2013 3:13 pm, editado 1 vez | |
| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Sáb Ago 17, 2013 4:52 pm | |
| wow que rapido actualizaste y cada vez se va poniendo más interesante esto
Gracias por publicar | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Dom Ago 18, 2013 8:35 am | |
| - Evangeline escribió:
- wow que rapido actualizaste y cada vez se va poniendo más interesante esto
Gracias por publicar jeje, un placer Uy, si empezamos en junio, al terminar los exámenes. Tenemos capítulos para dar y regalar. Continuamos con la historia... - Spoiler:
3. Su Mayordomo, Entrenador 3 MESES MÁS TARDEYa habían pasado tres meses desde la tragedia de la familia Moonwood. Como cada mes, Ciel visitaba el Panteón familiar y depositaba un ramo de flores a las puertas de la cripta. Según él, era para matar el tiempo pero Sebastian sabía en el fondo que el niño sentía nostalgia, quizá aprecio, por aquella familia. Realizado el ritual, mayordomo y amo volvieron a casa. Ciel tenía mucho trabajo para la Reina acumulado.
Tras la muerte de Galethe y su familia, en Londres empezaron a cometerse una serie de asesinatos en cadena. Algunos eran hombres corruptos, pedófilos, traficantes, estafadores pero otros eran nobles sin relación aparente entre ellos, lo cual llevó al cabeza de familia de los Phantomhive a estar alerta. No se sabía si era un solo hombre o una organización, solamente que atacaba sigilosamente de día y de noche. Nadie se percataba de sus asesinatos, letales y perfectos. Al principio de la investigación, Ciel le preguntó al Enterrador, su informante, si el asesino podría ser un shinigami.
-Imposible. Los shinigami son neutrales, no matan por matar. Y aunque las muertes fueran causadas por un shinigami, no dejaría tantas pruebas.
-Entiendo… Gracias por su colaboración, Enterrador.
-Le gustaría saber antes de marcharse que precisamente nos ha desaparecido una lista de muertes –dijo el Enterrador antes de que el conde atravesara la puerta de su tienda.
-¿Cómo?
-Los shinigami poseen una lista con los nombres de aquellos que van a morir. Bien, parece ser que a uno de los nuestros le han arrebatado la lista. Según él, iba andando por la calle y cuando quiso darse cuenta, la lista no estaba. No recuerda haberla perdido o dejado en algún sitio.
Tanto Ciel como Sebastian pensaron en Grell. ¿Qué shinigami sería tan estúpido como para dejarse robar una lista de muertes?
-Ya ha recibido el castigo que se merecía –añadió el Enterrador, saboreando cada palabra que pronunciaba.
-Entonces, las víctimas… -dijo Sebastian mas el Enterrador se le adelantó.
-En efecto, no han muerto. Seguramente que nuestro asesino haya reclutado a estas personas para su causa. Es la única explicación posible puesto que varios asesinatos coinciden en la misma línea de tiempo.
Finalizada la entrevista, Ciel y Sebastian volvieron a casa. Una vez allí continuaron con la investigación en el despacho del conde.
-Es un caso complicado –comentó Ciel tirando sobre la mesa los documentos relacionados con el caso en cuestión-. Si Scotland Yard no era de mucha utilidad en casos más fáciles dudo mucho que con este pueda hacer algo.
-Si me lo permite, señor, puedo realizar una investigación de las víctimas asesinadas –dijo Sebastian sirviéndole el té.
-Todas llevaban una vida de estafadores, ladrones y corruptos…
-Esas víctimas no, señor –lo interrumpió Sebastian mientras cortaba un pedazo de pastel-. Las víctimas de la nobleza.
Ciel prestó atención a lo que decía su mayordomo. En ese momento, algo llamó la atención de Sebastian que lanzó una fugaz mirada por la ventana. Un jinete se aproximaba hacia la casa. Los instintos del demonio se activaron y, disculpándose con una reverencia y una sonrisa ante su amo, bajó a la entrada para recibir al invitado. Sebastian esperó a que el caballo se detuviera para abrir la puerta. Cuando lo hizo, curiosamente no había nadie fuera, solo un pura sangre negro desprovisto de silla de montar y bozal. Sebastian sonrió. Aunque el extraño quisiera burlarle, no podría escapar de él. De todas formas, una idea cruzó su mente…
Sebastian volvió a presentarse ante su amo como si nada hubiera ocurrido.
-¿Y bien? –preguntó Ciel, confiado.
-Se habían equivocado, señor.
*Toc, toc*
El conde se extrañó de que llamaran a la puerta pues los sirvientes venían precedidos de un buen alboroto.
-¡Sebastian! –exclamó, alerta.
El mayordomo asintió sin dejar de sonreír y se acercó a abrir la puerta pero fuera no había nadie. De repente, se oyó un grito. Era Mey-Rin. Sebastian y Ciel corrieron al recibidor para ver qué pasaba. Una estatua de mármol se había precipitado sobre la doncella que, aterrada, lloraba en el suelo. Ciel suspiró, decepcionado y Sebastian se llevó una mano a la cabeza.
-¿Qué voy a hacer contigo? –dijo el mayordomo para sus adentros mientras bajaba las escaleras para auxiliarla.
-Mey-Rin, ten cuidado con lo que haces –la regañó el conde.
-Lo-lo siento mucho, amo…
Tras poner en su sitio la estatua y rescatar a la doncella, Ciel y Sebastian hicieron ademán de subir las escaleras para volver al estudio. Justo entonces unos fuertes pasos de botas resonaron por toda la mansión. Una especie de guerrero medieval encapuchado estaba bajando las escaleras lentamente. Estaba bien armado con cuchillos, espada y bombas aunque su forma física dejaba mucho que desear. Sebastian frunció el ceño y se mantuvo alerta ante cualquier movimiento del extraño. El guerrero empezó a reír, elevando el tono a medida que se acercaba al conde. Sebastian se puso en guardia enseguida.
-Han pasado tres meses, ¿y ya te has olvidado de mí? –dijo el extraño despojándose de la capucha, mas una máscara de bronce cubría su rostro a excepción de los ojos y de la nariz hacia abajo.
Sebastian se relajó un poco pero se mantuvo firme por su amo. Sabía quién era, pero Ciel no. El extraño hincó un pie en tierra ante Sebastian y el conde e inclinó la cabeza a modo de saludo.
-Un placer volver a verte, Ciel.
El joven conde se extrañó por lo que estaba ocurriendo. Todo apuntaba a una sola persona pero dicha persona estaba muerta… El extraño rió por lo bajo y alzó la mirada hacia Ciel.
-Quítame la máscara –le pidió.
¿Debía fiarse de él? ¿De un extraño armado hasta las cejas? Todo parecía indicar que era amigo y buena persona, que no le haría daño, pero también podría ser un disfraz, una farsa. Con dedos temblorosos, Ciel extrajo con suavidad la máscara del rostro del extraño, revelando unas facciones femeninas muy delicadas y familiares. Al reconocer a aquella persona, la máscara se le resbaló de los dedos, cayendo al suelo. Era Galethe.
-Hola, Ciel –dijo sonriendo-. Tenía muchas ganas de verte.
Ciel se quedó helado. Galethe estaba viva. Por una vez la maldición no se cumplía al cien por cien. Galethe se levantó del suelo sin dejar de sonreír a su primo y recogiendo la máscara de bronce le pidió audiencia.
-Durante tres meses he madurado mucho, Ciel.
Ciel y Galethe se reunieron en el despacho de aquel para deliberar, acompañados de Sebastian y de una taza de té caliente.
-Cuando recibí aquella misteriosa carta no estaba segura de si obedecerle o no. Por fortuna tuve valentía para hacerlo y descubrir mis orígenes. En el Panteón familiar encontré esto –señaló su uniforme-, un uniforme ancestral que ha estado en la familia durante milenios.
-El uniforme se asemeja al de la Orden del Temple –comentó Ciel con la barbilla apoyada en las manos-. ¿Me equivoco?
A modo de respuesta, Galethe le deleitó con una de sus cariñosas sonrisas.
-Sí y no. Esta orden es más ancestral que la Orden Templaria, que nos copió, por así decirlo.
-¿Quieres decir que la Orden del Temple es una variante de esta Orden a la que perteneces?
-Exacto. Durante tres meses investigué en profundidad, viajé, me documenté y hallé respuestas. Resulta que soy un Guardián.
Sebastian y Ciel pusieron cara de asombro. Aquella Orden no era muy conocida, al menos en Londres pues Ciel sabía perfectamente el nombre de todas y cada una de las distintas Sectas y Asociaciones británicas.
-Es una Orden poco conocida, claro. Lleva sirviendo desde hace siglos al pueblo, protegiéndolo y buscando justicia.
-De ahí los asesinatos de corruptos, proxenetas y traficantes, ¿cierto? –afirmó Sebastian.
-Sí. No tardé más de un mes en saber al respecto de esta Orden, también gracias a la colaboración de un hombre muy extraño. Me seguía a todas partes y si me quedaba atascada me ayudaba aunque pensara que no sabía que era él.
-¿Un hombre, dices? –Ciel estaba interesado en saber más al respecto del sospechoso…
-Sí, es un hombre alto, viste de negro y gris y tiene el pelo muy largo y cano. No paraba de sonreír con maldad y… no pude verle los ojos. ¡Ah! También me dio esto –dijo poniendo su espada sobre la mesa. Era la misma espada que tenía el Enterrador en su funeraria.
Sebastian y Ciel intercambiaron una breve mirada. El Enterrador estaba detrás de todo.
-Bueno, como decía, tardé menos de un mes en saber de esta Orden. El mes siguiente lo dediqué a entrenar y formarme usando como guía los libros escritos por mis antepasados. Dichos libros los encontraba tras asesinar a mis otras víctimas, los nobles…
Ciel frunció el ceño.
-Resulta que la muerte de mi familia se debió a una conjura entre varios nobles. El hombre misterioso (El Enterrador) me dio el primer nombre de uno de ellos y no dudé en ir a hacerle una visita. Tras sonsacarle información y darle muerte encontré un libro de los Guardianes. Dicho libro hablaba de la iniciación de los novicios. Me limité a seguir las instrucciones y en unas semanas era un iniciado. El aprendizaje consistí sobre todo en un estilo de lucha de la antigua Babilonia, agilidad, sigilo, resistencia y pillaje. Este último fue el más difícil. Cada vez que trataba de robar a alguien me temblaba el pulso. Hasta que le cogí el tranquillo.
-Un día tuve la suerte de robar una lista con nombres de personas, una hora y un lugar. No sabía de qué se trataba así que fui al lugar indicado en primer lugar y esperé a la hora acordada. Fue cerca de Westminster, había un hombre cuyo nombre sería el de la lista y de repente fue asaltado y asesinado. No acababa de creer lo que había visto así que tuve que ver morir a otras dos personas para darme cuenta de que aquella lista tenía puesto el nombre de la gente que iba a morir. Aprovechando esta ventaja recluté a tantos como pude para que se unieran a mi causa. Les ordenaba misiones y trabajos acordes a su nivel. En tres meses tengo bajo mi mando a más de doscientos Guardianes.
»Todos son gente humilde, sastres, herreros, cocineros, panaderos, guardias retirados, gente que ha perdido todo por deudas e impuestos, etc. Les di la oportunidad de vengarse de aquellos que les habían convertido en ratas miserables a ojos de la sociedad británica. Ellos saciaban su sed de venganza y yo avanzaba a pasos de gigante en mi investigación.
Galethe se mostraba orgullosa de su nueva vida, algo que a Ciel no acababa de convencerle.
-¿Y qué pretendes hacer ahora? –le preguntó el conde.
-Celebro que me lo preguntes. Tengo que hacer un viaje largo, concretamente a España. Ciel, lo he perdido todo y todos me dan por muerta. No puedo volver del Infierno y retomar mis estudios en Derecho o continuar con la empresa de mi padre. Necesito respuestas a todas las preguntas que me planteo.
-Entonces, ¿para qué has venido hasta aquí?
-¿No es lógico? Para que supieras que sigo viva. No quería que siguieras atormentándote. Además… Quisiera pedirte un… pequeño favor.
Galethe agachó la mirada, roja de vergüenza y preocupando a su primo.
-D-dime –articuló el conde a duras penas.
Galethe espiró profundamente.
-Me gustaría que durante mi ausencia… Bueno… Dirigieras a los Guardianes por mí.
Ciel abrió mucho los ojos. ¿Un conde dirigiendo a una organización que busca por encima de todo la justicia? ¿Y sus deberes para con la Reina? La Reina. Ciel recordó en ese momento que su misión actual era dar caza al culpable de los asesinatos. Tenía que capturar a su propia prima.
-¿Ciel? Ciel. ¿Estás bien?
-Joven amo…
Ciel meneó la cabeza, volviendo a la realidad. En frente tenía a Galethe que no paraba de sonreír. A diferencia de él, Galethe sí que podía sonreír a pesar de todo lo que había sufrido y por lo que había pasado. Era un modelo a seguir para él, y tenía que darle caza…
-Bueno, si no quieres saber nada más, me marcho.
-Señorita Galethe –la detuvo Sebastian.
Galethe se dio la vuelta lentamente, pensando que se había olvidado algo.
-Dime, Sebastian.
-Perdone mi osadía pero no puedo dejar que haga ese viaje tan peligroso.
-Ehm, ¿disculpa?
-Antes debe entrenar duro y prepararse para lo que pueda ocurrir –Sebastian hablaba con decisión y firmeza-. Una dama tan frágil como usted no puede realizar con éxito este tipo de misiones. Es por ello que deberá entrenar duramente hasta estar preparada.
-¿Entrenar? ¿Cómo? Los libros…
Sebastian la interrumpió.
-Permítame que sea su entrenador personal –dijo arrodillándose ante ella-. Le enseñaré todo lo que sé de defensa personal y la moldearé para que sea mejor Guardián. ¿Qué me dice?
Tanto Galethe como Ciel no supieron qué decir. Sebastian seguía arrodillado y sonriendo con amabilidad.
-Ehm, supongo que… ¿Sí?
-Perfecto, empezaremos enseguida –anunció el mayordomo dirigiéndose hacia la puerta.
-¡¿Qué?!
-Reúnase conmigo en el jardín principal dentro de una hora. Todo estará listo para entonces y espero que usted también.
-Se-sebastian no puedo entrenar así de repente…
-No se preocupe por nada. Puede entrenar con su uniforme. Si sufre algún rasguño yo mismo lo repararé. Y en cuanto al alojamiento y el descanso… Si el señor lo permite…
Sebastian miró hacia su amo, desafiante. Su mirada parecía decir “¿Va a contradecir lo que he dicho y a negarle a su única familia un estilo de vida mejor?”. Ciel frunció el ceño y accedió.
-Pero solo durante… Tres días.
-Oh, amo, con dos es suficiente –añadió el demonio con un deje de suficiencia irritable.
A la hora acordada, Sebastian y Galethe se reunieron en el jardín para entrenar.
-Bien, comenzaremos con unas carreras.
-Sebastian… Por favor, me gustaría mantener la esencia de la Orden. Enséñame lo que quieras pero respetando esa condición.
-De acuerdo, señorita.
La primera prueba impuesta por Sebastian era correr alrededor de la mansión.
-¿Y ya está? ¡Qué fácil! –se jactó Galethe poniéndose en posición, mas Sebastian tenía un as en la manga.
-Sí, deberá correr alrededor de la mansión mientras sortea una serie de peligros que he colocado y todo ello en menos de dos minutos.
Galethe se volvió lentamente hacia el mayordomo.
-Eh, eh… ¿Qué? ¿Dos minutos? ¿Alrededor de esta mansión?
-Exacto –corroboró Sebastian, sonriendo con burla y sacando su reloj de bolsillo-. El tiempo empieza… ¡Ya!
Galethe había entrenado durante tres meses y su velocidad y resistencia se habían visto incrementadas, pero tanto como para dar la vuelta en solo dos minutos a la Mansión Phatomhive… Eso sin tener en cuenta los obstáculos de Sebastian, que no tardaron en aparecer. Desde trampas para oso a lanzallamas y disparos de flechas hasta zanjas y fosos ocultos tras una fina cada de arena. Galethe acabó la carrera quemada, herida y mojada y con un record de cuatro minutos.
-Vaya, esperaba más de usted –comentó el mayordomo, decepcionado-. Otra carrerita, ¿le parece?
Galethe estaba desplomada sobre el suelo.
-No puedo más, Sebas… ¿Y si hacemos otra prueba?
-Como desee.
Sebastian le propuso la siguiente prueba.
-He leído en sus libros que los Guardianes son hábiles acróbatas. Bien, he trazado una ruta que quiero que lleve a cabo –el mayordomo le mostró la ruta en un mapa a escala de la mansión-. Considerando su formación y su complexión actual no debería tardar más de un minuto.
-Eh, eh… ¡¿Un minuto?! ¿Además qué es eso de que somos acróbatas? ¡Es la primera vez que hago esto!
-Bueno, hay una primera vez para todo. Memorice la ruta. El tiempo empieza… ¡Ya!
Galethe trepó con dificultad por la pared, se aferró al alféizar de una ventana y continuó escalando siguiendo esta mecánica. El único inconveniente y que se le había olvidado mencionar a Sebastian era que también había puestos trampas en esta prueba. La joven Moonwood finalizó el recorrido en cinco minutos.
-Ay… -suspiró Sebastian llevándose una mano a la cabeza-. Es peor de lo que me imaginaba… Bien, empezaremos de cero.
Durante dos días, Sebastian machacó a Galethe hasta dejarla sin hálito. Todas las mañanas se tenía que levantar a las seis, al despuntar del alba y hacer veinte flexiones antes de desayunar. Después del desayuno tenía que correr alrededor de la mansión (con trampas incluidas), escalar la fachada principal, duelos de esgrima con Sebastian, boxeo con Finny y manejo de arco con flechas y escopetas con Brad. Finalizado el entrenamiento, Galethe pudo despedirse de Ciel y del servicio (con el cuerpo lleno de vendajes, eso sí).
-Os veré en un mes o dos –dijo sonriendo-. Cuida bien de mis discípulos.
Galethe espoleó a su pura sangre y se marchó en busca de respuestas mientras el servicio se despedía alzando los brazos y gritando palabras de ánimo.
-Señor –Sebastian se inclinó al oído de su amo-. ¿Desea que entrene también a los otros iniciados? –preguntó con su malvada sonrisa dibujada en su rostro.
-Haz lo que veas conveniente. Pero antes tenemos que ir a ver a alguien…
-Buenas tardes, ¿Enterrador?
Sebastian y Ciel viajaron a Londres expresamente para reunirse con el Enterrador. Tenían muchas preguntas que hacerle.
-Vaya, vaya. Si es el joven conde… ¿Qué le trae por aquí?
El Enterrador salió de un enorme ataúd apoyado en la pared, descolocando al amo y al mayordomo.
-¿Qué sabe de mi prima, Galethe? –preguntó Ciel.
-Ah… Así que por fin ha vuelto. Ha tardado un poco en volver al mundo de los vivos. Y eso que la he ayudado bastante.
-De eso queríamos hablar –intervino Sebastian-. ¿Qué relación mantienen ustedes dos?
El Enterrador sonrió.
-Ya sabe cuál es el precio a pagar por información valiosa…
Tras hacerle reír, el Enterrador gustoso les contó todo cuanto querían oír.
-Yo ya sabía desde el principio que Galethe iba a vivir. Al fin y al cabo, soy un shinigami. Aunque retirado, tengo acceso a las listas de defunciones y Galethe no figuraba el día en que aconteció la tragedia.
-Galethe nos informó de que la habías ayudado estos últimos tres meses. ¿Por qué? ¿Con qué propósito?
El Enterrador, postrado sobre el mostrador, seguía sonriendo tras el chiste que le habían contado.
-Se podría decir que estoy obligado a servir a los Moonwood para siempre.
Ciel y Sebastian dieron un bote de asombro.
-¿Servirles? ¿Por qué?
-Todo a su tiempo, querido conde –lo interrumpió el Enterrador-. Espere a que su prima vuelva de su viaje y hablamos. No nos precipitemos…
Por cierto, cualquier falta de ortografía, decidme
Última edición por Hwesta el Jue Oct 10, 2013 3:20 pm, editado 1 vez | |
| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Dom Ago 18, 2013 2:46 pm | |
| Acabo de leer y como pediste que te avisaran de las faltas de ortografía, solo tienes algunos errores de redacción mas que nada, pero son pocos, 2 o 3, te comiste letras o cambiaste letras XD, pero a todos nos pasa
Buen capitulo, espero el siguiente, gracias por publicar | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Dom Ago 18, 2013 4:04 pm | |
| Siento lo de las faltas. Me repatean muchísimo; soy lo más tiquismiquis que puede existir con la ortografía Ante todo, muchas gracias por leer y subo otro capítulo: - Spoiler:
4. Su Mayordomo, Maestro Ya había pasado un mes desde que Galethe se marchara a buscar respuestas y todavía no había dado señales de vida, hasta la mañana de un lunes de febrero. Ciel y Sebastian volvían de hacer unos recados en Londres cuando se encontraron al servicio temblando en un rincón al pie de las escaleras.
-¡¡Amo!! –exclamaron al verle.
-¿Qué pasa esta vez? Otra vez Elizabeth ha…
Los sirvientes negaron con la cabeza, solo se limitaron a señalar con el dedo hacia arriba. Ciel y Sebastian subieron las escaleras y registraron las habitaciones una a una. La última en ser registrada fue el despacho del cabeza de familia. Aparentemente estaba tranquila y no había nadie en ella.
-Otra vez creyendo ver fantasmas –comentó Sebastian a su amo.
-Cuánto tiempo, ¿no, conde?
La silla del despacho se dio la vuelta lentamente. Sentada en ella había una figura encapuchada, ataviada con un uniforme blanco con una cruz roja bordada en el pecho. La figura apoyó los codos en la mesa y se sujetó el mentón con las manos.
-Ah, Galethe –suspiró Ciel, aliviado-. Has asustado a mis sirvientes, ¿no te da vergüenza?
-Era una pequeña broma –dijo Galethe descubriendo su rostro.
Ciel sintió un golpe helador al ver el bello rostro de su prima mancillado por un parche en su ojo izquierdo. Lo primero que se le pasó por la cabeza fue precisamente su propio caso, un contrato con un demonio. Galethe, al reparar en su expresión, se limitó a sonreír y a tranquilizarle.
-No he perdido el ojo, Ciel. Simplemente tengo que ocultarlo si no quiero marearme.
-¿Marearte?
-Verás, los Guardianes Maestros, como mi caso, tenemos cierto don denominado “Mirada Celestial”. Esta mirada permite que veamos las almas de las personas, si son puras, malvadas o nuestros objetivos en las misiones. Mira.
Galethe se acercó a su primo y se levantó el parche para mostrarle su ojo izquierdo. Sobre la pupila y el iris había dibujado un emblema similar a una luna creciente. Era exactamente igual que el caso de Ciel. ¿Estarían sus familias malditas como decía el Enterrador? Galethe se cubrió el ojo de nuevo y sin dejar de sonreír abrazó a Ciel.
-¡Qué ganas tenía de verte! –dijo apretándolo con fuerza contra su pecho-. Solo me he ido un mes y ya he avanzado tanto…
-Cuéntame lo que quieras pero suéltame.
Sebastian aprovechó que su amo no miraba para reírse. En cuanto Galethe soltó a su primo y Sebastian les hubo servido el té, Galethe le contó su nuevo hallazgo.
-Mis raíces británicas se remontan a tan solo doscientos años. Después se pierden en América, en una colonia de nativos durante cien años hasta saltar a España de manos de un conquistador. En España se mantiene mi linaje desde el s. XVI hasta el s. XIII, donde emigra a Francia. Ahí es donde me he quedado ahora.
-Bien, conoces tu árbol genealógico al completo pero, ¿eso qué te aporta en tu investigación?
-Sencillo. Esto.
Galethe sacó de detrás de su capa un libro antiguo y polvoriento. Se lo tendió a Ciel, quien lo ojeó con Sebastian mirando desde arriba aunque estaba en español y no podía entenderlo.
-Está en español –bufó el conde cerrando de un golpe el libro.
-Señor, si me lo permite, puedo traducir…
-Aparte de que nadie os ha dado permiso para ello, el libro está escrito en castellano antiguo, es decir, es aún más difícil de entender.
-¿Y tú lo entiendes?
-Más o menos. Aunque no es muy atractivo que digamos. Solo cuenta meras leyendas y cuentos, nada más.
Ciel se desplomó nuevamente sobre su sillón.
-¿Has descubierto algo más?
-Por ahora no. Creo que trataré de descifrar el libro y luego ya veré. Por cierto, ¿qué tal se han portado mis chicos?
-¿Tus chicos…? Si te refieres a tus Guardianes, lo siento, pero no he tenido tiempo de ocuparme de ellos.
-Ciel… -se quejó su prima-. Por eso he venido antes de lo previsto. Me enviaron una carta preocupados ya que el Guardián Maestro no daba señales de vida.
La joven fulminó con la mirada a su primo, que se limitó a encogerse de hombros.
-Tienes suerte, puedo ayudarte en alguna misión –dijo la joven cambiando de tema.
-No sé cómo podrías ayudarme. Si te refieres a tus habilidades como guerrero, ya tengo a Sebastian…
-Sí, pero no tienes esto –se señaló el ojo tapado-. Puedo ver tu alma, Ciel… y la de Sebastian.
La sala quedó cubierta por una pesada presión. Sebastian y Ciel estaban alertas, temerosos de que Galethe les hubiera descubierto.
-Dime, Ciel. ¿Por qué el alma de Sebastian es roja?
-¿Roja?
-El color azul simboliza almas puras; el naranja, almas perdidas; el verde, almas que pueden salvarse; el amarillo, objetivos de purificación o asesinato; y el rojo… almas oscuras.
Galethe estiró su mano izquierda con rapidez y un fogonazo salió directo hacia Sebastian, quien pudo evitarlo.
-¡Galethe! ¡Espera!
-Sebastian es impuro. Es un doble que pretende matarte.
En aquel momento, Sebastian se arrepintió de haberle enseñado artes marciales a la joven pues la pelea estaba bastante reñida. Curiosamente, a pesar de ser un ser sobrenatural, un humano le estaba igualando… Galethe era quien atacaba mientras que Sebastian se limitaba a esquivar los golpes con movimientos felinos. La lucha solo se detuvo a petición de Ciel.
-¡Galethe, para! ¡Por favor, para!
Mayordomo y Guardián entrechocaron sus cuchillos y se detuvieron al instante. -Te lo explicaré todo, Galethe.
-Ya veo…
Tras oír la historia de su primo, Galethe fulminó con la mirada a Sebastian para después postrarse a sus pies.
-¡Lo siento mucho, Sebastian! Pensé que te habían suplantado por una fuerza demoníaca. Como siempre eras tan majo…
-No hay nada que disculpar, señorita Galethe –dijo Sebastian, sonriendo-. Usted no sabía nada al respecto. Es lógico que actuara como ha actuado.
-Aun así…
-*Ejem*
Ciel carraspeó como señal para que detuvieran la escena.
-Tú tienes tus propios asuntos y yo tengo los míos –se limitó a decir el conde-. Creo que he sido claro.
-Si te refieres a que no te moleste… Sí. Me iré a la biblioteca con tu permiso, Ciel. Allí tendré paz para estudiar el libro.
Ciel aprobó la idea de su prima. Al menos tendría espacio y tranquilidad por un tiempo. Sebastian acompañó a Galethe hasta la biblioteca y luego volvió con su amo.
-¿Algún plan para el resto del día? –preguntó el mayordomo nada más entrar en el despacho.
-Te recuerdo que tenemos un invitado.
El “alma” de Sebastian cayó a sus pies al oír la noticia.
-No he sido informado, señor. No se referirá a la señorita…
-Ahora sí has sido informado, Sebastian –rió Ciel-. Y no, no es Galethe.
Ciel no dio más información, pero bastó para que Sebastian comprendiera que tenía mucho trabajo por delante y que se pusiera manos a la obra. El mayordomo se reverenció ante el dueño, sonriendo con hipocresía. Una vez en el pasillo, el demonio maldijo por lo bajo al niño. Tenía apenas cuatro horas para prepararlo todo.
-¿Tenemos visita?
Sebastian pensó que se trataba del servicio, que siempre que venía visita se emocionaba hasta límites insospechados, pero en aquel momento se trataba de Galethe. Sebastian, asombrado de verla allí, iba a decir algo, pero la joven no le dejó.
-Iba a darle un regalo a mi primo de uno de mis viajes –explicó, mostrando el objeto en cuestión: una concha-. Como no pude estar en su decimosegundo cumpleaños… Lo siento, he oído vuestra conversación…
-No importa, señorita Galethe.
-Ciel ha sido bastante injusto y mi deber como Guardián es luchar contra las injusticias. Basy, si necesitas ayuda, cuentas con mis guerreros. Todos son hombres y mujeres de la calle por lo que, aparte de proteger al pueblo, también son profesionales en distintas ramas: cocina, deshollinadores, actores, circenses, herreros… Gente humilde dispuesta a ayudar a alguien en apuros. El servicio de los Phantomhive no bastará.
Sebastian sonrió, complacido.
-Le agradezco mucho su preocupación, señorita Galethe –dijo reverenciándose. Galethe le devolvió la sonrisa.
-Como voy a estar en la biblioteca y para que no pierdas mucho tiempo yendo y viniendo, ten –Galethe estiró el brazo izquierdo. En su mano había un silbato de plata con una cadena del mismo material-. Aunque parezca increíble, los Guardianes pueden oír el sonido del silbato. Es un sonido que solo nosotros podemos oír. Tócalo y alguien vendrá a socorrerte.
Galethe se dio la vuelta para volver al trabajo cuando de repente se acordó de algo.
-Ah, el silbato es único y exclusivo del Maestro. Diles que te lo he dado y que me pueden encontrar en la biblioteca sana y salva. Son bastante protectores.
Ahora sí, Galethe volvió a la biblioteca y Sebastian se puso manos a la obra.
-Un ejército entero de humanos a mi servicio… Je, no me lo pierdo por nada del mundo.
Sebastian tenía que acondicionar la mansión y preparar la cena, sin olvidarse del té de bienvenida para el invitado. Además del servicio… Siempre acababan liándola. El mayordomo no sabía ni por dónde empezar.
-Un momento…
Sebastian sacó de su bolsillo el silbato que le había dado Galethe, se lo quedó mirando un rato y con una sonrisa socarrona lo hizo sonar. Al instante aparecieron cuatro encapuchados vestidos con el mismo uniforme que tenía Galethe.
-¡A sus órdenes, Maestro! –dijeron postrándose ante la persona que había hecho sonar el silbato.
Al alzar la vista, los encapuchados supieron que aquel no era su maestro, montando en cólera.
-¿Quién eres? ¿Qué has hecho con la Maestra?
-Devuélvenosla o te hago picadillo.
-¡Qué sitio más bonito!
-¿Puedo coger una galleta?
De algún modo, los Guardianes que aparecieron le recordaban bastante al servicio de los Phantomhive. Sebastian dudaba de si la idea del silbato era buena…
-La Maestra está bien. Está en la biblioteca de la casa. Me ha dado el silbato porque…
-¡Maestraaa!
Los encapuchados salieron corriendo de las cocinas para reunirse con su Maestra. Tras interrumpirla unos minutos y llorar porque estaba a salvo, Galethe los echó y les ordenó obedecer todo lo que les mandara Sebastian.
-¡Sí, Maestra!
Los Guardianes volvieron ante Sebastian en las cocinas.
-Bien, esta noche tenemos un invitado importante. Tengo mucho trabajo que hacer y necesito de vuestra ayuda.
-¡Sí, Maestro!
«Maestro… ¡Qué bien suena!» pensó Sebastian, regodeándose por dentro.
-Vosotros dos –señaló a los que tenía a su izquierda-. Vigilaréis al resto del servicio de la casa. No quiero que rompan nada ni que intervengan, ¿entendido?
-¡Sí, Maestro!
Los Guardianes salieron sigilosamente por la ventana para llevar a cabo su misión.
«Esto me empieza a gustar…»
-Vosotros dos… ¿A qué os dedicáis?
-Soy alfarero, señor.
-Soy vendedora ambulante, maestro.
-Bien… Tú, el alfarero…
-¡Israd, señor!
-Israd, ¿serías tan amable de poner la mesa?
-¡Sí, maestro!
-¿Sabrás hacerlo?
-Mi trabajo consiste en forjar distintos tipos de vasos, señor. Sé perfectamente la composición de una mesa en la corte.
-Por eso te he elegido a ti. Andando.
El Guardián hizo un saludo y se marchó al igual que sus compañeros.
-Solo quedas tú…
La mujer estaba tensa. Acostumbrada a estar a las órdenes de Galethe, una adolescente femenina y vivaracha, le resultaba extraño e incómodo que un hombre tan apuesto como Sebastian fuera a darle órdenes.
-Vendedora ambulante, ¿eh? ¿Qué vendes, si puedo saber?
-¡S-s-señor! ¡V-vendo productos q-que llegan del puerto!
-Entiendo… Tenía pensado preparar rosbif…
-Señor, como b-buena ama de c-casa, sé c-cocinar. Dígame qué desea y lo haré.
Sebastian sonrió haciendo que la nariz de la Guardiana empezara a sangrar.
-Bien, me ayudarás a preparar la cena.
Galethe estaba cansada de descifrar el libro de sus antepasados y decidió dejarlo por el día. Justo entonces se acordó de Sebastian y de sus discípulos.
-Me pregunto qué tal les irá…
El carruaje del invitado se aproximaba. Sebastian dejó en las cocinas de Nadif, la Guardiana vendedora ambulante, para ir a recibir al invitado. Aquella noche, sin el servicio estropeándolo todo, Sebastian estaba más tranquilo.
-Ya podrían aprender de estos guerreros.
Sebastian fue a recibir al invitado, un joven empresario con el que el conde tenía varios proyectos en marcha.
-Bienvenido, señor. Es un honor tenerle aquí.
-Oh, igualmente.
Sebastian acompañó a invitado al despacho del conde. Por el camino no hubo ningún altercado… hasta llegar al primer piso.
-¡Sebastian! –era Finny-. Sebastian, ¿hago algo para…?
El corazón de Sebastian dio un vuelco. Tenía que detenerle a toda costa, mas no fue necesaria ninguna intervención por su parte. Uno de los Guardianes que estaba a su cargo se dejó caer del techo, agarró a Finnian, lo subió y ambos desaparecieron. Sebastian respiró aliviado.
-Me ha parecido oír algo… -dijo el invitado, mirando para todos los lados.
-Oh, quizá alguna criatura del bosque, señor.
Sebastian le abrió la puerta al invitado, que entró en el despacho de Ciel.
-Hola, conde Phantomhive. Es un placer estar en su morada esta noche.
-El placer es mío –dijo Ciel estrechándole la mano-. Sebastian…
Sebastian asintió con la cabeza y se marchó cerrando la puerta tras de sí. Tenía que ir a preparar el té, lo cual le recordó que había dejado sola a Nadif en las cocinas.
-Creo que necesitaré más refuerzos si quiero estar esta noche tranquilo…
El mayordomo hizo sonar el silbato y al instante aparecieron cuatro Guardianes nuevos.
-¡A sus órdenes, Maestro!
Al igual que con los otros, los Guardianes preguntaron por el Maestro y hasta que no fueron a su encuentro para corroborar que estaba bien, no se quedaron tranquilos. A lo tonto, habían perdido veinte minutos.
-Escuchadme. Tú y tú –señaló a un Guardián de su izquierda y otro de su derecha-. Vigilad al conde. Que no sufra ningún altercado, secuestro, intento de asesinato… Aunque ya está acostumbrado y le encantan las emociones fuertes, no podemos consentir que le pase nada. ¿Entendido?
-¡Sí, Maestro!
-Vosotros dos id a las cocinas y poneos al cargo de Nadif.
-¡Sí, Maestro!
«Ojalá la señorita Galethe hubiera sido mi contratante» pensó el mayordomo. Ahora solo tenía que preocuparse del té. El resto lo hacían los Guardianes. Sebastian iba a llamar a la puerta del despacho cuando oyó una voz que le llamaba.
-¡Basy! Ey, ¿qué tal todo? ¿Qué tal se portan mis chicos?
-Señorita Galethe –Sebastian se había olvidado completamente de ella-. Discúlpeme…
-No pasa nada. No voy a cenar aquí. Tengo que ir a ver a un conocido a Londres. Mañana al alba estaré aquí para entrenar, ¿vale?
Sebastian se reverenció ante la joven.
-Sí, señorita.
-Ah, casi lo olvido. Si ves a Ciel dale esto de mi parte –Galethe le hizo entrega de la concha-. Y no creas que me olvidé de ti.
Galethe le entregó un pequeño paquete, ligero como una pluma pero duro al tacto. Sebastian se preguntó qué sería.
-Espero que te guste…
-El detalle es lo que cuenta, señorita. Para mí es un honor que haya pensado en mí. Dicho esto, Galethe se despidió de Sebastian y se marchó.
-¿Oye eso, conde? Suena como cascos de caballo…
*Toc, toc*
Ciel aprovechó los golpes en la puerta para usarlos como explicación a los supuestos cascos de caballo que había oído su invitado.
-Con permiso.
Sebastian entró a servirles el té. Finalizado el servicio, el mayordomo alzó la mirada. En un árbol cercano estaban los dos Guardianes, expectantes. Sebastian sonrió por dentro. Tenía madera de líder, en verdad… Lo siguiente fue bajar a ver qué tal iba la cena y la mesa. En las cocinas, Sebastian quedó maravillado al ver lo que había conseguido Nadif.
-Eh… ¡Oh! ¡S-s-señor!
Los tres Guardianes le saludaron llevándose una mano al pecho e inclinando la cabeza.
-Un trabajo fantástico, en verdad.
-Gracias, señor. Estará servido en un momento.
-Eso me recuerda… ¿Puedo pediros otro favor?
-¡A sus órdenes, señor!
Las órdenes consistían en que se hicieran pasar por el servicio hasta que el invitado se fuera. Por una vez, la cena iba a ser perfecta. Tras verificar que las cocinas no habían ardido, Sebastian fue al salón. Allí se encontró con el Guardián alfarero, tumbado frente a la chimenea, roque. La mesa estaba perfectamente puesta. Los platos y copas estaban milimétricamente puestos. Un servicio digno de la realeza.
-¿Ya? Llevo un buen rato esperando… -dijo el Guardián, despertándose-. ¡Órdenes, señor!
Sebastian le dio permiso para retirarse. Ya quedaba menos para que la noche terminara. El mayordomo fue a avisar a su amo y al invitado de que la cena estaba lista. Por el camino, mientras Ciel y el empresario hablaban, Sebastian perdió el hálito en varias ocasiones. El servicio original de la mansión andaba por los pasillos preguntando por Sebastian y pidiendo trabajo. Por fortuna, los Guardianes los interceptaban y se los llevaban a un lugar a parte. Así llegaron al comedor, donde todo estaba listo. Aunque Sebastian sabía que tenía hombres a su servicio, Ciel no, por lo que, al ver a los Guardianes disfrazados como el servicio, se asustó bastante.
-No se preocupe, señor –le susurró el demonio a su amo-. Son hombres de la señorita Galethe. Guardianes a mi cargo. Pensé que serían mejor que el servicio de los Phantomhive.
Ciel examinó minuciosamente a cada uno de los Guardianes.
-Te doy la razón, Sebastian.
-No le defraudarán, señor.
Tras servir el primer plato con éxito, Sebastian daba órdenes a los Guardianes, quienes de vez en cuando actuaban por ellos mismos. Una servilleta que cae al suelo, una gota de salsa que casi impacta contra el traje del invitado o del señor, un tropiezo… Se notaba que estaban preparados para cualquier hecho inesperado. Finalizada la cena, Sebastian les ordenó que se retiraran. Ahí se dejó ver que no eran servicio al cien por cien, pues su saludo y la manera de marcharse, se asemejaba más a las de un ninja que a las de un sirviente.
-Ehm… Les gusta mucho esa novela de espías que ha salido hace poco –explicó Sebastian al invitado.
-¡Ahh! Se nota que son simpáticos. Y un servicio excelente.
El invitado se marchó encantado por la velada. Mientras Ciel y Sebastian veían cómo se marchaba el carruaje, Sebastian le proponía a su amo cambiar al servicio por los guerreros.
-Aparte de que sirven a mi prima, ellos son guerreros, no criadas. Lo siento, me temo que no se puede hacer nada.
La sonrisa hipócrita de Sebastian enmascaraba una tristeza interna descomunal. Vuelta a la mansión, Sebastian mandó retirar a los Guardianes y a uno le dio el silbato para que se lo devolviera a su maestra. En ese momento Ciel se acordaba de su prima.
-¿Sabes algo de Galethe? –preguntó Ciel mientras Sebastian le ponía el pijama.
-Me dijo que iba a Londres a visitar a un conocido –respondió el mayordomo atando los botones del camisón-. Estará bien, señor. Ha madurado mucho.
-Ciertamente.
-Por cierto, señor, me pidió que le diera esto.
Sebastian le entregó la concha. Ciel se la quedó mirando con cara de repulsión y, tras tirarla al suelo se metió en la cama.
-No sé en qué estaría pensando, la verdad.
-Quizá sea simbólico –dijo Sebastian agachándose a recoger la concha-. Pregúntele mañana por su significado.
Sebastian acostó a su amo y esperó a que se durmiera, como cada noche. Cuando Ciel se hubo dormido, Sebastian se fue silenciosamente para no despertarlo y bajó a sus aposentos. Una vez allí abrió el paquete que le había dado Galethe. Dentro había un pequeño pero grueso libro de tapa dura, color azul marino. Al darle la vuelta, Sebastian leyó las letras doradas del título.
-“La Biblia”.
El demonio sonrió. Se notaba que Galethe no sabía nada de su verdadera naturaleza hasta aquella tarde. Sin embargo y a diferencia de su amo, Sebastian no tiró el libro, sino que guardó el regalo bajo su chaqueta.
-Te acercas cada vez más a la verdad… ¿No tienes miedo?
-Un poco, sí. Empiezo a vislumbrar mis raíces, pero desconozco mi misión en esta vida.
-Tu misión… Mucha gente vive sin saberla y otra la conoce al final de su vida. No te atormentes si no la descubres…
-Cierto. Ahora solo quiero respuestas.
-¿Y qué te hace pensar que yo las tengo?
-Ja… Mun, una amiga de la familia, me lo ha dicho.
-Mun, ¿eh? Hace mucho que no la veo. Sí, desde tu nacimiento, querida. Ha pasado tanto tiempo…
-¿Qué relación tienes con ella?
-Paciencia. Todo llegará. Por ahora, sigue traduciendo ese libro que encontraste en Santiago de Compostela.
-Hum…
-¿Qué se siente al saber que desciendes de un apóstol?
-No… No lo creeré hasta que todas las piezas del puzle encajen.
-Ah, las piezas del puzle. Tus ancestros son tan numerosos como estrellas en el cielo, como arena en la playa. Completar tu árbol genealógico no es sino una tarea ardua e imposible. Acepta lo que tienes, Galethe. Es lo mejor que puedes hacer.
-No, hasta que lo vea todo claro.
-¿Hasta que lo veas claro o hasta verlo como quieres verlo?
-Pse… De todas formas, ¿qué relación tienes con mi familia? No me creo que me ayudaras hace cuatro meses por libre albedrío.
-Cierto, cierto, pero todavía no es el momento de revelarte esa información, querida. Lo único que conseguirás sonsacarme es eso: limítate a traducir el libro de Santiago.
Galethe cubrió su rostro con la máscara y la capucha.
-Oh, descúbrete. Estás más guapa revelando tu rostro y dejando que brille a la luz de la luna.
Galethe apretó los dientes y aguantó las lágrimas.
-No juegues conmigo, Enterrador.
El Enterrador soltó una risita.
-Vuelve cuando quieras y no trasnoches demasiado. A pesar de ser un Guardián no dejas de ser humana…
Última edición por Hwesta el Vie Oct 11, 2013 10:20 am, editado 1 vez | |
| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Lun Ago 19, 2013 3:07 pm | |
| Otro capitulo que me deja con muchas interrogantes, pero pobres sirvientes de la mansion P, a pesar de lo torpes que son no los cambiaria por nada, que malo Sebastian XD
Y me dio mucha risa aquello de que Ciel estaba acostumbrado a que lo secuestraran y que le gustaban las emociones fuertes
Espero el siguiente capitulo y gracias de nuevo por seguir publicando | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Lun Ago 19, 2013 4:42 pm | |
| Eso creo que aparece en el manga así que le hice un homenaje ^^ Pues seguimos. Este capítulo es crucial para la historia; nos gustó mucho hacerlo y nos costó también un poquito. Enjoy it! - Spoiler:
5. Su Mayordomo, Traidor 7 AÑOS ATRÁS -¡Papá!
-¡Tío Caín!
En la Mansión Moonwood, concretamente en Navidad, Ciel y Galethe estaban a punto de irse a la cama mas la energía de la niñez se lo impedía. Ambos pensaron que si le pedían al señor Moonwood que les contara un cuento para dormir, podrían estar más tiempo despiertos.
-Nos cuentas un cuento.
El señor Moonwood estaba mirando por la ventana cómo caía la nieve cuando su hija y su sobrino fueron a su lado. El cabeza de familia sonrió con cariño y cumplió sus deseos.
-¿Conocéis la historia de por qué la Luna no tiene hijos?
-¡Nooo! ¡Cuéntanosla!
-Jeje, veréis: hace muchos años, una mujer quería casarse a toda costa con un hombre rico y apuesto pero ella era una mera campesina. Todas las noches lloraba a la Luna que la desposara con un hombre adinerado y poder ser feliz. Pasaron veintiocho noches hasta que la Luna adoptó forma humana y bajó a la Tierra para cumplir el deseo de la joven.
»Tendrás a tu hombre, mujer, pero mi magia tiene un precio…
»¿El qué? Lo que sea, lo tendrás.
La Luna le exigía a cambio de desposarse con un hombre de alta cuna su primogénito. La mujer, que no esperaba llegar a tener hijos, aceptó. Y así su deseo se cumplió. A los pocos días conoció a un joven apuesto y rico con el que se prometió y al final del año se casaron. Años más tarde tuvieron un niño de piel blanca como la nieve y de cabellos tan rubios que parecían rayos de Sol…
Los dos primos quedaron dormidos al instante, uno en brazos del otro. El señor Moonwood los acostó y les dio un beso de buenas noches…
Febrero de 1888
Galethe estaba en la biblioteca de la mansión de su primo, tratando de descifrar el Libro de Santiago cuando se puso nostálgica. Hasta entonces solo sabía que toda su familia eran miembros de una organización que protegía a los pobres e indefensos y que ella debía seguir sus pasos. Eran Guardianes. El siguiente paso a dar era descubrir el papel que jugaba el Enterrador en aquella historia. La había ayudado en secreto, desde las sombras, algo inusual ya que apenas tenía tanta relación como con los Phantomhive. O al menos eso creía Galethe. Tras descansar, siguió leyendo el Libro de Santiago pero se sentía tan sola después de estar todo un día encerrada allí que decidió buscar la compañía de su primo.
*Toc, toc*
-Ciel, ¿puedo pasar?
Ciel estaba tras su escritorio jugando a un juego nuevo.
-Pasa, Galethe. ¿Querías algo?
-Compañía mientras descifro el libro –respondió la joven, cerrando la puerta-. He llegado a un punto interesante. Cuenta una vieja leyenda celta…
Galethe empezó a leer, ilusionada por las nuevas respuestas que podría encontrar. Ciel y Sebastian vieron con horror cómo su expresión se tornaba oscura y su tez se volvía cada vez más blanca. De repente, a Galethe se le cayó el libro de entre las manos, impactando contra el suelo. La joven tenía la mirada perdida y su cuerpo estaba rígido a pesar de estar de pie. Ciel y Sebastian se acercaron prestos, preocupados.
-¡Galethe!
-¡Señorita Galethe!
-No… No…
Galethe volvió en sí y, apretando los dientes, salió corriendo de la habitación libro en mano. Sebastian y Ciel vieron cómo se alejaba a todo correr, incapaces de hacer nada. Galethe recorrió la mansión examinando cada cuadro que se encontraba hasta dar con un retrato en el que aparecía su padre. La joven comprobó con expresión de terror el cuadro. Su respiración era agitada, y las piernas se le doblaron. Sebastian y Ciel la encontraron en el suelo, apoyada en las manos y en sus rodillas.
-Galethe… -la llamó Ciel, acercándose un poco.
La joven liberó un grito desgarrador y se llevó las manos a la cabeza, presa del pánico. De repente, la joven se levantó y salió corriendo, empujando a Sebastian que se había abalanzado sobre Ciel para protegerlo. La joven se puso su capa de viaje y abrió las puertas principales de golpe. Los sirvientes se habían despertado con el grito y corrieron a ver qué pasaba.
-¿Qué ocurre?
-Amo, ¿está bien?
Los cuatro sirvientes junto con el amo, que estaba en brazos de su mayordomo, vieron cómo Galethe saltaba sobre su caballo y cabalgaba hacia el horizonte, perdiéndose en él. Cuando la calma volvió a reinar en la casa, Ciel reaccionó.
-¡Sebastian, ve tras ella!
-Señor…
-¡Es una orden!
Sebastian lo bajó y reverenciándose ante él dijo:
-Sí, mi señor.
Después salió corriendo tras la joven. Sebastian le seguía de cerca pero no la alcanzó aunque perfectamente podía. No quería intervenir en sus asuntos no por piedad, sino más bien por corroborar una teoría que tenía acerca de la chica…
-El Libro de Santiago… La leyenda de papá.
Mientras galopaba a lomos de Harum, su corcel, Galethe no paraba de darle vueltas a lo que acababa de descubrir en el Libro de sus antepasados. Cuando ella y Ciel eran pequeños, su padre solía contarles un cuento basado en una leyenda celta. ¿Qué hacía esa leyenda en el Libro de Santiago? Y lo más importante, ¿cómo acababa? Ciel y Galethe siempre se quedaban dormidos a mitad del cuento y nunca supieron el final mientras que en el libro las páginas habían sido arrancadas. Solo una persona tenía las respuestas a todas estas preguntas. Y ya iba siendo hora de desenmascararla.
«Si mi hipótesis es cierta, la señorita Galethe podría ser uno de ellos. He oído hablar de su existencia pero nunca he tenido el honor de conocer a uno en persona… hasta ahora»
Sebastian corría a escasos metros de Galethe, procurando que no le descubriera. Mientras elucubraba sus hipótesis, el demonio sonreía con picardía. En sus muchos años de edad por fin iba a conocer a un Hijo de la Luna. Como sospechaba, Galethe cabalgó hasta Londres. Por las calles desiertas sólo se oía el resonar de los cascos de Harum sobre el asfalto de piedra. Sebastian decidió aprovechar los tejados para esconderse mejor sin perder de vista a la joven. Por fin se detuvo la Guardiana. Harum resoplaba, exhausto, mientras Galethe desmontaba y entraba sin permiso por la puerta trasera de una tienda.
-El Enterrador… Ya veo… ¿Qué papel jugará ese shinigami en todo esto?
-¡Enterrador!
Galethe irrumpió en la funeraria pistola y espada en mano, pero allí no había nadie… aparentemente.
-Vaya… ¿Qué le trae por aquí a estas horas de la noche?
El Enterrador apareció de debajo del mostrador, sonriendo como era costumbre. Galethe se acercó con el ceño fruncido y los dientes apretados.
-¿Lo sabías? ¿Sabías todo lo relacionado con este libro?
Galethe tiró encima del mostrador el Libro de Santiago. El enterrador lo cogió y lo hojeó.
-Así que… Ya lo sabes, ¿no?
Galethe apretó con fuerza los puños hasta casi hacerse sangre.
-Es igual que el cuento que me contaba mi padre antes de irme a la cama. ¿Qué hace en un libro tan antiguo?
-No es lógico. A pesar de ser una leyenda es… cierto. El Libro de Santiago no deja de ser una recopilación de las vivencias del apóstol.
Aquello sentó como un jarro de agua fría a Galethe.
-Ci… Cierto –repitió la joven con la mirada perdida.
-Sí. La leyenda cuenta cómo surgió la Orden de los Guardianes. Dicha leyenda se prolonga hasta hoy; más bien hasta hace unos meses.
Galethe agarró al Enterrador por la pechera y lo zarandeó.
-¿Qué sabes de la leyenda y su vinculación con mi familia? ¡Habla!
-Tranquila, te lo contaré todo. Incluso su final:
“Hace muchos años, una mujer quería casarse a toda costa con un hombre rico y apuesto pero ella era una mera campesina. Todas las noches lloraba a la Luna que la desposara con un rico hombre y poder ser feliz. Pasaron veintiocho noches hasta que la Luna adoptó forma humana y bajó a la Tierra para cumplir el deseo de la joven.
»Tendrás a tu hombre, mujer, pero mi magia tiene un precio…
» ¿El qué? Lo que seas, lo tendrás.
La Luna le exigía a cambio de desposarse con un hombre de alta cuna su primogénito. La mujer, que no esperaba llegar a tener hijos, aceptó. Y así su deseo se cumplió. A los pocos días conoció a un joven apuesto y rico con el que se prometió y al final del año se casaron. Años más tarde tuvieron un niño de piel blanca como la nieve y de cabellos tan rubios que parecían rayos de Sol. El único inconveniente era que ambos, la madre y el padre, eran morenos. El hombre pensó que su mujer le había sido infiel y, enloquecido por los celos, tomó la espada de la familia y dio muerte a su mujer y a todos sus sirvientes. Acto seguido, el hombre tomó en brazos al niño y lo abandonó en el monte esperando que los lobos se lo comieran. En ese preciso momento la Luna se lo llevó, apiadada de los llantos del niño. El niño creció sano y fuerte e hizo vida normal hasta el fin de sus días.”
-… Esta es la leyenda completa. Y narra el origen de los Guardianes. La Luna, a petición del Apóstol Santiago, consiguió hacer un pacto con una mortal desesperada. A cambio de casarse, ella le entregaría su primer hijo quien dedicaría toda su vida a servir a Dios como Guardián. El único inconveniente es que el marido de la mujer le dio muerte por lo que no pudieron tener más hijos, asentando así las bases de la maldición.
-¿Maldición?
-Sí, querida. Todas las mujeres de tu familia concebirán un único hijo que servirá a los Cielos y a la Luna hasta que nuevamente engendrén otro descendiente que ocupe su lugar y así poder morir.
-¿Q-quieres decir que… En cuanto tenga un hijo…?
-Sí, morirás a manos de tu esposo y luego este se quitará la vida.
Galethe sintió cómo las piernas le fallaban y su respiración era entrecortada. Estuvo a punto de caer al suelo si no hubiera sido por el Enterrador, que la sostuvo.
-Una terrible maldición, ciertamente, pero es el precio a pagar de todos los Hijos de la Luna. Así es como se os conoce popularmente y solo existe uno cada cincuenta años. Galethe no podía creerse su destino. Tenía que haber una manera de librarse de él…
-¿Y si muero en combate o en una misión?
-Eso nunca ha pasado pero, supongo que si pasa, tu familia se libraría de la maldición, pero también acabaría tu legado.
Galethe rompió a llorar en brazos del Enterrador. El lado oscuro de su familia por fin salió a la luz, aunque no en el mejor momento.
-Entonces, según la leyenda, mi padre…
-Eso es, enloqueció, se volvió un lunático, y mató a su mujer, dejando al primogénito con vida. Aunque en tu caso es curioso. Has vivido diecisiete años con ellos. Normalmente el padre suele matar a la madre al poco de nacer el niño. ¿Puede ser porque eres la primera mujer de la familia?
¿La primera? ¿Hasta entonces todos habían sido varones?
-Es la única explicación posible…
-Enterrador… Cuando mi padre nació, ¿qué pasó?
-Oh… Pues, verás…
“La pareja deseaba desde hacía meses que su hijo naciera. Se habían conocido hacía un año y pocos meses después se casaron. Fue amor a primera vista, ingenuos a su destino. Al nacer el niño, el padre, Jacobo, fue inmediatamente a reunirse con su mujer, Anna.
-Es un niño precioso, como su madre –dijo el orgulloso padre-. ¿Cómo lo podemos llamar?
-Había pensado en Caín. ¿Qué te parece?
-Caín… ¡Me gusta! El primer hijo de Adán y Eva. Es perfecto para el niño.
A petición del doctor, Jacobo dejó descansar a su mujer y su recién nacido. Mientras acompañaba al doctor a la puerta de su mansión, la luz de la luna llena bañó la casa y a sus habitantes, ocasionando en el conde una repentina locura. Antes de llegar a la puerta, se paró en seco, se llevó una mano a la cabeza y, con ojos inyectados en sangre, tomó la espada de la familia en sus manos y dio con ella muerte a todos los habitantes, incluida su mujer, que dormitaba con el niño. Tras recuperar la cordura y ver el horror que había causado, Jacobo se quitó la vida.
-Qué terrible tragedia. Cuánto trabajo por delante.
Un Shinigami, un Dios de la Muerte, irrumpió en la mansión y uno a uno, fue recogiendo los recuerdos de los difuntos con su prominente guadaña de plata. Los últimos recuerdos en ser sustraídos fueron los de la esposa del conde. Finalizado el trabajo del shinigami, éste decidió partir a su mundo para archivar los recuerdos cuando oyó un débil llanto.
-¿Eh? ¿Qué es eso?
El shinigami se volvió hacia donde procedían los débiles llantos: la cama de la difunta. El hombre hurgó entre las sábanas hasta dar con la fuente de los lloros, un recién nacido.
-¿Hmm? ¿Un bebé? No figura en mi lista… -murmuró el shinigami echándole otro vistazo a su lista de defunciones para cerciorarse.
-Eso es porque este niño es mío.
Una voz femenina muy familiar sonó detrás del shinigami que, a diferencia de como habrían reaccionado los humanos, no se sobresaltó.
-Hola, Mun.
Una mujer de cabellos dorados y piel y vestido blancos se acercó a la cama y tomó al bebé en brazos.
-Otro varón –comentó la mujer con tono neutral-. Estoy segura de que servirá bien a la Orden.
-¡Ah…! Otro Guardián, ¿eh? ¿Hasta cuándo vais a torturar a esta familia?
-Hasta que nazca el Mesías.
-¿Hmm? ¿Mesías, dices? ¿Va a nacer un Mesías en esta familia?
-Eso es lo que dicen los escritos de Santiago. Así lo decidió.
El shinigami se acercó para ver al recién nacido.
-Uh… Qué feos son los recién nacidos humanos.
-Crecerá, no te preocupes. Y llegará el día en que te llame “papá”.
-¡¿QUÉÉÉ?! ¿YO? ¿Encargarme de esta criatura? –replicó el shinigami-. Tengo mucho trabajo, Mun…
-Esta vez te ha tocado a ti. Y, vaya qué casualidad, la vez anterior también.
-Con esta llevo dos generaciones de Guardianes a mi cargo… ¿No puedes echarle el muerto a otro?
La mujer sonrió.
-El shinigami que coseche los recuerdos de los progenitores será el encargado de custodiar al primogénito. Ese fue mi acuerdo con el primer shinigami.
-Sí… Pero aquel hombre estaba mal de la cabeza…
-Vamos, si ya estás retirado. ¿Por qué deniegas?
El shinigami se apoyó en su guadaña, cabizbajo. No tenía motivos para no adoptar al bebé sino que en realidad no quería. Ya había criado a Jacobo y fue terrible, como para hacerse cargo de otro niño.
-Este se llama Caín.
-¿Eh? ¿Caín?
-Sí. Si lo deseas, será el último humano que críes pero ahora te necesito.
El shinigami miró al recién nacido. En brazos de la Luna se veía tan tierno y adorable… pero en realidad eran una fábrica de pipi y de lágrimas, insaciables.
-Está bien… pero es el último –dijo el shinigami tomándolo con dificultad.
-Lo harás muy bien. Oh, y procura esta vez no enseñarle el oficio de la pompas fúnebres. Lo que le costó encontrar esposa.
El shinigami se quedó mirando cómo la mujer desaparecía en el cielo estrellado para después darse la vuelta y volver a casa con su ahijado.
-Vámonos de aquí. Este no es lugar para un niño…
El Enterrador le acababa de contar a Galethe su relación con la familia Moonwood.
-Entonces, mi abuelo Jacobo…
-Tu abuelo Jacobo aprendió de mí a dirigir una funeraria. Es cierto que tardó en encontrar esposa. Los Ángeles y los Evangelistas empezaban a temerse lo peor. Por suerte pudo engendrar a Caín. A él le enseñé a coser para que se dedicara a la sastrería. La verdad es que tuvo éxito y eso que yo solo sabía coser cadáveres…
Galethe, ahora apoyada en el mostrador de la funeraria, seguía con la cabeza gacha y lágrimas en sus ojos.
-Caín se convirtió en sastre de renombre. También porque le ayudé rebanando unas cuantas cabezas…
Aquello no le interesaba a Galethe, que se abrazó las piernas y escondió el rostro entre ellas.
-Oh, bueno… Cuando naciste, Mun se puso en contacto conmigo pero como no había surtido efecto la maldición no pude hacer nada. Aun así, esa bruja me pidió que te vigilara día y noche. Y aquí estás, sana y salva. Maestra Guardiana.
Galethe no respondió. Seguía con la cabeza hundida entre las piernas, sollozando. El Enterrador se acercó a consolarla mientras fuera un enfermizo demonio contemplaba la escena mientras se relamía.
-Sí… Un Hijo de la Luna. Uno de los míticos Guardianes del Pueblo, descendientes directos del Apóstol Santiago. Un humano con sangre pura, sangre divina. Lo que daría por probar esa sangre… Lo que daría por comerme su alma.
Última edición por Hwesta el Jue Oct 17, 2013 10:11 am, editado 1 vez | |
| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Mar Ago 20, 2013 2:49 pm | |
| Oh Gosh! esto cambia las cosas... y maldito Sebastian traidor
Buen capitulo, espero el siguiente
gracias por publicar | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Mar Ago 20, 2013 6:34 pm | |
| Jijiji, me alegro que te guste Acabamos el día con otro fic. Este lo hicimos porque nos gustó mucho esta parte del manga ^^: - Spoiler:
6. Su Mayordomo, Hechizado Galethe llegó a casa de su primo muy entrada la noche. Seguramente ya estaría acostado y muy probablemente el servicio estaría en marcha. A parte de que a cada nuevo descubrimiento que hacía en su familia Galethe ponía en peligro a Ciel, no dejaba de atormentarse con que se estaba aprovechando de la hospitalidad recibida por parte de su primo pequeño. Pero su mansión estaba carbonizada y tardarían meses en volver a repararla. Además, la Orden necesitaba una base de operaciones… Para no molestar a nadie, Galethe subió por la pared hasta llegar a la ventana de su cuarto, la abrió y entró en ella. Se despojó de su máscara de bronce y de la capucha. Aún con el uniforme puesto se sentó en el borde de la cama, pensativa. Su familia era víctima de dos maldiciones: servir a Dios realizando su obra en la Tierra y, al nacer el primogénito, éste se quedaría sin padres.
-Qué terrible destino para criaturas tan puras como vosotras.
Aquella voz… Galethe no se asustó quizá por la melancolía, quizá porque confiaba en él.
-Que yo sepa, un mayordomo no puede entrar en las habitaciones de una dama, Basy.
Sebastian se dejó ver de entre las sombras, vestido siempre con su uniforme y con aquella tétrica sonrisa en su rostro, esta vez más terrorífica que nunca. Galethe se percató de ello lo cual le hizo pensar que la había estado espiando mientras hablaba con su padrino.
-Ciel te mandó buscarme y escuchaste todo en la funeraria, ¿no?
Sebastian se acercó hasta estar delante de la joven.
-Sí, así es. En mis muchos años de vida siempre había oído hablar de vosotros, los Hijos de la Luna, pero nunca tuve ocasión de veros, menos aún de conoceros.
Sebastian se echó sobre Galethe, tumbándola en la cama bocarriba y sujetándole las manos.
-Y ahora me encuentro con uno de ellos. Y no uno cualquiera, sino el Maestro, el más poderoso de todos… Y que además resulta ser descendiente del Apóstol Santiago.
Un escalofrío recorrió la espalda de Sebastian. Empezaba a excitarse.
-¿Qué quieres decir con todo esto? –preguntó Galethe, asustada por lo que pudiera hacerle el demonio.
-Sencillo, eres lo opuesto a mí, un ser puro, caritativo y bueno. Pero también eres mortal. Eres la máxima aspiración que tenemos los de mi raza.
Sebastian pegó su rostro al de Galethe.
-¿Q-quieres mi alma? –Galethe tenía un nudo en la voz.
-Sí –respondió Sebastian, sonriente-. Eso es lo que quiero en definitiva pero antes… Me gusta jugar con la comida…
Sebastian despertó a Ciel a la hora de siempre y le sirvió el desayuno en la cama. El joven conde, mientras leía el periódico, se dio cuenta de que a su mayordomo le pasaba algo.
-Sebastian, ¿por qué estás más pálido de lo normal? Parece que hayas visto un fantasma.
-Será algún efecto secundario –respondió mientras le servía el té-. Tanto tiempo siendo un humano suele dejar huellas en el cuerpo.
En realidad, minutos antes de ir a despertar a su amo, Sebastian tuvo un encuentro con Galethe, la prima del señor. Quizá porque se sentía amenazada o porque una fuerza superior la protegía, pero justo cuando iba a tomar su alma, Sebastian fue empujado hacia atrás, abriendo un agujero en la pared. Tanto él como la Guardiana se quedaron mudos de asombro. Acto seguido Sebastian se quitaba el polvo de su uniforme, se reverenciaba ante la joven y se iba.
«¿Qué habrá sido lo que me empujó hacia atrás?» pensaba mientras el mayordomo mientras vestía a Ciel.
Tras desayunar, Sebastian le recordó a su amo los planes para el día.
-… Por la tarde tenemos una investigación pendiente.
Según le había escrito la Reina, habían desaparecido niños en varias localidades del país. La misión de Ciel era rescatarlos y arrestar al culpable.
-¿Sabes si Galethe está detrás de todo esto? –le preguntó el conde a su mayordomo mientras miraba por la ventana.
-Amo, la señorita Galethe se encarga de proteger al ciudadano de a pie, no a secuestrar niños.
-Salvó a gente que iba a morir para que se uniera a su causa.
-Cierto pero, no hay relación alguna entre ambos casos. Lo mejor sería ir a Londres e investigar. Por otra parte, agradezca que su Majestad no ha dado mucha más importancia al caso de los asesinatos de su prima.
Aquello era verdad. Ciel tenía aquella misión pendiente desde hacía meses pero por fortuna la Reina entendió que era un aso difícil y le dio más tiempo, aunque no podría proteger a su prima para siempre. Algún día tendría que encerrarla…
-¿Cuándo piensa plantarle cara, señor? –preguntó el demonio, jugando con el niño-. O la señorita Galethe acaba en una húmeda y fría celda o su reputación como Perro Guardián caerá en picado.
Ciel cerró los ojos y suspiró. No quería pensar en aquello. La sola idea de tener que detener a Alice le daba escalofríos, más aun sabiendo que mostraría resistencia…
-Por ahora, vayamos a Londres…
Y así lo hicieron. Ciel y Sebastian fueron a Londres, concretamente a ver al Enterrador para que les diera más información. Nada más entrar en la tienda se encontraron con una escena peculiar.
-Buenos… -dijo Ciel, pero una fuerte trifulca le congeló las palabras en la boca.
-¡Fue ella! ¡Ella me robó mi lista!
-El tonto fuiste tú por dejártela robar.
Galethe estaba sentada en un ataúd, con los brazos y las piernas cruzadas y mirando a otra parte mientras discutía con un hombre vestido enteramente de rojo… Grell Scutfill. El Enterrador estaba desplomado sobre el mostrador, disfrutando de la escena. Ciel se dio cuenta de que no se habían percatado de su presencia, por lo que carraspeó con fuerza para detener aquel escándalo.
-Devuél… ¡¡Basy!!
Grell desvió la mirada hacia Sebastian, saltando sobre él para besarle, mas el demonio se apartó rápidamente, haciendo que Grell se golpeara con el suelo.
-Hola, conde –lo saludó el Enterrador, que no se molestó en levantarse.
-¡Hola, chicos! –dijo Galethe, saludándolos con la mano.
-¿Galethe? ¿Qué haces tú aquí?
Grell se levantó del suelo y como siempre se pegó a Sebastian.
-El abuelo me ha llamado –respondió la joven, señalando con el dedo a… ¡El Enterrador!
-¡¿A-a-abuelo?! –repitió Ciel, estupefacto-. ¿El Enterrador es tu abuelo?
-Sí, su abuelo político –lo corrigió el Enterrador, haciendo que Ciel suspirara aliviado. La sola idea de tener relación de sangre con aquel sujeto le ponía los pelos de punta.
-Te lo contaré todo al llegar a casa –se adelantó Galethe al ver la cara de su primo-. Lo he descubierto hace relativamente poco.
-Ciertamente fue ayer, ¿no? –informó Sebastian, sonriendo con maldad.
-En fin, dejemos de perder el tiempo… Enterrador, ¿sabes algo acerca de…?
-¿Niños desaparecidos? No, lo siento. No he tenido ningún cliente de ese tipo.
-Eso significa que siguen con vida, amo –susurró Sebastian al oído de su amo.
-Cierto. Habrá que seguir investigando.
-Perdona, Ciel, ¿qué es eso de niños desaparecidos? –preguntó Galethe, interesada-. Los últimos informes de mis Guardianes no indican nada de que hayan desaparecido niños y, si se daba el caso, eran rescatados enseguida.
-¿Rescatados? ¿Ha habido algún caso de secuestro en Londres en los últimos días?
-No, en Londres no. Verás, la Orden ahora es más grande y nos hemos expandido a pueblecitos de la zona. En Stratford, Poplar y Lambeth mis hombres han fracasado varios intentos de secuestro. Es curioso, según los informes había un circo durante las fecha de los secuestros y los secuestradores eran… arlequines.
La información de Galethe fue de bastante utilidad y Ciel no descartaba volver a necesitar la ayuda de su prima.
-¿Sabes algo más? –le preguntó su primo antes de marcharse.
-Sí, el circo viene a Londres. Estamos todos alerta. No te preocupes por los secuestros, de eso me encargo yo. Si quieres, encárgate de ese circo. Y si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela.
-Gracias, Galethe. Enterrador… -Ciel se quedó mirando a Grell, que no paraba de echarle miraditas a Sebastian-. Hasta luego a todos.
Cuando Sebastian y Ciel se marcharon, Grell y Galethe reanudaron la discusión de antes.
-Que me la devuelvas, maldita cría…
-Si te la devuelvo, ¿no matarás a mis subordinados?
-¡Esto no es un trueque! Por supuesto que tengo que matarlos…
-No hay trato.
-¡Que no es un trato!
-¡Anda, mari…!
-Con su permiso –Sebastian cerró la puerta de la funeraria.
Tras recopilar información, amo y mayordomo volvieron a casa para poner las ideas en claro. Sabían que desaparecían niños allá donde aquel extraño circo iba, luego había relación directa entre uno y otro. El circo llegaría en dos días y lo más apropiado para la investigación sería infiltrarse en él e investigarlo por dentro. Hasta entonces, tendrían que esperar…
Cuando por fin llegó el circo a la ciudad, Ciel y Sebastian fueron en calidad de investigadores acompañados de Galethe y dos subordinados.
-Este es Manrak y esta Dulisa, su novia –ambos Guardianes se reverenciaron ante Sebastian y Ciel-. Son nuevos y les voy a enseñar algunas cosas.
-Perfecto, pero no estorbéis –rogó Ciel.
-Oh, no te preocupes. Este caso es tan importante para ti como para mí.
-Por cierto, Galethe… ¿dónde guardas tus armas exactamente? –le preguntó su primo mirándola de arriba abajo.
Galethe vestía como una dama propia de su rango de condesa, haciendo difícil que llevara cualquier tipo de arma característica de su uniforme.
-Debajo del vestido, por supuesto –Galethe se levantó un poco la falda, enseñándole a su escandalizador primo varios cuchillos arrojadizos, dagas y un par de pistolas.
-Vale, vale, bájate la falda. Sebastian y yo veremos el espectáculo…
-¡Nosotros también! –la euforia de la joven no había cambiado un ápice-. Tenemos asientos de primera y todo.
-¿Asientos de primera? –repitió Sebastian llevándose una mano al mentón-. A nosotros nos fue imposible conseguirlos…
-Nos los ha conseguido Manrak –el Guardián sacó las entradas, sonriendo abiertamente-. Antes de ingresar en la Orden, era un ladrón de primera de la ciudad.
Galethe se mostraba orgullosa de su aprendiz, algo inusitado para Sebastian y Ciel. Mientras éstos reconocían el terreno y las instalaciones, Galethe y sus subordinados se lo pasaban pipa en el circo.
-Vaya idea que tiene de trabajo –masculló el conde al ver al trío Guardián en unos recreativos.
-Es una buena manera de mezclarse con la gente –opinó Sebastian con su típica sonrisa-. El señor debería aprender. Ahora, cada vez que aparece en público, todo el mundo sabe que es por orden de la Reina. La señorita Galethe sabe llevarlo con más… disimulo.
Ciel observaba a su prima animar a Manrak mientras intentaba disparar a los patos del recreativo. Ojalá pudiera ser tan fuerte como ella. Ojalá pudiera superar tan fácil y rápido su pasado.
-Señor, la señorita Galethe es más mayor. Tienes más experiencia y sabe cómo actuar. No tiene que sentir ninguna envidia. Por dentro, su alma es oscura y las cicatrices del incidente ocurrido hace unos meses tardarán en cicatrizar. La única diferencia es que ella tiene más responsabilidades que usted. De ahí que su máscara sea más elaborada.
*PIM*
Manrak había ganado un peluche para su novia. Acto seguido, los tres amigos siguieron su itinerario por el circo, alejándose del conde.
-Señor, nosotros también tendríamos que volver a la investigación.
A las ocho de la tarde empezaba el espectáculo en el circo. Ciel y Sebastian ocuparon sus asientos casi arriba de la grada, pegando con la pared de la carpa. Por su parte, Galethe y los dos novicios estaban en primerísima fila. Ciel lo supo porque Galethe dio con él con sorprendente facilidad y empezó a hacerle señales para que bajara con ellos.
-¿Quiere bajar, señor? –preguntó Sebastian.
-No. Podría poner en peligro nuestra investigación.
El espectáculo dio comienzo. Al principio no había nada sospechoso hasta que pidieron un voluntario y Sebastian se levantó del asiento.
-¿Has visto algo extraño? –preguntó Ciel al ver la reacción de su mayordomo.
Sebastian bajó al escenario según Ciel para ver mejor pero en realidad quería acercarse al tigre que había en la arena. Al ver que el tigre mordía la cara de Sebastian, los domadores hicieron lo posible para que le soltara. El espectáculo se canceló.
-Ay, madre, qué susto me ha dado Sebastian.
Galethe hizo compañía a Ciel mientras Sebastian estaba en la enfermería. Manrak y Dulisa se habían marchado para hacer su turno en Londres.
-Maldito demonio… -murmuró Ciel.
-¿Eh? ¿Decías algo?
-No, nada.
-¿Sabes? La troupe principal es bastante sospechosa.
Ciel se volvió rápidamente hacia su prima.
-¿Cómo lo sabes?
Galethe sonrió.
-¿Recuerdas la “Mirada Celestial”?
El parche. Galethe también tenía un parche en un ojo pero, a diferencia de Ciel, ella impedía que un poder divino se activase.
-Al empezar el espectáculo le recé a mi Señor para que me mostrara el camino. Después me desprendí del parche y pude ver las almas de todos los presentes. Así fue como día con vosotros tan rápido (reconocí el alma demoníaca de Sebastian, si es que se puede decir así). Todos los que actuaron tenía un aura amarilla, es decir…
-Son objetivos de tu misión –concluyó Ciel.
La colaboración de su prima le había hecho ganar bastante tiempo. Ahora solo tenía que dar con los niños desaparecidos y el culpable. Sebastian llegó al cabo de un rato. Nada más llegar él, Ciel empezó a estornudar.
-Ah, tu alergia a los gatos vuelve a aflorar, ¿eh? –se burló Galethe.
Ciel le echó la bronca a Sebastian por su comportamiento con el tigre. Después, él y Galethe se marcharon a casa, dejando a Sebastian investigando. Por el camino y entre estornudos, Galethe le contó su plan a Ciel.
-Si quieres saber más acerca del circo, puedo hacer que varios de mis Guardianes se infiltren. Algunos son acróbatas o antiguos circenses. Conocen el terreno por el que se mueven.
-*¡Achús!* Es una buena idea, Ga… *¡Achús!* Lethe. ¿Qué piensas… *¡Achús!* hacer ahora?
-Bueno, mi misión es proteger al pueblo, así que supongo que movilizaré a todos los Guardianes de Londres para evitar más secuestros.
-Perfecto, así Sebastian y yo nos encargaremos del circo… *¡Achús!*
-¡Salud!
Cada uno cumplió su parte del plan: Galethe protegía la ciudad y Ciel investigaba el circo, apoyado por varios Guardianes de Galethe que conocían el mundo del espectáculo. Mientras los Guardianes distraían a la troupe, Ciel iba a las tiendas de la troupe principal. Durante la investigación de Ciel, éste encontró una carta con su nombre, lo cual les llevó a sospechar que también iban tras él.
-¿Planean secuestrarte?
Ciel se reunió con Galethe en los tejados de la ciudad. Sebastian seguía investigando por su cuenta en el circo. Su primo estaba algo alterado por la carta.
-¿Quieres guardaespaldas, Ciel? –propuso su prima, preocupada.
-No te preocupes, con Sebastian a mi lado no hay nada que temer. Sigue como hasta ahora, ya casi estamos terminando la investigación.
Ciel volvió a su papel de chico de la calle adoptado por la troupe, dejando a su prima en los tejados de la fría Londres. La joven empezaba a olerse la tostada…
-Maestra… ¿Me ha llamado?
Un Guardián de rango superior apareció al lado de Galethe.
-Krim, eres mi mejor Guardián y la persona en la que más confío. Quiero que lleves a tantos como puedas a la Mansión Phantomhive.
-Sí, Maestra. Quiere proteger a su primo, ¿no?
Galethe suspiró.
-No. Precisamente hay que proteger a otros de mi primo…
-¡Mantened la posición! ¡No mostréis piedad! ¡Cumplid vuestra misión ante todo!
Treinta Guardianes se movilizaron en silencio hasta la Mansión Phantomhive donde solo estaban los sirvientes.
-Señor, ¿y si nos descubren? –preguntó un novicio.
-Los sirvientes saben de nuestra existencia y son conocidos de la Maestra. Creerán que les estamos ayudando. ¡Aprovechad ese intervalo de tiempo al máximo!
-Sí, señor.
Krim estaba al mando de aquella treintena de guerreros. El plan de Galethe escapaba a su comprensión, pero tenía que confiar en ella. Al fin y al cabo, era la Maestra…
Ciel y Sebastian siguieron a Joker al interior de la enorme mansión a la que habían sido invitados. Allí conocieron a un hombre cubierto de vendas y que conocía a Ciel de años atrás. Antaño quería haber formado parte del Mundo de las Sombras al que pertenecía Vincent Phantomhive, en vano.
Por eso mi nombre estaba en aquella carta…
-Exacto. Qué ganas tenía de conocerte.
-La troupe se dirige hacia la Mansión Phantomhive. Allí están los sirvientes…
En efecto, la troupe llegó a la Mansión Phantomhive dispuesta a dar muerte a todos los que allí vivían. Lo que no habían tenido en cuenta era que los sirvientes eran mercenarios fríos y sangrientos con un pasado tan oscuro como el de su amo. Por suerte, Galethe sí había pensado en ello. Uno a uno, los miembros de la troupe fueron rescatados a manos de los Guardianes ante las mismísimas narices de los sirvientes de los Phantomhive.
-¡Recordad, hay que rescatarlos, no hay que matar a nadie! –ordenó Krim.
-¡Sí, señor!
En cuanto un circense era rescatado, inmediatamente era puesto a salvo a varios kilómetros de allí. Los sirvientes, estupefactos, pensaron que se estaban retirando, que se rendían y se retiraban, hasta que supieron que los Guardianes tenían algo que ver.
-El amo no nos dijo anda al respecto…
-¿Qué hacemos? Si nos enfrentamos a ellos, ¿desobedeceremos órdenes? Además, son los hombres de la señorita Galethe.
-Tranquilo, Finny. No les haremos nada… Por ahora.
Los Guardianes se retiraron con los miembros del circo. Les habían salvado de una muerte segura.
Mientras esto acontecía, Sebastian, por orden de su amo, incendiaba la mansión en la que estaban. Justo cuando salían ilesos de entre las llamas, Pecas llegaba, descubriendo la horrible verdad detrás de todo aquello. La ira y el odio inundaron su cuerpo y lo único en lo que pensaba era en matar a aquel niño que tenía delante. Había dado muerte a toda su familia, ya no le quedaba nada en el mundo. Con un grito y cuchillo en mano, Pecas se abalanzó sobre Ciel. Sebastian estaba preparado para darle muerte cuando, de repente, Pecas dio un traspié y cayó al suelo. El cuchillo salió volando dejando a Pecas indefensa. De repente, una fuerza misteriosa tiró de Pecas hacia atrás. La oscuridad de la noche se tragó a la chica, que trataba de aferrarse a la hierba mientras gritaba desesperadamente. Ciel y Sebastian no sabían lo que había pasado por lo que permanecieron alertas hasta que poco a poco empezaron a vislumbrar una figura que se acercaba.
-Non nobis, domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam. –cantó el extraño.
Un encapuchado de capa blanca se presentó ante Ciel y Sebastian. Cuando estuvo a escasos metros de distancia se despojó de su capucha y de su máscara de bronce.
-G-Galethe… -musitó Ciel.
Galethe le miraba desafiante. Parecía enfadada con su primo, puede que incluso decepcionada.
-Tus actos contra los miembros de ese circo no tienen explicación, Ciel. Esa pobre gente no merecía ese destino. Me adelanté a tus movimientos gracias a que el Señor me mostró el camino y pude salvarlos. Esa gente lo había perdido todo. Abandonados y rechazados por una sociedad hipócrita y racista, fueron recogidos por un hombre que les dio una segunda oportunidad. Volvieron a nacer y se dedicaron humildemente a un trabajo en el circo.
-Galethe, secuestraban niños para diversión de…
-¡Eso no es excusa para arrebatar una vida! El castigo que querías infligirles era desproporcionado a su crimen cometido. Pensé que eras distinto, Ciel. Me equivocaba. ¡No sabes nada del Infierno! Ahora has pecado. Has asesinado vidas inocentes por miedo a tu pasado, a tu sombra. Dices que secuestraban niños, pero tú has acabado con todos ellos. Vive con ello si puedes.
Hubo un breve silencio mientras Galethe se daba la vuelta y se colocaba su máscara.
-Los ángeles del señor bajaran a aleccionarte, Ciel. Prepárate pues ni yo puedo librarte de esa condena.
Dicho esto, Galethe volvió a cubrir su rostro con su máscara de bronce y se marchó, engullida por las sombras. Ciel trató de que volviera y le aclarara algunas dudas, en vano.
-¿Voy tras ella, amo? –preguntó Sebastian todavía sosteniendo a Ciel en brazos.
-No, Sebastian. No puedo forzarla a que esté a mi lado. Parece que me equivocaba, la maldición sigue haciendo mella en la familia. Perdí a mis padres y ahora he perdido a mi prima.
Última edición por Hwesta el Miér Nov 27, 2013 11:52 am, editado 1 vez | |
| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Miér Ago 21, 2013 2:36 am | |
| O.O asi me quede...
buen capitulo, gracias por publicar | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Miér Ago 21, 2013 5:56 am | |
| Jeje, pues esperad que la historia se nos está yendo de las manos. El final es una mezcla "Oh, my Gosh" y "Me he quedado con el culo torcido". Pero mientras, os dejo el siguiente capítulo, esta vez homenaje a Pandora Hearts: - Spoiler:
7. Su Mayordomo, Ebrio Ciel y Sebastian volvieron a la Mansión Phantomhive esperando que el ejército de Dios estuviera allí para juzgar al conde. La casa estaba tranquila como siempre a excepción del barullo del servicio.
-¡Corre! ¡He visto una allí!
-Malditas arañas…
-¡No uses el lanzallamas dentro de la Mansión, Bard!
-Jo, jo, jo…
Ciel subió a su despacho mientras Sebastian se quedaba con el servicio para moderar su conducta. Curiosamente, la casa no había sufrido desperfectos y eso que contaban con un asalto a la mansión. Sebastian se acordó de la prima de Ciel y enseguida ató cabos: los Guardianes debieron de rescatar a los miembros de la troupe. Vuelta a la realidad, Sebastian tenía que enfrentarse a su propio circo. Tras matar a las arañas de un manotazo, dio órdenes a todos.
-Finny, recorta los setos, corta el césped y riega las flores… Brad, haz la cena… Mey-Lin, limpia las ventanas y la escalera… Tanaka…
-Jo, jo, jo…
-Tú sigue a lo tuyo…
Antes de que cada uno se ocupara de sus tareas, los criados le preguntaron a Sebastian por un misterioso grupo de guardias blancos.
-Ya conocéis a los Guardianes, ¿por qué me preguntáis por ellos? –dijo Sebastian, cansado de las estupideces del servicio.
-Al principio pensábamos eso, pero luego nos dimos cuenta de que no eran Guardianes –explicó Brad.
-Sí, estos no tenían la Media Luna azul o la Cruz roja.
Sebastian prestó atención.
-¡¿Y les dejasteis entrar?! –tronó el mayordomo.
Los tres sirvientes se postraron a sus pies, aterrados.
-¡Perdónanos! Creíamos que eran Guardianes, de verdad…
Sebastian echaba humo por las orejas. Tras tranquilizarse un poco, siguió escuchando hasta el final la historia de los sirvientes.
-Hasta que no vino la señorita Moonwood y nos lo confirmó no lo supimos –dijo Mey-Lin.
-¿La señorita Moonwood? –repitió Sebastian. Aquello era extraño. Hacía escasas horas que Galethe le había asegurado a su primo que no la volvería a ver. ¿Por qué volvería pues a la Mansión?-. ¿Qué dijo la señorita Moonwood? –preguntó Sebastian, intrigado.
-Pues… Vino poco después de los guardias blancos y se fue a hablar con ellos al despacho del señor.
«Maldita cría… Que el señor no se entere de esto…» pensó Sebastian.
-Después bajaron todos, hablando en un idioma extraño y los guardias se fueron.
«¿Idioma extraño?»
-Ahí fue cuando le preguntamos si eran sus discípulos y nos dijo que no, que eran emisarios de los cielos, o algo parecido.
El aviso de Galethe se cumplió. Los ángeles bajarían para juzgar a Ciel pero en vez del conde se encontraron con Galethe. ¿De qué hablarían? Como Guardián y descendiente de Santiago, Galethe estaba un escalón por debajo de los Santos y Evangelistas, no era de extrañar que tuviera mucho poder en ese ámbito. De repente, una idea cruzó la mente de Sebastian y subió corriendo al despacho de su amo, abrió la puerta de golpe y vio a Ciel sentado en la silla de su escritorio acompañado de Galethe.
-Sebastian, ¿ocurre algo? –preguntó Ciel, extrañado al ver la cara del mayordomo.
-No, nada, señor. Mis disculpas –Sebastian recuperó la compostura y cambió su expresión como si no hubiera pasado nada.
-Ya que estás, podrías traernos el té a Galethe y a mí.
Sebastian asintió, se reverenció y se marchó no sin antes echarle un vistazo a la chica. Curiosamente no vestía su uniforme de Guardián, sino ropas más normales, concretamente un traje de… ¿abogado? Eso sí, su rostro era serio para lo alegre que solía ser. Algo le preocupaba en verdad. Sebastian subió el té un rato después pero la escena no había cambiado en absoluto. Mientras el mayordomo servía el té, los dos primos seguían hablando de sus asuntos.
-Te lo agradezco de verdad, Galethe –dijo Ciel, apoyando la cabeza sobre una mano.
-Es lo mínimo que podía hacer… Gracias, Sebastian. Por otra parte, siento lo de anoche. El hecho de no haber salvado a todos los que habitaban en la mansión me corroía las entrañas –Galethe apretó los puños-, pero al menos pudimos salvar a los miembros del circo. No tienes que preocuparte por ellos. Varios de mis Guardianes se han hecho cargo de ellos. Empezarán una nueva vida desde cero.
-¿Por qué? –el tono de Ciel era serio, rozando el enfado-. Asaltaron mi casa para darme muerte, no debiste tener tanta piedad.
-¿Piedad? –Galethe sorbió un poco de té-. No fue piedad, hacía mi trabajo: proteger a inocentes. Cierto, querían matarte pero no llegaron a hacerlo. No se merecían el descanso eterno por algo que no habían cometido. Como abogada puedo confirmártelo.
-Sin crimen…
-… No hay condena. Y condenar a alguien por un delito que todavía no ha cometido es igual de insensato como matar porque sí. Conténtate con que la casa sigue en pie (seguramente el servicio volaría tres cuartas partes de ella si no llegamos a actuar) y con mi pequeño gesto a modo de disculpa.
Ciel sorbió de su té sin mediar palabra. Sebastian estaba de pie a su lado, impaciente por saber de qué habían hablado.
-Es verdad, Sebastian no lo sabe…
-Ni falta que le hace –interrumpió Ciel echándole una breve mirada a su mayordomo.
-Como veas. ¿Tienes algo en mente por ahora?
-Trabajo con la compañía –bufó Ciel, hastiado-. ¿Tú?
-Lo mismo más un bufete –respondió Galethe, sonriendo-. Por cierto, estoy pensando en comprar un terreno cerca de aquí para asentar la nueva Mansión Moonwood y el Cuartel General de los Guardianes. Es decir, dejaré de gorronearte techo y alimento.
Ciel se alegró en cierto modo, pero también se entristeció. Su prima se marchaba de la casa y aunque no lo pareciera, daba cierta vida a la mansión. A veces dormían juntos, jugaban juntos, comían juntos… Galethe le daba mucha compañía a su primo.
-Está a menos de quince minutos en carruaje. Puedes venir cuando quieras.
-Lo mismo te dijo, Galethe.
Galethe hizo ademán de levantarse pero recordó algo.
-¡Ah, sí! ¿Guardas la Concha del Peregrino?
-¿Concha? –Ciel hizo memoria-. ¿Te refieres a esa concha que me trajiste de tu viaje a España? Sí, la conservo. ¿Por qué?
-Por nada en especial. Llévala siempre encima de ti. Te protegerá de todo mal.
-Tengo a Sebastian, como puedes ver. No necesito ningún amuleto de la suerte.
-La Concha del Peregrino protege a su portador de cualquier contratiempo. Además, puede que Sebastian no siempre esté a tu lado…
El reloj de pared marcó las siete.
-¡Vaya! ¡Qué tarde es! Tengo que marcharme. Hoy será mi última noche aquí, Ciel. En cuanto tenga la mansión me mudo.
-Como veas.
Sebastian acompañó a Galethe hasta la puerta, donde esperaba Harum, su pura sangre. Antes de montar, Galethe le aclaró la situación a Sebastian.
-Los guardias que vinieron eran ángeles. Gracias a mis dotes de abogado y a mi rango de Hijo de la Luna pude convencerles de que perdonaran a Ciel, pero a la siguiente no tendrán compasión.
-No debería compartir esa información conmigo…
-En realidad sí, Sebastian –lo cortó Galethe-. Cuida de Ciel mientras no estoy y no dudéis en recurrir a mí o a los Guardianes si pasa algo.
-Entendido. Muchas gracias, señorita Moonwood.
Galethe dio la vuelta a su montura y, antes de espolearla le susurró a Sebastian.
-También eres bienvenido a la mansión.
Sebastian sonrió por dentro. Galethe aceptaba formar parte de los planes del demonio seguramente para entretenerse con él o utilizarlo, mas el demonio tenía las riendas de la situación.
Al día siguiente, Ciel recibió una invitación de su prima. Ya había conseguido la mansión y les invitaba a visitarla.
-“El servicio también está invitado” –leyó Sebastian.
-Eso es que es una fiesta privada –comentó Ciel, que no le gustaba la idea de la fiesta-. Lo que no sé es si invitará a Elizabeth…
Todos los habitantes de la mansión Phantomhive marcharon sobre las siete de la tarde para visitar la mansión Moonwood. Estaba relativamente cerca y no tardaron mucho en llegar. Lo impresionante fue el edificio que se erigía ante ellos. Era más grande que la Mansión Phantomhive aunque también más tétrica. Una vez hubieron desmontado, Galethe los recibió en persona.
-Bienvenidos a la Mansión Moonwood –dijo sonriendo como siempre-. Disculpad el aura tétrica que tiene. La adquirí esta mañana y hay que hacer muchas cosas. Por suerte, los Guardianes me han ayudado a remodelarla por dentro y ya se puede hacer vida en ella perfectamente. Además, el Cuartel General tiene su propio espacio detrás de la Mansión, en el torreón. Galethe les señaló la alta torre de cerca de siete pisos de altura donde ondeaban estandartes blancos y azules con una enorme “G” en ellos. El símbolo de los Guardianes.
-Seguidme. No tengo servicio todavía (y creo que no lo tendré) así que yo os haré la visita.
Aunque por fuera daba miedo con las enredaderas secas cubriendo las paredes de la Mansión, el césped y las fuentes secos y las estatuas llenas de barro y musgo, por dentro era muy acogedora, más que la mansión de Ciel. En un día habían hecho maravillas. Tanto Ciel como sus sirvientes se quedaron maravillados por la hazaña de los Guardianes.
-La Mansión es muy antigua, de más de quinientos años, pero creo que nos ha quedado bastante bien –sonrió Galethe-. En cuanto a las labores de fuera… Mañana estará como nueva.
La joven abogada les hizo un tour por toda la casa enseñándole hasta los pasadizos secretos.
-La mansión está conectada como una telaraña y tiene varias salidas al exterior, cada una de distinta longitud, es decir, unas te dejan más cerca y otras llegan hasta Londres o la sierra. Antiguamente se usaban durante asedios, no deja de ser un castillo medieval.
-Por eso lo has comprado, ¿verdad?
-Más o menos, Ciel.
Después de la visita, Galethe les llevó a la sala de invitados, donde brindaron por la nueva casa de los Moonwood.
-¡¡Salud!!
-O como decían en España cuando estuve… Arriba –todos alzaron sus copas-, abajo –bajaron las copas-, al centro –las copas chinchinearon-, y “pa`dentro”
Lo que no sabían era que estaban bebiendo vino, no zumo, lo cual acarreó varios problemas. El servicio entero de los Phantomhive se emborrachó, incluyendo a Sebastian. Ciel, aunque se mostraba fuerte, también estaba algo ebrio y Galethe demostraba su embriaguez sin vergüenza alguna.
-El gallo sube, echa su polvorete y se sacude. ¡Racatapun chinchin!
-Joven amo… Deberíamos volver a la playa.
-Estoy de acuerdo, Sebastian *hip*. Prepara los conejos *hip* y la silla. Partimos a la tarde. *Hip* *Hip*
-*Hip* Señor, quería decirle lo que siento en realidad hacia usted…
-¡Chicos! Me dicen que la piscina está llena, ¿vamos para allá?
Galethe se tiró desde la ventana ya fuera por costumbre de su orden o por la borrachera y los demás la siguieron.
-Agárrese, señor. *Hip* Vamos a volar.
-Despacio, Sebastian, que el suelo se mueve.
El mayordomo tomó en brazos al joven amo y se acercó a la ventana tambaleándose.
-¿Por qué gira todo? ¿Es parte de la mansión?
Ciel no aguantó las vueltas y vomitó, manchando a Sebastian y parte del suelo.
-Venga… ¡A volar!
Sebastian saltó por la ventana, aterrizando en un montón de hojas secas puestas adrede. Lo siguiente, nadie recuerda qué pasó.
En la Mansión Phantomhive, los sirvientes no recordaban nada de lo ocurrido la noche anterior debido a la cogorza. Por su parte, Ciel y Sebastian habían fingido a la perfección haberse embriagado.
-Fue bochornoso, la verdad –comentó Ciel mientras leía unos informes de Funtom.
-En cierto modo, fingir estar ebrios mientras los demás lo estaban realmente fue bastante divertido –añadió Sebastian con su típica sonrisa, mientras le servía el té a tu amo-. Y el momento en que vomitó encima de mí, señor. ¿Cómo lo hizo?
-Dabas tantas vueltas que me mareé de verdad –respondió sin dejar de leer los informes.
Sebastian se quedó helado unos segundos tratando de procesar lo ocurrido.
-Bueno… Hubo un momento en que Galethe te llamó, ¿qué quería? –dijo Ciel de pronto.
-Oh, nada en especial, señor. Preguntarme por mi regalo.
-¿Regalo? –Ciel bajó los documentos para centrarse en el mayordomo.
-Sí, señor. El regalo que me trajo de España.
-Oh, bien.
-¿Por qué lo pregunta, señor? –quiso saber Sebastian.
-Tardasteis bastante, ¿no?
-Piense que la señorita Moonwood estaba ebria. Hasta que dimos con el estudio, tardamos bastante.
Ciel dejó de insistir y volvió a lo suyo. Sebastian, por su parte, se quedó a su lado, de pie y sonriente.
-Yo también he fingido estar ebria. Los que mejor se lo están pasando son los sirvientes, la verdad.
Galethe había llamado a Sebastian para que la acompañara a su estudio de la mansión.
-¿Adónde me lleva, señorita Galethe?
-A mi cuarto. Hay un favor que te quiero pedir, Basy…
A solas en el lujoso cuarto de Galethe, esta le contó su propuesta.
-Verás, dentro de poco vendrá Mun, mi abuela, y vendrá para saber si elijo una vida mortal o una inmortal.
-¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
-Ahora voy, impaciente. Para alcanzar la inmortalidad basta con extirparse el corazón. Si me lo extirpo viviré eternamente pero al servicio pleno de los Evangelistas y los Santos. En otras palabras, seré su esclava.
-Y quiere evitarlo a toda costa, ¿no?
Galethe asintió. Hubo un breve silencio en el que Sebastian se limitaba a mirarla fijamente mientras la joven, sentada en su cama, movía los pies.
-Bien, he urdido un plan pero necesito a alguien que me ayude.
-¿Y ha pensado en mí? ¿Por qué?
Galethe se levantó de la cama.
-Si quiero librarme de esa condena tengo que… Digamos… hacer un pacto contigo.
Aquello atrajo la atención a Sebastian que lentamente esbozó una sonrisa.
-Cuéntame más…
-Sebastian, si no quieres, no lo hagas…
Sebastian se acercó tanto que Galethe cayó sobre la cama y el demonio se situó justo encima, tumbándola.
-Por supuesto que quiero hacerlo. El deber de un caballero es ayudar a una dama en apuros.
Galethe, atrapada por el mayordomo, empezó a sollozar e hizo su pacto con el demonio.
Última edición por Hwesta el Miér Nov 27, 2013 11:56 am, editado 1 vez | |
| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Miér Ago 21, 2013 1:38 pm | |
| Oh, vaya, esto esta de wow, espero el siguiente capitulo
gracias por publicar | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Jue Ago 22, 2013 5:17 am | |
| ¿A que se nota que el fic nació de una noche de fiesta? xD Pasamos al siguiente capítulo, enjoy it! - Spoiler:
8. Su Mayordomo, Cómplice
Al día siguiente de celebrar la fiesta por la nueva Mansión Moonwood, Galethe fue a darle una importancia noticia a su primo. -Esta noche tendrá lugar un evento muy importante para la Orden. Mi abuela, la Luna, bajará para presidir el rito y quisiera que estuvieras allí, Ciel. -¿En qué consiste el aburrido ritual? -Voy a decirle a mi abuela que acepto una vida mortal a una inmortal. Ciel abrió mucho los ojos. -Tú… ¿Puedes…? Galethe asintió muy a su pesar. -Puedo vivir eternamente como el Mesías que tanto ansían los Cielos o ser mortal y continuar con el legado Moonwood. -Y escoges ser mortal, ¿no? -Sí. Si vivo como alguien inmortal, seré su sirviente para toda la vida, una condena terrible, peor que la de ser mortal. -Entiendo –Ciel volvió a su taza de té. -Solo quiero que vayas, no hay nada más –aclaró su prima, tratando de convencer a Ciel. Ciel aceptó a regañadientes, pero en realidad quería saber más de la Orden de los Guardianes y de su familia, así como conocer a la Luna que sentenció a los Moonwood para siempre. Al caer la tarde, Sebastian y Ciel fueron a la Mansión Moonwood para asistir a la celebración dejando al servicio en casa para evitar percances. La casa bullía de actividad: todos los Guardianes iban de acá para allá, preparando todo para que saliera bien. Al ver el carruaje llegar, Galethe fue a recibir a su primo y a su mayordomo. Vestía con el uniforme de Guardián a pesar de que iban a realizar un ritual. -Bienvenidos. La ceremonia tendrá lugar enseguida. Quieren hacer una misa previa en la capilla del castillo, pero podéis saltárosla. Lo interesante tendrá lugar en la colina que hay allí. Galethe señaló con el dedo una colina que había justo detrás de la mansión, a menos de doscientos metros de distancia. -Allí, Mun bajará y… Galethe se llevó una mano al pecho. Su cara denotaba preocupación. -Galethe, ¿estás bien? –le preguntó su primo, preocupado. Galethe dejó caer el brazo y aguantando las lágrimas, asintió. -Bueno, tengo que prepararme para la misa. Os veo al caer la noche. Y así fue. Al caer la noche, tuvo lugar la misa en honor a la Luna. Aunque Sebastian y Ciel estaban en la colina, podían oír perfectamente los cánticos religiosos y las campanadas de la capilla. El conde y su mayordomo esperaron fuera cerca de media hora pues no tenían nada mejor que hacer y la temperatura afuera era bastante agradable para la estación en la que estaban. -Señor, ¿por qué no ha querido ir a la misa? –le preguntó Sebastian. -Sabes perfectamente que no creo en Dios –respondió el conde-. Puede que Galethe sea su fiel sirviente, pero eso no va conmigo. -Fiel sirviente. Interesante. La señorita Galethe sirve a los Cielos como usted a la Reina. Ciel le lanzó una mirada autoritaria. -En cierto modo, ambos son Perros Guardianes… -¡Cállate! ¿Querrías haber ido tú? Un Demonio asistiendo a una misa religiosa… El contraataque de Ciel hizo que Sebastian se mosqueara bastante. El mayordomo lo interpretó como una advertencia. No debería levantarse contra su amo… -Si asistía, tal vez la señorita Galethe veía su imagen manchada a ojos de los Ángeles. O la capilla podía estallar en llamas repentinamente. En esto estaban cuando una procesión de Guardianes con velas se encaminaba hacia la colina, donde esperaban. -Maravillosa noche, ¿no cree, señor? –dijo Sebastian mirando al cielo estrellado. Ciel alzó la mirada, contemplando las estrellas para luego fijarse en la Luna. La Luna Llena brillaba con esplendor, iluminando la colina por completo. En cuanto los Guardianes llegaron, hicieron un círculo en cuyo centro se situó Galethe. La joven echó para atrás la capucha e invocó a la Luna. -Venite, Luna. Paratus sum. De repente, un brillo cegador inundó el valle y, cuando cesó, una mujer había aparecido en la colina, cerca de Galethe. De cabellos dorados, ojos grises y vestido blanco. La Luna había hecho su aparición. Los Guardianes hincaron un pie en tierra a modo de saludo, a excepción de Galethe que era la protagonista de la Orden. Un par de Guardianes obligaron a Sebastian y Ciel a arrodillarse también. -Mun… Qué ganas tenía de conocerte –dijo Galethe con un nudo en la voz. -Galethe Moonwood. Mi nieta. La última de los Moonwood –Mun pasó una suave pero fría mano por el rostro de la chica-. ¿Has tomado una decisión? -En efecto. Al igual que mis antepasados, elijo una vida mortal. Mun seguía sonriendo, pero no aceptó la decisión de la joven. -¿Para qué elegir una vida mortal si no te queda nada? Puedes romper la maldición de tu familia aquí y ahora. -He tomado mi propia decisión. Creo que es lo mejor para todos. -¡Mentira! –tronó la Luna, haciendo que Galethe diera un paso atrás-. ¡Has elegido lo que es mejor para ti! Evitar servir para toda la eternidad a Dios hasta que las trompetas del Juicio Final anuncien la llegada de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Galethe, aterrada, mantenía la compostura ante la que creía era su abuela. Tras un breve pero minucioso análisis, Galethe llegó a una conclusión. -Tú no eres mi abuela… ¿Quién eres? La Luna rió. -Claro que soy tu abuela… -¡No! El Enterrador, mi padrino, me ha hablado muchas veces de ella y su descripción no concuerda con la realidad. Ambos son muy amigos porque juntos criaron a mi abuelo y a mi padre. ¿Por qué, pues, habrías de mostrarte diferente ante mí? Mun agachó la cabeza y rió a carcajadas antes de verse envuelta en otro resplandor cegador que mostró su verdadera forma: Angela. Ciel y Sebastian la reconocieron al instante pero no se levantaron por temor a que les descubriera. -¿Angela? –Galethe también la conocía y, a juzgar por su tono de sorpresa, no se imaginaba aquello-. ¿Por… qué? -Necesitamos fieles sirvientes, Galethe. Gracias a tu entrenamiento y tu linaje, eres perfecta para ocupar ese cargo. Galethe retrocedió lentamente. -No… ¿Lo sabe Mun? ¿Lo sabe mi abuela? Angela sonrió. -La vieja Luna no sabe ni que tiene que bajar a la Tierra. Así pues, solo te queda venir. Angela extendió su mano derecha hacia la joven. -Tómala y vive eternamente. Atraída por la inercia, Galethe extendió su mano pero, antes de rozar los delicados dedos del ángel, la cerró en un puño y la hizo retroceder. -¡Jamás! Tomé una decisión por mí misma. Si quieres que vaya contigo, tendrás que obligarme. Angela mostró una media sonrisa socarrona. -Como desees… La mano extendida de Angela atravesó el pecho de Galethe, quien emitió un grito desgarrador a la vez que abría mucho los ojos y se doblaba hacia delante. Ciel quiso detener aquello pero una mano se lo impidió. Era Sebastian quien, llevándose un dedo a los labios le pidió silencio y paciencia. -Qué simples sois los humanos… No vamos a renunciar al único puro y limpio por… La expresión de Angela denotaba confusión. Con la mano todavía dentro del pecho de Galethe, sentía como si algo no fuera bien. -Tu… Tu… Galethe empezó a reír a carcajadas. -¿Mi corazón? Sabía que algo malo podría pasar, así que lo puse en un lugar seguro. Angela retiró con brusquedad la mano del pecho de Galethe, que empezó a sangrar copiosamente. -Pero, pero… Eso significa que aceptas una vida inmortal –Angela todavía tenía una oportunidad para llevarse a la joven, pero Galethe tenía un As en la manga. -Protesto… Si se acepta la vida eterna, debe ser una divinidad del cielo quien extraiga el corazón. En este caso, no ha sido así… Galethe miró a Sebastian, que sonreía complacido. El plan había salido a la perfección. -Como ha sido una fuerza demoníaca la que me ha extraído el corazón, éste le pertenece ahora a él. -De… De… ¡Demonio! Angela se abalanzó sobre Sebastian, pero una fuerza misteriosa hizo que el ángel saliera disparado hacia atrás. -Esto… -Estaba todo planeado, Angela –dijo Galethe, a duras penas-. Tras mi vuelta de Santiago le traje a Ciel una vieira del peregrino. Esta concha le protege a él y los suyos de todo mal… Incluida tú. Asegurada su protección, me vi obligada a hacer un pacto con Sebastian, quien no dudó en ayudarme…
-¿Entiendes lo que tienes que hacer? -Sí, Galethe. No te preocupes por nada… Sebastian ayudó a la joven a levantarse. Mientras Galethe se apoyaba en la pared, Sebastian se colocaba en su mano derecha un guantelete de plata. -Según los escritos duele bastante… Evita que pueda gritar. No quiero que Ciel se entere de esto. Sebastian asintió con la cabeza y sonriendo, tapó con su mano izquierda la boca de la joven para luego introducir la derecha en su pecho y extirparle el corazón. Con el órgano vital palpitando en su mano, Sebastian lo introdujo en un cofre que había prepara y lo cerró con llave. Después se volvió hacia la joven que estaba doblada hacia delante con una mano en el pecho, tratando de detener la hemorragia. -La hemorragia cesará en un rato… ¡Rápido! Llévalo a un lugar seguro. Donde nadie lo pueda encontrar excepto tú.
Angela había sido engañada por un mortal. Apretando los dientes, no pudo más que marcharse de allí, maldiciendo. Con el ángel lejos de allí, Ciel se incorporó y corrió al lado de su prima, temeroso de que la herida fuera grave, pero la hemorragia había cesado ya. -No te preocupes, Ciel. Es solo un ritual, nada de lo que preocuparse –dijo Galethe, sonriendo. Los Guardianes también formaban parte del complot. Al menos en parte. Tenían órdenes de no moverse hasta que la Luna se fuera. Debido a que estaban arrodillados, Sebastian y Ciel podían camuflarse perfectamente, eso sin tener en cuenta el gran número de novicios. De vuelta a casa, Ciel y Galethe hablaron de lo ocurrido. -¿Cómo sabías todo esto? -Me enviaron una carta contándome todo sobre el ritual en vez de un emisario, como es más habitual. Mensajero en griego se dice ángel. Lo digo porque cuando fui a negociar a tu casa con los ángeles, era el idioma que hablábamos. Sebastian recordó que Finny les había oído hablar en un idioma extraño. Así que era griego clásico. -Por otra parte, en los informes de mi familia no se da este ritual, lo cual me hizo sospechar. Ya por último lo hablé con el padrino y até cabos. Según me contó el Enterrador, solo algunas familias inferiores a la mía pueden optar por una vida inmortal y expiar sus pecados. Como mi título es el de Hijo de la Luna, está muy por encima para realizar dicho rito. «No me extrañaría que fuera una trampa. Los Hijos de la Luna no tienen ese privilegio ya que la maldición les obliga a entregar un heredero a la Luna» me dijo. Galethe sonreía de oreja a oreja ante su primo, que estaba algo molesto por haber sido engañado. -Entonces, ¿para qué me has invitado? –farfulló, malhumorado. -Perdóname, primo, pero te quería para que protegieras a Sebastian. Como demonio, no tiene nuestro favor, pero no se dice lo mismo con la Concha del Peregrino. Gracias a que llevabas la Concha del Peregrino, pudiste proteger a Sebastian de Angela y evitar así que comenzaran una pelea sin sentido y puede que sin final. -¿Y para qué querías a Sebastian? En ese preciso momento el mayordomo hacía su aparición en la sala portando un cofre entre las manos. -Hablando del rey de Roma… Anoche le pedí a Sebastian que guardara el cofre con el corazón en un lugar recóndito que solo él supiera. Le necesitaba para recuperarlo. Y para que me lo volviera a poner. Sebastian sacó el corazón y se lo introdujo a la joven, que acostumbrada al dolor, solo emitió un pequeño gemido. -¿No requiere guantelete? –saltó Ciel, preocupado. -La extracción sí. Como rara vez se vuelve a meter el corazón en el pecho, no es especifica nada. Hubo un breve silencio hasta que Ciel lo rompió para referirse a la Concha del Peregrino. -Esa concha la llevé yo durante el camino –le explicó Galethe-. Es tradición que los peregrinos la lleven, pues es su símbolo. Me protegió de varios asaltos ya que no podía emplear mis dotes de Guardián en el camino. Pensé que mi fuerza se había pasado a la concha, así que la conservé y decidí regalártela para que seas todavía más fuerte. Ah, eso me recuerda que tendré que volver a irme. -¿Adónde esta vez? -A una pequeña villa del norte de Francia –respondió Galethe incorporándose-. Ya terminé de leer el Libro de Santiago y la siguiente pista me lleva hasta allí. Y nuevamente tendré que pedirte un favor… -¿Encargarme de tus subordinados? Creo que es a Sebastian a quien tienes que decírselo. Galethe rió. -No, esta vez no. Como tenemos un cuartel, se quedarán aquí y seguirán mis instrucciones. Lo que quería proponerte era si quieres venir conmigo. Ciel no daba crédito a lo que oía. ¿Marcharse y dejar a la Reina sola? -Lo siento, Galethe, no puede ser… Tengo que proteger a la Reina. -Quizá allí tú también encuentres respuestas… -trató de convencerle su prima, pero Ciel negó con la cabeza. -No. Mi lugar está aquí a menos que se me diga lo contrario. Galethe bajó la mirada, apenada. -En ese caso, el favor cambia. Ciel se mosqueó ante la insistencia de su prima porque le hiciera un favor. -Con este, me deberías dos favores –bufó el conde. -Perfectamente –sonrió Galethe-. Mañana iré a comentarte el favor. Es muy sencillo y no te supondrá ningún problema. Dicho esto, Galethe se estiró y les anunció que se iba a acostar. Ciel y Sebastian, por su parte, volvieron a la Mansión Phantomhive a descansar. Por el camino, Ciel se preguntaba cuál sería el favor que le pediría su prima.
-¿Qué sabes sobre este ritual, abuelo? Galethe se reunió con el Enterrador por la tarde para preguntarle una duda respecto a una misteriosa carta que había recibido esa mañana. -Ah, vaya, vaya… Este ritual lo suelen hacer caballeros y nobles cristianos. Consiste en elegir entre la vida eterna y servicial o una vida mortal y liberal. Es decir, si vives eternamente, servirás a Dios y al Cielo sin rechistar, pero si eliges una vida mortal… -Podré morir y la condena se reduce. -Más o menos. De todas formas, toda tu familia siempre ha sido mortal. Nunca le han propuesto este rito precisamente porque están atados a la maldición así como que el primogénito debe ser entregado a la Luna. Es muy sospechoso, Galethe. Ándate con cuidado. -¿Qué puedo hacer, abuelo? –preguntó la joven, muerta de miedo. -Seguramente sea una trampa para tenerte de su parte. Eres el primer humano puro y limpio en mucho tiempo. Te querrán sí o sí. Mi consejo es que les engañes. El ritual consiste en extirpar el corazón del donante… -Espera, espera. ¿Quieres que me extirpe el corazón? -Sí, lo hacemos en un momento, no te preocupes –el Enterrador se dio la vuelta para empezar el rito pero Galethe le detuvo. -¡Abuelo! No es eso… ¿Cómo lo hacemos? -Sencillo. Encuentra a alguien que no esté relacionado con los Cielos y Dios, alguien completamente opuesto o neutro y que te extirpe el corazón. -¿No puedes hacerlo tú? -Claro que puedo, pero sería más seguro si lo hiciera un Demonio. -Un… ¿Demonio? -Exacto, y creo que conoces a uno…
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| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Jue Ago 22, 2013 5:29 pm | |
| ok, esto cada vez me deja mas O.o
pero me gusta tu historia, gracias por actualizar tan pronto
Nos leemos | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Vie Ago 23, 2013 10:21 am | |
| Arigatooo. Pues estamos terminandola y se nos ha ocurrido un final... Sigo flipando y todo. Los siguientes tres fics están unidos y son más para hacer reír. Disfrutad! - Spoiler:
9. Su Mayordomo, Cuidador
A la mañana siguiente, tal y como había prometido, Galethe fue a la mansión de su primo para pedirle el favor. -Solo te pido que cuides de mi mascota. Los dos primos estaban reunidos en el despacho del conde con Sebastian de pie al lado de su amo. -¿De qué tipo de mascota estaríamos hablando? -Oh, es un animalito pequeñito, suave y que ni yo consigo domar. Se llama Mephis. -¿Mephis? –repitió Ciel-. Curioso nombre… -Es el diminutivo de Mephistópheles –aclaró Galethe sorbiendo de su té. Ciel escupió parte de su té al oír el nombre del animal. -¡¿Qué vas a traer a mi mansión?! –saltó, fuera de sí. Galethe dejó escapar una risita. -Vamos, seguro que anima la mansión… ¡Ahh! Galethe levantó la mano derecha, dolorida. De ella colgaba una especie de gato de pelaje gris y ojos violeta. El gato mordía un dedo de su dueña con tanta fuerza que Galethe agitó la mano para tratar de quitárselo de encima. -¡Mephistópheles! –gritó Galethe echándole la bronca al gato. La Guardiana agarró al gato con la otra mano, se lo quitó de encima y lo lanzó lejos de su vista, cayendo en las manos de Sebastian, que empezó a hacerle mimos al gato. -Eh, Galethe, soy alérgico a los gatos… *¡Achús!* -Tú, pero el resto del servicio no. Tienes a cinco sirvientes que pueden encargarse de él. Mira qué bien se lleva Sebas con Mephis… Sebatian no paraba de abrazar al gato y de apretarle las patitas. Se le veía encantado con la mascota. -Si consigues que deje de morderme, te hago un monumento y todo –añadió dirigiéndose al mayordomo-. Bueno, me tengo que ir… Galethe se levantó de su asiento y se marchó a pesar de las insistencias de su primo por que se llevara al gato. -Tienes cientos de subordinados a tu cargo. ¿Por qué no se lo das a uno de ellos? -Ellos estarán también fuera y los que se queden no estarán en casa –respondió Galethe mientras se cubría con la capucha. Aquella batalla estaba perdida para Ciel. Así pues, tendría que aguantar al gato durante… -¿Cuánto tiempo te marchas? –al conde le quedaba la esperanza de que fuera poco tiempo. -Unas semanitas. Tres o así. Ves, si te hubieras venido no tendrías que soportar a Mephis. Ciel la fulminó con la mirada, mosqueado. Aquello era una venganza por no acompañarla a Francia. -Entiendo… *¡Achús!* -¡Salud! Nos vemos en unas semanitas. Galethe saltó por la ventana para caer justo encima de su caballo, espoleó a su montura y se marchó de allí. Ciel vio cómo se perdía en el horizonte para después volverse y ver a su mayordomo abrazando con fuerza al gato. -Joven amo, ¿no es adorable? –Sebastian se lo puso justo delante, haciendo que empezara a toser salvajemente. -*¡Achús!* Ya que tanto te gusta, te encargarás tú de él *¡Achús!* Los ojos de Sebastian brillaron con fuerza. Si no fuera un demonio, se habrían oído trompetas celestiales. -¿De verdad, señor? -Sí… *¡Achús!* Pero procura no estar con él mucho tiempo. *¡Achús!* O al menos cambiarte de ropa cada vez que estés conmigo *¡Achús!* -De acuerdo, señor –luego se volvió hacia el gato-. Vamos a darte un poco de leche… Sebastian se fue con el gato a su cuarto, donde viviría hasta que volviera Galethe. Para Ciel iba a ser un Infierno mientras que para Sebastian aquello era el paraíso.
Ya que Sebastian no necesitaba dormir, algunos ratos por la noche los gastaba pasando el tiempo con Mephis. Por la mañana dejaba al gato durmiendo y él se iba a hacer sus tareas. No volvía a verle hasta después del almuerzo y por las tardes si no iban a Londres. La estancia allí se le hacía más amena al demonio gracias al gato. Aunque no durara para siempre, aprovecharía la compañía de Mephis hasta el final. Por su parte, el gato hacía lo que le daba la gana. Aunque Sebastian lo encerraba en su cuarto todas las mañanas, a veces se podía ver a Mephis andar por los tejados o el jardín, lo cual hacía que Sebastian fuera tras él y lo volviera a encerrar. A pesar de los quebraderos de cabeza, Sebastian estaba encantado al contrario que Ciel, que no paraba de estornudar. -Ay… No puedo más… *¡Achús!* -¿Se encuentra bien, joven amo? –se burló su mayordomo. -¡¿Cómo quieres que esté bien si ese maldito gato no para de incordiar?! Solo habían pasado tres días y Ciel, harto de la mascota de su prima, ya había urdido un plan para deshacerse del gato. Para ello, necesitaba la ayuda de los tres sirvientes restantes. -Necesito que atrapéis al gato y os deshagáis de él. -Señor… El gato no es suyo. ¿Qué diría la señorita Moonwood si se entera de que Mephis ha desaparecido? –preguntó Mey-Lin. -Créeme, me lo agradecerá. *¡Achús!* -Bien, ¿sus órdenes? –preguntó Bard, emocionado. Ciel inspiró profundamente. -Bien. Esto es lo que haremos…
Sebastian atendía a sus tareas cuando sintió que Mephis estaba en peligro. El mayordomo terminó lo que había empezado con una rapidez sobrehumana y fue a su cuarto a la misma velocidad. Allí se encontró a los sirvientes tratando de dar caza al gato, que huía de ellos saltando por los muebles. -¿Se puede saber qué estáis haciendo? –preguntó Sebastian asomándose a la puerta. Al oír su profunda voz, los sirvientes entraron en pánico y tras titubear un momento se fueron de allí a todo correr. Sebastian enarcó una ceja. El comportamiento de los sirvientes siempre era raro pero aquella mañana era extremadamente extraño. Mephis maullaba desde la cama. Estaba hecho una bola y se lamía las patas, algo que ablandó el corazón de Sebastian, si es que tenía uno. El mayordomo no pudo resistir el hacerle mimos al gato hasta que recordó sus tareas. -Volveré luego, Mephistópheles –dijo antes de cerrar la puerta. El primer intento había fallado, por lo que Ciel y los sirvientes tuvieron que recurrir a otro plan alternativo. Mientras el conde entretenía al mayordomo, Bard, Finny y Mey-Lin irían al cuarto de Sebastian y lo intentarían atrapar nuevamente. Aquella vez tampoco hubo suerte: Mephis se mosqueaba con facilidad y atacaba a la menor por lo que los sirvientes salieron de allí llorando a lágrima viva y con el cuerpo lleno de arañazos. La gota que colmó el vaso fue encontrarse en plena huida Sebastian, que había bajado a preparar el té al conde. El mayordomo los pilló nuevamente saliendo de su cuarto, irritándole. -¿Qué tiene de interesante mi cuarto hoy? –preguntó, malhumorado. Los sirvientes lo interpretaron como una advertencia por lo que tendrían que andar con pies de plomo a partir de entonces.
-Se nos acaban las ideas, joven amo. Ciel se llevó una mano a la cabeza, pensativo. La verdad es que Sebastian tenía una especie de radar para pillarlos por sorpresa. -Oiga, ¿por qué no le pregunta a algún Guardián? –propuso Bard-. Ellos conocerán a Mephis mejor que nosotros, ¿no? -¿Un Guardián? –Ciel ya lo había pensado, pero ¿cómo iba a contactar con un Guardián? Aunque la mansión de Galethe quedaba relativamente cerca de la suya, tenía que preparar el carruaje y, naturalmente, avisar a Sebastian para ello. Otra opción sería utilizar el silbato de plata del Maestro pero desgraciadamente no estaba en su posesión. Ciel negó con la cabeza. No tenían opción de recurrir a ellos. A menos… Ciel sacó del bolsillo de su chaqueta la Concha del Peregrino. La concha le protegería de cualquier mal… ¿Podría invocar con ella algún Guardián? -Dejadme solo un momento –ordenó a los criados. El trío de sirvientes se marchó de allí sin rechistar. Una vez estuvo solo, Ciel tomó la Concha del Peregrino entre sus manos y pidió que acudiera un Guardián. -Guardianes, necesito vuestra ayuda… Ciel miró a su alrededor pero allí no había nadie. El joven conde suspiró y dejó la concha sobre el escritorio mientras pensaba otra manera de cazar al gato. -¿Me ha llamado, señor? –dijo una voz a sus espaldas. Ciel se sobresaltó de tal manera que dio un bote en su asiento. Tras él había aparecido un Guardián, postrado a sus pies. -Eh, esto… -Ciel carraspeó-. Sí, necesito tu ayuda. -¡A sus órdenes, señor! -Háblame de la mascota de tu Maestra, el gato Mephistópheles. El Guardián alzó la mirada hacia Ciel, sorprendido. -Q-quiere… ¿Quiere que le hable de un gato? –preguntó, sorprendido. Ciel se ruborizó, avergonzado. -Eh… Sí, háblame del gato, por favor… -¿No va a pedirme que haga otra cosa? ¿Un recado? ¿Que mate a alguien? -¡No! ¡Sólo háblame del gato! –tronó el conde, impaciente.
En cuanto hubo hablado con el Guardián, Ciel volvió a reunir a los sirvientes en su despacho. -Karuim, uno de los Guardianes, me ha hablado del gato. Dice que le atraen mucho las cosas fritas. Os ayudará a atrapar al gato. El Guardián hizo un saludo ante los sirvientes, quienes respondieron a su manera. -Encantado, soy Karuim y seré vuestro compañero y superior en esta misión. -¿Superior? –repitió Finny. -Eh, tú a mí no me mandas –saltó Brad. -Órdenes del conde –se defendió el Guardián. Ciel se limitó a hacerles una señal con la mano para que se fueran. Una vez fuera, Karuim les contó su plan… -Tú eres el chef, ¿no? –dijo señalando a Bard quien, emocionado, asintió. -¡Exacto! ¡Soy el chef! -Bien, ¿podrías freír algo? Cualquier cosa vale; carne, pescado… Si puedes quemarlo un poco, mejor. No hizo falta que Karuim lo dijera dos veces. Brad sacó el lanzallamas nada más oír la palabra quemar…
Mephis estaba cómodamente tumbado en la cama de Sebastian, dormitando. Aquel cuarto olía distinto de los cuartos de los humanos, pero al gato le daba igual siempre que estuviera cómodo y tranquilo. De repente, un agradable olor penetró por sus fosas nasales. Sus tripas reaccionaron al olor, obligando al gato a dejar su letargo y a moverse para buscar la fuente del aroma. Mephis se las arregló para salir del cuarto de Sebastian y seguir la estela del humo hasta llegar al jardín. El gato pensó en una barbacoa pero en realidad habían quemado unos cuantos arbustos. Le habían engañado. -Te tengo, Mephis. La poderosa mano de Karuim atrapó al gato que trató de zafarse, en vano. Mephis trató de morderle pero el Guardián llevaba puesto un guantelete de acero y el gato no le podía hacer daño. -Bien… Con vuestro permiso, me lo llevo –dijo Karuim marchándose con el gato. Los sirvientes le despidieron con los brazos hasta que se perdió en el bosque. -Misión cumplida. -El amo estará complacido. -¿Qué habéis hecho exactamente? Un terrible escalofrío recorrió la espalda de los sirvientes quienes se giraron lentamente. Detrás de ellos estaba Sebastian, sonriendo con amabilidad cuando en realidad ocultaba un gran deseo de muerte. Los sirvientes se postraron a sus pies, llorando amargamente y pidiendo piedad al demonio. -¡Perdónanos, Sebastian! -Eran órdenes del amo… «Órdenes del amo… El día que se os ocurra algo por vuestra cuenta, avisadme» pensó el demonio. Sebastian hizo como si nada hubiera pasado, dejando a los sirvientes sollozando. La única cosa buena que tenía se la habían arrebatado vilmente. El mayordomo suspiró profundamente para tratar de relajarse. -Miau. Sebastian abrió los ojos y miró hacia abajo. Allí estaba Mephis, restregándose entre sus piernas. -Así que has vuelto… -dijo el mayordomo, contento de volver a ver a su amigo.
Hasta que Galethe volvió los sirvientes trataron de dar caza al gato, mas Mephis siempre encontraba una manera de volver a Sebastian, quien se despreocupó del asunto. El gato sabía cuidar de sí mismo y daba igual si era un Guardián, siempre volvía al lado de Sebastian. -Bueno, ¿qué tal durante mi ausencia? –preguntó Galethe a su regreso. -*¡Achús!* Bien, Galethe… -Parece que Mephis se ha hecho muy amigo de Sebastian –comentó al ver cómo el gato se frotaba contra la cara del mayordomo-. Supongo que no querrá volver conmigo. Puedes quedártelo si quieres. Aquello fue música para los oídos de Sebastian y la mayor de las torturas para Ciel. -¡De eso nada! Dijiste que lo cuidaríamos durante tu ausencia… *¡Achús!* -Si me lo llevo volverá de todas formas. Ya lo has comprobado. Ciel trató de disimular. -Eh… De, ¿de qué me hablas…? Galethe rió por lo bajo. -Karuim me lo ha contado. Deberías saber que todos los Guardianes tienen la obligación de reportarme sus avances durante mi ausencia. Ciel no contó con aquello. Había quedado como un idiota. -No te preocupes, primo –lo animó Galethe poniéndole una mano en el hombro-. Seguro que así superas tu alergia. Por la tarde, Galethe se marchó a su mansión para poner a la Orden al día. Ciel cenó, se bañó y se acostó, todo ello acompañado de estruendosos estornudos. Cuando todos dormían, Sebastian fue a su cuarto para ver a Mephis. Nada más abrir la puerta, el gato saltó a sus brazos y empezó a pasearse por sus hombros. -¿Me has echado de menos? Sebastian cogió al gato y lo puso sobre la cama. El mayordomo sacó del bolsillo de su chaqueta un lazo que le había dado Galethe. -“Tiende a ir de acá para allá como has comprobado. Esto te ayudará a encontrarlo” Sebastian le puso el lazo con el cascabel a Mephis, quien parecía estar contento. -Te queda muy bien, Mephis. Sebastian estuvo un rato más con el gato hasta que Mephis cayó rendido de cansancio, momento en el que el mayordomo se puso manos a la obra. Un nuevo día comenzaba.
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| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Vie Ago 23, 2013 5:31 pm | |
| Gracioso el capitulo, pobre Ciel, con el gato cerca y la alergia el asma puede regresar en cualquier momento XDD
Gracias por publicar, esperare el siguiente capitulo
Nos leemos | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Sáb Ago 24, 2013 1:45 pm | |
| Arigatooo. El nombre del gatete lo puse en homenaje a la chinchilla de una amiga (y ahora que caigo, a mi tocaya del foro ) Voy a estar fuera el finde, así que no sé si podré actualizar mucho, por eso hoy subiré un poquito más por si acaso. Los siguientes fics son ajenos a la historia completamente, pero son muy divers eso sí ^^. Enjoy!! - Extra:
10. Su Mayordomo, Niñera
Días más tarde de haber vuelto de Francia, Galethe fue a ver a su primo para contarle todo lo que allí vio y aprendió pero Sebastian le dio la triste noticia de que estaba enfermo. -Vaya… ¿Puedo entrar a verle? -Claro. Creemos que es debido a la alergia, pero el médico del señor no podrá confirmarlo hasta mañana. -No te preocupes, Basy –Galethe hurgó entre sus ropajes hasta dar con un silbato de plata-. Ahora mismo llamo a Careo. Galethe hizo sonar su silbato e inmediatamente aparecieron cuatro Guardianes los cuales se arrodillaron ante ella. -Lo siento chicos, solo quiero a Careo. Un Guardián se quedó mientras el resto se dispersó. -Maestra… -Fuiste médico antes de que te echaran del puesto por no poder pagar los impuestos. Mi primo está enfermo, ¿puedes curarlo? -¡Por supuesto, Maestra! Sebastian guió a ambos Guardianes hasta la habitación del conde. Por el camino, Galethe le aclaró a Sebastian que debido a la familia Ferro, Careo tuvo que dejar su ocupación. Días después era reclutado para la Orden. -Era un excelente médico reconocido, pero los Ferro… -comentó la líder mientras subían las escaleras. -Entiendo –dijo Sebastian, que iba a la cabeza. Una vez en la habitación de Ciel, este estaba en la cama con las sábanas hasta la cabeza, tosiendo sin parar. El médico se acercó para tomarle la temperatura y hacerle un reconocimiento. -No es nada grave –dijo tras examinar al niño-. ¿Es alérgico a algo? Galethe y Sebastian intercambiaron una mirada. -Eh, bueno… Sí… A los gatos… -dijo Galethe, llevándose una mano detrás de la espalda. -Y, ¿hay gatos en la mansión? –preguntó Careo mirándole los ojos (más bien el ojo) a Ciel. -Sí… ¿Te acuerdas de Mephis…? -Ah, así que se lo diste a él. Pues el pobre es alérgico… -Es que Mephis se encaprichó de Sebastian –Galethe señaló al mayordomo. -Bueno, no hay de qué preocuparse. Tengo un remedio en el Cuartel. Dadme media hora y vuelvo con él. Dicho esto, Careo se marchó por la ventana. -Ni le he dado permiso –dijo Galethe mirando fijamente la ventana. Sebastian se acercó a su amo para tomarle la temperatura y darle agua. Galethe por su parte se sentó en un borde de la cama y sacó una especie de paquete de detrás de su capa. -Justo hoy que te traía pasteles… Bueno, supongo que es buen momento para que te lea esto. Galethe sacó otro bulto de su capa: un grueso manuscrito. -¿Un manuscrito? –dijo Ciel a duras penas. -No se fuerce, señor –le pidió Sebastian, preocupado por su salud. -Verás, fui a Londres el otro día para ver al abuelo y mientras enseñaba a un novicio a robar conseguí esto. Parece ser un manuscrito de un libro que iban a llevar a una editorial para publicarlo. Hasta que venga Careo te puedo leer un poco, ¿qué te parece? -Que ya no soy ningún crío, Galethe. Ahórrate la saliva… *Cof* *Cof* Galethe hizo oídos sordos y empezó a narrarle a su primo la historia. -¿Cómo se llama? –quiso saber Ciel. -Oh, pues veamos… -Galethe le dio la vuelta al manuscrito-. “El Mayordomo de los Anillos”. No sé de qué va. Es más, es la primera vez que lo abro. Veamos qué tal… Galethe abrió el libro por la primera hoja y empezó a narrar. -“El Mayordomo de los Anillos”. Tres Anillos para los Elfos, inmortales y sabios. Siete para los Enanos dueños del fuego y la piedra. Nueve para los Humanos Mortales que ansían por encima de todo el poder. Uno para el Señor Oscuro de Mordor. Un anillo para encontrarlos y atarlos en las tinieblas… -Galethe hizo una pausa-. ¡Ey, no pinta nada mal! -Me pregunto qué hará el infeliz al que se lo robaste -murmuró Ciel. -Si es listo habrá guardado una copia. No hay problema… Ciel dudaba que aquello fuera verdad, pero la historia lo había atrapado así que no pudo más que escuchar hasta que volviera Careo. Durante media hora, Galethe le narró a su primo la increíble historia de un niño y de su día a día en un mundo fantástico: la Villa. En dicho mundo, sus habitantes vivían en paz y armonía. No tenían bandera ni armas y se dedicaban a vivir de la tierra, a cuidarla y respetarla. En cuanto volvió Careo y le hubo dado la medicina a Ciel, Galethe hizo ademán de marcharse, pero Ciel le pidió que siguiera con la narración. -Veo que te gusta, pero debes descansar, Ciel. -Por favor, al menos hasta que me duerma… Galethe miró a Sebastian, quien sonrió a modo de respuesta. -Está bien… Pero la culpa es tuya… Seguimos: “¿Saber? Sé cosas que solo saben los sabios…” Galethe continuó hasta que Sebastian le puso una mano en el hombro. La joven, que también había sido atrapada por la lectura, volvió a la realidad. Sebastian se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio y se volvió hacia su amo. Ciel dormía plácidamente. Galethe y Sebastian salieron del cuarto sigilosamente para dejarle descansar. -Creo que yo también me voy. No me aguanto a seguir leyendo –dijo Galethe, estirándose. -¿Volverá mañana? –preguntó Sebastian mientras la acompañaba a la entrada. -Si Ciel quiere, sí. -El joven amo querrá seguir con la lectura, encantado. -Entonces volveré. Hasta mañana pues, Sebastian. El mayordomo se despidió de la chica. Tras mirar su reloj y comprobar que era temprano, Sebastian fue a terminar sus tareas.
- Extras 2:
11. Su Mayordomo, Aventurero “La Hermandad emprendió pues un viaje largo y tortuoso con una única misión en mente, destruir el Anillo de la Esperanza. Los miembros de la Hermandad eran: Ciel, el portador del Anillo; Finny, Bardy y Tany, sus mejores amigos de la Villa; Sebastiandalf, el Demonio, un poderoso mago muy amigo de Ciel y de su tío; Galethe, la Montaraz, Humana de oscuro pasado a la cual le pertenecía el Trono de los Hombres; Willas, Elfo longevo y un gran guerrero; Grellim, el Enano…” Grell: -Oye, a quién llamas tú enano, ¿eh? Galethe: -“Grell, amóldate al cuento…” Grell continuó su marcha mientras el siguiente personaje era presentado. “Aberlinemir, el Humano, hijo del padrino del reino de los Hombres, el Enterrador” Enterrador: -Me gusta mi papel… Galethe: -“¡Espera a que te toque, abuelo” Enterrador: -Ya me voy, cariño… “Estos nueve amigos emprendieron pues un largo y tortuoso viaje hacia Rojor, donde tendrían que destruir el Anillo. Tras varios días de caminata, llegaron hasta las Montañas Blancas, donde surgió un dilema.” -¿Atravesamos las Montañas o las Cuevas? Sebastiandalf, Aberlinemir, Willas y Grellim, los adultos del grupo y los más sabios, deliberaban sobre el camino a seguir hasta que intervino Ciel, el Portador. -Atravesaremos las Cuevas. -¿Qué pintas tú en asuntos de adultos? –le increpó Grellim. -Soy el Portador del Anillo. En caso de duda, yo decido. -Muy bien –dijo Sebastiandalf, dejando anonadado a Grell. -¡¡Pero, Basy!! ¿Cedes ante un niño…? -La decisión está tomada, Grellim el Enano –dijo Will ajustándose sus lentes, que le permitían ver desde lejos-. Andando. Grellim siguió a la Hermandad hasta las Cuevas a regañadientes. Las Cuevas se llamaban así porque, debajo de las Montañas Blancas había numerosas puertas de madera, hierro, piedra, oro y plata para engañar a los intrusos. El único inconveniente era que hasta los propios Enanos olvidaron cuál era la puerta correcta. Antaño gloriosas, las puertas ahora formaban parte de la roca en la que estaban construidas o estaban oxidadas y llenas de vegetación. -No me gusta este sitio. Antaño fue el hogar de los de mi especie. Hicieron tantas puertas que ni ellos sabían cuál era la verdadera. -¿Por qué no me sorprende? –comentó Willas, irritando a Grellim. Sebastiandalf se detuvo en seco y miró al cielo. -Solo la luz de las estrellas y de la luna muestra la verdadera puerta… “La Luna se mostró ante nuestros héroes y les indicó la puerta correcta. -Es esa –dijo señalando con un dedo una puerta de platino. Acto seguido, desapareció. “Una vez ante la puerta correcta, Sebastiandalf leyó las inscripciones doradas que empezaron a aparecer en el marco de la puerta.” -Habla amigo y entra… “Haciendo caso omiso a las palabras escritas en el marco de la puerta, Sebastiandalf le propinó una fuerte patada y entró seguido del resto de la Hermandad.” -¡Oh! ¡Qué hombre…! –comentó Grellim, emocionado ante las habilidades de Sebastiandalf. “Una vez dentro, los héroes anduvieron por el dédalo de pasillos hasta llegar a una sala donde se detuvieron para meditar su siguiente paso.” -¡Ah! ¡No puedo más! –dijo Grellim dejándose caer al suelo. -Si ni siquiera hemos andado la mitad del viaje –masculló Sebastiandalf. -¡Soy delicado! –se quejó el Enano-. (¡Deja de llamarme así!) -Escuchadme, he encontrado algo –dijo Finny mostrando un grueso libro que le fue arrebatado por Sebastiandalf quien lo ojeó y leyó las últimas frases. -Han tomado la fortaleza entera. Una oscura presencia se agita en las sombras. ¿Qué es eso? Tambores, tambores en lo profundo… No podremos contenerlos mucho más. Ya vienen… Grellim se apoyó en una pared cuyos cimientos se vinieron abajo, derribando parte del edificio y levantando un gran alboroto. -Esto… Sebastiandalf cerró el libro de golpe y golpeó a Grellim en la cabeza con él. -¡Ahhh! -La próxima vez ponte debajo de los pilares y líbranos de tus estupideces. -¡Oh! Reconoce que te gustan, Basy –dijo Grellim lanzándole un besito. De repente empezaron a oírse tambores tal y como decía el libro. -¡Trasgos! –dijo Willas-. Centenares de ellos… -También tienen un Troll de las Cavernas… -añadió Aberlinemir. -¡Corred! –ordenó Sebastiandalf tomando en brazos a Ciel y encabezando la Hermandad. Durante su huida, unas terribles criaturas empezaron a surgir del techo y del suelo, rodeando a nuestros héroes. Sebastiandalf esquivaba sus ataques pues cargaba con Ciel, si no bien podría atravesarlos con su espada o lanzarles un hechizo. Grellim y Willas abrían paso con sus guadañas de shinigami mientras que Aberlinmir y Galetherwen usaban sus espadas hasta que las criaturas les superaron tanto en número que no pudieron seguir avanzando. -¡Hay demasiados! –exclamó Aberlinemir. Sebastiandalf no sabía qué hacer. La Hermandad del Anillo formó un círculo para protegerse las espaldas; el combate iba a ser duro… Entonces, las criaturas empezaron a huir despavoridas, espantadas por una fuerza oscura. Algo se agitaba entre las Sombras… Un aullido de lobo inundó las galerías subterráneas de las Cuevas hasta penetrar en el corazón de los héroes. -Eh, Basy, ¿qué nueva criatura es esta? Sebastiandalf frunció el ceño. -Pluto, un Demonio del Mundo Antiguo. ¡Corred, las armas aquí ya no sirven! Todos siguieron al Mago hasta llegar a un puente de piedra muy estrecho. Debajo se abría un profundo y oscuro Abismo del cual no se veía el fondo. Una vez atravesado el puente, Sebastiandalf dejó en tierra a Ciel. -A partir de aquí no iré con vosotros –le dijo al chico antes de darse la vuelta y volver por donde habían venido. -¡No! ¡Sebastiandalf! -Galetherwen, guíalos, llévalos a un lugar seguro –le dijo el Mago al pasar al lado de la humana. -Pero… -¡Haz lo que te ordeno! El Mago se paró en medio del puente para encararse al demonio que les pisaba los talones. Un enorme perro-demonio escupe fuego irrumpió en la sala, vomitando fuego por doquier y gruñendo. -Soy mayordomo de los Phantomhive, administrador de la empresa Funtom. ¡Tu fuego aquí es en vano, perro-demonio! ¡¡No puedes pasar!! Sebastiandalf retiró el guante de su mano derecha y golpeó con fuerza el puente, quebrándolo. El perro-demonio cayó al vacío no sin antes aferrarse a Sebastian como si la vida le fuera en ello. -¡Sebastiandalf! -exclamó Ciel al ver cómo su amigo caía. -¡Basy! –(“Grell, ajústate al cuento, por favor”) Las últimas palabras de Sebastian antes de perderse en la oscuridad fueron: -Solo soy un mago infernal –(“En realidad dijo: ¡Corred, estúpidos!) Los demás miembros de la Hermandad salieron de las Cuevas y lloraron la muerte de Sebastian… -¡Basy! ¡No permitiré que mueras! –exclamó Grellim tratando de volver a por él mas Aberlinemir le retuvo.
(“¡Grell, demonios, sigue la historia! Cambiamos de escenario: estáis en un bosque y os reciben los amigos de Willas, Ash y Angela. ¿Estamos?”) (-¡Estamos! –dijeron todos los miembros de la Hermandad al unísono.) Ciel: Galethe, no elimines trozos del relato. Galethe: Solo he adelantado un poco, nada más. *Ejem* “Nuestros héroes, con uno menos entre sus filas, huyeron a los Bosques Verdes, donde vivían Ash y Ángela, sus reyes…” Galethe: -Esta parte es un poco aburrida… Adelantamos hasta cruzar el río. Ciel: -Galethe, luego dices de nosotros… Galethe: -No nos perdemos nada. Angela se reúne por la noche con Ciel y le muestra el futuro si fracasa su misión. Todos se convierten en marionetas, bla, bla, bla, bla… Angela ansía el Anillo para controlar el mundo, bla, bla… Ciel: -En fin…
“La Hermandad cruzó el Río Largo con unas barcas que les habían regalado Ash y Angela. Tras un pequeño viaje río arriba, atravesaron parte de los Bosques Verdes hasta llegar a la otra orilla, donde descansaron.” -¡Ah, el mejor momento del cuento! -suspiró Grellim sentándose a la sombra de un árbol. “Cuál sería su sorpresa al ver que hordas de troles y trasgos empezaron a surgir de entre los árboles.” -¿Lo haces adrede o qué? -se quejó Grellim levantándose y empuñando su guadaña. -Un poco… ¡Espera! Me he comido un párrafo… -Ah… Menos mal… “Ciel quería tener un momento a solas. El Anillo empezaba a ser pesado y su mente se enturbiaba con más frecuencia. Andando, llegó a un claro del bosque pero no estaba solo, como creía…” -Qué terrible sufrimiento tener que pasar tantas penalidades por algo tan pequeño… “Aberlinemir, heredero al Trono de los Hombres, le había seguido. Tras su intervención en el Concilio de los Elfos en el que Aberlinemir exigía el Anillo para enfrentarse a las oscuras fuerzas del mal y acabar con ellas, Ciel dudaba del Humano.” -El Anillo debe ser mío… Lo necesito para liberar a mi pueblo. “Aberlinemir trató de hacerse con él, pero Ciel huyó.” -Ya veo tus intenciones. Pretendes traicionarnos. Le llevaras en Anillo a Ma`amuron. ¡Malditos seáis tú y todos los Medianos! “Ciel volvió al campamento base, donde los demás descansaban.” (“Ahora sí, os atacan.”) Grell: Vaya… “Cuál sería su sorpresa al ver que hordas de troles y trasgos empezaron a surgir de entre los árboles. Nuestros héroes defendieron su posición pero los enemigos se contaban por decenas.” -No podremos con tantos -gritó Willas blandiendo su guadaña. -¿Qué tal si huimos? -propuso Grellim. “La muerte de Sebastiandalf no fue la única tragedia que aconteció. Los trasgos dieron muerte a Aberlinemir y confundieron a Finny, Tany y Bardy con el Portador y se los llevaron.” -No podían llevarse a uno, tenían que llevárselos a todos –comentó Grellim mientras veía cómo los trasgos se alejaban y los tres Medianos lloraban pidiendo auxilio. -Maldición… -masculló Ciel. Quería ayudar a sus amigos, pero tenía que continuar su camino y destruir el Anillo. Aprovechando que Grellim, Galetherwen y Willas atendían a Aberlinemir, el héroe robó una barca y se fue río arriba. -Tengo una misión que cumplir. Por Sebastiandalf. Su muerte no será en vano… -¡Maldito crío! ¡Devuelve la barca! -gritó Grellim mientras Ciel se alejaba lentamente. -Es inútil… Habrá que ir a rescatar a los otros –dijo Galetherwen. -¿Eh? ¿Qué hay de la misión? -Es tarea del Portador continuar solo su oscuro camino y soportar la carga. Además, ¿qué otra cosa podemos hacer? -Amigos –intervino Willas-. Antes tenemos que ocuparnos del cuerpo, ¿no creéis? “Los héroes hicieron un ritual sencillo y rápido: pusieron el cuerpo de Aberlinemir con sus armas en la barca que restaba y dejaron que la corriente se lo llevara.” Enterrador: ¿Lo embalsamo? Galethe: ¡Abuelo! Ahora eres el Rey de los Hombres. Enterrador: Bueno, bueno… -Descansa en paz –decía Grellim agitando un pañuelo al aire. “La barca cayó por una cascada…” -¡¿Para eso hemos armado tanto?! ¡¿Para que se caiga por una cascada?! “Ahora sí, Galetherwen y Willas fueron tras los secuestradores, seguidos de Grellim que no quería quedarse solo.”
-… Y así acaba el primer libro… Ciel se había vuelto a quedar dormido. Galethe comprobó su temperatura corporal. La fiebre amainaba; era buena señal. La joven sonrió para sí y salió del cuarto. Su primo tenía que descansar.
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| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Sáb Ago 24, 2013 11:10 pm | |
| LOOL mori con el mayordomo de los anillos, y Grellim XD
gracias por publicar. Nos leemos | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Dom Ago 25, 2013 1:24 pm | |
| Me alegra que te guste. Terminamos la historia hoy y mañana empezamos la semana siguiendo el hilo. Ahora que me doy cuenta, se está acabando el fic... - Extras 3:
12. Su Mayordomo, Resucita
Galethe: -Bien, seguimos donde lo habíamos dejado… Ciel: -Pts, Galethe… Galethe Narradora: -¿Eh? ¿Sí? ¿Qué pasa, Ciel? Ciel: -El libro dice que el Portador tiene un compañero de viaje. Galethe: -Sí. ¿Y? Ciel: -Que he ido solo a destruir el Anillo. Pon a Sebastian de compañero. Galethe: -¡¿Eh?! Sebastian ya tiene un personaje asignado. Además, según el libro, su acompañante es el jardinero. ¡En todo caso te acompañaría Finny! Finny: -Hola… Ciel: -No, pon a Sebastian. Que tenga dos roles, no pasa nada, además, ha muerto… Galethe: -¡Pero no se ciñe a la historia! Y aunque haya muerto… Ciel: -Me estás contando el cuento a mí. Yo pongo las normas. Galethe: -Arg… Está bien… Ya verás, va a haber Sebastians hasta en la sopa… Grell: -¡Oh! ¡Basys para dar y regalar! ¡Este cuento me gusta cada vez más! Galethe: -¡Grell, vuelve a tu personaje…! *Ejem* “La Hermandad estaba dividida. Por una parte estaban Ciel y su fiel mayordomo, Sebas, atravesando la Neblina. Más allá estaba el Reino de los Hombres y más allá su destino: el Volcán, en Rojor. Por otra parte estaban Galetherwen, Willas y Grellim, que seguían la pista a Mey, Brady y Finny. Tras días siguiéndoles el rastro, sin comida, ni bebida, ni descanso y huellas dispersas en la roca viva, Grellim, Galetherwen y Willas llegaron a las Llanuras de India, donde reinaba Soma. Las nuevas contaban que había sido poseído y que no gobernaba con sabiduría. Grellas, Galetherwen y Willas siguieron el rastro de Finny, Brady y Mey, que se perdía en el Bosque de los Árboles.” -Galetherwen… Demos la vuelta. Seguro que ya han muerto… -dijo Grellim mientras la Montaraz se tumabab bocabajo en la roca para oír las pisadas de los trasgos. -Y es nuestro deber como shinigamis recoger sus almas –intervino Willas. -¡¿Eh?! ¿Has venido hasta aquí solo por eso? -Esperad… “Galethe se paró en seco. Había notado algo…” -No estamos solos… El mago Oscuro mora por estos bosques. Sed rápidos o nos hechizará. “Con la velocidad del rayo, los tres héroes se volvieron. Detrás de ellos había una figura envuelta en luz y sin dudarlo atacaron. El extraño detuvo los ataques.” -¡Oh…! Estamos perdidos… -Buscamos a tres medianos, ¿dónde están? -preguntó Willas, tranquilo. -Pasaron por aquí hace un rato -respondió el extraño. -¿Quién eres? -preguntó Galetherwen, desafiante-. ¡Muéstrate! “La luz cegadora se desvaneció mostrando el verdadero rostro del extraño: era Sebastiandalf pero vestía ropas blancas en vez de su típica túnica gris.. -¡Oh…! ¡Basy! ¡Estás vivo…! “Grellim se lanzó sobre Sebastiandalf, quien se hizo a un lado de modo que el Enano se golpeó contra un árbol cercano” -Sebastiandalf… -dijo el Mago-. Sí, así solían llamarme. Soy Sebastiandalf el Blanco ahora. “Sebastian se unió a la causa nuevamente. Por el camino, les explicó su resurrección” -Tras caer en el Abismo me enfrenté al perro-demonio. Su fuego se había apagado pero ahora era una criatura de carne peligrosa. Una gran humareda se alzó a nuestro alrededor. Derribé a mi enemigo y cayó desde lo alto. Luego me envolvieron las tinieblas y me extravié del pensamiento y el tiempo. Fui devuelto a la vida para terminar la misión que se me había enmendado. -¿Tanta épica para decir que mataste al perro y resucitaste? “Las duras palabras de Grellim hirieron a Sebastiandalf quien le propinó un fuerte golpe con su vara blanca.” -Una etapa del camino ha terminado; otra empieza. Ma`amuron se centra ahora en el Este. Pretende destruir el mundo de los Hombres y no está solo. El mago oscuro, Lauman, ha hechizado al príncipe Soma. Le ha engañado y ahora es una marioneta en sus manos. Es menester liberar su mente o el Reino de India caerá. -Mientras esté contigo, Basy, no tengo miedo de nada… -Grellim coqueteaba con Sebastian, quien pasaba de él olímpicamente. “Mientras nuestros valientes héroes se dirigían ante el príncipe, Sebas y Ciel trataban de salir de la Neblina.” -¡Sebas, es una orden…! “Un misterioso ser apareció tras una roca. Antaño fue un hombre, ahora no era más que su sombra, un ser triste y andrajoso que se arrastraba cual reptil. Llevaba siguiéndoles desde que entraron en las Cuevas, la criatura Vizcollum.” -Mi tesssoooroo... Vizcollum, Vizcollum… -Vizconde Druit, por favor, muestre algo de decoro -dijo Sebas. -Aquí soy la Criatura Vizcollum -le susurró al oído-. No me fastidies el personaje. “Volviendo a la historia… La criatura Vizcollum les prometió llevarlos a Rojor.” -Seguid a Druigol… -Sebas, ese bicho me da mala espina… -A mí también, señor. Pero puede llevarnos al volcán… Sigámosle la corriente por ahora… “Los dos amigos se pusieron en marcha. Tal y como prometió, Vizcollum los llevó ante la Puerta Roja. -Queríais ir a Rojor y aquí estamos. -¡¿Cómo se supone que entraremos ahí?! –preguntó Ciel. Las Puertas similares a las de la legendaria Troya eran un obstáculo de miles, pues dentro habría hordas de trasgos y troles. -Eludirlos va a ser difícil, señor Ciel. -Hay otro camino… Más secreto, más oscuro. -¡¿Cómo no lo has dicho antes?! –bramó Ciel. -Porque el amo no preguntó. “Druigol bajó la colina dispuesto a llevarlos por otro camino cuando un pequeño ejército de asalto los apresó creyendo que eran enemigos. Eran la élite de Londor, el último reino libre de los Hombres.” -Interesante… Es la primera vez que me secuestran –comentó Sebas, saliéndose del guión. “Mientras, en India, Sebastiandalf, Galetherwen, Grellim y Willas cabalgaban hacia el Palacio de Mármol. Al tener solo tres caballos…”
Grell: -Grellim iba a horcajadas detrás de Bassy en un flamante corcel blanco… Sebastian: -Señorita Galethe, le agradecería que detuviera esto. Galethe: Grell solo has acertado en el caballo. El mago tiene su propio corcel mientras que Galetherwen montaba un caballo marrón y el Elfo y el Enano compartían montura. Grell: Oh… Qué mala suerte… Galethe: Volviendo a la historia…
“Al tener solo tres caballos, Willas y Grellim compartieron corcel. Una vez en el Palacio de Mármol, nuestros héroes liberaban al príncipe de su hechizo. A su lado estaba Ran-Mao, Lengua de Dragón, aliada del Mago Lau. Debido al hechizo el príncipe creía ver a su amada criada, Meena, mas era un espejismo ocasionado por el hechizo de Lau.” -Tardía es la hora en que decide aparecer el mayordomo. Malas nuevas de un indeseado. -Mantén tu lengua bífida tras… -En realidad los dragones no tiene lengua bífida… -Es igual… No he vencido al fuego y a la muerte para vérmelas contigo, Ran-Mao. ¡Príncipe Soma, del hechizo yo te libero! -¡¡Meena, Meena!! “Sebastiandalf liberó al príncipe del hechizo a base de… ehm… ¿Bandejazos?” -Espabila de una vez, príncipe -dijo Sebastiandalf mientras le arreaba al príncipe con una bandeja. “Por fin, el príncipe salió de su letargo y reconociendo a Sebastiandalf como un viejo amigo, tomó la dura decisión de poner a salvo a su pueblo tras los muros de Herm” -¡Ahh! E-e-eres tú… -Soma estaba asustado ante la presencia del mago. -Príncipe Soma, aquí no estáis a salvo. Huid a Herm, allí al menos podremos defendernos. “El príncipe siguió las indicaciones de Sebastiandalf y pidió a Agnimer, su fiel general, que llevar a cabo los preparativos. Mientras, Sebastiandalf ensillaba su caballo blanco. Tenía que pedir ayuda a los Árboles.” -¿Cuándo vendrás? –inquirió Galetherwen. -Esperad mi llegada con la segunda luz del cuarto día… Con la primera día… *Ejem* Al alba mira al este. -¡Oh…! Me encanta cuando te pones poético, Basy… “Sebastiandalf espoleó a su caballo, aplastando a Grellim por el camino. Así, el mago iba a buscar refuerzos mientras Galetherwen, Grellim, Willas y el príncipe iban a Herm para encarar las fuerzas de Lauman y Ran-Mao. Más allá, Sebas, Vizconllum y Ciel estaban atrapados por los hombres del Enterrador y conducidos hasta el Reino de los Hombres…”
Galethe: -… El Enterrador solo tiene que extender su mano, tomar el Anillo y el mundo zozobrará… Grell: -Esto, ¿puedo ir un momento fuera? Galethe: -Sí, Grell, pero rápido. Grell: -No tardo, seguid sin mí. Galethe: -En fin… A medida que avanzaban en su viaje, Ciel comprendía que la misión reclamaba su vida. Era el precio a pagar por su contrato. Grell: -¡Ya he vuelto!
“En Londor la capital del último Reino libre de los Hombres, el Enterrador les impidió a nuestros héroes avanzar. Con el Anillo en su poder, derrotaría a las fuerzas oscuras… O eso pensaba. Pero Ciel y Sebas podían eludirle de una manera un tanto peligrosa…” -Dadme una gran carcajada y os dejaré marchar -pidió el padrino. -Ugh… ¡Hasta en los cuentos…! -Señor Ciel, permítame. (Señorita Galethe, sáltese esta parte, por favor). “Mientras Ciel, Sebas y Vizcollum trataban de continuar con su misión, en Herm, el príncipe, Willas, Galetherwen y Grellim reforzaban las defensas de Herm” -Al anochecer habrán llegado. Apuntalad el portón, que todo hombre joven y fuerte empuñe una espada… -el príncipe daba órdenes a Agnimer mientras Galetherwen trataba de hacerle entrar en razón. -Vienen a destruiros. Hasta el último gato. -¿Y qué aconsejáis que hagamos? -Pedid ayuda, príncipe. -¿A quién? Estamos solos en esto. -Londor vendrá… -Galetherwen trataba de convencer al joven príncipe. -No, señorita. No somos tan afortunados en amigos como tú. Estamos solos en esto. “Mientras preparaban la fortaleza para el asedio, las fuerzas oscuras de Lau estaban listas para abandonar la Torre.” -Un nuevo poder resurge. ¡Marchad a Herm! No dejéis rastro de vida allí. ¡Guerra! «Por fin, alguien que sigue el guión» “Las tropas de trasgos avanzaban lenta pero decididamente hacia Herm. En la fotaleza, nuestro héroes tenían claro que no iban a sobrevivir. -Son unos trescientos contra más de mil… Innumerables horas extras –decía Willas ajustándose las lentes-. Definitivamente, todos morirán. -¡Entonces, moriré con ellos! –saltó Galetherwen-. Perdona, me ha podido el desánimo… “Al anochecer, en Herm resonó un cuerno… Pero no era un cuerno enemigo. Llegaban refuerzos de los Elfos. Willas había avisado a los Elfos para que les ayudara”. -Esta noche se cobrarán muchas vidas. Hay que recoger todas las almas y para ello necesitamos refuerzos. -Will que es un cuento… Desconecta un poco… -dijo Grellim. “En ese momento, la llanura de Herm quedó bañada por le estridente sonido de un cuerno trasgo. Comenzaba la batalla.” -No mostréis piedad pues no recibiréis alguna -dijo Galetherwen a sus tropas. “El objetivo principal de las fuerzas del bien era resistir hasta que volviera Sebastiandalf el Blanco con refuerzos. Galetherwen ordenó que preparan los arcos para disparar y a su señal dispararían.” -¿Yo también? Si no sé cómo funciona… Grellim disparó antes de tiempo, enfureciendo a las tropas enemigas. -¡Quietos! –ordenó la Humana. Demasiado tarde, los trasgos empezaban a levantar escalas hacia los muros y a disparar contra los centinelas. “Las flechas silbaban en el cielo nocturno mientras el príncipe se regodeaba desde su posición.” -¿Esto es todo lo que puedes hacer, Lauman? “Aprovechando que los Hombres estaban ocupados defendiendo la puerta principal y los muros, varios trasgos pusieron bombas al pie de uno de los muros. Enn cuanto Willas vio el fuego que prendería la pólvora, trató de matar a su portador. -¡Will, mátalo! ¡Mátalo! –le suplicaba Grellim que sabía cuáles serían las consecuencias. “Desafortunadamente, las bombas explosionaron y el muro fue destruido.” -¿Por qué no te has callado a tiempo, maldito príncipe? –dijo Grellim mientras volaba por los aires. “Una enorme avalancha de piedra y arena azotó el flanco central de las tropas de los Hombres. Las fuerzas del Mal habían penetrado en Herm. El príncipe replegó a los suyos. Resistirían en el Fortín. Mientras la lucha continuaba, en el Reino de los Hombres, el Enterrador, muerto de risa, dejó marchar a Ciel y Sebas por el paso de Seth y Ungol. Allí Vizconlum los guió hasta la entrada de una oscura cueva tal y como les prometió. El poder del Anillo era cada vez más intenso y Ciel empezaba a emponzoñar su mente. Gracias a las argucias de Druigol, Ciel vio en Sebas un enemigo. -Sebas, es una orden. Sobras aquí, vete. El contrato hacía que Sebas obedeciera toda orden de su amo por lo que no podía negarse ni siquiera cuando más lo necesitaba. -Sí, mi señor. -A menos que encuentres pruebas que te exculpen de haber robado el pan de lembas, no vuelvas. Sebas bajó la angosta escalera hasta dar con el pan de lembas que había tirado Druigol mientras dormían. -Aquí está la prueba, señor. ¿Puedo seguir con usted? –dijo Sebas enseñándole el pan a su amo. “Sorprendido, Ciel accedió y él y Sebas entraron en la cueva. Estaba llena de telarañas y de cadáveres en descomposición.” -Vaya, aquí es donde vive Ella, ¿no? -Sebas… -una enorme araña negra apareció ante ellos dispuesta a comérselos. -Pídamelo, señor. -¡Demonios! Sebas, es una orden. Mata la araña. -Sí, mi señor. “Mientras Sebas y Ciel luchaban contra Ella, en Herm seguían peleando hasta que llegara Sebastiandalf el Blanco con refuerzos” -Es inútil resistirse –dijo el príncipe, apenado ante la clara derrota. -Dijiste que esta fortaleza era impenetrable. Y sigue siéndolo. Muchos han muerto defendiéndola. -¿Qué quieres que haga? -Cabalga conmigo, por tu reino. “El ariete enemigo golpeaba con fuerza la puerta que les separaba del fortín.” -Eh, chicos… que ya vienen… -Coraje, despierta. Por ira y rojo amanecer. ¡Adelante, mis valientes! “Los últimos jinetes del príncipe se lanzaron en un acto suicida por defender la fortaleza, abriéndose paso a lanza y espada. Fue en ese momento cuando en la lontananza apareció Sebastiandalf.” -¿Qué clase de mago sería si no pudiera hacer cosas como estas? –comentó apareciendo en el campo de batalla. -Basy, ¿has venido a rescatarme? “Sebastiandalf había traído refuerzos como prometió y justo a la hora acordada. El mago y sus tropas se lanzaron hacia el campo de batalla y gracias a la vara del mago a las tropas de trasgos quedaron cegadas para luego ser pasadas a cuchillo por los jinetes del príncipe, o bien huían hacia un bosque cercano.” -Eso no estaba antes… -comentó Willas al reparar en el bosque. -¡Sebastiandalf ha traído Árboles para que nos ayuden! –exclamó Agnimer emocionado. -¡Basy! “Sebastiandalf volvió a arrollar con su caballo a Grellim. La batalla había sido ganada.” -¡Alejaos de los árboles! -gritó Agnimer a sus tropas. “Las pocas fuerzas del mal fueron masacradas en el Bosque Verde. Finalizada la batalla, Grellim y Willas hicieron recuento de almas.” -46. ¿Tú, Will? -45. -¡Sí! Te gané, te gané… -Sigo siendo tu superior -dijo ajustándose las gafas. -¡Cómo te gusta aguar la fiesta! -La Batalla de Herm ha concluido, mas la Batalla por Media Tierra no ha hecho más que empezar –dijo Sebastiandalf cuando llegó a su lado. -Oh… Basy. Tenemos un rato hasta que volvamos a aparecer… “En la cueva de la araña, Sebas… ¿la mató?”
Sebastian: -No era rival para mí… Galethe: -Pe-pe-pero… Ciel tenía que ser envenenado y tú tenías que pensar que estaba muerto y… Ciel: -La araña ya está muerta, Galethe. Sigue narrando. Galethe: -Esto es venganza por saltarme trozos aburridos, ¿a que sí? En fin…
“Sebas y Ciel continuaron el camino solos. Vizconllum les había traicionado por querer recuperar el Anillo, mas les seguía de cerca…”
-Fin del segundo libro –dijo Galethe cerrando el manuscrito y creyendo dar por concluido el segundo cuentacuentos. -Ya que estamos, terminamos el tercero, ¿no? –propuso Grell. -Es el más largo… -informó Galethe que no quería seguir contando más cuentos. -Ya estoy mejor, Galethe. Terminemos la historia –dijo su primo con cierto tono de venganza en su voz. -En buena hora robé el manuscrito este…
- Extras 4:
12. Su Mayordomo, Héroe
“Después de la batalla de Herm, nuestros héroes del Oeste se adentraron en el Bosque Verde rumbo hacia la Torre de Lauman. Cuál sería su sorpresa al encontrarse allí a Finny, Brady y Mey quienes con la ayuda de las criaturas del bosque había conquistado la Torre.” -Esto… ¿Lo habéis hecho vosotros? –preguntó Galetherwen, asombrado. -Sí, quisimos ayudaros y decidimos atacar la Torre. -Por una vez vuestras habilidades de destrucción sirven de algo –comentó Sebastiandalf para sí. -Eh, si, bueno… Lauman huyó con Ran-Mao… -Demasiado bueno para ser verdad… En fin, buen trabajo. -¿Algún plan, Sebastiandalf? –preguntó Brady. -Sí, viajaremos hacia el Este, donde está Ciel. Hay que ayudarle en todo lo posible para que pueda destruir el Anillo. -¡Sí, señor! –gritaron los tres medianos. “Antes de ponerse en marcha, Finny encontró algo entre las ruinas: una pipa de opio. Al verla, Sebastiandalf pensó que sería peligroso y la guardó en un lugar seguro. Acto seguido volvían a Herm, donde el príncipe, Agnimer y Lizzywyn aguardaban su regreso”. -Hay que emprender la marcha hacia Londor. Las tropas de Ma`amuron se dirigirán hacia allí… -Para qué ayudar a aquellos que no nos ayudaron –saltó el príncipe-. Londor no estuvo cuando mi pueblo peregrinó a Herm, Londor no estuvo cuando nos asaltaron los trasgos, Londor no estuvo cuando Lauman asedió Herm… No se merece nuestra ayuda.
Grell: -Espera… ¿Los trasgos nos asaltaron? Galethe: -Sí, bueno, también me comí esa parte. Durante el camino os asaltan unos trasgos que quieren daros muerte pero los derrotáis y conseguís llegar a salvo a Herm. Ciel: -Galethe, si no te hubieras comido esas partes, habríamos reservado el tercer libro para mañana. Galethe: -Je… Lo dudo… Seguimos.
“El príncipe se negaba a prestar ayuda a sus compatriotas Humanos a pesar de las insistencias de Sebastiandalf y los demás. Así, el mago decidió partir rumbo a Londor junto con Finny, que aquella noche había fumado de la pipa de Lauman y había tenido una visión” -Había un árbol… Un árbol blanco… Estaba en llamas. -Era el Árbol Blanco, símbolo del Reino de los Hombres. Antaño se secó y hoy día se mantiene la esperanza de que vuelva a florecer. Es un símbolo de que, a pesar de que la oscuridad reine por mucho tiempo, siempre cabe esperanza de que la luz abra paso a un nuevo día. “Mientras, Grellim, Galetherwen y Willas esperarían con el pueblo del príncipe la señal de Sebastiandalf.” -No sé quién es más cabezota si el padrino o el príncipe. Mandaremos una señal en unos días. Estad atentos de las almenaras… “Tras varios días a caballo, Sebastiandalf y Finny llegaron a Londor donde pidieron audiencia con el Enterrador.” -Salve, padrino el Enterrador. Porto nuevas del Oeste y también consejo. –dijo el mago una vez llegaron ante el Enterrador. -Hola, hola. Ya que vienes del Oeste, quizá podrías explicarme esto… El enterrador les enseñó el cuerno de Aberlinemir. -Mi hijo mayor… Mi amado hijo… Ha muerto. Y no he podido enterrarlo porque unos locos lo pusieron en una barca y lo soltaron río abajo. “Sebastiandalf quería darle con la vara al Enterrador pero Finny se le adelantó.” -Murió defendiéndonos. A mí y a mi gente. Dicen que un hombre poderoso puede hallar la muerte por una flecha y Aberlinemir recibió muchas. No soy mucho, señor, pero quisiera servirle… -Basta, Finnian –lo interrumpió Sebastiandalf dándole con la vara-. Señor, las hordas de Rojor se aproximan. Debéis prepararos para el combate. -De eso nada. Si vienen será una masacre y podré recolectar almas… -Pero es que esta gente solo piensa en lo mismo –masculló el Mago. “Indignado ante la insensatez del Enterrador, Sebastiandalf dio comienzo a su plan: Finny subiría a la almenara de Londor y le prendería fuego. Así los refuerzos del Oeste acudirían en auxilio de Londor. Una a una las diversas almenaras que conectaban Londor con India fueron incendiándose hasta que le mensaje llegó a oídos del príncipe.” -Esto… ¿Qué significan esas antorchas de las montañas? –le preguntó Grellim a Agnimer. -¡Majestad, las almenaras arden! Londor pide auxilio. -E India responderá –dijo el príncipe-. Agnimer, quiero a todo hombre joven y fuerte que puedas reclutar en dos días. Al tercero iremos a la guerra. “Herm se puso en marcha enseguida. Todos los hombres del Oeste partieron a la batalla, excepto Brady que no contó con el apoyo del príncipe” -Vuestro papel en este cuento ha terminado, amigo mío. Vuelve a casa. “El Mediano lloró amargamente el rechazo del príncipe, pero hubo alguien que también planeaba ir a la batalla” -Cabalgad conmigo –dijo Meywyn, vestida de hombre. -Sí, mi señora –dijo Brady. “Dos días de marcha reclutando hombres a sus filas hasta que al tercero llegaron al Reino de los Hombres, donde hicieron un alto para esperar a las tropas reclutadas por Agnimer. Mientras, en Londor sufrían el asedio de las fuerzas de Ma`amuron. El Enterrador se despreocupó del asunto por lo que fue menester de Sebastiandalf capitanear a los hombres de la ciudad.” -¡Tirad las escalas…! ¡A los trasgos, no! ¡Matad a los troles! ¡Sois guerreros de Londor! ¡Sea lo que sea que atraviese esas puertas, lo enfrentaréis! “La resistencia de Londor no era suficiente para detener a las fuerzas de trasgos.”
Sebastian: -Quizá si la narradora me dejara emplear mis poderes… Galethe: -Eh, no. Acabarías tú solo con el ejército y Ciel y Sebas todavía tienen que entrar en Rojor.
“Desesperados por tomar la ciudad blanca, los trasgos llevaron ante las sólidas puertas de Londor un enorme ariete con cabeza de lobo. Al ver semejante mosntruosidad acercándose, el corazón del Mago Blanco se detuvo. Si aquello derribaba las puertas de Londor, estarían perdidos. Mientras en el Este tenía lugar la defensa de la Ciudad Blanca, Ciel y Sebas eludían las defensas de Rojor, acercándose cada vez más a su destino final: el Volcán.” -¿Cómo pasaremos desapercibidos entre todos esos trasgos? -Señor Ciel, pongámonos estas armaduras y mezclémonos con ellos. -¿De dónde las has sacado? -Estaban ahí tiradas, señor. “Sebas y Ciel se pusieron las armaduras y bajaron las lomas de ceniza hasta llegar al campamento enemigo.” -Sebas agáchate. -¿Por qué, señor? -¡Porque mides metro ochenta y estos bichos no pasan del metro veinte. -Oh, entiendo… “Sebas tuvo que andar a partir de entonces de cuclillas. La misión era bastante arriesgada. Si les descubrían se quedarían el Anillo y no tenían el viento a su favor.” -Agh… -Señor Ciel… -Es el Anillo… Cada vez pesa más… -Señor, permítame llevarlo un rato. “Aquellas palabras resonaron en la mente del Mediano quien, movido por la ira y la avaricia rechazó la oferta de Sebas.” -¡El anillo es mío! “De vuelta al campo de batalla, los refuerzos del príncipe socorrieron a Londor, que empezaba a agonizar y en las llanuras de los Campos Pelados se libró una cruenta batalla por el Reino de los Hombres.” -Manteneos firmes, hombres del Oeste. Se quebrarán las lanzas y escudos pero restará la espada. Rojo será el día hasta el nacer del Sol. ¡Adelante! “Los jinetes del príncipe se lanzaron al fragor del combate, rompiendo las filas enemigas. Los trasgos tenían ahora dos frentes abiertos: Londor y los refuerzos del Oeste. Durante la batalla, Galetherwen, acompañada de Willas y Grellim se adentró en las montañas done antaño un numeroso ejército desertó y fueron condenados por el anterior rey. Ahora tenían que saldar sus cuentas con Londor.” -Ay… Este sitio da mucho miedo… -dijo Grellim cuando estuvieron frente a la puerta del reino de los muertos. -No le temo a la muerte –dijo Galetherwen entrando en la caverna, seguida de Willas. Grellim se quedó atrás, indeciso y asustado. -Esto es increíble, me han dejado solo… ¡Esperadme!
Galethe: -¡Grell! Tu frase era muy épica. ¡Dila! Grell: -Vale, vale. Que un Elfo se adentre en las profundidades de la montaña y un Enano se quede atrás… ¡Jamás contarán esa cobardía por mi parte! ¿Contenta? Galethe: -Sí, mucho.
“Galetherwen portaba la espada del heredero al trono, distintivo de todo rey. Y tan solo el rey de Londor podía liberar a los muertos.” -¡Servidme y os liberaré de esta vida en muerte! -Chicos, la caverna se viene abajo… “Los muertos desaparecieron y nuestros héroes tuvieron que escapar de la caverna. Para cuando salieron era tarde. Los barcos enemigos navegaban río abajo hacia Londor. Era el fin.” -Bueno, todavía podemos hacer algo… ¡Uaahh! “El rey de los muertos apareció al lado de Grellim para confirmarle a su rey que irían a la guerra.” -Lucharemos. “Gracias a los refuerzos de Galetherwen, Londor se salvó de una muerte casi segura, pero la historia no acababa ahí.” -¡Basy! Cuánto tiempo sin verte… Tres días luchando en un asedio y yo en una caravana con estos… ¡Abrázame! -Este ha sido un duro golpe para el enemigo –dijo Sebastiandalf agachándose y eludiendo a Grellim-. Sin duda Ma`amuron querrá vengarse. No rechazaría un combate en campo abierto. -¡Basy! Hazme caso (Grell, ajústate a tu papel y deja de interrumpir) “Sebastiandalf golpeó a Grellim en la cabeza para que se callara” -¿Quién te crees que eres? ¿El Tío la Vara*? –se quejó el Enano-. Y dale… ¡Que no me llames eso! *personaje de comedia que parodia a un hombre rural de la España interior, que en realidad es un justiciero que alecciona con una vara de madera. “El ojo rojo tenía que mirar hacia otra parte si querían que Ciel destruyera el Anillo. Así pues, los últimos Hombres vivos que quedaban se presentaron ante la Puerta de Rojor para darle más tiempo a Ciel. La muerte era segura y las probabilidades de sobrevivir escasas por no decir nulas.” -Jamás pensé que moriría al lado de un Elfo. -¿Tampoco que morirías junto a tu superior? -¡Will! Al menos moriré al lado de Basy… -No, el viaje no acaba aquí –rió Sebastiandalf-. La muerte es solo otro camino que tenemos que recorrer todos. Yo lo recorrí en su momento. El velo gris se levanta y todo se convierte en plateado cristal… -¿Y qué más Basy? -¡A las armas! –exclamó el Mago al ver que la Puerta Roja se abría. “Grellim empezó a patalear como una colegiala y maldijo a los ejércitos de trasgos. Mientras les rodeaban, Galetherwen alentaba a los suyos.” -Hombres de Londor y de India, mis hermanos. Veo en vuestro ojos el mismo miedo que encogería mi corazón. Podría llegar el día en que el valor de los Hombres decayera y olvidáramos nuestros lazos de hermandad, pero hoy no es ese día. Hoy lucharemos por todo lo que amáis en este mundo. “El ojo rojo estaba puesto en la Puerta Roja. Ciel tenía el camino libre mas la carga era cada vez más pesada.” -Sebas… No puedo, no puedo más… -Señor, no podré cargar con el Anillo, pero sí con usted. “Sebas tomó a Ciel en brazos y subió hasta adentrarse dentro del volcán. Una vez allí, Ciel solo tenía que tirar el Anillo.” -Adelante, señor. Arrójelo al fuego. Solo tiene que soltarlo… -No, Sebas. El anillo es mío. -Señor, no hemos llegado tan lejos para que sea engañado por las fuerzas del mal –dijo Sebas agarrando el Anillo con dos dedos e impidiendo así que Ciel se lo pusiera. -¡Maldito! ¡Dámelo, es mío! “Tras una roca apareció Vizconllum, quien saltó sobre la pareja, haciendo que perdieran el equilibrio y cayeran al suelo. Por desgracia Vizonllum cayó al fuego junto con el Anillo… Ciel y Sebas escaparon de allí y en su agonía, la lava del volcán empezó a rodearles. -Una manera bonita de morir –comentó Sebas sentándose en el suelo. -¿Bonita? -Sí, cumplir una misión, realizar un viaje tan largo, madurar, salvar el mundo y a tus amigos… No me importaría morir. -Sebas, ¿recuerdas la Villa? ¿Qué estación será? ¿Primavera? ¿Verano? ¿Habrá empezado ya la festividad anual? -Señor, si le soy sincero, me asignaron este papel a mitad del camino. No sé qué es la Villa ni nada de ella (Sebastian, invéntatelo aunque sea, por favor). -¿Qué me dices de Rossy? Si volvemos, ¿te casarás con ella? “Sebas meditó la pregunta.” -Sin dudarlo.
Grell: ¡¡¿Quuuuuuééééééééé?!! ¡No me esperaba esto de ti, Basy! Galethe: Grell, es un cuento, no es real. Grell: Aun así, Basy ha dicho que prefiere a esa Rossy. ¡Qué disgusto tengo, madre! Galethe: El disgusto es tuyo, no nuestro. Seguimos… Grell: ¡Oye, niña!
“En su agonía, Sebas y Ciel fueron rescatados por las Aves. Gracias a que habían destruido el anillo, las hordas de trasgos huían despavoridas, como si hubieran despertado de un largo letargo y no supieran qué hacer. En su huida, eran devoradas por la tierra. El mal había desparecido de Media Tierra. La misión de nuestros héroes había concluido. La Hermandad se separaba aquí. El príncipe volvió junto con Agnimer y Meywyn a India. Galetherwen fue nombrada reina de los Hombres y los Medianos volvieron a la Villa. Hacía casi un año que no veían su hogar y después de tanto tiempo era normal que hubiera cambiado, pero lo que encontraron fue desolador… Tras la huida de Lauman y Ran-Mao, éstos fueron al Oeste y se hicieron con la Villa enseguida. Al carecer de armamentos, los Medianos no pudieron defenderse, sucumbiendo con facilidad ante el Mago Oscuro.” -Vaya, vaya. Esto está hecho un desastre –comentó Sebas al ver el desolador paraje de la Villa, antaño verde, ahora negro ceniza. -¡Sebas, es una orden! Mata a Lauman y Ran-mao. -Sí, mi señor. “Aunque Ciel hizo trampa, liberó a la Villa del tormento de Lauman. Meses más tarde, Ciel partía a los Puertos junto con su tío y Sebastiandalf para emprender un último viaje. Allí estaban sus amigos Medianos para despedirle junto con El Enterrador.”
Enterrador: -Me apetece hacer un crucero… Galethe: -Eh, abuelo. Es una metáfora. Se van a morir. ¡No van a volver! Enterrador: -Bueno, qué le vamos a hacer… Mientras me hagan reír… Galethe: -Sigh…
“Los Medianos lloraron al saber que no volverían a ver a Ciel nunca más en aquella vida. Antes de marcharse, Ciel le entregó a Sebas un grueso tomo: “Partida y regreso” y “El Mayordomo de los Anillos”, ambos libros escritos por tío y sobrino. -Quiero que lo tengas. Que nuestras hazañas no caigan en el olvido. -Cuidaré de él con mi vida, señor. -Es hora de partir, Ciel –dijo Sebastiandalf acercándose-. No diré no lloréis. No todas las lágrimas son amargas. “El mediano junto con el Mago subieron a los barcos y partieron, dejando en tierra a sus amigos. Al menos ya no había nada que temer. Estaban en casa.”
Galethe cerró el manuscrito con fuerza y suspiró ampliamente. -Fin… ¡Aleluya! -No me acaba de convencer este libro –dijo Ciel-. ¿Lo iban a publicar? -Eso parece… -¿Y qué papel me ha tocado? –se quejó Grell-. ¿No había otro más acorde con mi persona? -Sí, tenía que haberte dado el papel de la novia de Sebastargon –estalló Galethe, desatando la bestia que había dentro de Grell. -¡Oh, sí! Basy, somos pareja, dame un besito… -¡Aparta! -Yo no le veo futuro a esto. Ni publicarlo, ni película ni nada. Es más, dudo mucho que aguante hasta el siglo que viene… -comentó Galethe tirando el manuscrito al suelo.
Años más tarde sería reescrito y mejorado por Tolkuem, uno de los mejores Guardianes de la Orden y escritor aficionado que recibió el libro de manos de Galethe.
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| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Dom Ago 25, 2013 4:40 pm | |
| Epicos capitulos sin duda, me rei mucho
gracias por publicar y espero el siguiente
Nos leemos | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Lun Ago 26, 2013 4:31 pm | |
| ¡Arigato gozaimas! La verdad es que se nos ocurrieron muchas versiones y tardamos en ponernos de acuerdo; y he aquí el resultado. Pues continuamos con el argumento principal. Este fic se me ocurrió mientras veía los créditos finales de la primera temporada... ¡por la música! Sí, se me ocurrió escuchando "Lacrimosa". ¡Enjoy! - Spoiler:
13. Su Mayordomo, Desobedece
Era un día triste para Ciel. Hacía meses que no vestía de negro. Hacía meses que no asistía a un funeral. La última vez fue por sus padres. Esta vez era por su prima, Galethe. Mientras Sebastian le ajustaba la corbata, el conde no pudo reprimir el darle una bofetada al mayordomo. Sebastian no mostró queja alguna y siguió vistiendo a su señor. -La culpa es tuya, Sebastian… -lloró el conde-. Si me hubieras obedecido… Galethe… -Era inevitable, señor. Yo sabía que Galethe iba a protegerle con su cuerpo así que… *Zas* Ciel le propinó otra bofetada. Incapaz de aguantar las lágrimas, Ciel liberó su pesada carga. Sebastian le abrazó tratando de consolarlo. -Todos los humanos mueren algún día, señor. -Galethe…
Días atrás, empezó todo. Galethe se había reunido con su primo para contarle los últimos descubrimientos hechos en Francia. -Me he dado cuenta de que, aun siendo descendiente de Santiago, este fue humano en su día y, por lo tanto, tiene sus orígenes y raíces en Francia. De Francia damos el tremendo salto al Imperio Árabe hasta perderse en los primeros siglos antes de Jesucristo, donde tengo raíces en la Italia romana. Ahí ya he perdido todo rastro. No sé cuál puede ser el siguiente paso. -Entiendo. Aun así, has ampliado tu árbol genealógico. Estoy impresionado, Galethe. -Gracias, Ciel. Pues lo que te tengo que contar ahora te gustará más. Mis raíces italianas hablan de la confrontación entre dos familias: la mía, que defendía el reinado de Augusto como Emperador; y otra, que estaba en contra. Adivina qué familia es. Ciel no respondió ya que las posibilidades eran infinitas. -Los Ferro –respondió Galethe. Ciel y Sebastian dieron un respingo. -Entonces, vas a saldar cuentas con ellos, ¿no? –dijo Ciel. Galethe asintió con la cabeza. Se la veía emocionada ante la idea de dar caza a los Ferro. -Son una familia muy poderosa. ¿Cree en serio que podrás con ellos? –le preguntó Ciel, dudoso de las capacidades de su prima a pesar de su alto cargo en el Cielo. -Tengo a mis Guardianes y la gracia de Dios. No tengo nada que temer. Sin embargo, si quieres verte involucrado, Ciel, no te detendré. Tú también tienes asuntos pendientes con ellos. Un secuestro, un intento de asesinato… Además de que tienen cargos por tráfico de drogas. Eliminarlos del mapa es la mejor opción que tenemos. Ciel guardó silencio, pensativo. Era la misión de su prima, pero si podía dar muerte al cabeza de familia, no se iba a negar. -Lo siento, Galethe. Es tu misión. Sé que podrás sola con ello. Además, sería un estorbo… -Como veas. Tienes hasta mañana a las seis. Después nos movilizaremos toda la Orden e iremos a por ellos. Galethe se levantó de su asiento y se marchó. Ciel todavía tenía tiempo para pensarlo mejor. -¿Va a ir, señor? -No creo. Que vaya Galethe lo entiendo, pero yo… -Ciel volvió a centrarse en el periódico-. Además, así me librará de otro quebradero de cabeza. -Como desee, señor. Tiene tiempo si quiere replanteárselo. El resto del día lo pasó Ciel pensando en si debía ir con su prima o no. A la hora de irse a la cama, tuvo una idea: iría a despedirse al menos.
A la mañana siguiente, Ciel fue a las seis a la Mansión de Galethe. Todos los Guardianes que estaban en Inglaterra estaban esperando en el jardín, charlando entre ellos o poniendo a punto sus equipos. Cuando el carruaje se detuvo, Galethe fue al encuentro de Ciel y Sebastian. -¡Sabía que vendrías! –dijo tras su máscara. -Galethe, vengo a… -Ah, sí, se me olvidaba. Galethe chasqueó los dedos y dos subordinados se presentaron llevando entre las manos dos equipos de Guardianes, uno para Ciel y otro para Sebastian. -Eh, ¿qué es esto? –saltó el conde tomando el uniforme. -Vuestro equipo. No pensarías ir como un conde, ¿no? Los hice a medida, seguro que os quedan bien. Después de vestiros, debeís ir al arsenal y amaros a vuestro gusto. Tenéis todavía tiempo hasta las ocho, tomáoslo con calma. -¡¿Las ocho?! –Ciel había sido engañado nuevamente. Galethe le había citado con antelación a su primo para ver si conseguía convencerle y, si un caso aceptaba, que uviera tiempo para prepararse. Ciel y Sebastian fueron a la mansión para cambiarse y elegir armamento. Mientras que Sebastian optó por cuchillos arrojadizos, Ciel dudaba de qué arma escoger de entre un amplio abanico de posibilidades. Desde espadas y hachas, pasando por trabucos y arcabuces, hasta bombas y venenos de todo tipo. -Señor, elija una pistola –le aconsejó su mayordomo tendiéndole una fantástica pistola automática. -¿No será demasiado…? –preguntó cogiendo el arma. -Si las tienen es porque las usan. No irá a escoger una espada o un hacha solo por querer encajar, ¿verdad? Ciel se ruborizó y aceptó la pistola y munición. Segundos después entraba Galethe para armarse. -¿Sólo escogéis un arma? ¡Elegid cuantas queráis! –los animó con su característica euforia. La joven vació la sección de cuchillos arrojadizos, tomó una ballesta y varias flechas, balas para su pistola del antebrazo y dudaba entre una alabarda o una espada. Al final se decantó por la alabarda. Ciel y Sebastian se quedaron de piedra al verla con la enorme arma. -Me encantan las alabardas –comentó mirándola con orgullo-. Son tres armas en una: pincha, corta y pica. Tras una breve demostración que dejó aún más atónitos a los dos hombres, Galethe se marchó. -Cuando estéis, salid al jardín. El mayordomo y el amo seguían de piedra al ver que la chica, ni corta ni perezosa, se había armado bastante. -Tomaré una espada por si acaso… -Sí, señor. Yo optaré por alguna bomba… Cuando terminaron de armarse, Ciel y Sebastian se reunieron con los demás Guardianes. A continuación Galethe les comentó las instrucciones. -Nuestro objetivo es simple: entrar en la casa de los Ferro y dar muerte a quien yo diga. No consentiré la muerte de inocentes. Estáis avisados. Si se activa la alerta y todos los guardias de los Ferro vienen a nuestro encuentro se activa el mandato 21, es decir, la misión se convierte en batalla y vuestro objetivo pasa a ser vuestra supervivencia y la de los demás Guardianes. Con todo esto, caballeros, vamos a cazar mafiosos. Guardianes, os ata un juramento, dadle cumplimiento. Los Guardianes se dispersaron a todo correr, dejando a los nuevos, Ciel y Sebastian, atrás. Galethe se quedó con ellos. -Sí, se me olvidaba. Solemos ir corriendo. La Mansión Ferro está en esa dirección a unos cuantos kilómetros –señaló al oeste-. Nos vemos allí. Galethe se fue corriendo como alma que lleva el diablo hasta que la perdieron de vista. Una vez solos, Sebastian le pidió permiso a su amo para llevarle corriendo hasta su destino. Sebastian se detuvo cerca de la Mansión Ferro. Allí, un grupo cercano de Guardianes les llamó para que se escondieran tras unos arbustos. -Esperaremos la señal de la Maestra –les dijo un Guardián en un susurro. Pasaron los minutos y no había señal alguna hasta que… -¡La señal, ahora! Los Guardianes salieron de sus escondites y dieron muerte a los centinelas. Acto seguido volvieron a ocultarse. -Son buenos… -comentó Sebastian. -Sebastian, llévame hasta la cúpula. -Sí, señor. Sebastian tomó en brazos a Ciel y lo llevó con el resto de Guardianes a los tejados de la mansión. Mientras esperaban nuevas órdenes, vieron pasar a un grupo de mercenarios de los Ferro. -Han matado a diez de los nuestros. Planean atacarnos. -Avisa al jefe. Yo replegaré al resto… -Me da que sí va a ver mandato 21 –comentó un Guardián desde su escondite. La siguiente señal no se hizo esperar. Tenían que matar al mercenario que desplegaría a los demás hombres para evitar que el mandato 21 se activara. Sebastian se encargó de ello lanzándole un cuchillo al hombre, dándole justo en la nuca. -Buen tiro, amigo –lo felicitó un Guardián antes de pasar a otra posición. Los Guardianes seguían avanzando y Ciel se preocupaba por su prima. -¿Dónde está Galethe? –le preguntó a un Guardián. -¿La maestra? Supongo que en la parte de atrás. Espera a que entremos en la Mansión y nos dé nuevas órdenes. Y así fue. Despejado el campo, los Guardianes pudieron entrar en la mansión, donde Galethe dio nuevas órdenes. -Que todo el que pueda se disfrace de mercenario y ocupe su puesto. No levantaremos sospechas y en caso de que así sea los podremos matar con mayor facilidad. Ciel, Sebastian, venid conmigo. Galethe se fue con su primo y el mayordomo hasta el despacho del cabeza de familia. Para no levantar sospechas tuvieron que ir por los tejados, donde había algún que otro centinela, que fue asesinado bien por Sebastian bien por Galethe. Una vez estuvieron debajo de la ventana del jefe, Galethe ató una cuerda a un saliente, se ató el otro extremo a la cintura y se dejó caer de manera que rompió el cristal de la ventana y entró en la habitación. Sebastian y Ciel fueron detrás solo que sin cuerda. Allí vieron cómo Galethe luchaba contra el cabeza de los Ferro. -¡Es mío, vosotros cubridme! Segundos después llegaban refuerzos para auxiliar al jefe. Sebastian los mataba con facilidad mientras que Ciel estaba detrás suyo, pistola en mano, incapaz de hacer gran cosa. Por fin se oyó un grito desgarrador. Ferro había muerto. -Requiescat in pace –dijo la chica cerrándoles los ojos. En un momento de descuido, Sebastian bajó la guardia y los hombres de Ferro aprovecharon para dispararles. -¡Ciel, cuidado! Galethe se interpuso entre su primo y las balas, pero no fue eso lo que la mató. Gracias a su armadura, Galethe pudo evitar las balas. -¿Estás bien? –le preguntó a su primo agarrándolo por los hombros. El hombre de confianza de Ferro aprovechó el desconcierto para clavarle la espada de su familia a la joven, que solo pudo darse la vuelta y desenvainar. -Esto es por mi señor. Instantes después moría a manos de Sebastian. Galethe se extrajo la espada de su cuerpo y cayó como un peso muerto al suelo. -¡Galethe! –Ciel fue a su lado. Galethe sangraba en abundancia, no tenía salvación. -En cuanto rechacé la oferta de la inmortalidad… Supe que solo me quedaría la muerte. Qué irónico… -Galethe sonreía-. Ciel, ahora tú estás al mando –añadió a duras penas entregándole su máscara de bronce-. Guíalos… construye un mundo mejor. -¡No, Galethe! Aguanta… -El mundo llora mi muerte mientras yo me regodeo –fueron sus últimas palabras-. Requies… Galethe cayó sin vida delante de su primo, quien no acababa de creerlo. Ciel se abrazó al cuerpo de su prima y lloró su muerte no sin antes cerrarle los ojos y pronunciar las palabras que solían decir los Guardianes a sus víctimas. -Requiescat in pace, Galethe. Se bastian se situó a su lado, insensible y frío. Ciel no le hizo el menor caso; seguía abrazado al cadáver de su prima, llorando amargamente su marcha. Los Guardianes supieron la noticia poco después, cuando los encontraron. El más afectado aparte de Ciel fue un Guardián concreto: Henry Scott, que no se separó de Galethe en ningún momento. Es más, ayudó al Enterrador a embalsamar el cuerpo. Como shinigami de la familia Moonwood desde hacía tres generaciones, el Enterrador se ofreció a preparar y a enterrar a su nieta y ahijada. Al día siguiente de su muerte, se celebró una misa en honor al Maestro Guardián y se veló su cuerpo en la capilla de los Moonwood. El segundo día fue embalsamada con ayuda del Enterrador y Henry, quien sabía cómo quería que fuera enterrada. -Preciosa en vida y aún más en muerte –comentó El Enterrador haciendo los últimos retoques-. Por cierto, ¿de verdad quieres que le ponga esto? –preguntó sosteniendo un amuleto pagano. -Sí –rió el Guardián-. Dijo que era un símbolo. Para que nunca olvidara su pasado pagano antes de saber la verdad. Antes de abrir los ojos a Dios. -Entiendo… -el Enterrador le colocó el amuleto entre las manos, que aferraban la espada de la familia Moonwood-. Está lista. Entre los dos pusieron una campana de cristal sobre el ataúd en el que descansaba, para evitar que el cuerpo se descompusiera antes de ser enterrado al día siguiente. -No llegaste a pedírselo, ¿verdad? –dijo el Enterrador al joven una vez terminado el trabajo. -Mi amor… A pesar de nuestras diferencias al principio… No, nunca llegué a pedirle que se casar conmigo. Tampoco le dije nada de mi verdadera naturaleza. -Así que ha muerto creyendo que eres humano, ¿no? -Sí… Bendita ignorancia… Al anochecer del segundo día se procedió a su entierro. Los Guardianes, con las capuchas puestas, hicieron una procesión que iba desde la capilla de la Mansión Moonwood hasta el Panteón donde descansaría eternamente Galethe. Todos los presentes portaban velas púrpura, algunas de las cuales se apagaron debido a las lágrimas, mientras entonaban un canto fúnebre. Ciel y Sebastian también llevaban velas y no se separaron en ningún momento del cadáver. Ciel llevaba en la otra mano la máscara de bronce que le había dado su prima, mientras que Sebastian tenía su mano libre posada en el hombro de su amo, a modo de consuelo. En cuanto llegaron ante las puertas del Panteón era medianoche. Daba comienzo el tercer día de la muerte de Galethe. Ciel y Henry lloraron un poco más antes de despedirse para siempre de una persona muy importante para ellos. A su lado, el Enterrador esperaba para enterrar a su ahijada y su nieta. -¿Ya? –preguntó al cabo de un rato. -Sí, no la hagamos esperar –dijo Henry incorporándose junto con Ciel. El Enterrador iba a introducir el cuerpo en la cripta cuando una luz cegadora inundó el valle. La figura de la Luna empezó a hacerse más nítida a medida que avanzaba. Los Guardianes se arrodillaron ante su representación humana una vez estuvo en tierra. Mun no dirigió la palabra a nadie, sino que se limitó a retirar la campana de cristal del ataúd y a coger un cuchillo arrojadizo del uniforme de su descendiente. Con el cuchillo se cortó un dedo y con su dorada sangre dibujó una luna menguante en la frente de Galethe y una estrella de cinco puntas en su barbilla. -Levanta, Galethe Moonwood. Todavía tienes un largo camino que andar –dijo la Luna. Como si de un milagro se tratara, Galethe abrió los ojos y volvió a respirar. Ante la atónita mirada de todos, la Maestra Guardián antes dada por muerta, resucitó. -Estoy… ¿Viva? –dijo mirando su cuerpo y moviendo los miembros, como si hiciera mucho tiempo que no los usaba. -¡Galethe! –el primero en abrazarla fue Henry Scott seguido del Enterrador y Ciel. -Tu misión aún no ha finalizado, Galethe –fueron las últimas palabras de Mun antes de volver a ascender a los Cielos. Galethe estaba apoyada en Henry y el Enterrador, todavía haciéndose a la idea de que volvía a estar viva. -Al igual que Jesucristo resucitó al tercer día por sacrificarse por su pueblo, yo también he resucitado al sacrificar mi vida por… -miró a Ciel con cariño. Tambaleándose un poco, Galethe se arrodilló ante Ciel. -Ya no tienes por qué preocuparte por esto –dijo tomando de sus manos la máscara de bronce, distintivo del Maestro Guardián-. Te libro de esta carga. Galethe se puso en pie y se marchó colina abajo aún con la máscara de la mano. -¡Galethe! –la llamó Henry-. ¿Adónde vas? -Mientras me quede aliento, lucharé por cambiar este mundo –fue su respuesta antes de ponerse la máscara de bronce. Tenía mucho trabajo por delante-. ¡Moveos! Todos los Guardianes vieron cómo su maestra se alejaba y algunos tuvieron el impulso de seguirla. En la colina solo quedaron Ciel, Sebastian, el Enterrador… Y Henry Scott. -Es dura de matar, ¿eh? –comentó el Enterrador entre risas. -Eh, tú –le dijo Ciel a Henry-. ¿Qué relación tienes con Galethe? -¿Relación? –Henry se ruborizó un poco-. Bueno, se podría decir que somos pareja. -¡¿Pareja?! –era la primera noticia que tenía Ciel-. ¿Desde cuándo? ¡Si os llevabais a matar! -Bueno, ¿recuerdas cómo nos conocimos? Pues verás…
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| | | Evangeline Reina de las letras
Cantidad de envíos : 70865 Localización : Anywhere Fecha de inscripción : 03/08/2011
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Lun Ago 26, 2013 7:08 pm | |
| Ok, me quede asi O.o cuando lei lo de la muerte, luego asi O.O con lo de Henry y despues asi ò.ó cuando ella resucitó
en todo caso me gusto y espero el siguiente capitulo, gracias por publicar y nos leemos | |
| | | Hwesta Duque
Cantidad de envíos : 1263 Edad : 31 Localización : Por ahí andaré Fecha de inscripción : 14/08/2013
| Tema: Re: Black Butler: Luna de Sangre Mar Ago 27, 2013 8:34 am | |
| Weeee, me alegro muchísimo. Y traigo buenas noticias: como ya terminamos de escribir el fic y se acerca el final a medida que publico (quedarán 5 fics o así) habíamos pensado en hacer la secuela y estamos ya trabajando en ello. Así que si hay aceptación cuando llegue el final, la publico en el foro ^^ - Spoiler:
14. Su Mayordomo, Árbitro
-Hacía mucho que había renunciado al amor. Tuve problemas en el pasado por su culpa, así que abandoné ese sentimiento que debilitaba los corazones. Mi primer amor surgió en una fiesta. Yo tenía catorce años y él diecisiete. Me engañó. En cuanto tuvo lo que quería me dejó de lado y no volvió a saber nada de mí. Ignoro cómo pude superarlo. Fueron dieciocho meses horribles hasta que lo superé. Entonces llegó otro hombre, un vizconde. Volví a enamorarme hasta que me di cuenta de que era peor que el anterior. Su mente estaba envenenada por sus locuras y barbaridades. Aquel “romance” no duró tanto como el anterior, pero dolió igual. Meses más tarde me enteré de que me había utilizado para acercarse a mi primo, Ciel. Por fortuna ya era Guardián por entonces. Recuerdo que una noche quiso asaltar la mansión Phantomhive. Pude detenerlo a tiempo, mas no se detuvo ahí la cosa. Mi primer amor también estaba en contra de los Phantomhive. A ese tristemente tuve que darle muerte. Al ver que no tenía éxito en el amor, renuncié a él y abracé el sacerdocio. ¿Quién me iba a decir que sería en esa misma Orden donde te encontraría, Henry?
8 de marzo de 1888 Una tarde de primavera, Galethe fue a visitar a su primo, que también había recibido la visita inesperada de Elizabeth. -Estábamos a punto de ir al jardín a tomar el té –comentó Lizzie-. ¡Vente con nosotros, Galethe! La joven se vio arrastrada por su eufórica prima, que no le dio ni un momento para responder. Mientras tomaban el té en el jardín, Galethe bromeaba con Lizzie en la hierba. El infantil comportamiento de ambas chicas irritaba al conde y a Galethe le encantaba chincharle. -Vamos, Ciel, únete a la fiesta –dijo tirándole de las mejillas, algo que el conde odiaba con toda su alma. -*Ejem* Buenas tardes. Disculpen la intromisión. Busco al maestro Guardián. ¿Es usted? Un joven delgado y apuesto, moreno de ojos verdes apareció de repente y empezó a hablarle a Ciel. El niño le echó una breve mirada y volvió a su taza de té. -Soy el dueño de la mansión Phantomhive y el cabeza de dicha familia, nada más. -El maestro Guardián soy yo –dijo Galethe desde la hierba. ……………… El joven se la quedó mirando, sin creer en sus palabras. -Imposible. Me han hablado de una eminencia. No te pareces en nada a la descripción que me dieron. -¡¿Perdona?! ¿Y quién se supone que te ha hablado de mí? ¿Tu mamá? -Un contacto –la cortó el extraño-. Por cierto, no tengo madre. Galethe tragó saliva al oírlo mas el joven seguía metiéndose con ella. -Bien, quisiera entrar en la Orden –exigió. -Eh… Es bastante largo el proceso. Tienes que rellenar esto y esto y esto –Galethe sacó de la nada un montón de folios y una pluma-. Tómate tu tiempo y dentro de dos semanas… -Ya está –dijo el chico tendiéndole la enorme pila de documentos ordenados, rellenados y firmados. Galethe se quedó de piedra. Sus discípulos solían tardar mínimo dos semanas para rellenar todo aquello. -Eh, eh… Vale, después tienes que pasar tres pruebas… -Adelante, pues –dijo el joven estirando sus músculos. Galethe empezaba a impacientarse ante aquella actitud. -Son duras. Una es de rapidez, otra de habilidad y otra de resistencia. Todas ellas con el maestro de rival para medir tus capacidades. -Créeme, soy el mejor de todos tus discípulos. No necesito que lo compruebes. -Serás… -la arrogancia del extraño empezaba a mosquear a Galethe-. Muy bien, pues que empiece la primera prueba. Me cambio y ahora vengo. -¿Cambiarte? ¿Tienes que ponerte otro vestido? –se burló el chico. Galethe le lanzó una mirada asesina. -La primera prueba consiste en escalar una montaña sin arnés, cuerda ni herramientas. Además, como Maestro tengo que llevar el uniforme. Galethe se fue de allí echando humo por la orejas. -Qué chica más rara… -comentó el extraño. -¿Quieres conocer al servicio de los Phantomhive? –le propuso Ciel.
Para la primera prueba, la de rapidez, tuvieron que trasladarse hasta una pared rocosa que había cerca de las Mansiones Phantomhive y Moonwood. La prueba, como ya explicó Galethe, consistiría en escalar la pared de piedra sin arnés, cuerda ni herramientas, solo manos, pies y fuerza. El juez y árbitro sería Sebastian a petición de Galethe. -Bien, prepárense. A mi señal pueden empezar a escalar. Galethe y el chico se pusieron en sus puestos y esperaron a que Sebastian diera el pistoletazo de salida. -Tres, dos, uno… ¡Ya! Los dos adolescentes corrieron hacia la pared de roca y empezaron a subir. Galethe subía con sorprendente facilidad y rapidez para su estatura. -Ja, se cree que puede ganarme… -masculló mientras subía. Galethe dejó de trepar al ver que el extraño iba más allá de la mitad de la pared. Le había superado, a ella, la Maestra Guardiana. Tras salir de su asombro, Galethe continuó subiendo. -¡¿Qué?! ¡Ni en broma! Galethe empezó a trepar como si le fuera la vida en ello hasta alcanzar a su rival. Quedaban pocos metros para llegar arriba cuando Galethe le dio alcance. -Ah, estabas aquí –se burló el chico. El maestro y el discípulo tocaron la parte superior de la pared al mismo tiempo. -¡Empate! –dijo Sebastian que estaba ya en la cima de la montaña-. Un rival a su medida, señorita Galethe, si me lo permite. Galethe fulminaba con la mirada a aquel chico. Su odio se acrecentaba con cada minuto que pasaba con él. -Bien, siguiente prueba –anunció Sebastian que empezaba a disfrutar de la competición. La segunda prueba, la de habilidad, consistía en un combate entre el Maestro y el discípulo. El discípulo tenía que ingeniárselas para derribar al Maestro. Se tenía en cuenta la destreza del alumno en combate y el tiempo empleado para tumbarlo. No había límite de armas. -Preparados, listos… ¡Ya! El chico era casi tan rápido como Sebastian y en cero coma se situó detrás de Galethe y casi la tumba si no fuera porque la chica se apoyó en una mano para recuperar el equilibrio. -Vaya, no sabía que eras tan buena… -¡Arrogante! ¡Si soy el maestro es por algo! –tronó la joven. -Ya, ya… Galethe desenvainó su espada y arremetió contra el chico que esquivaba las estocadas. «Sí que es ágil… Me recuerda a Sebastian» pensó Galethe mientras trataba de pinchar a su alumno. Una idea fugaz cruzó la mente de Galethe. Aquel chico… ¿No sería…? Sus ojos eran verdes, no rojos. Solo había una manera de descubrir si su alma era la de un demonio: quitándose el parche. La Mirada Celestial le revelaría la verdadera naturaleza de aquel chico. El joven aprovechó un despiste de Galethe para desenvainar su espada y empezar un duelo de espadas. El acero chocaba, las chispas saltaban; el combate estaba muy reñido. -Son bastante buenos –comentó Ciel, que observaba el espectáculo sentado en una silla. -Ciertamente, señor –añadió Sebastian, que de nuevo era el árbitro. En un momento dado, Galethe activó la pistola de su antebrazo. Una estridente explosión seguida de una nube de humo inundó el jardín de los Phantomhive. Ciel y Sebastian prestaron atención al rival de Galethe, que milagrosamente estaba ileso. -Eso es trampa –se quejó. -En un combate real no hay piedad. Galethe y el chico cayeron al suelo a la vez. De nuevo empate. -¡Empate! –sentenció Sebastian pero los dos jóvenes seguían pegándose en el suelo, envueltos en una nube de polvo y arena. -Ah… Decepcionante… -dijo Ciel levantándose de su asiento justo cuando un objeto misterioso procedente de la reyerta impactaba contra el respaldo-. Creo que no veré el siguiente combate. La tercera y última prueba, la de resistencia, consistía en introducirse en la piscina de los Phantomhive y recuperar tantos cofres como fuera posible. -¿Qué es esto? ¿La búsqueda del tesoro pirata? –preguntó el alumno con tono burlón. -La idea fue de mi comandante –explicó Galethe, con una mano en la frente, avergonzada-. Es descendiente de Henry Morgan*. *Famoso pirata del s. XVII conocido por no tener piedad con los prisioneros y por atacar y conquistar varios fuertes españoles en el Nuevo Mundo. -Bien, señor, cuando esté listo… -Henry se preparó para saltar a la piscina-. ¡Ya! El chico se lanzó de cabeza a la piscina dando comienzo a la prueba. Sebastian contaba los minutos que estaba bajo el agua para evitar que se ahogara. Pasó un minuto, no salió. Pasaron tres, seguía sin salir. -Ya lleva siete minutos ahí debajo –comentó Sebastian, preocupado-. Hay que sacarlo antes de que se ahogue. El mayordomo hizo ademán de tirarse pero Galethe no le dejó. -Y se creía el orgullo de la Corona… Una vez en el agua, Galethe buscó al chico por toda la piscina. Era grande, pero no tanto como para no poder verle o incluso estar más de siete minutos debajo del agua. El único inconveniente quizá fueran las algas… Limitaban el campo de visión bastante. De repente, la Guardiana sintió un duro golpe en la cabeza. Se habría dado sin querer con alguna estatua o con el borde. Lo peor fue que Galethe empezó a perder el sentido lentamente hasta que todo se volvió negro.
-¡Respira, maldita sea! -Hay que hacer algo… -¡Galethe, Galethe! Galethe empezó a volver en sí poco a poco. Cuando abrió los ojos estaba bocarriba al borde de la piscina con todos alrededor y el extraño chico besándola… -¿Ehhhh? Galethe le empujó y le dio una bofetada en un acto reflejo. -Encima de que te hago la respiración artificial –se quejó el chico llevándose una mano a la mejilla dolorida. Aquello detonó la bomba de relojería y Galethe y el alumno empezaron a discutir como un matrimonio. -¿Quién te ha pedido que me ayudes? -Bueno, si no llega a ser por mí, habrías muerto. -¿Dónde estabas? ¿Qué hacías para tardar siete minutos en subir? -Descubrí una cañería y me metí por ella. Luego aparecí en una cloaca con una obstrucción, la quité y volví justo para encontrarte cayendo al fondo de la piscina. -¡Estás loco! -Sí, me lo dicen mucho. Sebastian ayudó a Galethe a incorporarse y le pasó una toalla por los hombros. -Gracias por salvarla –dijo Ciel al chico. -De nada. Es lo que haría un caballero. -Cierto y por eso eres bienvenido –Galethe le tendió la mano y el joven se la quedó mirando-. ¡Que estás dentro de la Orden de los Guardianes, atontao! -Ah, ya lo sabía. Como puedes ver, era imposible que no me aceptaras… -Tienes el ego muy subido, ¿no? –comentó Galethe nuevamente enfadada. -Scott. -¿Eh? El chico sonrió de oreja a oreja y se reverenció ante Galethe. -Henry Scott, Maestra. A su servicio. -Henry… Bienvenido a la Orden.
-Sí, así fue como os conocisteis. Y os llevabais fatal. ¿Cómo acabasteis siendo pareja? De vuelta al presente, Henry estaba sentado en la hierba contándole todo a Ciel bajo la atenta mirada del Enterrador y el mayordomo. -Bueno, a pesar de nuestras diferencias, hicimos varias misiones juntos y… Supongo que surgiría el amor. -Ya… Hiciste que mi prima, cuyo corazón estaba roto por haber tenido falsos romances, volviera a creer en el amor. Estoy impresionado. Henry se sonrojó ante el cumplido. -Bueno, ahora que ha resucitado como Jesucristo, puede pedirle matrimonio, señor Scott –dijo Sebastian, sonriendo. -Sí… Me gustaría, pero… No sé si puedo. -¿Eh? ¿Por qué no ibas a poder? Henry intercambió una mirada con el Enterrador, que empezó a reírse. -Ah, ya, necesitas la aprobación del Enterrador, que es el padrino y abuelo de Galethe –dijo Ciel. -No, para nada –dijo Henry, desconcertado. -Mi permiso ya lo tiene. Galethe no va a encontrar a otro chico como él en su vida. La insolencia del Enterrador hizo que Sebastian y Ciel pusieran cara larga. -Soy un shinigami –escupió Henry-. Ese es mi mayor miedo. Ciel y Sebastian se quedaron anonadados. -¡¿Un shinigami?! –saltó el conde-. Pe-pe-pero… -No lo aparento porque no tengo gafas –rió Scott-. Eso es porque aún estoy en la Academia. En realidad me mandaron a unirme a la Orden para vigilar a los Guardianes. Galethe le robó a Grell su lista de defunciones y no se la ha devuelto todavía. Querían que me infiltrara y evitara que salvara demasiadas almas y recuperar la lista. Es más, Henry Scott no es mi verdadero nombre. Me dieron el seudónimo de Scott, pero preferí llamarme Henry. Tomé el nombre después de la tercera prueba. Sebastian rememoró aquella ridícula prueba. «La idea es de mi Comandante. Es descendiente de Henry Morgan» fueron las palabras de Galethe. -Y, ¿cómo es que te mandaron a ti? –preguntó Sebastian. -Lo hice yo –dijo el Enterrador-. Era el más cualificado. Si iban Grell o Will se notaría demasiado. Tenía que ser alguien joven, de la edad de Galethe, ya que alguien mayor levantaría sospechas. -Eso iba a decir. Galethe tiene entre sus filas a hombres y mujeres de entre 20 y 60 años –dijo Sebastian-. La edad no era impedimento. -No, claro que no, pero no es lo mismo que lo haga Henry a que lo haga Will. De todas formas, los jóvenes shinigami se toman la vida con más calma. Los adultos solo se preocupan por su trabajo. Aunque jamás llegué a pensar que podría surgir el amor entre ellos dos. Cuando un día viene Galethe diciéndome “Quisiera presentarte a alguien” ya empecé a sospechar. Cuál sería mi sorpresa al ver a Scott. -Y cuál sería mi sorpresa al verle a él –añadió Henry-. Y ya cuando dijo que era su abuelo se me cayó el alma a los pies. -Ya veo… ¿Podéis casaros de todas formas? –preguntó Ciel, interesado en el asunto. -En principio, sí. Ahora, hay que tener en cuenta la maldición de los Moonwood… Si es cierto, yo sería quien matara a Galethe y luego a mí mismo. -Un comportamiento que no suele verse en los shinigami –añadió el enterrador-. De todas formas, mientras seáis felices… -Eso sí, quería celebrar mi boda pronto. Según mi lista de defunciones va a pasar algo gordo dentro de poco. Ciel y Sebastian se miraron y preguntaron más al respecto. -No sé de qué se trata, pero dentro de unas semanas tendré que ir a Londres a recoger un montón de almas. -Sí, me han avisado y todo para que vaya –corroboró el Enterrador-. Están cortos de personal allí… -Y lo peor no es eso –añadió Scott con un nudo en la voz. -¿Qué es lo que ocurre? –inquirió Ciel. Scott alzó la mirada con los ojos llenos de lágrimas. -Galethe… Va a morir.
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