Sirvientes (capitulo 8: MeyRin, 2ª parte)

Al abrir la puerta Tanaka vio a la joven más hermosa que hubiese podido imaginar. Ella sonrió de manera cálida y entró a la mansión luego del saludo de Tanaka. Claudia Price, la prometida de Arthur Phantomhive sin duda era la persona más encantadora que el joven mayordomo de la casa hubiera visto antes. El quedó prendado de su belleza, pero también de la sencillez y calidez que emitía.

Claudia era muy joven, apenas si tenía 15 años de edad cuando Arthur bordeada los 18. Por decisión de los padres de la joven, pasarían algunos años para que ambos contrajeran matrimonio.

La velada esa noche transcurrió de manera normal. Arthur atendió a su prometida como correspondía, de manera cortés, amable y encantadora, como solían hacerlo los Phantomhive.
A la mañana siguiente uno de las personas cercanas a Tanaka, un amigo que había hecho en un pueblo cercano, y se encargaba de llevar algunas verduras a la mansión Phantomhive, le pidió su ayuda.

Debido a una enfermedad que se había extendido por los campos de Inglaterra durante ese invierno uno de sus hijos había muerto y el otro estaba gravemente enfermo. La generosidad de Tanaka no le permitió rehusarse al llamado de un amigo, y le dio gran parte del dinero ahorrado que tenía para el viaje, por lo que decidió aplazarlo por tiempo indefinido. Se lo hizo saber a Arthur, quien estuvo de acuerdo.

A Arthur le convenía que Tanaka permaneciera a su lado, ya que era un excelente mayordomo y mejor guardaespaldas aun, por lo que lo instó a quedarse el tiempo que fuera necesario.

Durante el siguiente año Tanaka se informó aun más del trabajo paralelo a las empresas que tenía su amo como perro guardián de la reina, y aunque la situación le parecía curiosa y peligrosa, algo en su interior se emocionaba al formar parte de tan interesante historia.
Claudia visitaba la mansión de vez en cuando o se encontraba con Arthur, y por ende con Tanaka, en algún evento social.

Poco a poco nuevos sentimientos hacia Claudia comenzaron a invadir el romántico y sensible corazón de Tanaka, pero la lealtad a su joven amo le impedía tratar cualquier acercamiento. Consideraba que era poca cosa para una dama como Lady Price.

Cinco años pasaron y la boda por fin se llevaría a cabo, Tanaka ya tenía 25 años, Arthur 23 y Claudia 21. Tanaka tenía sentimientos encontrados por este motivo. Por un lado estaba la felicidad por la alegría de su amo al contraer matrimonio, y por otro la tristeza de que jamás estaría con la mujer que amaba, porque él sabía ya que amaba a Claudia, y que este sentimiento era mucho más profundo que el que alguna vez había creído tener por Marie.

Por este mismo motivo decidió que se marcharía a Japón luego de la boda. Esto no le agradaba del todo, ya que dejaría atrás a mucha gente querida por él, pero permanecer es Inglaterra iba a ser igual de doloroso.

Había reanudado el contacto con sus padres, y este le había comunicado que lo perdonaba y lo esperaba con los brazos abiertos, y que estaba feliz de que él aceptara su destino como su sucesor.

Un día antes de la boda, dos días antes de que Tanaka se embarcara de regreso a Japón, y mientras caminaban por los muelles de Londres, él y Arthur sufrieron una emboscada de la cual el conde salió muy mal herido, aunque no lo suficiente para mermar su espíritu y a pesar de las recomendaciones del doctor la boda no fue cancelada.

Arthur y Claudia se casaron una tarde rodeados de familia y amigos cercanos, pero la fiesta terminó temprano ya que él apenas y se podía mantener en pie. Por ese motivo Tanaka decidió quedarse más tiempo, hasta que su amo estuviera mejor. Se sentía de cierta manera responsable por no haberlo protegido de forma adecuada.

Paso otro año, hasta que la pierna de Arthur quedó completamente curada, un año en que el nacimiento de algún heredero de los Phantomhive se veía lejano ya que Claudia parecía tener problemas para quedar embarazada, al menos eso fue lo que el médico de la familia declaró, que era un problema de la madre y no de el joven Phantomhive.

Esta situación tenía muy triste a Claudia, y fue en Tanaka en quien volcó todos aquellos temores y dudas de no poder darle un heredero a su esposo.

En este tiempo frecuentaba la mansión de los Phantomhive un extraño hombre a quien llamaban Undertaker. Tenía una funeraria y un extraño sentido del humor. Cada vez que se encontraba con Tanaka le pedía que le contara alguna historia graciosa tradicional de Japón, a pesar que los japoneses no eran muy reconocidos por su sentido del humor. Aun así Tanaka lo complacía y Undertaker reía de manera curiosa por los cuentos que le echaba el mayordomo.

Tanaka se enteró más tarde que este hombre era un informante de su amo, y que el pago por sus servicios era justamente la risa, algo que el joven Tanaka comprendía a medias.

Si Arthur no visitaba la funeraria de Undertaker, este visitaba la mansión Phantomhive, y a pesar que el cabello del sepulturero cubría casi siempre sus ojos, Tanaka podía notar las largas y penetrantes miradas que le dedicaba a, su ahora ama, Claudia Phantomhive. Esto lo ponía celoso, pero mientras no pasara de allí, Tanaka no hacia ni decía nada.

Cinco años más pasaron, Tanaka siempre encontraba una excusa para quedarse, y es que en el fondo no quería dejar a quienes consideraba como su familia, y no quería dejar a Madame Claudia ya que debía protegerla de Undertaker. Si Undertaker no hubiera mostrado ese comportamiento, Tanaka lo hubiera considerado incluso como un amigo.

Al fin, después de seis años de matrimonio, y un largo tratamiento Claudia quedó embarazada de su primer hijo. No se sabía quien estaba más feliz por la noticia, si Arthur o Tanaka, quien se descubría a si mismo imaginándose escenas donde él jugaba o cuidaba al joven amo que venía en camino.

Nueve meses después nació Vincent para alegría de todos en aquella mansión. Cuando Tanaka vio el rostro de ese pequeño niño y lo tuvo en sus brazos entendió que jamás dejaría a esa familia, y que permanecería a su lado hasta el final de sus días.

Dos años más tarde Claudia y Arthur tuvieron a su segundo hijo, una hermosa niña llamada Frances.

Después del nacimiento de su segundo hijo Arthur llamó un día a Tanaka a su despacho.
- ¿Me mandó llamar my lord? – preguntó Tanaka entrando al despacho. El mayordomo tenía apenas tenía 34 años de edad, pero se veía más joven que su amo, de 32.

- Así es Tanaka, no había tenido esta conversación antes contigo porque esperaba que nos dejaras un día. En realidad me sorprende que no lo hayas hecho ya.

El mayordomo se sonrojó ante las palabras de su amo.

- No me malinterpretes – continuó Arthur – no quiero que nos dejes, solo me causa curiosidad. Estoy feliz de que permanezcas al lado de la familia, pero lo que te voy a decir ahora requiere que antes me des una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Te quedarás en esta familia para siempre como el mayordomo principal de la mansión, y jamás revelaras a alguien ajeno a la familia lo que en ti confío?

Tanaka miro a su amo asombrado, pero a la vez feliz de que manifestara el deseo de que permaneciera para siempre al lado de ellos.

- Me siento honrado de que mi amo considere que puedo servir a esta familia – dijo Tanaka – y es verdad, antes solo quería regresar a mi hogar, pero ahora al mirar hacia atrás, siento que aquel lugar donde nací y viven mis padres ya no es más mi hogar, si no este, aquí en la mansión Phantomhive, por lo que a su pregunta, si. Si quiero quedarme en esta familia como el mayordomo principal de la mansión, hasta que deje de respirar, y jamás revelaré a alguien lo que usted me confíe.

Arthur sonrió satisfecho, y a continuación dio a Tanaka todos los detalles de su trabajo como perro guardián de la reina, algunos de los cuales el mayordomo ya conocía, incluyendo el hecho de que su familia había hecho el mismo trabajo generaciones antes para otros reyes.
El conde Phantomhive se encargó de dar todos los pormenores, y de hacerlo partícipe de su propia misión. Luego le mostró un diario en donde estaban detallados varios casos de uno de los antecesores de Arthur.

- Esta será tu misión Tanaka, serás el encargado de registrar todo el trabajo que realice como perro guardián de la reina, así como lo hizo este fiel mayordomo para uno de mis antepasados, para que cuando llegue el momento, en caso de que yo no esté presente y mi hijo Vincent deba seguir mis pasos, él se entere de la misión de la familia, de los hechos y los pensamientos de su padre.

Nuevamente se reflejó la sorpresa en el rostro de Tanaka.

- Pero amo…

- Debemos ser honestos en esto Tanaka, aquellos que se han hecho cargo del título de perro guardián de la reina no han vivido mucho tiempo y cada uno de ellos ha debido asegurarse de que el conocimiento llegue a sus hijos y que continúen con la tradición, por eso mismo siempre hay alguien que se encarga de registrar los hechos, y ese será tu trabajo, además de ser mi mayordomo guardaespaldas. Debes ser un apoyo para Vincent cuando yo no esté y él deba continuar con la misión de la familia.

Tanaka se sentía honrado por la confianza que Arthur había depositado en él, Y antes de empezar esta nueva etapa en su trabajo solicitó unos meses para visitar a su familia en Japón y explicarles que había decidido tomar un rumbo distinto al que ellos tenían planeado para él. Consideraba que se los debía después de la forma en que los había dejado.

Arthur no se opuso a esto, al contrario, lo alentó a visitar a su familia ya que de esa manera consideraba que su fiel mayordomo haría un mejor trabajo.

Luego de varias semanas de viaje Tanaka atracó en los puertos de Japón. No podía explicar lo que sentía al estar de regreso en su tierra, eran una mezcla de emoción, nostalgia, y nerviosismo por volver a ver a su familia después de tantos años. Viajó unas horas más en carreta hasta Kyoto y bajo frente a su casa, o más bien el dojo de sus padres.

En la entrada estaba uno de los estudiantes de su padre, Tanaka lo reconoció enseguida a pesar de los años. Este al verlo también lo reconoció y entró corriendo a la casa. Desde allí y mientras se acercaba, Tanaka pudo ver a su padre salir del lugar con un rostro entre emocionado y feliz, pero tratando de mantener la compostura. El, ahora, mayordomo de los Phantomhive camino de prisa hacia su padre y lo abrazo, olvidando la compostura el recato y la educación que le habían dado, los había extrañado tanto, y se sentía tan culpable por haberlos abandonado, pero después de tantos años ya no se sentía arrepentido.

Su padre correspondió el abrazo, al que se les unió su madre quien salió de la casa también. Después de entrar a la casa y que la madre les sirviera el té hablaron de lo ocurrido cuando Tanaka se había marchado, pidió perdón y contó algunas de las cosas que le habían pasado, omitiendo las malas condiciones de vida que había llevado el primer año que estuvo en Londres. Sus padres solo se miraron sin decir mucho cuando el nombre de Marie Vossen salió a la conversación.

Luego les contó de la mansión Phantomhive y de su amo Lord Arthur. Al hablar de su vida en la mansión los ojos de Tanaka brillaban y sus palabras sonaban casi dulces. Fue en ese momento que sus padres lo supieron, Tanaka no volvía para quedarse, sino para despedirse, y un nudo se les hizo a ambos en la garganta, mirándose y transmitiéndose esos sentimientos.

Ese primer día Tanaka no habló de planes a futuro en ningún aspecto, quería pasar unos días con su familia y que no fueran enturbiados por su próxima partida. Pero luego de una semana de estar allí él les confesó sus intenciones. Si bien hubo reproches e intentos por parte de ambos padres que su hijo cambiara de opinión Tanaka se mantuvo firme, aduciendo que quería seguir su propio camino, sin imposiciones de los demás, que los amaba, pero que el encargarse del dojo y quedarse en Japón no era lo que quería. Tanaka quería aventuras, y esas aventuras las tendría como mayordomo del perro guardián de la reina, aunque esto último no se los dijo.

Luego de un mes de estar en casa de sus padres Tanaka regresó a Inglaterra, a la mansión Phantomhive, y ocupó su puesto definitivo, aquel que esperaba tener hasta el día de su muerte, siendo el mayordomo principal de la mansión y el encargado de registrar todos aquellos sucesos de importancia en el trabajo de su amo y así llegaran a nuevas generaciones.

El jamás llegó a imaginar que los sucesos que se desencadenarían serían muy distintos a como él lo imaginaba en realidad, y los muchos años de felicidad junto a sus amos estaban lejos de ser abundantes.

Luego del nacimiento de Frances Claudia había quedado muy delicada y apenas si sobrevivió un par de años desde que Tanaka regresara de Japón, murió en 1856. Su muerte fue lamentada y llorada por todos en la mansión y Tanaka la sentía tanto como Arthur y sus hijos.

La muerte de Claudia provocó en Tanaka cierto estado de retraimiento que no tenía antes y solía perderse en su propio mundo.

En 1866 y cuando él tenía 48 años y Vincent 16, en medio de una emboscada Arthur Phantomhive dejó de existir. Fue llorado por su familia y amigos, como así también por Tanaka, quien veía partir a su amo de una forma tan violenta y tan pronto. Pero él había hecho una promesa, y así como Vincent tomó el lugar de su padre como perro guardián de la reina y mostró sus respetos ante su alteza días después de la muerte de Arthur, Tanaka continuó en su labor como fiel mayordomo, guardaespaldas y el encargado de hacer registro de aquellos hechos que marcaban a la familia.

Los años pasaron, Frances se casó primero que su hermano. Vincent quería asegurar un buen matrimonio para su hermana antes de pensar en el propio. Fue así como contrajo matrimonio con el Marqués Middleford, quien había asistido a la misma escuela en el pasado.

Vincent había sido educado para ser un Phantomhive, y como tal se encargó de reunir a su alrededor aquellos individuos que le servirían para sus propósitos, y retomó el contacto con aquellos que habían servido a su padre en alguna oportunidad.

Tanaka continuó viendo a Undertaker en la mansión, y le sorprendía lo bien conservado que se mantenía el sepulturero. Continuaba con sus mismas costumbres y la aparente despreocupación de Vincent lo divertía.

Tanaka cuidaba ahora de su nuevo joven amo como si se tratara de un hijo.

Misiones similares a las que su padre enfrentara fueron tomadas ahora por Vincent. Y el tiempo de buscar una esposa también se hizo presente, por lo que comenzó a frecuentar a la familia Durless, conociendo así a sus dos hijas Angelina y Rachel.

En 1874 y a la edad de 24 años Vincent Phantomhive contrajo matrimonio con Rachel Durless, y después de un año nació su primer y único hijo, al que bautizaron con el nombre de Ciel.

Tanaka se sentía como un abuelo y pasó los primeros años de la vida de Ciel cuidando personalmente de él.

El niño había nacido con una constitución más débil heredada de la madre y sufría constantes ataques de asma cuando era muy pequeño, además era alérgico a los gatos. Al verlo en esas condiciones Vincent hablaba con Tanaka sobre su hijo y le planteaba sus dudas de que el pequeño, en un futuro, pudiera hacerse cargo del trabajo de perro guardián de la reina.

- No se preocupe por eso amo – decía Tanaka en momentos como ese, siempre con una cálida sonrisa en los labios – El joven amo Ciel me tendrá a su lado y lo protegeré con mi vida si fuera necesario.

Vincent solo sonreía y confiaba en que su hijo tendría un futuro mejor que el suyo. O al menos esperaba que viviera más años que su padre a quien en ocasiones aun extrañaba.

Era 14 de diciembre, era el cumpleaños de Ciel y el había estado todo el día muy emocionado con la esperanza puesta en las sorpresas que le traería su cumpleaños. En la mañana había salido con su madre y al regresar a casa pasó casi toda la tarde con Tanaka quien preparaba un pastel especialmente para él, sabiendo lo que el pequeño Ciel amaba todas las cosas dulces.

Ciel había subido a su habitación a buscar uno de sus juguetes para que lo acompañara a comer, Tanaka estaba en la cocina dando los últimos toques de decoración al pastel. Ninguno de los dos supo como comenzó el desastre, los gritos, el fuego… el miedo… la muerte.

A comenzar el ataque Tanaka había recibido una única orden, el proteger a Ciel. A pesar de no estar del todo de acuerdo con la orden, la acató como el buen mayordomo que era, sabiendo que esa pequeña personita era la más frágil de toda la mansión. Cuando dejó a su amo con una pistola en manos solo esperaba que cuando lo volviera a ver estuviera bien.

Buscó por las habitaciones de la mansión enfrentándose a varios atacantes en el trayecto. Ciel no estaba y su preocupación iba en aumento. Cuando iba de regreso hacia el estudio de Vincent vio a Ciel corriendo por el pasillo hacia ese lugar. Un mal presentimiento pasó por su cabeza y se apresuró a ir tras el pequeño Ciel, a quien le pidió que no entrara, que debía acompañarlo para ponerlo a salvo, pero era tarde, ambos pudieron ver lo que había ocurrido. Vincent Phantomhive atado a una silla y rodeado por las llamas, ya muerto.

Ciel gritó por sus padres, gritos que a Tanaka le desgarraron el corazón. Entonces sintió en su espalda algo desgarrando y entrando en su carne. Tanaka estaba tan shockeado por la visión que no se había percatado que uno de los intrusos venía por su espalda y lo apuñalaba sin misericordia.

Lo último que vio y escuchó antes de perder el conocimiento fue a Ciel siendo llevado por los intrusos y sus gritos de angustia y terror, acompañados por las risas de satisfacción de los atacantes.

Cuando despertó nuevamente, se dio cuenta que estaba en un hospital. Preguntó por sus amos, por el joven Ciel y la mansión. Le dijeron que sus amos estaban muertos, así como la mayoría de los sirvientes, la mansión había sido consumida por el fuego y nadie sabía nada del pequeño Ciel.

Tanaka estaba devastado, había fallado a su misión de proteger a su joven amo, y ahora quien sabe dónde estaría. Ese niño que siempre había sido tan frágil y tímido.

Angelina, la hermana de Rachel ejercía como doctora en ese hospital y lo visitaba todos los días. Le dijo que su herida había sido mortal y que le sorprendía que hubiera sobrevivido, aunque Tanaka pensaba que hubiera sido mejor la muerte que vivir con la tortura de no saber que le había ocurrido al joven Ciel.

Las semanas pasaron y Tanaka permanecía en un mutismo casi absoluto, había perdido todo lo que había querido alguna vez y parecía estar perdido en su propio mundo. Le servían té el cual se quedaba observando cómo esperando que algo sobrenatural ocurriera y respondía a las preguntas con una sonrisa o un jo jo jo acompañado de la mirada dulce que siempre lo caracterizó. Creía para sí mismo que ya no tenía un lugar en este mundo, familia, amigos, nada que valorar, lo había perdido todo.

Poco más de un mes después del ataque a la mansión Tanaka paseaba por los pasillos del hospital en una silla de ruedas. Iba perdido en sus pensamientos una vez más y parecía que nada podría atraerlo, pero entonces la figura oscura de un hombre en traje de mayordomo llamó su atención. Lo observó unos segundos, cuando percibió junto a él una figura pequeña y frágil. Después de semanas sus ojos parecieron recuperar algo de brillo y parecía estar consciente de lo que ocurría a su alrededor.

- Joven amo Ciel – casi gritó Tanaka, emocionado de verlo.

El niño miró hacia atrás y vio al anciano en silla de ruedas, reconociéndolo de inmediato. Corrió hacia él y lo abrazó, ambos felices de reconocer esos rostros, de verse de nuevo, de tener la certeza que estaban vivos.

Tanaka puso atención en el hombre que acompañaba a su joven amo y tuvo una seguridad, ese hombre no era como los demás y al ver los ojos llenos de resolución en los ojos de Ciel entendió también que ese niño seguiría los pasos de su padre y continuaría la labor familiar.

De sus ropas sacó la insignia que lo identificaban como el mayordomo principal de la mansión Phantomhive y se la entregó a ese hombre que acompañaba a su amo, reconociéndolo como el nuevo mayordomo principal de la mansión, y sabiendo que su tiempo había terminado y debía dar un paso al lado para que otros más jóvenes y fuertes asumieran esas responsabilidades que habían estado sobre sus hombros durante dos generaciones de Phantomhive, decidiendo así que el podría perderse tranquilamente en sus recuerdos del pasado, cuando todos aquellos a quienes había amado habían compartido con él, pero sin olvidar que cuando su joven amo Ciel lo necesitara, allí estaría como tributo a la última voluntad de Vincent Phantomhive.

Bardroy, o simplemente Bard para los amigos, era un pillo, no podía decirse algo más de él. Un bribón que siempre estaba dispuesto a exceder los limites.

Había nacido una lluviosa noche de febrero de 1861 en la granja “Manantial” que pertenecía a su familia. ¿Por qué tenía ese nombre? Bard nunca lo supo.

Ese año de 1861 era Abraham Lincoln el presidente de Estados Unidos, y también fue el año que dio comienzo la guerra de Secesión que dividió al país en sureños o los recién formados estados confederados de America que querían seguir esclavizando a la población negra del país y los estados del norte o la Union, que defendían la libertad de estas personas.

Como la familia de Bard vivía en el estado de Kansas, muy cerca de Moorville. Su padre fue llamado a formar parte del ejército del norte y a participar en esta guerra que lo mantuvo alejado de la familia hasta 1865, cuando esta guerra terminó.

Bard pasó los primeros 4 años de su vida cuidado por su madre y su hermano, mayor que él por tres años. Esos años fueron duros para la familia porque era la madre quien debía hacerse cargo del trabajo de la casa y además del trabajo de la granja, cultivando las hortalizas apenas necesarias para sobrevivir y cuidando de unas gallinas raquíticas que apenas si daban 1 huevo por persona al día.

Fue por este motivo que los hijos del matrimonio no parecían recibir mucho afecto paternal, no porque no los quisieran, sino por el trabajo, las privaciones y los horrores vistos en la guerra los padres se habían vuelto más huraños, considerando que el trabajo duro, y una disciplina férrea cultivarían su carácter de manera que pudiesen hacer frente a la dura vida que sin duda tendrían. Sus padres habían perdido la esperanza.

Noah, el hermano de Bard, por ser el mayor le ayudaba al padre en el trabajo de la granja y en ocasiones ayudaba a su hermano menor en las pequeñas tareas que le encomendaban, esto sin que nadie se lo pidiera, simplemente porque consideraba que era su responsabilidad velar por el más pequeño de la familia.

El corazón de Noah era demasiado grande para que fuera albergado por un cuerpo tan pequeño y débil, pero el trabajo, las privaciones y la severidad de los padres lo hacían sentirse más unido a Bard.

Tres años después que su padre regresara de la guerra, lesionado de una pierna y en un estado mental algo perturbado que parecía mantenerlo en constante alerta, su hermano mayor, que ya tenía 11 años, murió a raíz de una gripe mal cuidada que derivó en una pulmonía.

Bard lloró a su hermano durante días y noches. Sus padres también, pero de manera menos abierta que el pequeño.

Esta fue la primera vez que Bard sintió la pérdida de un ser querido, sin saber, quizás, que sería la primera de muchas pérdidas a lo largo de su niñez y juventud.

Cuando Bard tenía 15 años el invierno se llevó a su padre. Una noche en que había salido por un par de animales que se habían perdido una fuerte tormenta lo encontró fuera y sin protección. La herida de guerra en su pierna izquierda le impedía moverla con entera libertad, o doblarla, esto le dificultaba el andar a caballo y le impedía montar solo, tarea para la cual le ayudaba Bard. Esa noche un rayo asustó al caballo, el que se encabritó tirando a su jinete al suelo. El padre de Bard no estaba herido, no había sido nada más serio que el dolor del golpe en la espalda, pero al no poder montar de nuevo hizo que se tardara más en llegar a casa y por lo tanto lo hizo calado hasta los huesos por la lluvia.

Días después se dejaba morir por la fiebre, algo que deseaba hacía años, ya que solo la creencia en Dios y en un castigo eterno le impedía quitarse la vida.

Bard nunca escuchó de su padre anécdotas de la guerra, historias o cualquier antecedente que le indicara la manera en que el jefe de familia había vivido esos años que estuvo fuera de casa. Siempre evitaba el tema y se mantenía en un mutismo que llegaba a ser molesto. Como vivió y como sobrevivió a este periodo fue un secreto que se llevó a la tumba.

Ya solo quedaban Bard y su madre en la granja. Un día él se descubrió mirando a su madre y notando que su sacrificada vida había dejado profundas huellas en ella. Se veía mucho mayor de lo que realmente era y fue en ese momento que el entonces adolescente decidió que esa no era la vida que quería. No quería que su vida fuera exprimida por esa granja, trabajar de sol a sol para que luego llegara el banco y se llevara todo lo que les había costado sangre, sudor y lagrimas.

Dos años después su madre también se rindió y se dejó llevar por la muerte. Bard tenía 17 años y estaba solo en el mundo. Quiso vender la granja e irse lejos, pero cuando inició los trámites de saneamiento de los títulos de propiedad descubrió que la granja estaba hipotecada y se debían varios meses. Él como heredero de sus padres heredaba también las deudas.

Vino el banco, remató la granja y se quedó con lo adeudado, sobrando para Bard apenas 10 dólares que le alcanzaban para unos días de alojamiento y comida en alguna posada de mala muerte.

El joven tomó su escasa ropa, hizo un atado con ella, tomó un par de recuerdos de familia y algo de comer para emprender su camino hacia Moorville. Se tardó todo un día en llegar, al anochecer estaba exhausto.

Su personalidad era jovial y despreocupada, tenía iniciativa y parecía agradarle a la gente. Además poseía cierta intuición natural que lo situaba en el lugar exacto en el momento oportuno, por lo que encontrar trabajo en un bar fue fácil. Bard a veces pensaba que era una lástima que esa intuición solo le sirviera para mantenerse vivo y no para tener una mejor vida.

Estuvo un año trabajando en ese bar, allí aprendió a beber como eterno sediento y a fumar como si de ello dependiera su vida.

A los 18 años trabajaba en el rancho “Las tres cruces”, a las afueras de Topeka, donde aprendió a cabalgar y disparar mejor de lo que ya lo hacía. Era todo un cowboy arreador de vacas sobre el lomo de un caballo. Un loco alegre que se iba de fiestas en las noches libres con el resto de sus compañeros.

Parecía que había encontrado el lugar indicado para pasar el resto de su vida, o al menos el resto de la que quisiera, pero… siempre hay un pero… Bard era más atractivo que la mayoría de sus compañeros, en realidad era más atractivo que todos ellos, y era joven. Parecía un potro salvaje entre un montón de jamelgos, esto no pasó desapercibido ante los ojos de la hija del capataz, una jovencita de 16 años que esperaba ansiosa a un mozo que la sacara de la constante vigilancia del padre.

Sarah tenía inquietudes, tenía dudas, tenía curiosidad, en síntesis tenía la sangre caliente y el objeto de su deseo temporal era Bard.

Para fortuna o desgracia, después de un año de trabajar en el rancho y de ser prácticamente acosado por la jovencita, Bard estaba muy tentado a caer, después de todo… el también era un joven de sangre caliente.

Bard lo venía venir, todos se lo decían además. Sarah era un peligro, involucrarse con ella era, en el peor de los casos salir de la granja con los pies por delante y en el mejor de ellos salir de allí con una mano por delante y la otra por detrás.

Y una noche sucedió. Sarah invitó a Bard al granero a una cita a la luz de la luna. Bard sabía que lo último que harían sería ver la luna y que esta travesura podría costarle mucho más que el trabajo, pero ante toda precaución, ante lo que le dictaba su intuición e incluso ante lo que le decía el sentido común, acudió a la cita.

Luego de más de una hora en la que habían retozado amigablemente, descansado unos minutos y vuelta a retozar, el capataz los encontró… retozando.

Bard tomó su ropa que estaba junto a él y salió corriendo del granero hasta que perdió el aliento y una de sus botas, mientras era perseguido por el capataz, algunas balas que este disparaba, sus gritos y los de Sarah algo más atrás.

Se quedó sin trabajo, sin chica, sin dinero… y sin una bota. Al verse así, ya a varios kilómetros de el rancho, sonrió, encendió un cigarrillo y lo fumó a la luz de la luna pensando en que quizás ella no había valido tanto la pena, pero… lo había pasado bien.

Días después se encontraba trabajando al norte de Colorado, extendiendo las vías del tren a lo ancho del país. Casi un mes después en uno de sus días libre se encontró en un bar con uno de sus amigos del rancho quien junto a otros compañeros acababan de dejar unas reses donde un comprador.

Este hombre, Bill, le contó que Sarah había recibido tal cantidad de azotes que no había podido sentarse en días.

-Pero el capataz ahora te busca para que respondas por su hija, así que si no quieres estar atado a esa niña es mejor que no regreses a Topeka en mucho tiempo.

Bard no quería casarse, no quería asumir responsabilidades que no había pedido por lo que siguió el consejo de su amigo Bill y dejó el trabajo en el ferrocarril y viajó al sureste. Se quedó en Luisiana un tiempo, conociendo en el lugar a un hombre inglés, unos años mayor que él, George Willkinson. Un busca vidas y aventurero, o al menos así se hacía llamar.

Congeniaron, y a pesar de lo poco claros que en ocasiones eran los negocios de George, él era leal con Bard, le tenía aprecio y lo trataba con un hermano menor.

Juntos recorrieron parte del este hasta llegar a Nueva Inglaterra. Parecía como si Estados Unidos les quedara pequeño y decidieron cruzar el atlántico.

George le prometió a Bard que sería bien recibido en su casa, que podrían conocer muchos lugares y que Inglaterra solo sería el comienzo de la gran aventura que serían sus vidas. Bard aceptó porque ¿qué otra cosa podía ser mejor que eso?

Para Bard, mientras tuviera alguien en quien confiar y apoyarse a su lado no importaba el lugar donde estuviera, y de cierta manera George le recordaba a Noah.

Se embarcaron hacia Inglaterra, en la primavera de 1884 llegaron al condado de Kent. Y tal como George lo había dicho, la familia de éste los recibió a ambos con los brazos abiertos.

El padre, la madre y la hermana menor eran muy amables con él, pero en ocasiones el padre de George miraba a su hijo con cierto reproche, era evidente que algo había ocurrido entre ambos, quizás el motivo por el cual George había viajado a Norteamérica, pero el tema no era tratado abiertamente.

George y Bard consiguieron trabajo en una fábrica, y parecía que todo estaba resultando según sus planes, estaban reuniendo el dinero suficiente para viajar a África o Australia a las colonias. No se habían decidido que era lo que más les atraía, si el descubrir diamantes o correr con los canguros, ambos lugares les ofrecían paisajes salvajes y mucho por descubrir. Planeaban muchas cosas y se reían de sus propios sueños.

Cuando llevaban menos de un año en Inglaterra una noche al salir de la fábrica unos soldados se acercaron a George para detenerlo por desertor. Seria enjuiciado y llevado a prisión. Bard protestó ante el hecho y trató de liberarlo, por este mismo motivo también se lo llevaron detenido.

Parecía ser que los dos incipientes trotamundos daban un giro inesperado en sus vidas y se encontraban a sí mismos encerrados e incomunicados.