Sirvientes (capitulo 8: MeyRin, 2ª parte)

Ciel Phantomhive estaba frente a sus sirvientes. Nuevamente habían hecho un desastre monumental, de esos que le daban ganas de mandarlos a todos al otro mundo, y que Sebastian devorara sus almas en menos de un segundo.

Sentado en el escritorio de su despacho los observaba con esa mirada con la cual sus sirvientes querían esconderse debajo de una piedra y no salir hasta que al joven amo se le quitara el enojo. Pero allí estaban todos ellos de pie frente a Ciel. Con excepción de Tanaka, quien en una esquina bebía tranquilamente su té sin apenas ser consciente de lo que ocurría a su alrededor

- ¿Me pueden explicar que pasó esta vez? – preguntó Ciel de muy mal humor.

- ¡Es que queríamos arreglar el jardín para que el joven amo tomara allí el té!

- ¡Fue un accidente solo quería podar los rosales para que el joven amo tuviera una buena vista del lugar!

- ¡Quería preparar la comida al aire libre para que tuviera mejor disfrute!

Los tres sirvientes hablaban al mismo tiempo, apenas Ciel pudo entender lo que decían.

Al observarlos Ciel no podía creer que ellos fueran en realidad lo que eran. Parecían tres torpes sujetos cuyas educaciones dejaban mucho que desear, aun así sabía que Sebastian los había escogido por algo, y ese algo no era precisamente sus habilidades en las labores domésticas o de jardín, su verdadero trabajo era proteger la mansión. Más que a él, la mansión.

Y ahí estaban ellos, casi a punto de llorar cada uno, sintiéndose como pequeños insectos ante la presencia de su joven amo, quien no era más que un crío de 12 años, pero que con su sola presencia, y especialmente mirada los hacía temblar.

Tras él, como siempre, estaba su fiel mayordomo. Quien parecía un hermoso cuervo negro, siempre al asecho, siempre listo para borrar la existencia de cualquier cosa que estorbara a su joven amo. Si, el también les provocaba temor, pero aun así se sentían más cercanos a él que al niño que tenían por amo.

Observándolos allí, llorosos y temblorosos ante el castigo que podrían tener, escucharon la voz de Tanaka tras ellos.

- Joven amo, por favor, disculpe la torpeza de sus sirvientes, y la mía por no controlarlos como es debido – Tanaka parecía tener sus cinco sentidos en forma al hablar, y se acercaba con paso firme donde estaban los otros sirvientes. – Por favor no sea muy duro con nosotros, sus sirvientes – el anciano se inclinó un poco ante su joven amo, el último descendiente de la familia Phantomhive, tan parecido a su padre, a su abuela. Al verlo no podía evitar sentirse orgulloso de servirlo a él como cabeza de la familia que lo había acogido al llegar a Inglaterra.

Ciel lo observó con detenimiento. Hacía mucho que el anciano no se comportaba de esa manera. Fue en ese momento, al verlos allí a los cuatro de pie, que Ciel se preguntó como habrían sido sus vidas antes de que él naciera, o antes de siquiera conocerlo.

Sabía de donde Sebastian había sacado a los tres alegres tontos, e incluso algo de su pasado, nada claro, solo lo básico.

Y en cuanto a Tanaka, conocía al anciano desde que había nacido, pero nunca se había preguntado por qué tenían en su hogar un mayordomo japonés y como es que había llegado a parar allí… hasta ahora.

Tanaka caminaba por las calles de Kyoto a toda prisa. Era su segunda lección de inglés e iba atrasado porque se había entretenido demasiado en una discusión con su padre, quien no entendía la fascinación de su hijo por el mundo occidental.

Tanaka desde pequeño había sido un soñador. Había nacido en noviembre de 1818 en una de las habitaciones de la casa de sus padres, quienes además eran los dueños de un dojo, desde hacia generaciones, donde se practicaba el Koryu jiu-jitsu.

Había nacido durante el periodo Edo, o Era Tokugawa, cuando Japón estaba algo aislado de la influencia extranjera, el sakoku. El shogun Tokugara Ienari estaba en el poder. Durante comienzos del siglo XIX había un pequeño intercambio de cultura entre Japón y algunos holandeses e ingleses, pero en 1825 Ienari promulgó un edicto que impedía la entrada de naves extranjeras al país, a pesar que en 1824, cuando Tanaka tenía 6 años, se permitía la enseñanza de tecnología y medicina occidental, el rangaku o estudios holandeses encargados justamente a hombres de esta nacionalidad.

A pesar del sakoku, Tanaka había conocido algunas características de la cultura occidental. Gracias a los profesores occidentales que se encargaban del rangaku y su curiosidad natural el joven Tanaka terminó sintiendo una gran fascinación por otros idiomas y culturas, especialmente la inglesa, ya que de alguna manera sentía que Japón e Inglaterra tenían muchas cosas en común, como por ejemplo el hecho de ser ambos naciones islas.

A mediados de 1836, cuando Tanaka tenía 17 años se decidió finalmente a tomar clases de inglés, que una joven de 20 años se ofreció amablemente a enseñarle. Su nombre era Marie, mitad inglesa, mitad holandesa, hija de un médico holandés que enseñaba en Japón. Parecía ser una joven agradable, además de hermosa, de largos cabellos rubios y ojos azules que mantenían a Tanaka tan interesado en ella como en la clase.
Después de la primera clase de inglés su padre se había enterado de lo que estaba haciendo y no le pareció una buena idea. Para el padre de Tanaka lo más importante era el estudio de las artes marciales que se desarrollaban en su dojo, y sus planes a futuro incluían a Tanaka, su único hijo, como heredero de este arte y de su casa para continuarlo en el tiempo, y no veía con buenos ojos este interés por el extranjero. De alguna manera temía que eso lo alejaría de él.

Y ahora antes de salir a su segunda clase su padre lo había increpado de manera dura y a pesar del respeto que Tanaka sentía por él, lo había desafiado para continuar con sus clases, tanto por el idioma, como por Marie, quien lo tenía tan fascinado como los países con los que soñaba visitar.

Al llegar a la clase ya estaba de mejor humor solo con pensar que la vería. Era un joven respetuoso y tímido, pero aun así se sentía confiado con respecto a ella. También sabía que su padre jamás aprobaría una relación entre ambos, un matrimonio con una extranjera estaba definitivamente fuera de lugar. Se sonrojó visiblemente al pensar en matrimonio con Marie Vossen, sin duda alucinaba, apenas si la conocía hacia un par de meses y la conversación más larga que había tenido con ella había sido en su primera clase de inglés.

La puerta de la casa de la Srta. Vossen se abrió y la sirvienta lo hizo pasar. El saludó amablemente y esperó impaciente en la habitación que tenían designada para las clases. Cuando ella apareció con su sonrisa radiante, Tanaka olvidó definitivamente el altercado con su padre.

La clase comenzó como siempre y terminó de la misma manera. Intercalada con comentarios personales de parte de ambos, especialmente de la Srta. Vossen. Tanaka la oía y se interesaba cada vez más por ella.

Así pasaron seis meses en los que Tanaka tomaba sus clases dos veces a la semana. Dos veces que discutía con su padre por dedicarse a algo como eso cuando debería estar entrenando en el dojo para ser cada vez mejor. Pero Tanaka era el mejor estudiante de su padre sin importar que lo dejara dos tardes a la semana, ninguno de sus otros estudiantes lo podía superar, incluso había desarrollado nuevos movimientos que tenían a su padre cada vez más orgulloso. Si tan solo olvidara toda esa tontería de las clases de inglés, pensaba el padre.

- Cada vez lo haces mejor Tanaka, dominas casi por completo el idioma – le dijo Marie, una tarde, casi al finalizar la clase.

- Gracias señorita Marie – dijo Tanaka en perfecto inglés, inclinándose levemente.

- No tienes nada que agradecer, quizás después empecemos con el holandés.

- Para mí sería un verdadero placer.

Ella sonrió con coquetería.

- Entonces en un par de semanas más, sería divertido – dijo ella.

La sonrisa de la chica lo dejó completamente extasiado, en el fondo Tanaka era un romántico de corazón sensible.

Al cabo de dos semanas, Tanaka ilusionado aun por la posibilidad de seguir estudiando con Marie llegó a su clase como siempre, pero ella no lo esperaba con su sonrisa habitual, más bien se comportaba de manera fría y algo brusca.

- Lo siento Tanaka, pero ya no podré seguir dándote clases, me marcho a Inglaterra en unos días – dijo ella.

Tanaka la observó sorprendido, y también algo desilusionado.

- ¿Por qué se marcha del país? – preguntó él interesado.

- Las cosas ya no están bien, mi padre dice que hay rumores de que se suspenderá el rangaku y que ya no se les permitirá a los extranjeros enseñar aquí, por lo que debemos irnos, aunque mis padres volverán a Holanda, yo me iré a Inglaterra a pasar un tiempo con mi familia materna, no tengo nada que hacer Amsterdam.

- Lamento escuchar eso – dije Tanaka algo cabizbajo.

- Si, es lamentable, pero… no nos preocupemos de eso y mejor sigamos con nuestra última clase. – ella se sentó frente a Tanaka y comenzaron a hablar de cualquier tema, siempre en inglés.

Allí Tanaka supo al lugar donde iría Marie, con quienes se quedaría, nombres, todo. Al terminar esa, que sería su última velada juntos, Marie besó a Tanaka en la mejilla, de manera coqueta, pero sonrojándose de la misma manera que él.

- Espero que cuando viaje a Inglaterra tenga la cortesía de visitarme, Tanaka-san. – dijo ella como palabras de despedida, aunque solo lo decía por cortesía.

Pasó alrededor de un mes desde la última clase y Tanaka pasaba los días algo melancólico, realmente la extrañaba, creía estar enamorado y su padre lo veía con preocupación, ya que perdía concentración en los entrenamientos y sus movimientos se veían algo torpes. Era marzo de 1837.

Finalmente tuvieron una conversación acerca de las clases, de Marie y de posibles viajes al extranjero, donde el joven declaró su amor por la holandesa y su deseo de seguirla, lo cual terminó en una feroz pelea que hizo salir a Tanaka de casa de sus padres jurando jamás regresar, y que estaba harto de soportar que controlaran su vida, que era él quien quería tomar sus propias decisiones.

Apenas y se llevó lo puesto, sus ahorros, algunas libras, y un libro que le había regalado Marie. Vagó por la ciudad durante la noche, hasta que consiguió que una carreta lo llevara al puerto más cercano. Allí espero unos días para abordar un barco que zarpara hacia Inglaterra, estaba decidido a localizarla. Lamentablemente con el dinero que tenia no podría hacer mucho, por lo que decidió viajar como polizón, ya que no podía presentarse frente a la señorita Vossen sin un centavo, por lo que guardó sus ahorros. Además estaba decidido a trabajar en cuanto llegara y ahorrar lo suficiente para tener algo que ofrecerle.

Con esas ideas y sueños en su cabeza Tanaka se ocultó en la sección de carga del barco, alimentándose de las escasas provisiones que había conseguido, sabía que serian meses de viaje, pero consideraba que valía la pena el sacrificio por verla de nuevo.

Finalmente el barco atracó en el puerto de Londres. Cansado, más delgado y débil por los días que había pasado encerrado, con poco alimento y enfermo por el viaje, Tanaka vago sin saber a dónde dirigirse en primera instancia, bastante desorientado.

Cuando ya pareció ubicarse más y gracias a algunas referencias terminó alquilando una habitación con sus ahorros cerca del puerto y luego de reponerse con una buena comida y un buen baño se dedicó a buscar trabajo y averiguar sobre el paradero de Marie Vossen.

En un principio se sintió cohibido por el trato que le brindaban los ingleses, luego algo decepcionado, sin duda Londres era hermoso, si se internaba en la ciudad, pero el lugar donde el alquilaba un cuarto no lo era en absoluto. Había gente grosera, mal educada y el no estaba acostumbrado a ese tipo de trato.

Cuando consiguió la dirección de la tía de Marie pasaba los momentos en los que no buscaba trabajo frente a la casa ubicada en Baker Street, esperando verla. Solo verla, ya que no quería hacer contacto con ella hasta que tuviera una situación estable que le permitiera pedir su mano, porque para eso había viajado hasta ese lugar. No le importaba que ella fuera tres años mayor, que no fuera japonesa, nada de eso era importante, solo lo que le hacía sentir, y por la forma en que ella se había despedido de él meses atrás estaba seguro que ella albergaba los mismos sentimientos. Tanaka era demasiado romántico e inocente como para imaginarse que la despedida de Marie solo había sido eso, una despedida, el mas bien creía que era una invitación, además le había dado toda la información necesaria para encontrarla, incluso le había dicho que cuando viajara a Inglaterra que la visitara.

Tanaka regresó a su habitación cerca del puerto, triste por no haberla visto al menos de lejos y porque su búsqueda de trabajo no daba frutos y sus ahorros se agotaban. En ocasiones ayudaba en la carga de los barcos que zarpaban del puerto, pero él quería algo estable y respetable, no quería ser un cargador de barcos de cada dos por tres. Pero aun así no perdía la esperanza, sus sueños lo alimentaban.

El tiempo siguió pasando sin conseguir un trabajo estable y viendo de lejos a su amada Marie Vossen, pero siempre con la ilusión de que las cosas mejorarían.

Estaba cerca su cumpleaños número 19 cuando la vio salir de casa de su tía, con ella y acompañada de un sujeto que la llevaba del brazo. Sintió un nudo en el estómago al verlos, especialmente por la forma en que ella lo miraba, muy similar a la forma en que ella lo miraba a él en ocasiones, cuando le daba clases. Los siguió a distancia, algo herido.

Vio al trío detenerse en una tienda, cuya vitrina mostraba una gran variedad de dulces. En el anuncio sobre la vitrina podía leerse el nombre de “Funtom”. Se acercó a ellos sin que lo notaran y escuchó su conversación.

- Debió haber sido nada agradable el vivir en un país como Japón durante tanto tiempo – comentó el hombre que acompañaba a Marie.

- Fue soportable – dijo ella con sonrisa coqueta.

- Pero esas personas con sus costumbres tan extrañas y completamente cerradas a cualquier contacto extranjero, me sorprende que una cultura como esa aun sobreviva. Y dígame Miss Marie ¿dejó en ese lugar a alguien importante? ¿Extrañará a alguien?

Al oír la pregunta Tanaka espero con su corazón palpitante una respuesta que lo hiciera sentirse mejor, que calmara la horrible incertidumbre que lo embargaba al encontrarlos juntos allí, de manera tan amistosa.

- En realidad no – dijo ella sonriendo – los japoneses son todos iguales, si ha visto a uno los ha visto a todos.

- Tiene razón Miss Marie, sus rostros son todos iguales, imposible diferenciar a uno de otro. – dijo el hombre luego de reír unos segundos.

Tanaka sintió como si un puñal atravesara su corazón, e incapaz de seguir escuchando, se marchó del lugar, regresando al puerto.

Tanaka regresó al cuarto donde se estaba hospedando, se sentía triste por lo sucedido, pero al mismo tiempo estúpido por haberse dejado llevar por un sentimiento como el amor, y por creer que ella sentía lo mismo que él.

Sentado en el suelo, en un rincón de la habitación Tanaka se sumergió en sus pensamientos deprimentes, totalmente arrepentido de haber dejado a su familia, su padre, el dojo y todo aquellos que le era querido solo por una simple ilusión.

Horas después su cuerpo, reclamándole por algo de comer, lo sacó de su actitud autocompasiva, pero apenas tenía algo de dinero para un trozo de pan, por lo que se fue a la cama sin cenar, lamentándose de su desgracia y extrañando el washoku, el donburi que preparaba su madre, acompañado de mochis y onigiri. Con esos pensamientos en su cabeza se durmió porque había decidido no pensar más en Marie y regresar a casa en la primera oportunidad. Sus ansias de aventura, de conocer nuevos lugares y pensar en romance fueron desechados por algo más realista como su deber de continuar con la tradición familiar y hacerse cargo del dojo de su padre.

Al día siguiente con el corazón roto pero con la determinación que siempre lo había caracterizado buscó un trabajo que le permitiera regresar a su hogar.

Pasó todo noviembre, diciembre y llegó el año 1838, él tenía ya 19 años, una habitación que compartía con los chinches y las pulgas, en una posada de mala muerte cercana al puerto, algunos chelines en los bolsillos, hambre casi a diario y un corazón lastimado que juraba nunca más se enamoraría y que añoraba regresar a su hogar.

Lamentablemente el regresar a casa no era tan fácil como lo pensaba, el ultimo barco con destino a Japón había zarpado dos semanas antes y él había sido descubierto queriendo viajar de polizón, y desde ese día los marineros de los barcos y la gente del puerto lo miraba con desconfianza y cautela cada vez que pasaba cerca de ellos, y eso dificultaba aun más el conseguir trabajo.

La mala fama de una persona se esparcía por el puerto de Londres con la misma velocidad como se esparcía el descontento del pueblo por las condiciones del mismo.

Luego de un año de estar en Londres, y con la imposibilidad de reunir el dinero suficiente para viajar, Tanaka intentó por segunda vez de meterse a un barco como polizón, pero al igual que en la ocasión anterior fue descubierto y un grupo de marineros lo sacó a rastras del barco. Debido a la debilidad de Tanaka por su mala alimentación no pudo hacer mucho en un espacio reducido como en el que lo encontraron, pero una vez estuvo fuera y tuvo espacio suficiente se defendió de los marineros, que habían comenzado a golpearlo, con gran habilidad y destreza, pero para su mala fortuna unos oficiales de policía habían sido llamados al lugar y lo detuvieron. llevandolo a la cárcel.

Le dieron varios días de arresto y una multa, que por supuesto no era capaz de pagar. Pasó una noche en la cárcel, en una celda de seguridad ya que algunos de los detenidos quisieron atacarlo y él se defendió, rompiendo algunos huesos.

En la mañana de su segundo día en la cárcel uno de los oficiales lo sacó de la celda informándole que estaba en libertad, que habían pagado su multa y que un miembro muy importante de la sociedad inglesa se haría cargo de él.

Tanaka estaba sorprendido y confundido. No conocía a nadie en Londres, aparte de Marie Vossen, y por un momento, en el que regresó la esperanza, creyó que ella era quien se hacía cargo de él. Pero cuando llegaron a una de las oficinas de la cárcel, Tanaka vio que quien lo esperaba era un noble inglés, alto de cabello negro, joven, no parecía tener más de 18 años, era bien parecido, con una actitud despreocupada, pero agradable.

- El conde Phantomhive ha sido quien pago la fianza, y prometió que se haría cargo de ti si te dejábamos en libertad, así que más te vale que dejes de causar problemas en los muelles – dijo el oficial a cargo.

El conde lo miró con una sonrisa amigable, que desarmó un poco a Tanaka, quien seguía sin entender por qué un completo desconocido lo ayudaba.

Salieron de la cárcel y caminaron hasta un carruaje que esperaba al conde.

- No entiendo por qué hace esto my lord – dijo Tanaka algo avergonzado, ahora sabía que tenía una deuda con ese extraño.

- Hablaremos cuando lleguemos a mi mansión, sube al carruaje – dijo el conde Phantomhive.
Tanaka lo miró con algo de desconfianza esta vez, estaba reacio a acompañar a un completo extraño, quizás donde.

- Vamos, sube – dijo el conde – te prometo que no muerdo – sonrió con amabilidad, una sonrisa que le inspiró confianza y ya no pudo seguir negándose, después de todo le debía la libertad.

No hablaron nada de camino, y una vez llegaron a la mansión Phantomhive a las afueras de Londres, Tanaka observaba todo maravillado, jamás había estado en un lugar semejante y la vista se le iba al decorado del lugar, los muebles y los amplios espacios.

El conde Phantomhive lo condujo al despacho, donde se sentó tras un enorme escritorio, mientras Tanaka permanecía de pie al otro lado.

- Disculpe my lord, pero ¿Por qué estoy aquí? – preguntó Tanaka, curioso.

- En primer lugar me presentare apropiadamente, mi nombre es Arthur Phantomhive, acabo de heredar el título de conde por lo que soy el actual cabeza de familia, mi padre murió hace un mes.

- Lamento escuchar esa noticia – dijo Tanaka, pensando en su padre.

- El motivo por el cual estas en mi mansión es que me gustaría contratar tus servicios Tanaka-san.

- ¿Mis servicios? – Tanaka parecía interesado.

- Me enteré de las circunstancias en las que fuiste apresado, y supongo que deseas regresar a tu hogar, pero… en tus actuales condiciones me temo que será imposible, por lo que sugiero que trabajes para mí un tiempo, lo que te dará la posibilidad de reunir el dinero suficiente para regresar a tu hogar sin riesgos, y sin volver a pasar por este tipo de humillación.

- No entiendo por qué hace esto por mí, my lord – Tanaka se veía avergonzado.

- No me malentiendas, no lo hago por caridad, simplemente te observé en el muelle, vi tus cualidades, tus habilidades en las artes marciales, y creo que sería muy conveniente para mí tenerte a mi servicio como mi mayordomo personal ante la demás gente, pero también como mi guardaespaldas ¿lo comprendes? Por lo que ambos saldríamos beneficiados de esto. El tiempo en que trabajes para mí será el que decidas.

Lo que Tanaka no sabía es que hacia alrededor de un año, desde junio del 1837, la Reina Victoria I había heredado el trono, y que una de las medidas que había tomado en su reinado había sido volver a hacer contacto con aquellos nobles que eran considerados malvados y se encargaban de resolver conflictos dentro del bajo mundo. La familia Phantomhive era desde generaciones una de esas familias de nobles y nuevamente estaban bajo las ordenes de la realeza inglesa para resolver problemas que Scotland Yard era incapaz de resolver, ellos había vuelto a ser los perros guardianes, esta vez de la reina.

Y para cumplir con los propósitos encomendados Arthur Phantomhive debía rodearse de gente competente y Tanaka parecía ser lo suficientemente competente y confiable como para servirle.

Tanaka por su parte sabía que le debía un gran favor, y como hombre de honor decidió aceptar la oferta.

- Acepto, pero le pagaré el dinero que gastó en mi liberación también, my lord, trabajaré aquí el tiempo suficiente para pagarle y conseguir un boleto hacia Japón.

- No esperaría menos de ti Tanaka – Arthur sonrió de nuevo.

De esta manera Tanaka comenzó a trabajar como mayordomo de Arthur Phantomhive, un muchacho de apenas 17 años que se había quedado huérfano de padres y que tenía una misión con su reina, misión que heredaría a sus descendientes.

Tanaka se instaló en la mansión y debido a su amabilidad y buena disposición fue bien acogido por los demás miembros del servicio, quienes, como descubrió más adelante, eran mucho más que sirvientes, cocheros, chef o jardineros.

Había días en que el aura que rodeaba a los visitantes de la mansión era perturbador, así como también ciertas cosas que acompañaba a hacer a su joven amo que lo intrigaban, pero jamás preguntaba, no estaba en su naturaleza entrometerse en los asuntos de los demás, discreción ante todo, después de todo el era un mayordomo, y le debía bastante a su joven amo.

El trabajo y las situaciones que en ocasiones se tornaban peligrosas lo hacían olvidar cada día más lo sucedido con Marie, y después de un año de trabajar en la mansión Phantomhive como mayordomo Tanaka planeaba su regreso a casa.

- Tanaka, esta tarde vendrá mi prometida a cenar, ella lleva algún tiempo en el extranjero, por eso no la habías conocido, y regresó ayer. Como he estado ocupado, y no he podido visitarla le invite a pasar unos días en la mansión, por favor encárgate de que todo sea preparado de acuerdo a su agrado. – le comunicó Arthur una mañana de junio de 1839.

Tanaka estaba sorprendido por la noticia que le acaba de dar su joven amo.

- ¿Y cuáles son los gustos de my lady? – preguntó él.

Arthur lo miró sonriendo como niño descubierto en falta.

- La verdad es que no tengo la menor idea – el conde sonrió aun más – tienes un desafío en tus manos Tanaka.

Tanaka suspiró resignado y organizó la cena de la mejor manera posible, algo nervioso. Cuando oyó que llamaban a la puerta supuso que sería la prometida de su joven amo, y se encargó de recibirla.

Cuando abrió la puerta vio frente a él a la criatura más delicada y hermosa que había visto en su vida. De cabellos dorados, ojos azul cielo y una sonrisa encantadora.

- Buenas tardes, mi nombre es Claudia Price, soy la prometida de Arthur Phantomhive.